Capítulo 0: Prólogo

diciembre 14, 2017

Cumplió los doce años un caluroso día de verano. Todo el mundo de Lucia se vino abajo. Todo cayó en picado cuando su madre falleció y ella tuvo que entrar a palacio.
–¿Estaba soñando…? ¿O estoy soñando?
Lucia se sentó en trance murmurando. Acaba de tener un sueño muy largo. Era como si hubiese vuelto al pasado, o tal vez, era un sueño precognitivo. Dentro de ese sueño experimentaba su futuro. No era una vida tranquila: la mayoría de sus días estaban tintados de sufrimiento y lágrimas, pero en ocasiones, era feliz y estaba alegre. Había continuado viviendo aferrándose a un diminuto rayo de esperanza plateado.
–Madre…
No tenía ni idea que su madre tenía sangre noble. En vida no se lo había dejado adivinar en ningún momento. Cuando Lucia cumplió los veinticinco dentro del sueño, se encontró con el hermano de su madre y descubrió la verdad. Su madre, Amanda, era la hija menor del duque Baden. Los nobles Baden habían sido margraves influyentes, es decir, condes de un territorio fronterizo. Sin embargo, en aquel entonces sólo eran nombres por nombre y no vigilaban ni un agujero. La voluntad de los Baden estaba bien arraigada, pero su nombre había sido olvidado por la mayoría de la población e ignoraban cuánto tiempo podrían continuar manteniendo su nobleza.
Amanda huyó de noche llevándose consigo un colgante que había pasado de generación en generación oculto de las habitaciones vacías de la casa antigua de la frontera.
El tío de Lucia afirmó con amargura que deberían haber ido a capturar a Amanda cuando se escapó. Nunca hubiese imaginado que esa sería la última vez que la vería. Era una muchacha necia, y había sido necio pensar que iba a regresar. Un mes después, intentaron perseguirla, pero ya era demasiado tarde: su tío no tenía medios para encontrarla. Había huido a la Capital y eso lo hacía imposible. Ni siquiera Lucia recordaba cómo habían sobrevivido los duros momentos de la Capital. Sin embargo, aunque Amanda no se casó, dio a luz a la hija de un rey. Cuando Lucia nació, se reveló la verdad a la familia real, pero Amanda escogió hacer algo que nadie habría hecho: esconder su ascendencia noble y vivir como plebeya con Lucia.
La madre de Lucia era una aristócrata, la hija de la noble familia Baden. Además, Lucia estaba relacionada por sangre al rey. Lucia nunca supo la verdad y pasó su infancia pensando que Amanda era una plebeya.
Su madre fue una mujer muy hermosa, las gentes del pueblo eran muy amables y ella siempre jugó con los otros niños en el bosque y el río. Parecía como si todo esto fuera ayer, pero era un recuerdo lejano y ahora no podía hacer otra cosa que llorar. Sus momentos más felices pertenecían a esos días.
Todo el sufrimiento llegó de repente. Amanda enfermó por una epidemia que se extendió por la ciudad. En los recuerdos de Lucia, su madre era una mujer pequeña y delgada, diferente a las mujeronas fuertes de la ciudad. Se había criado en una familia noble y jamás había experimentado adversidades. Criar a Lucia como madre soltera se había desfogado en su cuerpo hasta que se convirtió en un desastre.
Su madre pareció saber que iba a morir pronto. Pocos días antes de su muerte, Lucia tuvo que enviar un mensaje de su parte. Seguramente era una carta dirigida a la casa real. Lucia comprendió la decisión de su madre. La buena mujer hizo todo lo que pudo hasta respirar su último aliento.
La vida de una huérfana sólo podía caer a las entrañas del infierno. Si Lucia no hubiese entrado jamás en aquel lugar, se habría tenido que convertir en una prostituta y vender su cuerpo el resto de su vida.
Unos días después de que Amanda falleciese, un soldado llevó a Lucia al palacio real. La familia real era dueña de un objeto mágico que confirmaba los antepasados de cualquiera que quisieran, era el tesoro real y, de vez en cuando, también había otros nobles que lo usaban.
Aunque les inundasen los bastardos, con ese objeto mágico no habría ningún conflicto en cuanto a relación sanguínea.
El rey confirmó el rostro de su hija haciendo uso del artefacto mágico y le otorgó un nombre: esa sería la primera y última vez que ella se encontraría con su “padre”.
–Vivian Hesse.
Ese sería el nuevo nombre de Lucia. Nadie se molestó en preguntarle el que ya tenía. Todo fue decidido por ellos. Había perdido a su madre, la habían arrastrado al palacio real por la fuerza y le habían proporcionado con toda generosidad un palacio ruinoso alejado de todo el mundo.
Después de llorar toda la noche, se levantó temprano y se dio cuenta que todo había cambiado: ella misma y su entorno. Se sentó abrazándose las rodillas y reflexionó sobre su futuro.
A pesar de haberse convertido en una princesa de la noche a la mañana, nada había mejorado en su vida. El desenfrenado rey esparció sus semillas por todo el palacio. Un nuevo príncipe o princesa no era suficiente como para convertirse en el tema de conversación de palacio.
Lucia era la décimo sexta princesa. Se enteró mucho tiempo después de empezar a residir en el castillo. Calculó la cantidad de niños que había aprobado el rey y descubrió que era la décimo sexta. Ella tenía unos antecedentes oscuros y era fruto de una aventura de una noche del rey, además, era una princesa real que había crecido entre plebeyos.
–Aunque conociese mi futuro… –Lucia suspiró pesadamente.
Sólo sabía cómo iba a desarrollarse su futuro. Su futuro empezaba en las tierras fronterizas y terminaba aquí hasta su amargo desenlace. No había ganado nada útil de su sueño. No tenía forma de mezclarse con la alta aristocracia por lo que, aunque conociese su futuro, era fútil.
Después de entrar a palacio, Lucia no había sido nada especial. Había vivido una vida tranquila sin tener que preocuparse de morir de hambre. Nadie se molestaba en mostrar interés en ella, pero, precisamente por eso, nadie la molestaba tampoco. Cada día era igual que el resto. Cuando Lucia cumplió los diecinueve su vida volvió a cambiar.
Cuando Lucia cumplió los diecinueve su padre, el rey Hesse octavo de la nación: falleció. Sólo le había visto una vez, así que no sintió nada al enterarse de las noticias de su muerte. Creía que su muerte no afectaría a su vida de ninguna manera. Sin embargo, Hesse el noveno, el sucesor, expidió un nuevo presupuesto para la casa real. Había decidido acabar con las consecuencias de la vida desinhibida del anterior monarca: Hesse el noveno empezó un proyecto para sacar a todos sus medio hermanos de palacio.
Cuando Lucia cumplió los veinte sólo quedaban seis princesas del antiguo rey. Lucia no tenía parientes. Se había pasado la vida escondida en aquel alejado palacio sin tener contacto con el mundo exterior. Nadie se prestaba voluntario para tomarla bajo su ala. Casarla no beneficiaría a nadie.
Hesse el noveno subastó a Lucia, que no era nada más que un peso muerto para el castillo. Lucia, a sus veinte años, sería subastada a la persona que ofreciese la dote más alta.
El nuevo marido de Lucia era el conde Martin, veinte años más mayor que ella y divorciado dos veces. Tenía tres hijos y el mayor era de la edad de Lucia. Sus cinco años juntos fue el período más horrible para ella. Económicamente, Lucia estaba mejor que en su castillo alejado, pero aquello la destruyó mentalmente. El conde era un pervertido viejo, gordo y discapacitado que se dedicaba a satisfacer sus deseos carnales con ella.
–¡No quiero! – El cuerpo de Lucia tembló. No quería volver a experimentar aquello otra vez. Más bien dicho, no quería vivir ese futuro. No quería casarse con ese bastardo nunca más, aunque eso significase tener que morir. – Debo cambiar mi futuro. ¡Cambiaré mi futuro sin importar qué!
El futuro que vio en su sueño ya estaba cambiando. Lucia mostró síntomas de autismo en sus primeros meses en la casa real. La muerte de su madre, la identidad de su padre y que la echasen del palacio sin una pizca de afecta fue demasiado que soportar para la niña.
Nadie se preocupaba por ella, que se había apartado del mundo exterior. Al principio, los médicos y las criadas le hacían visitas para asegurarse de que no muriese de hambre.
Su entorno desinteresado fue como un cataclismo para Lucia, que lentamente había conseguido recuperar la claridad, pero, esta vez, fue diferente. Lucia no experimentó ningún signo de autismo. No tuvo ningún gran sueño que le cambiase la vida. Sólo deseaba una cosa: simplemente quería la libertad de poder vivir como ella quisiera.
–Puedo hacerlo. Puedo cambiarlo.
No sabía cómo hacerlo. No podía hacer nada como princesa de doce años que era, pero no cayó en la desesperación.
–Todavía tengo mucho tiempo.

Sin embargo, el tiempo continuó pasando fríamente y antes de que se pudiera dar cuenta, Lucia cumplió los dieciocho.

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