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abril 04, 2020


Dos días después de volver a clase de las vacaciones de navidad, Feng Fei le solicitó una excedencia a Ni Mei Lin tras explicarle la irremediable situación a la que se enfrentaba. La tutora lo aprobó sin pensárselo dos veces y el adolescente, antes de marcharse, aprovechó para sacarle una foto con el móvil a Hai Xiu, que seguía en clase.
La ausencia de Feng Fei ayudó a Hai Xiu a comprender lo que significaba que los días podían ser eternos.  El chico tardó en acostumbrarse a que nadie se tumbase en el pupitre a dormir o a copiar sus deberes – una costumbre que no ayudaba en nada al futuro académico. Al principio, cuando los adolescentes no se conocían del todo bien; Hai Xiu solía leerle en voz baja al oído hasta que con el tiempo se familiarizó con la personalidad desenfadada de Feng Fei y pasó a darle codazos o pellizcarle con suavidad hasta que el otro decidiera sentarse con el ceño fruncido a escucharle leer. Sin embargo, a veces Feng Fei se rehusaba a atender a razones, y si Hai Xiu no adivinaba que no era un buen día para molestarle, le empujaba, lo colocaba para poderle usar de almohada y se veía forzado a aguantar a su compañero durmiendo encima de él mientras intentaba estudiar.  En una ocasión Feng Fei había osado comportarse de esta manera bajo la atenta vigilancia del profesor de matemáticas. Hai Xiu, en pánico, se había resistido en vano con todas sus fuerzas… o lo intentó hasta que Feng Fei se hartó y le mordió el brazo.  Ahora no tenía que estar vigilando constantemente a Feng Fei, pero le costaba concentrarse muchísimo más: cada vez que estudiaba se descubría mirando el pupitre vacío constantemente; ahora no tenía a nadie que se quedase en clase adrede a la hora del recreo y le sorprendiese con toda una sarta de aperitivos que le había preparado; ahora no tenía a nadie que le hiciera compañía o le hablase.
Hai Xiu limpió la pizarra, recogió el estrado y se lavó las manos antes de volver a su asiento a reflexionar. ¿Cómo puede ser que hubiese tardado un año entero en darse cuenta de que no estaba hecho para estar solo?  Aunque todavía tartamudeaba de vez en cuando, a estas alturas era capaz de relacionarse con sus compañeros, hablarles y entablar conversación sin mucho problema. Ahora el resto del grupo le consideraba uno más y como mucho bromeaban sobre lo tímido que era.
Hai Xiu contempló el pupitre vacío de Feng Fei y pensó en que era un ángel – Un ángel travieso que a veces se ponía de muy mal humor y se peleaba. La noche de lo ocurrido en las aguas termales de Mujia, Feng Fei tuvo que confesar que había enloquecido y había arrinconado al pervertido para darle una buena paliza. En realidad, nunca fue su intención admitir sus fechorías, pero de la fuerza del puñetazo que le había pegado en la cara a ese hijo de puta se había acabado haciendo daño a sí mismo y la herida del puño era demasiado seria como para fingir que era un “rasguño de cuando había estado jugando por ahí”. Tras escuchar toda la historia, el conmovido Hai Xiu medicina.
Aprovechando que la clase estaba vacía, Hai Xiu sacó el frasco de medicina que guardaba en el cajón, sacó dos pastillas de colágeno, se las metió en la boca y se las tragó con un poco de agua. Entonces, suspiró orgulloso de ser capaz de ocultar con tanta maestría su enfermedad. Sinceramente, a veces se sentía culpable por no ser lo suficientemente abierto con Feng Fei que jamás le ocultaría nada, no obstante, no quería que su pareja se enterase que estaba saliendo con alguien con un problema mental. El adolescente desestimó la idea que de Feng Fei fuera a odiarle si lo descubría convenciéndose de que ahora que había mejorado tanto sería un secreto que se llevaría a la tumba.  
Después de volver a guardar la medicina, el joven se dedicó a ordenar la montonera de papeles del escritorio de Feng Fei y dejárselos dentro de una carpeta. A continuación, se levantó y fue a rellenar la botella de agua para hacer tiempo – tan sólo habían transcurrido diez minutos desde que había empezado el recreo. Era insólito. Cuando tenía a Feng Fei con él el recreo se le pasaba volando, apenas lograba intercambiar un par de palabras que todos sus compañeros volvían a clase, pero aquel día… ¡Sólo habían pasado diez minutos y ya había hecho muchísimas cosas!
Una vez más, volvió a quedarse embobado mirando el asiento vacío de Feng Fei. Cada mes se cambiaban de sitio – quien se sentase a la derecha, pasaba a la izquierda y viceversa –, pero Feng Fei se negaba por muy harto que Hai Xiu estuviese de tener que estar pidiendo permiso para salir cada vez que quisiera moverse. Recordó como al principio de todo no se atrevía a dirigirse a Feng Fei y sólo se movía si tenía suerte de que él se levantase del asiento durante el descanso. Con el tiempo aprendió la lección y comprendió que, generalmente, si se lo pedía Feng Fei se apartaba encantado para dejarle pasar – generalmente. Ocasionalmente el grandullón le chinchaba inclinándose o mirándole fijamente con una sonrisa picarona en los labios sin moverse entre otros; una vez se dedicó a molestarle para que lo llamase “maridito mío” hasta que a Hai Xiu se le agotó la paciencia y se escurrió por detrás lo suficientemente rápido para que el otro no pudiese atraparle a tiempo. Feng Fei no salió corriendo a perseguirle temeroso de que Hai Xiu entrase en pánico y se hiciera daño, en lugar de eso, consiguió arrinconarle en un compartimento del baño, cerró con pestillo y lo colmó de besos despiadadamente. ¡Ah, qué vergüenza!
Hai Xiu suspiró. Feng Fei solo llevaba un día fuera y no paraba de pensar en él. ¿Cómo podía pasar el tiempo tan lento…? Sospechó que sus compañeros ya habían empezado educación física y determinó que el reloj de la clase debía ir mal. Así pues, sacó el móvil y para su grata sorpresa se encontró con un mensaje de Feng Fei: era una selfie bajo el cielo azul despejado con la captura de “acabo de bajar del avión. Te echo de menos”. HAI Xiu apretujó el móvil encantado, regocijándose. Quiso corresponderle con una foto, pero le dio demasiado vergüenza y, al final, terminó enviándole una de los papeles asegurándole de que se los organizaría y que esperaría a su regreso pacientemente. En cuanto lo envío, recibió una llamada.
–¿Hola? – Susurró escondido debajo del pupitre.
–Cariño. – Feng Fei esbozó una mueca en cuanto escuchó la voz de Hai Xiu. – ¿Me echas de menos?
Hai Xiu asintió bruscamente, pero al percatarse de que su novio no le veía, respondió:
–Sí.
–¿Cuánto? – Preguntó Feng Fei entre risitas.
Había tantas cosas que Hai Xiu quería contarle, pero no encontró las palabras.
–¿No… te da miedo que te oigan? – Cambió de tema con una sonrisa.
–No pasa nada, no hay nadie. – Contestó Feng Fei para tranquilizarle. – ¿Mi suegra está en casa?
–No, – Hai Xiu sacudió la cabeza. – es uno de los momentos más fuertes del año, no sale de la empresa.
–Pues esta noche quédate en mi casa. – Hizo una breve pausa antes de advertirle. – No me mientras; en cuanto llegue llamaré a la de la limpieza para preguntarle si has ido o no. Si me dice que no, te las verás conmigo cuando llegue.
–S-Sí… – Conmovido, a Hai Xiu todavía le entraron más ganas de verle. – De verdad que voy a ir.
–¿Me echas de menos de verdad? ¿Eh? – Le susurró con un tono dulzón.
A Hai Xiu le encantaba cuando le susurraba palabras de amor al oído.
–Sí, muchísimo. – Admitió con las orejas coloradas.
–Yo también a ti. Ya es casi la hora de la próxima clase.
–Sí. – Musitó Hai Xiu en voz baja. – Volverán a clase en nada.
–Cuelga tú. – Dijo Feng Fei. – Luego te llamo.
Hai Xiu asintió, pero vaciló en colgar y, al final, Feng Fei fue quien acabó haciéndolo. Antes de que el profesor volviese al aula se apresuró a ponerse de fondo de pantalla la selfie que le había enviado.

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