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abril 03, 2020


El chico inclinó la cabeza para mirla y esbozó una sonrisa peculiar. Al bajar la vista reparó en el pan que Chen Nian llevaba en las manos.
–¿Quieres? – Le preguntó ella moviendo la bolsa.
El chico frunció el ceño sin molestarse en ocultar su menosprecio. La bolsa de papel estaba toda arrugada y la base estaba empapada de aceite y agua.
–Está frío. – Avergonzada, Chen Nian apartó la mano.
–¿Esa es tu cena? – Le preguntó de repente el chico después de andar un poco más.
El desconocido no notó el asentimiento de cabeza de Chen Nian, así que le preguntó otra cosa.
–¿Estás sorda?
–Sí. – Musitó Chen Nian percatándose de que el chico no la había visto afirmar su anterior pregunta.
El chico ralentizó sus pasos hasta detenerse por completo disgustado. Chen Nian, cuya respuesta anterior había sido demasiado ambigua como para achacarla a una de las dos preguntas, cayó en la cuenta de que él la había estado observando durante un buen rato, así que alzó la vista y le devolvió la mirada. Consciente de que no conseguiría que ella desarrollase más su respuesta con sólo mirarla, desistió y reanudó la marcha.
Chen Nian no intentó seguir el ritmo de él, simplemente, le siguió a su paso. Para cuando llegó al paso de peatones, el desconocido ya estaba a mitad y ella, que pretendía regresar a casa, se dispuso a continuar su propio camino. Aquella iba a ser su última interacción después de todo, lo mejor sería despedirse ya.
Cuando el chico alcanzó la mitad del paso de peatones se dio la vuelta para mirarla. La joven seguía plantada en la otra punta como un arbolito contemplándole. El uniforme blanco ondeaba al viento evidenciando su figura frágil y pálida.
Él entrecerró los ojos para poder ver a pesar de la luz de la puesta de sol. Chen Nian señaló con el dedo a su derecha haciéndole saber que su casa estaba en aquella dirección, a modo de respuesta, él movió el pulgar detrás de él ordenándole que le siguiera.
Chen Nian dejó caer los brazos, abrazó su chaqueta con ambas manos y continuó observándole a lo lejos. Los peatones y los coches pululaban a su alrededor bañados por la luz del sol, el chico había continuado su camino sin mirar atrás durante unos metros, pero cuando lo hizo vio que Chen Nian ya estaba corriendo por el paso de peatones. Divertido, esbozó una mueca, se metió las manos en los bolsillos y siguió andando hasta un restaurante pequeño. Allí, se sentó en una de las sillas de plástico de la terraza, sacó un cigarrillo y empezó a fumar a la espera de Chen Nian.
Él la miró cuando notó que había llegado y se había puesto a su lado. Era una chica de carita fina, pálida y llevaba el pelo recogido en una cola de la que se escapaban varios mechones que relucían como el oro a contraluz del sol; era como un caracol extremadamente lento en todo lo que hacía.  La saludó con la mano y le indicó que se sentase.
–¿Qué te apetece comer?
–Me-… Me da igual.
–Pues pide.
Chen Nian sacudió la cabeza y le devolvió el menú que consistía en una hoja de papel aceitosa. Él lo ojeó y pidió res platos con bastante indiferencia mientras que ella estudiaba sus alrededores. El sol estaba a punto de desaparecer, les rodeaba la cháchara de la multitud, el aire congestionado de la ciudad y el ruido de los coches.
–¿A qué curso vas? – El joven tiró el cigarrillo dentro del vaso de té.
Chen Nian se lo miró sin distinguir con éxito sus facciones a causa de la luz rojiza del sol y se limitó a levantar tres dedos.
–¿Tercero de primaria? – La chinchó él.
Chen Nian era consciente de que él estaba jugando, pero decidió explicarse.
–Terce-… Tercero de… Secundaria.
–Pareces más pequeña. – Él la estudió con la mirada como si pudiese ver a través de su ropa. – Estás desnutrida.
Chen Nian se ruborizó y se encogió todavía más de hombros.
–Dentro de poco tienes los exámenes finales. – El chico cambió de tema cuando percibió su vergüenza.
Chen Nian asintió.
–No eres muy habladora.
–Cuando… hablo, demás… se burlan.
El chico esperó pacientemente a que Chen Nian terminase la frase y, al acabar, respondió con un estoico: “oh”.
–¿Por qué se burlan de ti? – Volvió a la carga después de esperar unos instantes. – ¿Por ser tartaja?
A Chen Nian no le molestaba que el chico la llamase “tartaja”, sabía diferenciar el tono de su voz.
Al fin les sirvieron los platos y la botella de cerveza fría que había pedido él.
–¿Quieres? – Le ofreció a Chen Nian.
Ella lo rechazó y él no insistió. La pareja comió en silencio y, al acabar, el chico sacó la cartera para pagar. Chen Nian quiso sugerir que pagasen la cuenta a medias, pero en cuanto abrió la boca se percató de que no sabía cómo se llamaba.
–Eh…
Él la miró. Tenía los ojos negros y no ocultaban su firmeza.
–¿Me llamabas? – Preguntó alzando una ceja.
–¿C-… Cómo… te llamas?
–¿No lo sabes? – Volvió a penetrarla con la mirada.
Chen Nian no comprendía por qué el chico había asumido que sabía cómo se llamaba.
–Tienes que haber oído a mis amigos llamándome. – Afirmó con frialdad. – Dos veces: en el instituto y en la calle.
El chico la observó durante un buen rato, entonces, se levantó lentamente del asiento sin dejar de fulminarla con la mirada durante unos segundos antes de apartar la vista, patear la silla con el ceño fruncido y echar a andar.
Chen Nian le siguió y ambos anduvieron en silencio – él iba haciendo eses y ella le seguía obedientemente. De vez en cuando, el chico se daba la vuelta para echarle un vistazo como para comprobar que ella siguiese ahí.
La muchacha era tan lenta que él se veía obligado a esperarla cada pocos pasos, en uno de estos momentos, el desconocido escupió el chicle, lo envolvió con el plástico y lo tiró hacia Chen Nian que, pasmada, se quedó de piedra. No obstante y contrario a lo que pensaba, el chicle le pasó de largo y aterrizó en una papelera que había detrás de ella.
Finalmente llegaron al callejón que había cerca de su casa, el cielo ya había oscurecido y era hora de despedirse.
–¿Tienes miedo? – Le preguntó el chico mirando el callejón.
Chen Nian alzó la vista para mirarle, su ceño fruncido traicionó su intención de negarlo.
–Vamos.
El chico se metió las manos en los bolsillos y continuó caminando. No tardó mucho en oír los pasitos de la chica que le seguía y aquello le hizo sonreír. Se rebuscó los bolsillos hasta encontrar una chuchería y se la ofreció a Chen Nian que la rechazó, así que la devolvió a donde había estado hasta ahora.
Ya en la puerta de la casa de Chen Nian, un bloque de pisos de mala muerte, él se llevó un cigarrillo a la boca, se dio la vuelta e hizo ademán de marcharse. Chen Nian apenas había puesto un pie en la escalera cuando le escuchó hablar:
–Bei Ye.
La joven rotó sobre sí misma acompañada de la cola como si fuera un montón de algodón negro. Al chico se le cayó el cigarrillo de la boca sorprendido por la escena.
–Me llamo Bei Ye. – Continuó. – Recuérdalo.
A continuación, se acercó a Chen Nian hasta colocarse como un imponente muro ante ella; Chen Nian alzó la vista e inconscientemente retrocedió un par de pasos hasta tocar la escalera. Sin lugar donde huir, se puso de cuchillas y se abrazó las rodillas con las manos.
–Dilo. – Bei Ye se inclinó asegurándose de que sus ojos estaban al mismo nivel que los de ella.
–¿E-El… qué?
–Mi nombre.
–Bei… Bei Ye… – Articuló sin apartar la vista del rostro de él bajo la tenue luz de la luna.
Él sacudió la cabeza suavemente y ella entendió el motivo. Se frotó las manos, se concentró e intentó decirlo bien.
–Bei… – Pero fue en vano. – …Ye…
–Repite después de mí. – Dijo. – Bei.
–…Bei.
–Ye.
–…Ye.
–Bei Ye.
Chen Nian se quedó mirando el par de ojos negros que relucían como uvas bajo la luna. Él no se impacientó, se limitó a guiarla tranquilamente como si estuviese enseñándole a un bebé a hablar.
–Bei.
–Bei.
–Ye.
–Ye.
–Bei Ye.
Chen Nian practicó mentalmente varias veces antes de separar los labios, sin embargo, no logró que su garganta cediese ni un solo sonido. Él no protestó, simplemente la continuó mirando. Era incierto si esperaba o la invitaba a intentarlo de nuevo.
–Bei, Ye. – A Chen Nian le temblaron los labios. Bei Ye siguió mirándola inexpresivamente. – Bei Ye. – Consiguió suspirar.
–Bien, ahora repítelo diez veces. – Le ordenó a la perpleja Chen Nian. – Venga.
–Bei Ye. – Chen Nian empezó con cuidado. – Bei Ye, Bei Ye, Bei Ye, Bei Ye… – Habló con suavidad.
Cerró la boca, fijó la mirada en la suya permitiendo que la brisa les rodease. Bei Ye le puso un cigarrillo detrás de la oreja acariciándole sin querer la oreja.
–Continua.
–Bei Ye. – Chen Nian abrió la boca una vez más sintiendo el calor irradiando del lugar donde la había tocado. – Bei Ye… – Repitió más lentamente.
Bei Ye la escuchó con atención y lo que parecía una sonrisa en los labios. Se sacó el caramelo que le había ofrecido antes del bolsillo y se lo metió en la boca.
–…Bei Ye… Bei Ye… Bei Ye… – Ella seguía repitiendo su nombre.
Al terminar las diez veces, le miró.
–Ya está.
–Sólo lo has dicho nueve veces, tartaja. – Le tomó el rostro entre sus manos.
–Diez… Diez veces. – A Chen Nian le pegó un vuelco el corazón.
–Te falta una.
–No…
–Sí.
Chen Nian quería acabar con esto cuanto antes, así que resignó a repetirlo una última vez.
–Bei-…
De repente, Bei Ye apoyó una rodilla en el suelo, le sujetó el mentón para obligarla a mirarle, bajó la cabeza y le mordió suavemente los labios. A diferencia de la última vez, esta vez le invadió la boca con la lengua trayendo consigo el sabor agridulce del caramelo de mandarina. Ruborizada, perdió la capacidad de respirar y se estremeció.
–Se me ha ocurrido que como has dicho mi nombre tan bien tenía que darte un premio. – Dijo él antes de levantarse.
Chen Nian, con el caramelo de mandarina en la boca, no sabía donde meterse.

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