Capítulo 3

febrero 12, 2017

-No quiero que lo olvides.
Esas palabras me perseguían a veces. Ya había pasado más de un año desde que le escuché murmurar eso, pero no podía olvidarle en lo más mínimo, seguramente porque sus palabras me hechizaron. Quería olvidar ese recuerdo. Cuando cerraba los ojos su imagen se apoderaba de mí: sus labios húmedos, esos brillantes ojos negros, aquellos largos dedos finos y esa garganta blanca. Pero no sólo podía ver su rostro. Seguía sintiendo su pene erecto penetrándome y continuaba sintiendo sus dedos, manos y piernas alrededor de mi cuerpo. Recordaba esos finos dedos estrechando y apretando mis manos, esos labios rojos cubriendo los míos, el sudor de nuestros cuerpos mezclándose; me daba un placer abrumador. Ese hombre que me había violado durante tantos días. Ese hombre que le había enseñado a mi cuerpo un placer que ni siquiera sabía que existía. Cuando recordaba a ese hombre, el éxtasis que me había dado me recorría todo el cuerpo sin saber por qué, un sentimiento de culpa me asaltaba. Ese sentimiento de culpa… ¿Por qué me sentía culpable? ¿Tal vez me sentía culpable por Dios que prohíbe el adulterio entre dos hombres? Por suerte, era ateo. Además, no es que hubiese querido cometer adulterio con él.
-No quiero que lo olvides.
Quería olvidarlo. ¡Quería olvidar ese recuerdo! Si pudiese borrar el recuerdo de todos aquellos días en los que había abusado de mí, yo podría vivir una vida tranquila. Quería olvidar ese recuerdo.
-¿Quieres olvidar?-Me susurraban los labios rojos. Quería olvidarlo.-Así que has decidido olvídate, ¿mmm?-Volvieron a susurrar los labios rojos, observándome mientras yo sacudía la cabeza.- ¿De veras?-Quería olvidar. Iba a contestar pero los labios rojos cubrieron los míos.-No quieres hacerlo.
Quería olvidar, creo que quería olvidarlo. Luchando mientras sus delgados brazos me sujetaban las piernas y los brazos, y mientras su imagen me violaba, ese era el único sentimiento en mi corazón.
-No quiero que lo olvides.
Eso permanecía en mis oídos, su hechizo y sus ojos negros capturándome.


                  *         *        *        *        *

La oficina aceptó mi justificante, que afirmaba que no me había encontrado bien, con facilidad. Parecía que mi jefe estaba preocupado por verme comportarme de forma extraña desde que había vuelto. 
-No te preocupes. Tómatelo con calma.-Me dijo dándome una palmadita en el hombro. Pero no había garantía de que pudiese “tomármelo con calma”. Había rumor circulando sobre que nadie recuperaba su trabajo después de pillarse una baja de medio año. Ser un ingeniero era una profesión seria, una de la que difícilmente podías dimitir, así que dudaba si podría conseguir otro trabajo con la experiencia que tenía. Sin embargo, estaba en mi límite y no creía poder continuar con mi vida diaria, por lo que no tenía alternativa. Ir a trabajar era muy duro. Trabajar en la oficina lo era todavía más. Cuando trabajaba con mi ordenador, me deprimía más y más. El mero pensamiento de que tendría que hacer eso día tras días, me hundía en una terrible depresión. De alguna forma, conseguía seguir adelante, pero en el trabajo mi mente estaba en un laberinto y trabajaba con tan poco eficiencia que era terrorífico. Cuando descubrí que todo el mundo estaba descontento conmigo, sólo incentivo mi depresión, hasta que por fin, no podía enfrentarme a ese círculo vicioso. 
-Creo que lo mejor será que busques ayuda médica.-Dijo mi jefe acercándome una hoja de papel.
Bajé la vista, preguntándome qué era, para encontrarme el nombre las palabras: “Departamento de Psicoterapia” del enorme hospital Kanagawa.
-Creía que no sería necesario, pero nuestra clínica local lo recomendó con mucho ahínco. Si quieres, el departamento te puede dar una carta de recomendación. ¿Por qué no lo intentas? ¿Eh?
Tal vez a mi jefe le costaba decirme esto, pues apartó la vista y me acercó el papel.
-No te estoy obligando, pero en vez de cargar con todo tú solo, creo que si un doctor te ayuda te recuperarás más rápido.-Dijo, de pie, y me dio otra palmadita en el hombro.-Aguanta.
-Vale.-Dije. 
Psicoterapia, ¿eh? Aunque me había dado cuenta de que estaba “deprimido”, no creía haber alcanzado el estado en el que se necesita ayuda médica, pero seguramente mi jefe tenía razón. Pensé en pasarme al menos una vez para ver qué tenía que decir el doctor sobre mí en vez de saltarme el trabajo sin sentido. 
Raramente pensaba en cosas positivas. Quizás pensaba de esa forma porque sabía que a partir del día siguiente no volvería a tener que ir a trabajar. Haría lo que me había dicho mi jefe y conseguiría esa carta de recomendación de la clínica. Seguramente, no volvería a esa oficina nunca más. No es como que hubiese estado rezando para que ocurriese este suceso, era sólo que me despidieran era algo inevitable. Me fui de la compañía en la que había estado trabajando durante tres años, seguramente, para no volver jamás.


                  *         *        *        *        *

Después de eso, pasé dos o tres días sin hacer nada. Era la estación de los pétalos de cerezo, y durante todo el día, hice el vago mirando por la ventana ausentemente como los pétalos revoloteaban por el viento. Pero en el tercer día, me cansé de no hacer nada. Me asustó la posibilidad de pasarme los seis meses sin trabajo de esta forma, así que finalmente, moví mis pesadas piernas y fui al hospital Chigasaki a por la carta de recomendación. Aunque llegué muy temprano, el hospital estaba bastante lleno. Hasta el departamento de psicoterapia estaba a tope. Por fin, llegó mi turno, pero ya era casi la tarde, y era el último cliente de la mañana. Se suponía que todos los que estaban sentados en el sofá del pasillo necesitaban ayuda de un psiquiatra como yo, pero ninguno parecía necesitarla. 
Cuando por fin me tocaba a mí, estaba exhausto de haber estado esperando en ese pasillo durante tres horas. Aunque tenía que ir a ver al doctor, mientras me acercaba a la puerta pensé: “¿De verdad tengo que hacer esto?”. Cuando llegué a la puerta, llamé y la abrí. 
-Adelante.
Escuché una voz tranquila desde el otro lado de la puerta. En ese momento, de repente, tuve un déjà vu pero no sabía con qué sentimiento asociarlo.
-Perdone…
Hice una reverencia, pensando: “tal vez es divertido decirle ‘perdone’ a un doctor”. Cuando alcé la vista y miré dentro de la sala yo…
-Ah…-Estaba tan sorprendido que me quedé en el sitio.
-¿Cómo le puedo ayudar?
Iluminada por la deslumbrante luz del sol que caía desde la ventana estaba la hermosa cara que no había podido olvidar desde aquel día.
-Por favor, siéntese. 
Aquellos ojos negros se alargaron al sonreír. Aquellos labios finos, aquella hermosa peca al lado de la boca…
-Ah…
Como afásico, no conseguí que ninguna palabra se escapase de mi garganta. La imagen que me había perseguid e invadido mi cabeza durante un año estaba ahí. No le había olvidado ni un solo día desde entonces – a este hombre que se hacía llamar Suzuki. Este hombre estrechó su mano derecha hacia mí.
-¿Cómo le puedo ayudar?
Sin lugar a dudas, era él. Ese rostro de buenos rasgos, esa hermosa voz grave aunque melódica, y ese aroma a colonia de su cuerpo. Todas esas cosas demostraron que era él, pero, ¿por qué pretendía no conocerme?
-Está pálido… ¿Se siente mareado?
Cuando me puso la mano en la frente me sentí desfallecer. Caí entre sus fuertes brazos y la última cosa que vi antes de perder el conocimiento fueron esos rojos labios finos curvados en una ligera sonrisa.


                  *         *        *        *        *

¿Cuánto tiempo había pasado? Cuando abrí los ojos me sorprendí al ver un techo desconocido. Por fin, noté y me volví a sorprender al encontrar que estaba en una cama de hospital, cubierto por una sábana blanca. Me sentía mareado porque me acababa de despertar. De algún modo, tenía la corazonada de que estaba en la oficina de un doctor. Me pregunté por qué estaba allí descansando, me senté y me asombré al ver la espaciosa habitación que no reconocía. Ahora ya estaba completamente despierto. Sí, eso es, había ido al hospital y después… Mientras miraba la habitación en la que estaba, me recordó a la zona de pacientes. Encima de eso, era una habitación individual.


La puesta del sol más allá de la ventana lo teñía todo de rojo. ¿Cuánto tiempo había estado desmayado? Pero cuando busqué el reloj, vi que no había ninguno en la sala por lo que me miré la muñeca y noté que tampoco llevaba mi reloj de pulsera. Estaba en una habitación sin nada, ni siquiera un reloj. No sabía por qué estaba en ese lugar desconocido. Recordé aquellos brazos que me cogieron en la habitación de la villa.
La palma fría que me había tocado la frente era, sin lugar a dudas, suya. ¿Por qué estaba ahí? ¿Por qué volvía a aparecer ante mí? De repente, alguien llamó a la puerta, sorprendiéndome. Temblé mientras miraba cómo se abría la puerta.
-Oh, está despierto.
Ahí de pie, había una enfermera mayor. En su mano había un medidor de presión sanguínea. 
-Permítame tomarle la presión sanguínea, por favor.
Rápidamente, avanzó hasta mí, me ordenó que me tumbase en la cama y empezó a mirar mi presión sanguínea.
-Eh…
¿Qué demonios había pasado? Iba a preguntárselo pero…
-Estese callado un momento, por favor.-Me silenció mientras miraba al aparato con una expresión seria. Comprobó el último número que aparecía en la pantalla.
-Vale. Parece estar bien.-Dijo, sonriendo. 
-Mmm…
No sabía qué estaba pasando. Ella, al ver mi expresión aturdida, asintió comprendiéndome. 
-Durante el examen médico, de repente, se desmayó. Por alguna razón, el departamento de emergencias tiene mucho trabajo y todas las camas están ocupadas, así que le trajimos a esta habitación vacía para poder descansar… ¿Cómo se encuentra?
Habló lentamente como si se estuviese dirigiendo a un niño, echándome un vistazo. 
-Estoy bien.
La enfermera estaba siendo demasiado considerada conmigo, quizás porque me había desmayado en el departamento de psicoterapia.
-Según el doctor, te diste un golpe bastante fuerte en la cabeza cuando te desmayaste. Para estar seguros, ha ordenado que te quedes aquí esta noche. Mañana dice que te examinará a fondo. ¿Pero dices estar bien…? ¿Quieres llamar a tu familia?
Doctor. En cuanto escuché eso aquellos hermosos ojos negros pasaron por mi mente. Ese extraño fulgor en aquellos amables ojos.
-¿Señor Shimizu?
La enfermera volvió a echarme un vistazo al ver como no prestaba atención, preocupada. Me disculpé rápidamente diciendo: “perdone” y entonces, le dije que no hacía falta llamar a mis familiares.
-Pues descanse, por favor. Si no se encuentra bien, use esto.
La enfermera me pasó el botón de llamada de emergencia.
-Toqué eso, por favor. Se ha dado un golpe en la cabeza así que las cosas podrían serle algo extrañas, pero no dude en llamar, ¿de acuerdo?-Me recordó.
-Sí…
-La cena es a las seis; las luces se apagan a las nueve. Hay un váter en la habitación y una bañera también, así que no tienes por qué dejar el cuarto. Bueno, pues, volveré después para mirarte la temperatura, ¿vale?-Me dijo la enfermera rápidamente. Entonces, lo último que me dijo fue un: “hasta luego”, me mostró una sonrisa angelical y se fue apresuradamente de la habitación. No me dolía lo más mínimo la cabeza considerando que me había dado un golpe. ¿Qué estaba pasando? Pensé en ello mientras devolvía el botón de llamada de emergencia a su sitio, me tumbé boca arriba en la cama, y miré el techo.
“No quiero que lo olvides”.
Había pasado un año desde entonces. ¿De verdad me había reencontrado con él?
Al parecer no me recordaba en absoluto. Pensé en esa cara, en esa voz y en esa palma fría, pero tal vez, simplemente le había confundido con otra persona. Quizás estaba convencido de que alguien que no era él, lo era. No me había dado cuenta de lo dañada que estaba mi cabeza. Ni siquiera podía decir con certeza si recordaba desmayarme o no. ¿Tanto le quería ver?
“No quiero que lo olvides”.
Esas palabras eran como un hechizo. Seguían cegándome, ¿no? No creía que quisiera verle.
“No quiero olvidar”.
Pensé que no creía eso. Cuánto más pensaba en ello, más me hundía en ello. Me pasé la sábana sobre la cabeza, decidido a obligarme a dormir y no pensar en nada. Cuando me llegó la cena a las seis, me negué a comer porque no tenía apetito. Con los ojos fuertemente cerrados, todo lo que quería era escapar al mundo de los sueños.
¿Cuánto tiempo había pasado? Tal y como esperé, me quedé dormido sin darme cuenta. La puerta se abrió un poco con un chasquido y un fino rayo de luz fluyó de la habitación al pasillo. ¿Me iban a volver a mirar la temperatura? Tan sólo habían transcurrido unas horas desde la última vez. Intenté deslizarme entre las sábanas pero en ese momento, de repente, me arrancaron la manta. Sorprendido, abrí los ojos, y ahí de pie estaba…
-Cuánto tiempo.
El hombre en bata blanca que se había presentado ante mí como un doctor aquella tarde. Era él – el hermoso hombre blanco al que no había podido olvidar durante ese año por mucho que lo intentase. 


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