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abril 03, 2020


El sol vespertino ardía en su máximo esplendor. Chen Nian corrió a resguardarse a una acera a la sombra que conectaba la entrada trasera del instituto con el pabellón. Caminando se topó con Zeng Hao, la amiga de Hu Xiao De que le había pasado una notita en clase, y supo que la había estado esperando a propósito.
–¿Por qué no me contestaste? – Zeng Hao tenía los ojos hinchados.
Chen Nian simplemente sacudió la cabeza dejando claro que no tenía nada que decirle.
–A mí también me han interrogado varias veces por ser la mejor amiga de Xiao Die. – Zeng Hao apretó los puños. – Pero no tengo ni idea de lo qué pasó, no he podido ayudar en nada. – A cada palabra le caía una lágrima. – Estaba rara, era obvio. No quería hablar y parecía preocupada. No sé si es que estaba triste por estar perdiendo amigos, o no sé, pero no creo que eso le fuera a afectar tanto. Le pregunté qué le pasaba, pero me dijo que no era por eso, y al final…
Chen Nian estaba de pie impasible y se volvió para echarle un vistazo a la clase. La luz del sol danzaba sobre las hojas que crujían y se mecían por el viento.
–No me creo que Xiao Die… Pero me dijeron que Xiao Die estaba sola, que no había nadie. Hasta los guardias de seguridad tienen coartada. Si de verdad se suicidó… – Zeng Hao levantó la cabeza y miró a Chen Nian de repente. – Fuiste la última que la vio con vida, ¿no te dijo nada?
Chen Nian sacudió la cabeza en negación.
–Por favor, Chen Nian, di algo. – Le rogó Zeng Hao al borde del pánico.
–Nada. – Chen Nian abrió la boca lentamente rompiendo la breve pausa entre las chicas. – N-No nos… conocíamos. ¿C-Cómo… voy a saber… yo algo… qu-que tú… no?
–Es imposible que no dijera nada si de verdad se suicidó. – Insistió Zeng Hao.
–¿C-Como… qué? – Le espetó Chen Nian mirándola directamente a los ojos.
Zeng Hao se quedó aturdida. ¿Qué habría podido decir su amiga en sus últimos momentos?
–¿De verdad, Chen Nian? ¿De verdad no te dijo nada?
–Sí.
El tiempo te enseña a mentir convincentemente a lo largo de los años, es un talento que se perfecciona con la edad. Zeng Hao escudriñó a Chen Nian, pálida como una persona que habita en un invierno eterno y de ojos negros y serenos como las noches inclementes.
–Vale. – Zeng Hao se resignó, abatida.
Chen Nian tuvo el impulso de recordar a su decaída compañera que lo importante ahora mismo eran las pruebas de acceso y que le convenía alejarse de Li Xiang, pero al final se abstuvo.
–¿Fue Wei Cai? – Las dos chicas ya habían llegado a las escaleras una detrás de la otra, cuando Zeng Hao cogió a Chen Nian por el brazo. –  No creo que Xiao Die se suicidase por ella, ¡pero pensándolo bien es la única explicación posible! Dime, ¿fue su culpa?
Chen Nian se zafó de las garras desesperadas de Zeng Hao.

*         *        *        *        *

Chen Nian guardó tres cientos dólares en la mochila y se metió los otros cien en el bolsillo antes de salir del cajero cauta de su entorno. De camino a casa pasó por delante de la panadería del cruce de donde emanaba el delicioso aroma a pan recién horneado.
–¿No tienes billetes más pequeños? – Le preguntó el dueño con el ceño fruncido cuando la chiquilla le entregó un billete de cien dólares para pagar las dos hogazas de pan que pretendía cenar.
Chen Nian apretó los labios y sacudió la cabeza en negación. Molestó, el panadero rebuscó por la caja registradora, pero como no tenía suficiente cambio, tuvo que ir a por su propio monedero.
La adolescente contó el cambio: noventa y ocho con ochenta dólares. A continuación, empezó a comprobar que los billetes fueran reales: primero el de diez, después los dos de veinte, y por último el de cincuenta con el que tuvo que pasarse más rato por lo viejo que era.
–¿Qué haces tanto rato ahí parada? ¡ La próxima vez tráete un detector de billetes falsos, niña!
Los clientes de la cola se impacientaron y se burlaron de ella, hasta el dueño se sumó a insistir que se marchase.
–¡Deja de estorbar! La gente está esperando a que te largues.
Chen Nian, avergonzada, metió la bolsa de pan en la mochila de cualquier manera y se marchó sin terminar de verificar la autenticidad del billete. No obstante, tuvo un mal presentimiento y ya a unos metros de la tienda volvió a sacar el billete para comprobar que fuera real. En ese momento, reconoció a un grupo de pandilleros que caminaba en dirección contraria. El corazón le pegó un vuelco y rápidamente se metió el billete en el bolsillo.
–¡Oye, tú! ¡Para!
Justo cuando Chen Nian hizo ademán de hacer un rodeo para casa, los chicos la reconocieron y no le quedó más remedio que detenerse.
–Me he enterado de que eres tartamuda. – Se burló el líder bien alto. – Di-Dinos algo… Que-queremos escucharte… ha-… hablar.
El grupo entero soltó una risotada. Chen Nian bajó la cabeza; era como un gatito entre la espada y la pared – torpe, sin escapatoria.
Los pandilleros continuaron recochineándose un rato antes de ir al grano.
–¿Tienes pasta?  – Chen Nian sacudió la cabeza. – ¿De verdad?
–Sí.
–La última vez nos portamos bien contigo, más te vale no estar mintiéndonos.  – Chen Nian se mordió el labio por los nervios y sacudió la cabeza una vez más. – Como quieras.  Registradla.
Chen Nian echó a correr sin vacilar, pero la atraparon enseguida. Los transeúntes hicieron caso omiso a la escena, nadie se atrevía a ayudarla. La valentía es un atributo escaso.
El grupo de gamberros no tardaron en descubrir el billete de cincuenta en un bolsillo y los cuarenta y ocho con ochenta en el otro.
–¿Y esto? ¡Oye! – El líder esbozó una mueca maliciosa y levantó la mano para darle una buena bofetada, pero el golpe no llegó.
Chen Nian se armó de valor y se abalanzó sobre él con el fin de recuperar el dinero del mes.  Para sorpresa del líder, la joven se negó a perder el dinero y hasta le arañó la cara.
–¿Tienes más? ¿Eh? – Le preguntó furioso, levantándola por el cuello de la camisa.
–N-… No. – Respondió Chen Nian en un suspiró ahogado.
–¡Zorra mentirosa! – El líder le giró la cara un par de veces. – ¡Registradle la mochila! – Le ordenó a sus secuaces.
–¡N-…! ¡No tengo… más! ¡De verdad! – Chen Nian se resistió como pudo esperando que los pandilleros se tragasen sus mentiras, pero no fue así.
Los matones no la creyeron, le quitaron la mochila y desparramaron todo lo que llevaba dentro por el suelo. La desesperación abrumó a Chen Nian en cuanto vio el libro de química tocar el suelo dejando a la vista la esquina de uno de los billetes que había escondido en su interior.
–¡Un momento!  ¡Este es falso! – Gritó furioso uno de los chicos. – ¡El dinero es falso!
Los vándalos se pasaron el billete unos a otros hasta que todos determinaron que, en efecto, era un billete falso. Todos miraron a Chen Nian con el mismo sentimiento: esa zorra astuta les había tomado el pelo.
–¡¿Te crees que somos tontos?! – El líder alzó la mano amenazadoramente.
Chen Nian se cubrió la cabeza.
–Oye. – Se escuchó una nueva voz masculina.
Chen Nian osó atisbar por encima del brazo la escena extrañada de que no la estuvieran pegando. Fue entonces cuando volvió a descubrir al chico de la camiseta blanca bajo el fulgor de la puesta de sol y con un cigarrillo encendido en la mano. La adolescente estaba convencida de que la situación empeoraría, después de todo, tanto este desconocido como su madre habían sido víctimas de humillación e insulto a merced de este exacto grupo de pandilleros la noche anterior. No obstante, los gamberros tiraron la mochila al suelo y se prepararon para salir pitando.
–Devolvedle el dinero. – Ordenó el chico de camiseta blanca dando una calada a su cigarrillo y tirando la ceniza al suelo con un toquecito.
Insólitamente, el grupo de pandilleros tiraron el dinero encima de la mochila de Chen Nian y huyeron por patas. 
Chen Nian no entendía la situación, aunque tampoco estaba especialmente interesada. Estudiando al chico con la mirada advirtió en las heridas recientes con muy mala pinta que tenía sobre la ceja y en los brazos. Al principio creyó que era una víctima atormentada, pero al parecer, los pandilleros y este desconocido pertenecían a la misma calaña.
El chico de camiseta blanca no se movió de donde estaba sin intención alguna de ayudarla a recoger sus cosas. Chen Nian se agachó, recogió el dinero del suelo, limpió como pudo los libros, los volvió a meter en la mochila y se irguió con la mochila en la mano.
El joven caminó hasta situarse delante de ella haciéndole sombra con su altísimo cuerpo. Tal era su estatura que Chen Nian sólo alcanzaba a verle la mandíbula si no levantaba la cabeza, pero no pensaba devolverle la mirada; en lugar de eso, se encogió de hombros y manifestó claramente su empeño por marcharse a casa.
–Oye.
Chen Nian bajó la vista al suelo; era consciente que por lo menos debía agradecerle por haberla ayudado. El chico frunció el ceño, incapaz de soportar que la muchacha ignorase su presencia.
–Oye, tú, tartaja. – Chen Nian por fin le miró a la cara y él soltó un bufido. – Todavía quedan cosas por el suelo. – Señaló el billete de cincuenta dólares con un gesto de cabeza.
Chen Nian recogió el billete, lo examinó en busca de puntitos en Braille y, en unos instantes reconoció que era un trozo de papel completamente liso. Helada, se odió a sí misma por haber bajado la guardia y por haber sido demasiado orgullosa como para quedarse en la tienda.
–Falso. – Contestó.
Al desconocido se le cambió la cara.
–¿Me estás llamando falso? – rezongó el chico.
Chen Nian supo que la había malentendido y quiso explicarse, pero no le salían las palabras. Rápidamente, se sacó los dos billetes arrugados del bolsillo y se los puso delante de la cara. Con gestos le indicó que estos eran los que él le había dado aquella mañana.
–Tu… Di-dinero. – Intentó no tartamudear. – Verdadero.
El disgustó desapareció de la expresión del chico que, en cambio, le preguntó indiferente:
–¿De dónde has sacado el falso?
Chen Nian no contestó, sino que sacó treinta dólares de su monedero y se los dio.
–El… cambio. – Masculló.
El desconocido la observó durante unos segundos estrechando los ojos negros como el carbón. Volvía a sentirse molesto, pero al final, aceptó el dinero.
–Gracias. – Dijo Chen Nian roja como un tomate y otra vez con la vista al suelo.
El chico resopló, aunque Chen Nian no consiguió discernir si lo hacía por desdén, o burla. A lo lejos un grupo de gente llamaron a alguien y el chico de la camiseta blanca la dejó ahí para volver con los pandilleros – sus amigos.
Chen Nian se ató el pelo, se aferró a la bolsa de pan que acababa de comprar y se marchó en dirección contraria.

El dueño de la panadería estaba metiendo los carteles de las ofertas dentro del local cuando vio a Chen Nian acercarse.
–El cambio… Es… Es fa-falso. – Chen Nian le enseñó el billete de cincuenta.
–¿Cómo te atreves a venir a empezar rumores falsos en mi cara cuando ni siquiera sabes hablar como una persona? – Le espetó con una expresión extraña. – ¡Qué poca vida tienes! ¡Tan poca que te dedicas a inventarte mentiras por ahí! ¿Qué pruebas tienes de que ese billete es de aquí?
–Es-Es… que… lo es. – Chen Nian se ruborizó.
–¡Escúchame, niñata! – El panadero alzó la voz. – ¡Vaya educación tienes! Anda ya, ¿tú me ves cara de tonto?
–Ma-mala… conciencia. – Chen Nian le miró tranquilamente.
–¡Serás…! – El hombre alzó todavía más la voz cuando Chen Nian lo delató en público y hasta se burló de ella para humillarla. – Ma-mala… conciencia… ¿Cómo te atreves a hablar de ma-mala… conciencia cuando ni siquiera sabes hablar como una persona?
Algunos clientes se rieron sin mala intención, pero para Chen Nian sus risas estaban cargadas de malicia.
La mujer del panadero se acercó para aclarar la situación. Cuando se enteró de lo sucedido fulminó con la mirada a su esposo y se dirigió a Chen Nian.
–¿Estás segura de que el billete falso es de aquí, jovencita? Llevo muchísimos años trabajando en la panadería y nunca le he dado dinero falso a nadie. A lo mejor te has confundido.
–No. – Chen Nian estaba totalmente segura. – No… tú. – Chen Nian señaló al panadero. – Él.
–¿Por qué no paras de acusarme? – Al panadero se le cambió el semblante de manera exagerada y protestó. – ¿Qué pasa? ¡¿Te crees que no voy a hacer nada porque eres mujer o-…?!
–Tenemos un cartel que pone que no nos hacemos responsables del cambio en el momento en que se sale de la tienda. – La mujer interrumpió a su marido. – Si todo el mundo hiciera lo mismo que tú, me arruinaría; hasta los bancos se arruinarían si hicieran caso de cosas así.  – Dicho esto, la panadera volvió a la faena e ignoró a Chen Nian.
Los clientes de vez en cuando le echaban un vistazo curioso a la adolescente que estaba a un lado del mostrador, pero ninguno se molestó en preguntar.
–Voy a denunciar. – Chen Nian rompió su silencio al cabo de un rato.
–¿Por qué eres tan cabezona? – La esposa del panadero suspiró exasperada. – Ya te he dicho que no hemos sido nosotros. Somos una tienda de barrio, no queremos problemas.
Chen Nian se la miró sin mediar palabra.
–Venga, vale, hazlo. Corre, llama a la policía. – Contestó el panadero, furioso.
Dos agentes de policía llegaron un buen rato después e interrogaron a los dos bandos por separado. Los agentes creyeron a la joven, pero por desgracia, la falta de pruebas les impedía tomar acciones legales contra la pareja adulta.
–No la culpamos, sólo ha sido una equivocación. – Insistió la mujer.
–N-No me he… equivocado. – Afirmó la agraviada Chen Nian cuando vio a los agentes preparándose para irse. – Ha-Han… sido… ellos.
La panadera le echó un último vistazo antes de seguir a lo suyo y uno de los agentes se llevó a Chen Nian a un lado más íntimo y le confesó:
–Sólo podemos actuar si hay pruebas. – Suspiró impotente. – La próxima vez ten más cuidado, ¿vale, jovencita?
A Chen Nian se le enrojecieron los ojos. Si la policía no hubiese venido y dejado claro que no tenía solución, no se sentiría tan desolada. El mundo estaba lleno de gente mala, pero sin pruebas incriminatorias nadie podía denunciar sus fechorías. La desdichada Chen Nian había sido víctima de una canallada sin solución. Incapaz de resignarse a su destino, se quedó plantada delante de la tienda siendo ignorada tanto por los panaderos, como por los transeúntes. La sonrisa de oreja a oreja del panadero le dieron ganas de quemarle el local, dejándola helada. ¡Qué fácil era tener malas ideas hasta para aquellos de corazón tranquilo!
En ese preciso instante vio una camiseta blanca y una mano con un cigarrillo que le quitó el billete falso de las manos.
–Espérame en la acera.
Chen Nian alzó la cabeza. El chico poseía unos ojos extremadamente oscuros, cejas dobles y negras, una expresión serena y el ceño fruncido. Viendo que la joven no se movía, el desconocido le indicó con un gesto de barbilla que se fuera.
Chen Nian acató la orden y vio desde la acera como el chico entraba en la panadería y clavaba el cigarrillo en un pan dejando a los dueños del local atónitos. Entonces, él les tiraba el billete y decía algo inteligible que inspiró el suficiente miedo en los panaderos como para que cambiasen de color. No obstante, Chen Nian no prestó atención al cambio de actitud de la pareja, sino que se centró en la figura alta del chico. En cuestión de segundos el dueño de la tienda le entregó otro billete nuevo al chico y éste se reencontraba con ella.
–Dinero bueno.
–¿Qu-Qué… les has… dicho? – Preguntó Chen Nian.
El chico se limitó a sonreír taciturno dejando claro que no pensaba decírselo. Chen Nian se volvió para mirar a la panadería donde la mujer que la había ignorado ahora lloraba desconsolada en los brazos de su esposo.
–Son marido y mujer. – El chico siguió la dirección de la mirada de Chen Nian y afirmó con frialdad. – ¿Cómo no va a saber que su marido tiene dinero falso?
–Ya.
El chico alzó una ceja inquisitoriamente. Era tan alto que le tapaba la puesta de sol. Chen Nian bajó la cabeza y emprendió la marcha lentamente.
–Cincuenta dól-… dólares. – Preguntó mordiéndose el labio mientras caminaban lentamente. – ¿De… De verdad tenían… que… hacer esto?
–¿Te sorprende? La gente es así. Cuánto más vieja, a peor van.
Chen Nian sacudió la cabeza.
–Quiero…– Rebuscó el móvil por la mochila y buscó el número de Zeng Hao.
–¿Qué quieres?
–No… Quiero ser… mala pe-persona… cuando crezca… – Volvió a tartamudear, y sólo consiguió continuar con la frase después de muchos intentos fallidos. – No quiero… convertirme… en el tipo de… persona que… más odio… ahora.

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