El pájaro del bien y el mal

junio 10, 2017


-Si te diera la oportunidad de ser humana, ¿querrías?
En aquel entonces, me limité a sonreír y respondí:
-No quiero ser humana. Quiero seguir siendo un pájaro y surcar los cielos en libertad. Eso me va como anillo al dedo.
Con el paso de tiempo, conforme las cosas iban cambiando, de repente quería ser humana, al menos una vez y por eso, le pregunté a Dios:
-¿Todavía tengo la oportunidad de ser humana?
Sin embargo, Dios sacudió la cabeza.
-Ya has perdido la oportunidad. Además, si te diera otra, sólo vivirías ni un día.
-No pasa nada. Con medio ya me basta. Sólo quiero ser humana una vez.
Dios suspiró.
-Entonces, te daré un día. ¿Qué vas a hacer?
Sonreí pero me quedé callada.
Un día me bastaba.

*        *        *        *

Yo era un pajarito criado por Dios.
Nací con las sagradas bendiciones de Dios.
Mis plumas eran de un hermoso azul cielo con algo de blanco níveo.
Y por eso, la mayoría de mi especie me envidiaba.
Porque pude escoger mi destino con la oportunidad que me dio Dios.
-Si te diera la oportunidad de ser humana, ¿querrías?
Recuerdo que le respondí a la pregunta con otra.
-¿Hay alguna diferencia entre los humanos y los pájaros?
Él sonrió.
-Por supuesto que la hay. Los humanos tienen una gran inteligencia y habilidad. Por eso los animales les temen.
Me quedé asombrada antes de preguntar.
-¿Y los pájaros?
La sonrisa de Dios no cambió mientras contestaba.
-Los pájaros son simples pero libres.
-Entonces, no quiero esa oportunidad. Sólo quiero seguir siendo un pájaro libre.
Por aquel entonces, era de naturaleza pura. Creía que si me volvía demasiado lista, acabaría perdiendo mis alas. Así que, ¿por qué no ser un pájaro despreocupado?
Vi a Dios asentir sumido en sus pensamientos y desde entonces, me convertí en un pájaro muy feliz.

*        *        *        *

Era un pajarito que acababa de aprender a volar.
Sobrevolé el bosque por primera vez al lado de un Dios muy amable.
Él me dijo que pertenecía a la naturaleza y entonces, se marchó.
Cuando vi el cielo por primera vez, era azul y muy, muy grande.
Simplemente quería volar más y más alto, y así, acabé volando muy, muy lejos.
Copié las acciones de los otros pájaros y aterricé en el balcón de un humano.
Ellos robaban y se comían los granos de arroz que habían puesto para secar al sol. Yo también me escondí en una esquina y me comí los granos, bocado a bocado, sentí la alegría de comer.
Cuando cayó la noche, les seguí y volamos al bosque de nuevo.
Cuando no había nada qué hacer aprendí a atrapar gusanos para comer, al lado de mis compañeros.

*        *        *        *

Era un pajarito feliz.
La primera vez que vi a un humano, mis compañeros y yo estábamos tan asustados que nos fuimos volando muy, muy lejos.
Me dijeron que los humanos eran malos y que atrapaban pájaros para jugar con ellos.
Tenía mucho miedo.
Porque amaba los cielos azules, jugar con mis alas y mi libertad.
Pero los humanos no eran tan malos.
Vi como una niña con un pelo muy, muy largo me saludaba.
Aturdida, aterricé en una rama cerca de ella, fuera de su alcance. No entendía qué estaba haciendo.
Ella cogió un puñado de granos de arroz y los tiró no muy lejos de mí.
Los señaló sonriendo, sin decir nada.
Era una gran, gran tentación para mí.
Quería comérmelos pero temía que me fuera a capturar.
Vi que mis compañeros se habían ido volando, pero la chiquilla seguía sonriendo mientras me miraba.
No se movió a la espera de que me acercase.
No se movió durante un buen, buen rato.
Pensé que tal vez podría acercarme.

*        *        *        *

Los humanos son muy amables.
Di unos pasitos hacia adelante pero ella no se movió.
Así que cogí un puñado de granos y me fui volando, pero ella no se movió.
Volví a saltar hacia adelante, comí un poco más y temblando de miedo, ella se movió haciendo que me fuera volando.
Sin embargo, vi que ella sólo había tirado más arroz.
Me detuve, asustada, y después de comerme todos los granos del suelo ella volvió a tirar un puñado.
Qué niña tan amable.
Fue la primera humana qué conocí.
Pensé que los humanos eran muy amables.

*        *        *        *

Después de eso, iba a ese balcón cada día.
Cuando la niña me veía, siempre me daba granos de arroz para comer.
Lentamente, fui perdiendo mi miedo.
En ocasiones aterrizaba muy cerca de ella.
Ella nunca intentaba atraparme.
Cuando me miraba, siempre era todo sonrisas.
Su cuerpo era chiquitito, en comparación con el de otros humanos. Tampoco era tan alta como las piernas de otros humanos.
Tenía una madre y siempre le tiraba de los pantalones, pidiéndole que me tirase comida.
No entendía lo qué decían.
Sólo sabía que la chiquilla siempre me daba algo para comer.

*        *        *        *

Era un pajarito holgazán.
Empecé a apoyarme en esa chiquilla que me daba de comer cada día.
Aunque podía encontrar comida yo sola, siempre la iba a buscar de vez en cuando.
Siempre me daba muchos granos para comer.
Siempre me sonreía.
Me acostumbré a ella conformé el tiempo fue pasando.
Ya no le temía.
Pensé que, después de todo, los humanos no daban tanto miedo.

*        *        *        *

Después de eso, vi que la familia de la niña sacaba bolsas grandes y pequeñas por la puerta.
Después de eso, no volví a verla nunca más en ese balcón.
Mis compañeros me dijeron que se había mudado.
Pregunté:
-¿Qué significa: “mudarse”?
Ellos me contestaron:
-Significa que no va a volver nunca más.
Eso me hizo sentir muy mal.
¿Se había mudado porque no le quedaba nada de comer porque yo me había comido todos los granos de arroz de su casa?
Si los humanos no tenían nada que comer, ¿se iban a cazar gusanos?
Me sentí culpable.
Temía que la niña se muriese de hambre.
Tenía que irla a buscar, esto no estaba bien.

*        *        *        *

Me fui de casa, dejé a todos mis compañeros y nunca volví a ver a Dios.
Volé sola por el cielo azul y llegué a un lugar llamado: “ciudad”.
Era un lugar muy, muy grande. Había muchos humanos y el cielo ya no era tan azul.
Había varios árboles y mucho humo negro, no encontraba donde dormir.
Volé muy, muy lejos y pasé por muchos lugares.
Pero nunca la volví a ver.
A la  niña que me daba arroz.
Al maravilloso hogar con el que soñaba.
Estaba rodada por casas.
Perdí mi sentido de la orientación y mi casa.

*        *        *        *

Volví a ver a una niña en medio de la ciudad.
Me tiró granos de arroz y le brillaban los ojos.
Era mucho más alta que esa niña, pero también debía ser buena persona.
Me acerqué volando y aterricé en el suelo. Empecé a comerme el arroz.
No obstante, de repente corrió hacia delante y fue demasiado tarde para escapar.
Me cogió de las alas y yo me debatí con todas mis fuerzas.
Estaba histérica; ¡grité cuanto pude!
Rogué misericordia pero ella estalló en carcajadas.
Me dolían mucho las alas y se me caían las plumas.
Chillé, grité y ella se retorció de la risa.
Era mucho, mucho más grande que la niñita.
¿Por qué no era tan amable como ella?

*        *        *        *

Me encerró en una jaula y me llevó a su casa.
Me enseñó a otros humanos con una sonrisa.
Y entonces, los otros humanos se rieron.
Como si la estuvieran elogiando.
Seguí hablándole día y noche, pidiéndole que me soltara.
Sin embargo, ella parecía despreocupada y contenta, como si estuviera escuchando una canción.
No entendía su idioma y parecía que ella no sabía que yo estaba llorando.
Tenía tanta hambre que me mareé y me desmayé en la jaula.
Por fin, me dio comida pero no era algo que me gustara.
Eran unas motitas blancas y amarillas.
¿Eso comían los pájaros de ciudad?
Pero yo quería granos de arroz.
Echaba de menos a la niñita.

*        *        *        *

Un día encerró a otro pájaro.
Vi como el pájaro chillaba incansable, luchando con toda su vida.
Decía:
-¡Salvadme! ¡Salvadme!
Le hablé débil como estaba y le dije que se hiciera el muerto. El muerto.
Él hizo ver que estaba muerto.
Pero yo seguramente me estaba muriendo de verdad.
Así que los humanos eran crueles.
Te encierran en una jaula haciendo ver que te cuidan.
Torturándote hasta el final.
Me tiraron por la ventana y aterricé en suelo.
Vi cómo un grupo de pájaros volaban por encima de mí.
Estaban de cháchara y parecían tristes. Se sorprendieron muchísimo al verme.
-¡mirad ahí! ¡Mirad ahí!
-Ese pajarito está llorando…

*        *        *        *

Me recogieron y me llevaron a otra casa.
La chica me acarició las plumas con los ojos reluciendo.
AL parecer le gustaban mucho mis plumas; cogió un par de tijeras.
Entonces, me cortó las plumas, una a una, y las puso en forma de flor.
Dejó la flor al lado de la ventana. ¡Qué luz tan cegadora!
Me arrancó las plumas y yo, por fin cerré los ojos.
¿Por qué la medida de los humanos era directamente proporcional al mal de su corazón?
¿Por qué cuánto más pequeño era el humano, más bondad tenía en su corazón?
¡Qué pena que me di cuenta justo entonces!
¡Qué pena que ni siquiera me quedaban fuerzas para hablar…!

*        *        *        *

Volví a encontrarme con Dios, justo cuando iba a morir.
Él sacudió la cabeza y me sujeto entre sus manos.
-¿Por qué no sabes diferenciar el bien del mal?
Hablé, débil.
-¿Por qué los humanos se dividen entre buenos y malos?
Sin embargo, él sonrió y contestó:
-Si fueras humana, viviendo en ese ambiente, quizás ni tú serías buena persona.
Caí en la melancolía y en el dolor, las lágrimas inundaron mis ojos.
-¿Puedo tener otra oportunidad de ser humana?
Sin embargo, Dios sacudió la cabeza.
-Ya has perdido tu oportunidad. Además, si te diera otra, no sobrevivirías ni un día.
Con los ojos llenos de lágrimas dije:
-No pasa nada. Hasta medio día me basta. Sólo quiero ser humana una vez.
Dios suspiró.
-Entonces, te daré un día. ¿Qué vas a hacer?
Sonreí pero no dije nada.
Un día me bastaba.

*        *        *        *

Por fin.
Me enviaron a esa niñita.
En forma humana.
Por primera vez entendí lo que decía.
Ella seguía amando a los pájaros como antes en la gran ciudad.
Estaba en el balcón con dos pájaros.
Aquel día me puse delante de ella.
No le dije nada.
Simplemente recogí unas piedras y las tiré a propósito.
Ninguna de ellas tocó a los pájaros, sin embargo, todos huyeron volando.
Los pájaros se asustaron y no quedó ninguno.
La niñita rompió a llorar y me preguntó qué hacía.
Sonreí y hablé por primera vez.
Me fui tras una única frase:
-Tengo miedo que crean que todos los humanos son buenos.

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