Prólogo
agosto 13, 2016
Las estrellas ya habían desparecido. A lo lejos en la distancia, el cielo del este se estaba iluminando y los árboles, escondidos por la oscuridad de la noche, por fin recuperaban su color.
No le quedaba tiempo.
En el suelo, un chico luchaba contra un monstruo de apariencia extraña. La criatura se puso de pie a un lado, tenía la forma de una larga y enorme serpiente aunque su cuerpo estaba completamente compuesto de espadas. Y el chico se puso de pie en el otro lado con el cuerpo empapado de su propia sangre. Pero la criatura en forma de serpiente era la única al borde de la muerte. El chico avanzó descuidadamente y el monstruo, apenas capaz de moverse y moribundo, clavó una de sus espadas en su pecho. Ese fue el último acto de resistencia.
Al lado del cadáver inmóvil de la criatura, el chico respiraba entrecortadamente como si un dolor enloquecedor le atravesase el cuerpo. Luchar contra ese monstruo no se podía llamar exactamente, una pelea. Sólo lo había hecho en el lugar de ella, para sentirse mejor. Pero no era el momento de descansar.
Habiéndose puesto el abrigo que había escondido bajo el suelo, cogió su pala. El conocido apretón le llenó de coraje, como si fuera un antiguo compañero ofreciéndole consuelo.
Apresuró el paso hasta la tumba dejando huellas rojas en el suelo. Sus pies eran pesados como si la tierra los arrastrase. Él maldijo su lentitud.
Luchando contra el dolor, por fin, consiguió llegar al lado de la tumba. Paró y empujó la pala al suelo, pero, tan sólo unas pocas paladas más tarde, tiro la pala y cayó de rodillas y como un topo, uso las manos para quitar la tierra.
Bajo la suciedad, con el tiempo, sus dedos se enrollaron alrededor de unas hebras de pelo de un color marrón rojizo. En la tumba, vio a su querida, durmiendo tan silenciosamente como si estuviera muerta, con marcas de lágrimas en sus mejillas.
Era algo normal. Después de todo, lo que le había hecho era terriblemente cruel, y aun así, ahora iba a hacer algo peor.
Egoístamente, el chico rezó:
-Espero que me perdones.
No le quedaba tiempo.
En el suelo, un chico luchaba contra un monstruo de apariencia extraña. La criatura se puso de pie a un lado, tenía la forma de una larga y enorme serpiente aunque su cuerpo estaba completamente compuesto de espadas. Y el chico se puso de pie en el otro lado con el cuerpo empapado de su propia sangre. Pero la criatura en forma de serpiente era la única al borde de la muerte. El chico avanzó descuidadamente y el monstruo, apenas capaz de moverse y moribundo, clavó una de sus espadas en su pecho. Ese fue el último acto de resistencia.
Al lado del cadáver inmóvil de la criatura, el chico respiraba entrecortadamente como si un dolor enloquecedor le atravesase el cuerpo. Luchar contra ese monstruo no se podía llamar exactamente, una pelea. Sólo lo había hecho en el lugar de ella, para sentirse mejor. Pero no era el momento de descansar.
Habiéndose puesto el abrigo que había escondido bajo el suelo, cogió su pala. El conocido apretón le llenó de coraje, como si fuera un antiguo compañero ofreciéndole consuelo.
Apresuró el paso hasta la tumba dejando huellas rojas en el suelo. Sus pies eran pesados como si la tierra los arrastrase. Él maldijo su lentitud.
Luchando contra el dolor, por fin, consiguió llegar al lado de la tumba. Paró y empujó la pala al suelo, pero, tan sólo unas pocas paladas más tarde, tiro la pala y cayó de rodillas y como un topo, uso las manos para quitar la tierra.
Bajo la suciedad, con el tiempo, sus dedos se enrollaron alrededor de unas hebras de pelo de un color marrón rojizo. En la tumba, vio a su querida, durmiendo tan silenciosamente como si estuviera muerta, con marcas de lágrimas en sus mejillas.
Era algo normal. Después de todo, lo que le había hecho era terriblemente cruel, y aun así, ahora iba a hacer algo peor.
Egoístamente, el chico rezó:
-Espero que me perdones.
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