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abril 03, 2020
El humo del
tabaco la asaltó al salir del compartimento del baño del instituto, así que
giró la cabeza para toser. Entonces, reparó en Wei Cai que se había maquillado
de una manera demasiado madura para su edad. Chen Nian también deseaba ser
capaz de crecer en una noche para escapar de aquel coliseo feroz plagado de
cuervos despiadados – pero intentar huir de la juventud era fútil.
Chen Nian se dirigió a la salida cuando, sin previo
aviso, Wei Cai la estampó contra la puerta de otro de los compartimentos del
baño y le acercó el cigarrillo a la cara. Chen Nian rezó para que esto no fuese
una declaración de guerra contra su persona.
–¿Qué querían los policías? – Preguntó mientras apagaba
el cigarrillo en la puerta de detrás de Chen Nian.
–Las… Mismas… co-cosas de… si-si-siempre. – Contestó Chen
Nian tranquilamente.
–Si-si-siempre. – Wei Cai imitó el tartamudeó de Chen
Nian. – ¿Eres tonta? ¿No sabes hablar? Mírate, la policía va a pensar que
mientes.
Chen Nian sacudió la cabeza con vigor.
–Bueno, Chen Nian, dime. ¿Dónde estaba yo cuando Hu Xiao
De saltó del edificio?
La luz del sol realzaba la palidez de Chen Nian. La joven
miró a Wei Cai e hizo todo lo que pudo por pronunciar la frase de corrido.
–Clase… – Wei Cai se la miró con malicia e iba a
abofetearla cuando Chen Nian terminó la frase. – Fuera de clase…
–¿Eso es lo que les has contado? – Le preguntó Wei Cai
con evidente frialdad.
Chen Nian bajó la cabeza y al detectar que la otra chica
empezaba a mover la mano se apresuró a responder:
–Escribí.
A pesar de todo, la otra chica le giró la cara de un
guantazo otra vez.
–Sabía que no te atreverías a decir gilipolleces. – Le
espetó Wei Cai a Chen Nian cuyo flequillo negro la ayudaba a ocultar su
bochorno.
–Venga, vamos. – Instó Xu Miao que hasta ahora había
estado vigilando que no se acercase ningún profesor cuando sonó la campana.
–Más te vale andarte con cuidado. – Le advirtió Wei Cai a
Chen Nian antes de tirarle del pelo.
* * *
* *
Las clases son como sociedades en miniatura. Están los
extrovertidos, los que siempre tienen algo que hacer, los callados, los
reservados, los independientes, los del montón, y los invisibles – Chen Nian
pertenecía a este último grupo. La muchacha regresó a clase antes de la campana
dejase de sonar, pero tuvo que colarse entre los estudiantes que estaban
parloteando con el profesor al entrar.
Mentalmente se repitió una y otra vez que Hu Xiao Die se
había suicidado hasta que el dolor de la mejilla desapareció y logró serenarse.
Entonces, se dedicó a solucionar problemas de matemáticas.
–Chen Nian. – El profesor de matemáticas la pasó de largo
y la llamó desde el estrado. Ella alzó la vista de su libreta. – ¿Cuál es la
respuesta?
–A-… A-… Alfa más tres beta. –Musitó con la boca pequeña.
–A-... A-… A-… – Wei Cai la imitó con una expresión
ambigua.
La interrupción de Wei Cai les pareció hilarante al resto
de sus compañeros que estallaron en sonoras carcajadas.
Chen Nian que se había levantado para contestar continuó
bien erguida. Había crecido sumida en un mar de desdén ya desde la guardería.
¿Quién había osado proferir la mentira de que el hombre es bueno por
naturaleza? ¿Quién se había atrevido a catalogar las burlas como un juego de
niños? El desdén colectivo y el acoso escolar de los niños era el reflejo más cruel
y perfecto de la naturaleza humana. Los niños, a diferencia de los adultos, no
disfrazan su menosprecio, sino que lo manifiestan sin tapujos.
–¡Callaos! – El profesor golpeó la mesa, furioso. –
Reíros ahora que podéis, ya veremos cuantos de vosotros os reís después del
examen. – Recalcó su autoridad
burlándose del futuro incierto de sus alumnos. – Wei Cai, quédate de pie en el
pasillo.
Wei Cai arrastró la silla en desafiante queja y salió de
la clase masticando chicle con arrogancia, indiferente a su entorno.
Xiao Mi, una buena amiga de Chen Nian, le apretó la mano
a modo de ánimo y la miró preocupada. La otra joven sacudió la cabeza para
indicar que estaba bien y la clase continuó sin más percances.
Se avecinaban los exámenes finales que determinarían
quién entraba a una buena universidad o quién no. El estrés, la felicidad y el
dolor eran sentimientos pasajeros como el viento y los estudiantes preferían
invertir su tiempo en repasar para las pruebas de acceso.
La clase de educación física había pasado a ser tiempo
libre; aquellos que prefiriesen continuar estudiando podían quedarse en las
clases, mientras que los que prefirieran relajarse o, simplemente, habían
perdido toda esperanza en su futuro académico, podían salir a hacer un poco de
ejercicio.
Chen Nian cogió la cuerda de saltar que quedaba en el
saco de donde el resto de los compañeros habían sacado las raquetas de
bádminton y las pelotas tras una disputa agitada.
–¿Quieres jugar conmigo a bádminton, Chen Nian? – Le
propuso Li Xiang, el chico más alto de la clase, un atleta nato con excelente
historial académico.
Chen Nian sacudió la cabeza.
–No te gusta mucho hablar, ¿eh? – Li Xiang bajó la cabeza
y le sonrió.
A diferencia de la mayoría de los estudiantes, Li Xiang
no llevaba gafas y su mirada irradiaba un fulgor radiante.
–No… Tengo nada… que… de-decir.
Era una lástima que con la voz tan bonita que tenía, cada
vez que intentaba hablar, a Chen Nian se le formase un nudo en la garganta. Era
una chica extremadamente delicada y guapa: las cejas claras resaltaban la
oscuridad de sus largas pestañas y la boca pequeña encajaba a la perfección con
la célebre descripción lírica de “labios de cereza”.
–Algunos de la clase son unos pesados, – dijo Li Xiang. –
pero no les hagas ni caso. Tú céntrate en estudiar. En cuanto hagas los
exámenes podrás irte de aquí. – El consuelo alentador del chaval despertó una
pequeña llama de esperanza en Chen Nian. – Y bueno… ¿Te apetece jugar a
bádminton? – Chen Nian sacudió la cabeza. – Ya jugaremos otro día. – Li Xiang
sonrió para restarle importancia a la situación y se marchó.
Chen Nian se giró y advirtió a Wei Cai penetrándola con
la mirada, o mejor dicho, mirando detrás de ella donde Li Xiang conversaba con
Zeng Hao.
Chen Nian se apartó a una esquina y empezó a saltar a la
comba. Tan concentrada estaba en el ejercicio que acabó en una esquina alejada
sin darse cuenta.
–Oye. – Escuchó la voz desabrida de un chico.
El chico de la camiseta blanca de la noche anterior
estaba en la puerta del instituto bajo el abrasador sol vespertino jugueteando
con el cigarrillo que tenía en la mano. Hoy también llevaba una camiseta
blanca, los pantalones del uniforme y la chaqueta atada en la cintura.
La tez pálida de Chen Nian había cobrado un sano color
rojizo y, tal vez a causa del ejercicio, tenía el corazón acelerado. Con una
capa de sudor en la punta de la nariz, retrocedió un par de pasos e
inconscientemente apretó los labios.
La verja del instituto era una muralla que separaba la
luz de la oscuridad y los increíblemente brillantes ojos del joven parecían
separar los dos reinos.
–¿Cuánto te quitaron?
–Se-… – Chen Nian cogió aire. – Setenta dólares.
El desconocido se rebuscó los bolsillos, se sacó dos
billetes de cincuenta y coló la mano entre los barrotes para ofrecérselos.
–No… – Chen Nian sacudió la cabeza.
El chico aguardó unos segundos a la espera de que ella
continuase la frase, pero viendo que no continuaba habló con un tono distante:
–No necesito el cambio.
Chen Nian cerró la boca impactada, tragándose las
palabras “no tengo cambio”. Aturdida, optó por sacudir la cabeza una vez más.
–¿Quieres el dinero o no? – Rio abruptamente el joven con
los ojos entrecerrados y el brazo colgando entre los barrotes de la verja.
Chen Nian hizo ademán de darse la vuelta para marchase,
cuando, de repente, vio al muchacho apartarse de la puerta, coger impulso y
saltar por encima de la verja ayudándose de las manos con facilidad. El chico
bajó la cabeza y se limpió el polvo de las manos.
Chen Nian sintió que se le iba a salir el corazón por la
boca, atónita sólo pudo quedársele mirando. El desconocido tenía la cara limpia
y clara, aunque tenía varios moratones. Se le acercó con una mirada fiera. Era
mucho más alto que ella y su presencia la abrumaba. Como Chen Nian apretaba las
manos negándose a aceptar el dinero, el desconocido le metió los billetes entre
los dedos, entonces, dio media vuelta y se marchó por donde había venido. Su
figura delgada evidenciaba su personalidad fría y audaz.
–¿Cómo te llamas? – El chico se volvió a girar con la
misma mirada indescifrable.
–Chen-… Chen Nian. – Vaciló ella.
Algo desconcertado, repitió:
–¿Chen Chen Nian? – Su acento sureño le aportaba
distinción al nombre, como si fuera el nombre de un buen vino.
Chen Nian guardó silencio esperando que él adivinase su
afirmación. El chico la estudió con la mirada, pero no se fue. En lugar de eso,
cogió un palo, se lo pasó y le ordenó:
–Escríbelo.
Chen Nian dibujó su nombre en la arena.
–Chen Nian. – Leyó en voz alta. – ¿Qué significa “Nian”?
¿Creencia, recuerdo, o diligencia?
–Sig-… – Chen Nian intentó explicarse, pero sólo le salió
una vocecilla. – Significa ser-… ser fiel a tu verdadero yo.
El joven la miró de soslayo comprendiendo al fin por qué
había dicho “Chen Chen Nian” la primera vez. Chen Nian sabía que el chico
acababa de descubrir su problema con el tartamudeo y esperó tranquilamente a
las burlas habituales, no obstante, el inexpresivo joven continuó sereno.
En ese momento se escucharon los gritos de sus compañeros
llamando a alguien, así que el chico volvió a saltar la verja como si nada y se
marchó sin mirar atrás.
Chen Nian salió de la sombra de la morera, observó a los
chicos armados con bates preparados para jugar un partido y ella decidió volver
a clase a estudiar un poco. Tal y como Li Xiang había dicho: todos sus
esfuerzos eran por un futuro mejor lejos de allí.
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