Capítulo 2

octubre 26, 2017

Todo empezó en abril, cuando los últimos cerezos seguían florecidos.
La medicina estaba avanzando hacia una frontera desconocida. Pero yo no sabía los detalles, y tampoco me interesé por descubrir más.
Todo lo que puedo decir es que, se trataba de un progreso capaz de darle a una vida normal a una chica atrapada en una anormalidad – una condición terminal que interfería con su vida y que terminaría en un año. Es decir, los humanos habían adquirido la habilidad de alargar su esperanza de vida.
Pensaba que ser capaz de moverse con semejante enfermedad era propio de una máquina, pero mis impresiones no le importaban a nadie que estuviese sufriendo una enfermedad.
A pesar de mis pensamientos inútiles, ella había estado disfrutando de los beneficios de la ciencia. Por eso, sólo se puede culpar a su mala suerte y al repentino giro de acontecimientos que yo, que debería haber sido un simple compañero de clase, descubriese lo de su enfermedad.
Aquel día, me había saltado la escuela por mi apendectomía – no por la operación, sino para quitarme los puntos. Mis frecuentes visitas al hospital para el seguimiento tocaban a su fin. Se suponía que iría al colegio más tarde, pero los eternos ratos de espera en el enorme hospital habían minado cualquier entusiasmo que tuviese por aprender, y me quedé holgazaneando en la recepción del hospital.
Fue una sensación trivial. En una esquina de la recepción, se habían dejado un libro en un sofá. Me pregunté quién lo habría abandonado y qué contenía. Mi curiosidad estalló cuando mi amor por los libros tomó el control, y me acerqué.
Navegué por los huecos entre pacientes, llegué a la otra punta de la recepción y me senté solo en el sofá. A juzgar por su apariencia, era un libro de unas trescientas páginas. Lo único que guardaba sus secretos era una sobrecubierta de la librería que estaba cerca del hospital.
Cuando saqué la sobrecubierta para mirar el título, me encontré con una sorpresita. Debajo de la sobrecubierta, en lugar de estar la verdadera cubierta del libro, estaban escritas las palabras: “diario de coexistencia con la enfermedad” a mano con un permanente. Por supuesto, nunca había oído hablar de ese título, ni de la editorial.
Me pregunté qué era, pero como no conseguí hallar ninguna respuesta satisfactoria por mucho que reflexioné, lo abrí por la primera página.
Las palabras que vi en la primera página no estaban impresas con la tipografía a la que estaba acostumbrado, sino que estaban cuidadosamente escritas a mano con un bolígrafo, lo que significaba que lo había escrito una persona.
23 de noviembre de 20XX.
Planeo escribir mis pensamientos y actividades diarias en Japón en este diario de coexistencia con la enfermedad. Sólo mi familia sabe que voy a morir en unos cuantos años. Habiendo aceptado este hecho, escribo para convivir con mi enfermedad. Para empezar, la enfermedad de páncreas que me han diagnosticado es el rey de las muertes repentinas. Ni siquiera a día de hoy se me notan los síntomas…”
–Páncreas… morir…
Pronuncié, sin pensar, unas palabras que no solía escupir a menudo. Evidentemente, el libro le pertenecía a alguien con la esperanza de vida contada. Era un diario de confrontación con la enfermedad, no, un diario de coexistencia. No era algo que debería haber visto. Percatándome de ello, cerré el libro.
Aún sentado, escuché una voz por encima de mí.
–Eh…
Alcé la cabeza como respuesta a la voz sin mostrar un ápice de sorpresa. Sorprendentemente, reconocí el rostro de la persona que había hablado.  Oculté mis emociones, asumiendo que se me había acercado por algo que no estaba relacionado con el libro.
Dicho eso, hasta alguien como yo puede sentir cierta negación a que uno de sus compañeros se enfrente al destino de morir tan pronto.
Estuve atento porque se me había acercado una compañera, y esperé a que hablase. Ella extendió el brazo, mirándome como si se estuviese riendo de mi respuesta a su proximidad.
–Eso es mío. Compañero–Del–Montón–Kun, ¿por qué has venido al hospital?
Lo único que sabía de esta compañera era que poseía una alegría que era la antítesis de mi silencio habitual. Por eso me sorprendió que pudiese sonreír con tanta valentía en esa situación en la que, un conocido como yo, había descubierto que sufría una enfermedad terminal.
Aun así, decidí esforzarme en fingir ignorancia. Creía que era lo mejor para ambos, para ella y para mí.
–Hace un tiempo me hicieron una apendectomía, pero sigo teniendo que venir para el seguimiento.
–Ah, ya veo. Yo he tenido revisión del páncreas. Sino me moriría.
¿Por qué diría algo así? En nada, sin darse cuenta, había hecho añicos mi consideración.
Observé sus expresiones, intentando adivinar sus verdaderas intenciones. Su sonrisa se hizo más notable cuando se sentó a mi lado.
–¿Sorprendido? Lo has leído, ¿no? El “diario de coexistencia con la enfermedad”.
La chica me habló como si nada, como si me estuviese recomendando un libro. Por eso pensé que era una broma y que yo, un conocido, me la había tragado.
–Qué sorpresa. Pensaba que lo había perdido, así que he entrado en pánico y he corrido a buscarlo, pero, al parecer estaba contigo.
–¿Qué quiere decir? Esto.
–¿Qué significa? Es mi “diario de coexistencia con la enfermedad”. ¿No lo has leído? Es el diario que he estado escribiendo desde que descubrí lo de mi enfermedad del páncreas.
–Estás de coña, ¿no?
Rompió a reír a pesar de estar en un hospital.
–¿Qué clase de persona desabrida te crees que soy? Yo no haría una broma de tan mal gusto, ¿sabes? Todo lo que hay escrito es verdad. Mi páncreas no funciona, así que voy a morir dentro de poco. Sí.
–Ah… Ya veo.
–¡Eh! ¡¿Ya está?! ¿No tienes nada más que decir?
Su voz tembló por la sorpresa.
–No… ¿Qué tengo que decir después de que una compañera me diga que se va a morir dentro de poco?
–Mmm… Si fuera yo, me quedaría sin palabras.
–Exacto. Y también me gustaría evaluar la situación.
Empezó a reírse.
–Supongo que es verdad.
No sé qué le haría tanta gracia.
Justo después de eso, cogió el libro, se levantó, movió la mano y se adentró en el hospital.
–Nadie lo sabe, no se lo cuentes a la clase, ¿vale? – Dijo mientras se marchaba.
Me sentí algo aliviado al pensar que no volvería a interactuar con ella.
Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba, me volvió a llamar a la mañana siguiente cuando nos cruzamos en el pasillo del colegio. Pero no comprendí sus motivos, así que, seguí pensando en qué trabajos se le asignaría a los nuevos miembros del comité.
Cada clase decidía libremente la distribución de las obligaciones, y como resultado, fui el único que se inscribió en el comité de la biblioteca.
Pensando en ello, la razón por la que estoy a las once de la mañana de un domingo en la estación es, precisamente, por aquella sobrecubierta. En este mundo es imposible adivinar qué puede pasar.
Al igual que un barquito no puede luchar contra las corrientes fuertes, yo fui incapaz de rechazar su invitación o, para ser más exactos, fui incapaz de encontrar el momento oportuno para hacerlo y, por tanto, en esos momentos estaba en el lugar de encuentro.
Hubiese agradecido que faltara a su palabra, pero la vi a lo lejos algo preocupada, como si quisiera preguntar direcciones. A diferencia de mí, ella buscaría la manera de romper el hielo. No sería una exageración decir que ella era como un barco yendo en contra de la corriente.
Yo había llegado al lugar de encuentro cinco minutos antes, y la esperé aturdido hasta que se plantó ante mí justo a tiempo.
Era la primera vez desde que nos habíamos encontrado en el hospital que la veía en ropa de calle: con una camiseta y unos vaqueros.
Anduvo con una sonrisa y, en respuesta, levanté la cabeza.
–¡Buenos días! ¡Estaba pensando en qué haría si rompías nuestra promesa!
–Mentiría si te dijera que eso es imposible que pase.
–Pero al final no ha pasado nada, ¿nah?
–Me da la sensación de que hablas un poco raro. ¿Qué vamos a hacer hoy?
–Oh, vaya, qué emocionado te veo.
Me contempló con una mirada furtiva antes de sonreír, mirándome como si siempre hubiese estado sonriendo. Yo no estaba nada emocionado.
–Por ahora, vamos a la ciudad.
–Pero no me gustan mucho las multitudes.
–Compañero-Que-Conoce-El-Secreto-kun, ¿has traído el billete de tren? ¿Lo puedes sacar?
–Lo he traído.
Al final, me rendí y me dirigí a la ciudad tal y como ella había propuesto. Como me temía, la enorme estación con diversas tiendas estaba a petar de gente. Solamente la imagen ya me hizo estremecerme de aprensión.
La chica a mi lado no parecía ni un poco descorazonada por la gente. ¿De verdad se iba a morir dentro de poco? Me planteaba ese tipo de dudas, pero como ya me había enseñado documentos oficiales, era imposible sospechar.
Ella continuó adelante después de pasar por la puerta del billete, cortando la ola de gente. De alguna manera, conseguí mantenerla en mi campo de visión y, al fin, nos dirigimos al metro donde la multitud se dispersó un poco. Y sólo entonces, me contó cuál era el objetivo del día.
–¡Carne a la parrilla!
–¿Carne a la parrilla? Todavía es por la mañana, ¿sabes?
–Me pregunto si la carne sabrá igual por la tarde y por la noche.
–Por desgracia, a pesar de su sabor, no me apetece carne todo el día.
–No pasa nada. Quiero comer carne a la parrilla.
–Pero he desayunado a las diez.
–No pasa nada. No existe la gente a la que no le guste la carne a la parrilla.
–¿Estás prestando atención a nuestra conversación?
No lo parecía.
Hizo oídos sordos a mis protestas y, lo siguiente que supe, es que estaba sentado delante de ella ante una parrilla de carbón. La seguí como un barquito. No había mucha gente en el local y, las luces individuales que iluminaban cada mesa facilitaban el poder ver el rostro de todo el mundo.
Al poco tiempo, un camarero joven se arrodilló al lado de nuestra mesa para tomar nuestro pedido. Ella respondió, para mi sorpresa y demostrando lo bien que se le daban las matemáticas, al camarero de la siguiente manera:
–Este, el más caro.
–Espera, no he traído mucho dinero.
–No pasa nada, pago yo. Dos de los “todo lo que puedas comer” más caros, por favor. Y para beber… El té oolong te va bien, ¿no?
Me dejé llevar por el momento y asentí mientras ella seguía como si estuviese en su casa; el camarero repitió lo que había dicho y se marchó.
–¡Ay! ¡No puedo esperar!
–Eh… Me aseguraré de devolvértelo.
–Te he dicho que no hace falta, da igual. Pago yo. Antes trabajaba y tengo dinero ahorrado y tengo usarlo.
“Antes de morir”, aunque no lo dijo, es a lo que refería.
–Eso es todavía peor. Tendrías que gastártelo en algo más significativo.
–Pero esto lo es. Comer carne a la parrilla sola no es divertido, ¿no? Estoy gastando el dinero por diversión propia.
–Verás…
–Perdonad la espera, aquí están las bebidas.
El camarero, justo cuando estaba pensando en mi siguiente réplica, apareció con dos vasos de té oolong en una bandeja. Era como si ella le hubiese invocado para terminar nuestra charla sobre dinero. Mi compañera soltó una risita y una mueca se apareció por todo su rostro.
El surtido de carne llegó un poco después de las bebidas. Sinceramente, el surtido de carne hermosamente presentada era extremadamente tentador. Debía ser por el jaspeado. Las formas de la carne destacaban y, aunque el mero pensamiento podría resultarle repugnante a muchos, parecía que estaría buena hasta cruda.
Cuando la plancha que estaba encima de la parrilla de carbón parecía estar lo suficientemente caliente, ella asió un trozo de carne entre sus palillos y lo colocó encima. La tira de carne empezó a sisear al caer sobre el ardiente metal, despidiendo ese aroma característico de cuando se cocina carne que le hace a uno la boca agua y mi estómago, empezó a rugir en respuesta a ello. Empecé a cocinar más carne con ella, ya que, los estudiantes en la época de crecer son incapaces de controlar su hambre. La carne se hizo en un abrir y cerrar de ojos.
–¡Qué aproveche! ¡Mmm!
–Qué aproveche. Mmm, bueno, sabe bastante bien, ¿eh?
–¿Qué? ¿Sólo este nivel de alegría? ¡¿No está súper–ultra–bueno?! ¿O te crees que estoy sensible porque falta poco para que me muera?
No, la carne estaba deliciosa. El problema era nuestra diferencia de tensión.
–Es genial. Me pregunto si los ricos sólo comen cosas así de buenas.
–No creo que los ricos vayan a buffets libres.
–Para ellos todo es un buffet.
Las dos porciones de carne desaparecieron rápidamente a pesar de que no teníamos tanto espacio en la barriga. Ella cogió la carta que estaba en una esquina de la mesa y empezó a escudriñar los complementos.
–¿Quieres algo?
–Lo dejo a tu elección.
–“Lo dejo a tu elección”, creo que esta frase va muy bien conmigo.
El camarero se acercó a nuestra mesa al ver como ella levantaba la mano sin decir nada. Me echó una mirada regañona por encogerme por la dedicación del camarero y prosiguió a pedir con una elocuencia sin precedentes.
–Giara, kobukuro, teppou, hachinosu, mino, hatsu, nekutai, korikori, fuwa, senmai, shibire[1]
–Espera, espera, espera. ¿Qué estás pidiendo?
Aunque me fue incómodo interponerme en el trabajo del camarero, ella estaba recitando todo un conjunto de palabras que no estaba acostumbrado a escuchar y, por tanto, tenía que abrir la boca.
–¿Kobukuro[2]? Eh, ¿venden el CD de ese grupo?
–¿Qué dices? Ah, por ahora tomaremos una porción de cada uno.
El camarero sonrió indicando que había entendido su pedido y se marchó a prisa.
–¿Hachi? ¿Acabas de pedir abejas? ¿Los insectos se comen?
–Ah, ¿puede que no lo sepas? Kobukuro y hachinosu son nombres específicos de unas partes de la vaca. ¡A mí me encanta el horumon[3]!
–¿Te refieres a las vísceras? ¿Las partes de las vacas tienen nombres tan interesantes?
–¿Y los humanos no? Como el hueso de la risa.
–No sé dónde está.
– El shibire está en el páncreas.
–¿Comer vísceras forma parte de tu tratamiento?
–Podría comer horumon para siempre. Si alguien me preguntase cuál es mi comida favorita, diría que el horumon. ¡Me encantan las vísceras!
–¿Cómo se supone que tengo que responder a tu entusiasmo?
–Se me ha olvidado pedir arroz blanco. ¿Quieres?
–No.
Al cabo de un rato llegaron todas las vísceras que había pedido preparadas en un mismo plato. La imagen fue más grotesca de lo que me había imaginado y perdí el apetito.
Le pidió arroz blanco al camarero y empezó a poner el horumon en la plancha. Tuve que ayudarla.
–¡Hey, esto ya está hecho!
Cuando la apariencia del horumon cambió, fui incapaz de hacer nada, ni de mirarlo, ni de soportarlo. Ella se adelantó de mala gana, perforó esa cosa blanca y la depositó en mi plato. Como uno de mis principios es no malgastar, ni jugar con la comida, me lo llevé a la boca con cautela.
–¿Está bueno?
La verdad es que la textura estaba bien. Era aromático y sabía mejor de lo que pensaba, pero la sensación de haber hecho algo malo emergió en mi estómago y ladeé la cabeza con aprensión. Como siempre, ella me sonrió por algún motivo desconocido.
Comprobé si a ella le quedaba té y, entonces, le pedí otra taza y más carne normal al camarero.
Me comí la carne en silencio y ella su horumon. De vez en cuando, comía algo de horumon y ella hacía una mueca y me miraba como molesta. En esos momentos, se comía algún otro pedazo de horumon que ya estuviera hecho, exclamaba un: “¡ah…!”, y su disgusto desaparecía.
–No quiero que me incineren, ¿sabes?
Había sacado el tema equivocado para ese lugar mientras disfrutaba de la carne a la parrilla.
–¿Qué has dicho?
Intenté confirmar lo que acababa de decir porque cabía la posibilidad de que la hubiera escuchado mal, y ella me respondió con una expresión seria.
–He dicho, que no quiero que me incineren. No quiero que me asen cuando me muera.
–¿Te parece un buen tema mientras estamos comiendo carne a la parrilla?
–Sería como si desapareciese de este mundo de verdad. ¿Es imposible que otro me coma o algo?
–Vamos a dejar de hablar de qué se hace con los cadáveres mientras comemos carne.
–Dejaría que te comieras mi páncreas.
–¿Me estás escuchando?
–En otros países se cree que el alma del cadáver que te comes sigue viviendo dentro de ti.
De alguna forma, o mejor dicho, como era habitual, parecía como si no me estuviese escuchando. O tal vez, me estaba ignorando. Tuve la sensación de que se trataba de lo último.
–¿De verdad es posible?
–Seguramente… En cuanto a ética. Pero no me he mirado la ley, así que no lo sé.
–Ya veo, qué pena. Así que no te puedo dar mi páncreas, ¿eh?
–No lo necesito.
–¿No te lo comerías?
–Te vas a morir, precisamente, por culpa de tu páncreas. Así que el fragmento más grande de tu alma debe estar allí y, tu alma parece escandalosa.
–Eso es verdad.
Ella estalló en carcajadas. Estando viva ya era escandalosa, así que era imposible que el páncreas de una chica tan experta en almas, no lo fuera.  Lo siento mucho, pero jamás me comería algo así.
Ella comió mucho más que yo. Se infló de carne, arroz y horumon hasta que dijo:
–Ay, qué daño.
Yo, por mi parte, dejé de comer cuando mi estómago sobresalía a un nivel adecuado y estuve satisfecho. Por supuesto, para empezar, no pedí más de lo que iba a comerme, ni cometí la estupidez de enterrar la mesa en segundos platos del menú como ella.
Después de comer, el camarero se llevó todos los platos vacíos y la parrilla, y nos trajo un sorbete de postre. La chica que acababa de proclamar que no se encontraba bien y que le dolía la barriga, volvió a la vida ante la imagen del aperitivo helado. Cogió aire fresco y, como si todas sus quejas hubieran sido mentira, empezó a montar un escándalo otra vez.
–¿No tienes ninguna restricción alimenticia?
–Lo básico. Hasta eso es el resultado de diez años de evolución médica. ¿A que el poder de los humanos es increíble? Puede que tengamos enfermedades, pero no amenazan nuestras actividades diarias. Supongo que ese camino evolutivo va en búsqueda de las curas, ¿eh?
–Sí.
No sabía mucho sobre medicina, pero este fue uno de los raros casos en los que estuve de acuerdo con ella. Había escuchado en algún sitio que los tratamientos para las enfermedades terminales estaban más enfocados a ayudar a vivir al paciente con normalidad, que a encontrar una cura.  Pero eso no importaba, la tecnología estaba destinada a curar, no a vivir con una enfermedad. La única forma de que se progresara hubiese sido hacer que aquellos de las facultades de medicina estudiasen muchísimo, pero, por supuesto, ella no tenía el suficiente tiempo para esperar y yo no tenía motivo para hacerlo.
–¿Y ahora?
–¿En el futuro? Pues no lo acabo de ver.
–No me refería a eso. Hey, ¿no crees que me pones en un aprieto cada vez que sueltas bromas así?
Me miró inexpresivamente y, entonces, empezó a reírse. Era alguien con cambios de expresión muy extremos. No pensaba que ella se pareciese a mí, y tal vez fuera precisamente por lo diferentes que éramos, que nuestros destinos también lo eran.
–No, tampoco hago este tipo de bromas con otra gente que no seas tú. La mayoría se echarían para atrás, ¿no? Pero tú eres increíble. Le hablas como siempre a una compañera que se va a morir pronto. Si fuera yo, sería imposible. Puedo decir lo que quiero porque tú eres así.
–Me sobrestimas.
Totalmente.
–No lo creo, no pones caras tristes delante de mí. ¿O lloras por mí en casa?
–No.
–¡Pues deberías!
Era imposible que yo llorase. No haría algo tan inapropiado. No estaba triste y, sobretodo, no quería mostrarle esa emoción. Era inapropiado que alguien estuviera en ese estado cuando ella no lo estaba.
–Volviendo al tema, ¿y ahora qué?
–¡Ah, hemos cambiado de tema! ¿Ibas a llorar? Voy a comprar una cuerda.
–Ni de coña. ¿Una cuerda?
–Oh, ¿o sea que puedes decir las cosas como un machote? Eh. ¿No estarás intentando acelerarme el corazón? Sí, una cuerda. Para suicidarme.
–¿Quién intentaría ligar con alguien que se va a morir dentro de nada? ¿Para suicidarte?
–Había pensado que estaría bien suicidarme, matarme antes de que lo haga la enfermedad. Pero no creo que lo vaya a hacer. Sólo voy a comprar la cuerda por la travesura. Por cierto, ¡qué horrible eres! ¡El dolor que me has provocado podría empujarme al suicidio!
–¿Travesura? Creo que la cháchara sobre si te vas a suicidar o no se ha hecho un lío. Mejor terminamos esta conversación.
–Cierto. Y bueno, ¿tienes novia?
–No quiero saber los detalles de cómo pretendías concluir esto, así que será mejor que dejemos de hablar.
Parecía que quería decir algo, así que tomé la iniciativa y me levanté. No vi la cuenta por ningún lado de la mesa, por lo que se la pedí al camarero y le indiqué que queríamos irnos.
–Vámonos. – Dijo ella entre risitas y también se levantó.
Estaba claro que era el tipo de persona que no terminaba ninguna conversación arrepintiéndose de algo. Era una característica suya muy conveniente.
–Creo que debería seguir tomando la iniciativa desde ahora.
Salimos del restaurante de carne a la parrilla con las manos en los estómagos llenos y, afuera, los rayos del sol nos atacaron con su fulgor veraniego. Entrecerré los ojos por reflejo.
–¡Qué buen tiempo! A lo mejor me moriré en un día como este.
Decidí que ignorarla era la mejor manera de oponerme a lo que había dicho, ya que no se me ocurrió nada que contestar a su murmuro. Era la misma sensación de no tener que mirar a una bestia salvaje a los ojos.
Empezamos a dirigirnos al centro comercial que estaba conectado a la estación tras nuestra breve conversación – a pesar de que fue más un monólogo suyo que otra cosa. La famosa tienda para hogar del centro comercial vendía una gran variedad de cosas, incluyendo cuerdas para suicidarse, lo que ella quería.
Aunque el corto trayecto que anduvimos hasta el centro estaba a rebosar de gente, en la sección de cuerdas no había nadie. Seguramente, los que compraban cuerdas en un buen día como ese debían ser todos vendedores, vaqueros y chicas moribundas.
Mientras yo comparaba tamaños de clavos y ella le preguntaba a un trabajador, podía oír, a lo lejos, voces de niño.
–Perdone, estoy buscando una cuerda para suicidio, pero no quiero ninguna herida externa. ¿Qué tipo es lo más seguro para este caso?
Escuché la pregunta de la chica que estaba mal de la cabeza con total claridad. Me di le vuelta para encontrarme a la trabajadora, obviamente, estupefacta y eso me hizo un poco de gracia. Tras lo cual, me percaté que había gastado otra de sus bromas, hecho que me irritó. La broma había sido pedir algo “seguro” para un “suicidio”.
Tanto al trabajador como a mí nos había tomado por sorpresa y estábamos perplejos, pero yo sonreí. Devolví los tornillos de diferentes tamaños a su sitio correspondiente, uno a uno, y entonces, me acerqué al trabajador y a la chica que, con solo verla desde atrás, ya podía adivinar que se estaba riendo.
–Perdone. No le queda mucho tiempo de vida, así que se le ha ido un poco la olla.
No sé si convencí al trabajador con mi excusa, o si simplemente se extrañó, pero nos dejó y volvió a su propio trabajo.
–Ah, justo cuando me iba a enseñar los productos. No te metas. ¿Te has puesto celoso de mi relación cercana con el trabajador?
–Si eso es una relación cercana, a cualquiera se le ocurriría hacer tempura[4] de naranjas.
–¿A qué te refieres?
–He dicho algo sin sentido, tú ni caso.
Aunque lo había dicho porque pensaba que le molestaría, en un abrir y cerrar de ojos, ella empezó, como siempre, a hacer un estruendo con sus risas.
La chica, que por alguna extraña razón se había puesto de buen humor, se apresuró a coger una cuerda y la compró junto a un bolso con una foto de un gatito. Entonces, salimos de la tienda. Ella tarareaba y le daba vueltas a la bolsa con la cuerda. ¿Tan contenta estaba al salir de la tienda que tenía que llamar la atención y hacer que la gente de nuestro alrededor nos malinterpretase?
–¿Ahora qué, Compañero–que–sabe–el–secreto-kun?
–Yo te estoy siguiendo, no tengo ningún objetivo.
–¿Eh? ¿Ah, sí? ¿Hay algún sitio al que te gustaría ir?
–Si tuviese que elegir, supongo que a la librería.
–¿Te vas a comprar un libro?
–No, me gusta ir a las librerías sin motivo.
–Oh, es como un proverbio suizo.
–¿Qué?
–He dicho algo sin sentido, tú ni caso. Jajaja.
Parecía estar de muy buen humor y yo, simplemente, me molesté. Con emociones opuestas, nos dirigimos a la enorme librería que había en el centro comercial. Al llegar, anduve hacia el rincón de las novedades sin mirarla. Ella no me siguió y yo, por primera vez a solas desde hacía un rato, disfruté de ojear las portadas.
El tiempo desapercibido conforme admiraba las incontables portadas y leía los incontables prólogos. Era una sensación conocida para todos aquellos amantes de los libros, pero no todos los humanos comparten el mismo entusiasmo. Por eso, cuando miré la hora, me sentí un poco culpable y la busqué por la tienda. Ella sonreía mientras hojeaba una revista de moda. Pensé en lo increíble que era que pudiese estar tan feliz hojeando una revista. Yo era incapaz de hacerlo.
Me acerqué, pero antes de que pudiese llamar su atención, ella me notó y me miró.
–Perdona, me había olvidado de ti. – Me disculpé con franqueza.
–¡Qué malo! Bueno, no pasa nada porque he estado leyendo todo este rato. Compañero–que–sabe–el–secreto-kun, ¿te interesa la moda?
–No. Supongo que me da igual lo que lleve mientras sea discreto y soso.
–Sabía que dirías eso. A mí sí me interesa. Cuando estudié en la universidad me inflaré a alcohol.  Es broma, porque me moriré pronto. Pero para los humanos la esencia es más importante que la apariencia, ¿eh?
–Se ve que usas las palabras mal sin ningún problema.
Miré a mi alrededor sin fijarme en nada en especial porque pensé que su comentario podría haber llamado la atención de alguien, pero al parecer, no había nadie que estuviese interesado, en lo más mínimo, en las palabras de una estudiante de instituto.
Ninguno de nosotros compró nada. De hecho, tampoco compramos nada después de aquello. Al salir de la librería, por un capricho suyo, entramos a la tienda de accesorios y a la de gafas, pero nos fuimos de las dos sin comprar ni una sola cosa. Al final, lo único que compramos fue la cuerda y el bolso del gatito.
Por sugerencia suya y porque estábamos cansados de caminar, entramos a una cafetería de una cadena conocida nacionalmente. Estaba llena de gente, pero, por suerte, conseguimos encontrar sitio. Fui a pedir para los dos mientras ella esperaba. Yo me pedí mi café con leche con hielo, y ella también, en la caja registradora, puse el pedido en una bandeja y volví a la mesa. Por si te preguntas qué estaba haciendo ella, estaba escribiendo deprisa y sin cuidado en su diario de coexistencia con la enfermedad con un bolígrafo.
–Ah, gracias. ¿Cuánto te ha costado?
–Nada, después de todo, tú has pagado la parrillada.
–Lo he pagado porque he querido, pero supongo que me puedes invitar a esto.
Metió la pajita en el vaso de cristal y sorbió el café con leche contenta. Tal vez tener que estar contenta con cada cosita, en realidad, era una molestia para ella. Me saqué el sombrero ante ella por ser capaz de parecer positiva siempre.
–Jeje. ¿Crees que les parecemos una pareja a los demás?
–Aunque lo parezcamos, no lo somos, así que da igual.
–Guau, eres muy soso, ¿eh?
–Piénsalo, cualquier grupo de dos personas consistente de dos géneros distintos podría ser una pareja, y por apariencia nadie podría adivinar que te vas a morir en nada. Lo que importa no es cómo te vean los demás, sino la esencia. ¿No es lo que has dicho antes?
–Típico de el–compañero–que–sabe–el–secreto-kun, ¿eh?
Como se reía mientras se bebía el café con leche, se podían escuchar las burbujas de su vaso.
–Bueno, ¿alguna vez has tenido novia?
–Vale, se ha acabado el descanso.
–Pero si ni siquiera has probado tu café.
Evidentemente, el mismo truco no funcionaría dos veces. Ella me cogió del brazo cuando iba a levantarme. Quería que parase de clavarme las uñas. Tal vez esa era su venganza por haberle cortado el tema en el restaurante. Me volví a sentar para calmar su ira.
–¿Y bien? ¿Has tenido?
–Quién sabe.
–Por cierto, no sé nada de ti.
–Puede ser. No me gusta hablar de mí.
–¿Por qué?
–No quiero marearme hablando de algo que no le importa a nadie.
–¿Por qué has decidido que no le importa a nadie
–Porque a mí no me interesa la gente. Todo el mundo es igual. Fundamentalmente, a la gente no le interesa nadie que no sea ella misma. Claro que hay excepciones. Hasta a mí me interesa un poco la gente que, como tú, sufren por condiciones especiales. Pero no soy de hablar de algo que no beneficia a nadie.
Le expuse mis pensamientos habituales y sentí como si los hubiese depositado en línea sobre la mesa. Esa era la teoría que había estado llenándose de polvo en las profundidades de mi corazón. Por supuesto, nunca había tenido alguien con quien discutirlo.
–A mí me interesas, ¿sabes?
Le quité el polvo a mi teoría, consideré las circunstancias y los recuerdos involucrados en ella, y me hallé incapaz de entender sus palabras. Por fin, volví a levantar la cabeza y la imagen con la que me encontré me sorprendió. Su expresión intentaba transmitir un único sentimiento que, hasta yo, que ignoraba a los demás, fui capaz de adivinar de un simple vistazo de qué se trataba. Estaba conteniendo su enfado.
–¿Qué pasa?
–Te digo que me interesas. No le pediría a alguien salir a pasárnoslo bien si no me interesase. No me trates de tonta.
Sinceramente, no acababa de comprender lo que estaba diciendo. No entendía su motivo para interesarse por mí, ni el motivo por el que se enfadó. Y, encima de todo eso, no la estaba tratando como a una tonta.
–De vez en cuando me pregunto si eres tonta, pero no te trato como una, ¿vale?
–¡Puede ser, pero me has hecho daño!
–Ah, ya veo… Perdona.
Me limité a disculparme sin entender el significado que ocultaban sus palabras. Esa palabra era el método más efectivo para ocuparse de gente enfadada, y estaba dispuesto a usarlo. Y, por supuesto, al igual que las otras personas enfadadas, su expresión se suavizó, pero sus mejillas continuaron hinchadas.
–Si me contestas como tiene que ser, te perdono.
–Enterarte de eso no hará que te lo pases mejor.
–Dímelo porque me interesa.
Sus labios se curvaron hacia arriba sin que yo me diera cuenta. No tenía ganas de oponerme a ella y no tenía ninguna vía de escape, además era un conformista, aunque no me veía como alguien lamentable. Era un simple barquito de caña de bambú.
–No creo que cumpla tus expectativas.
–Da igual, da igual. ¿Tu respuesta es…?
–No recuerdo haber tenido amigos desde primaria.
–¿Pérdida de memoria?
–A lo mejor sí que eres tonta.
Me lo planteé en serio. El riesgo de padecer una enfermedad terminal a su edad era inferior a tener amnesia, así que debía haber algún tipo de justificación para su comentario. Con la intención de retractar mi afirmación, me expliqué ante ella, que tenía una expresión difícil de entender.
–Significa que no tenía amigos. Por eso, nunca he tenido novia, por supuesto.
–¿O sea que, nuuunca has tenido amigos? ¿No es cosa de ahora?
–Sí, no me interesa la gente, así que nadie se interesa por mí. Es un alivio no perder a nadie.
–Pero, ¿nunca has querido amigos?
–No sé. Puede que sea divertido tenerlos, pero creo que los confines de una novela son mucho más agradables que el mundo real.
–Por eso siempre estás leyendo.
–Seguramente. Y esto termina nuestra poca interesante charla sobre mí. Te lo pregunto por protocolo social pero, ¿y tú? Si tienes novio, en lugar de pasar tiempo conmigo, sería mejor que lo pasaras con él.
–Tenía, pero rompí con él hace poco.
Dijo esto sin un ápice de tristeza.
–¿Porque te vas a morir pronto?
–No, no podía contárselo porque no se lo he contado a mis amigos.
¿Y por qué me lo contaría a mí como si nada? No me importó y no pregunté. Como siempre.
–Él, bueno, ah, le conoces. Va a nuestra clase. Aunque seguramente no te acordarás de él aunque te diga su nombre. Jajaja. Él, mmm, es un buen amigo, pero no es tan bueno como novio.
–Así que hay gente así.
Si para empezar no tenía amigos, era imposible que hubiese sabido algo así.
–Sí, sí. Por eso rompí con él. Sería fantástico si los dioses hubieran puesto etiquetas a todo el mundo. Algo como: “esta persona sólo va bien como amigo” y “esta persona va bien como pareja”.
–Supongo que eso me facilitaría las cosas, pero parece que para la gente como tú, es precisamente la complejidad de las relaciones humanas lo que las hace interesantes.
Ella se rio a carcajadas ante mi opinión.
–¡Justo como dices! ¡Eh! Sí, supongo que estoy de acuerdo contigo, así que retiro lo de las etiquetas. Parece que me entiendes.
Iba a negarlo, pero me detuve. Pensé que podía ser verdad porque el motivo me vino a la cabeza. La entendía.
–Debe ser porque somos polos opuestos.
–¿Opuestos?
–Eres lo contrario a mí, por eso debe ser que piensas en cosas que yo no.
–Has dicho algo profundo, eh, ¿será la influencia de las novelas?
–Seguramente.
La verdad era que no se había necesitado ningún plan para que nos involucrásemos – Como si estuviéramos en dos puntas distintas.
Hasta hacía unos pocos meses, nuestra única asociación era el hecho que compartíamos clase y que, a veces, su risa estallaría intermitentemente en mis oídos. Era tan ruidosa que, a pesar de no estar interesado en la gente, cuando la vi en el hospital me acorde de ella de inmediato. El hecho de que se me había quedado grabado en alguna parte de mi cabeza debía ser a causa de que éramos polos opuestos.
–¡Qué bueno! – Mencionó junto con otras opiniones sobre la bebida alegremente mientras sorbía su café con leche.
Yo me bebí mi café, que seguía negro, en silencio.
–Ah, sí que debemos ser polos opuestos, eh. En la parrillada no parabas de comer karubi[5] y roosu[6], aunque parecías a punto de empezar a comer horumon.
–Estaba más bueno de lo que pensaba, pero la carne normal sigue siendo la mejor. ¿Comer las vísceras de seres vivos por voluntad propia no parece algo que haría un demonio? Poner toneladas de azúcar y leche en el café también es algo que haría un demonio, porque el café es perfecto tal cual.
–Tus gustos en la comida no encajan con los míos, ¿eh?
–No creo que sea sólo en la comida.
Nos quedamos en la cafetería otra hora. Lo que hablamos durante ese tiempo fue totalmente trivial. No hablamos sobre la vida, ni la muerte, ni las enfermedades, ni de nuestros futuros. En lugar de eso, nuestra conversación fue, principalmente, ella hablando sobre nuestros compañeros de clase. Intenté interesarme por ellos, pero sus esfuerzos terminaron siendo un fracaso.
Mi interés por las meteduras de pata y las anécdotas de amor puro de nuestros compañeros me interesaban hasta el mismo punto en el que yo no era una persona que sólo sabía de historias aburridas. Ella debía percatarse de mis sentimientos, yo no era alguien capaz de esconder su aburrimiento. Pero, aun así, las expresiones que hacía al hablar me interesaron un poco. Aunque si fuera yo, no habría gastado mi tiempo y esfuerzo en hacerlas.
Ya casi era hora de irse a casa. En ese tipo de momento, no sé quién lo iniciaría, pero aproveché para preguntarle sobre lo que me interesaba.
–Por cierto, ¿qué vas a hacer con la cuerda? No vas a suicidarte, ¿no? Aunque hayas dicho que sea por la travesura.
–Voy a hacer una travesura, pero no podré ver cómo acaba. Así que, El–compañero–que–sabe–el–secreto-kun, tiene que presenciarlo en mi nombre. Verás, voy a mencionar la cuerda en mi diario de coexistencia con la enfermedad para que, cuando la gente la encuentre, malinterpreten que estaba tan preocupada que me maté. Es ese tipo de travesura.
–Qué mal gusto.
–Vale, vale. Escribiré que es una mentira. Es mejor recogerles cuando caen, ¿no?
–No creo que nadie vaya a sentirse más feliz, pero supongo que es mejor que nada.
Estaba consternado, pero que su línea de pensamiento divergiese del mío era divertido. Si fuera yo, no me habría preocupado con las respuestas de aquellos a mi alrededor después de mi muerte.
Nos dirigimos a la estación desde la cafetería y, de alguna manera, nos las apañamos para subirnos al tren a pesar de la enorme multitud, y mientras estábamos de pie, llegamos a nuestro pueblo después de una corta charla.
Los dos habíamos ido en bicicleta hasta la estación, así que fuimos al parking de bicicletas gratuito a por ellas y, después de caminar hasta llegar cerca de la escuela, nos despedimos con la mano.
–Hasta mañana. – Dijo.
Al día siguiente no había ninguna actividad del comité de la biblioteca, así que seguramente, no tendría oportunidad de hablar con ella, pero a pesar de eso, le respondí con un: “sí”.
El camino por el que pasé con la bicicleta era el mismo de siempre. Me pregunté cuántas veces sería capaz de verlo. ¿Eh? Qué raro. Hasta el día anterior el temor de morir y desaparecer inevitablemente había estado agitando mi corazón, pero ahora parecía haberse tranquilizado un poco. Tal vez, ese temor de morir algún día se había enfriado porque la chica con la que había quedado aquel día parecía estar lejos de la muerte.
Aquel día, empecé a dudar un poco de que fuera a morir.
Llegué a casa, leí un libro, cené lo que mi madre había preparado, me bañé, bebí té de cebada en la cocina, saludé a mi padre con un: “bienvenido”, y mientras volvía a mi cuarto con la intención de leer otro libro, recibí un mensaje. Básicamente, no usaba la función de mensajería del móvil, así que pensé la nueva notificación del mensaje era extraña. Pensándolo bien, recordé que por la red de contactos del comité de la biblioteca había intercambiado mi dirección de correo con ella.
Me tumbé en la cama y abrí el mensaje. Su contenido era el siguiente:
“¡Gracias por todo! He intentado enviarte un mensaje, ¿te ha llegado? Gracias por salir conmigo hoy. [signo de la paz] ¡Me he divertido muchísimo! [carita sonriente]. Me gustaría que volvieras a salir conmigo [carita sonriente]. ¡Espero que nos sigamos llevamos bien hasta que me muera! ¡Vale, buenas noches! [Carita sonriente]. ¡Hasta mañana!”.
Lo primero que me pasó por la cabeza es que se me había olvidado devolverle el dinero de la carne a la parrilla. Aunque iba a ser imposible haberlo al día siguiente, me lo apunté en la función de bloc de notas del móvil para no olvidarme. Releí el mensaje pensando en responder algo simple.
“Llevarnos bien”, ¿eh?
Normalmente, me habría quedado mirando el “hasta que me muera”, su típica broma, pero estaba más interesado en la parte que había antes.
Ya veo, con que nos estábamos llevando bien.
Reflexioné sobre el día entero y, llegué a la conclusión, de que seguramente sí nos llevábamos bien. Iba a enviarle un mensaje con todo lo que me había pasado por la cabeza inesperadamente, pero me detuve. Tuve la sensación de que se decepcionaría si se lo contase.
Aquel día me divertí un poco.
Le envíe en un mensaje lo que había estado confinado en las profundidades de mi corazón: “hasta mañana”.
Abrí el libro de bolsillo encima de mi cama y me pregunté qué estaría haciendo la chica que estaba en el lado opuesto.



[1] Sakura está enumerando una serie de carnes bovinas y porcinas, por ejemplo, el kobukuro es el útero del cerdo y el mino es tripa de vaca.
[2] Kentaro Kobuchi (小渕健太郎) es un cantante, guitarrista y compositor japonés de Miyazaki de la Prefectura de Miyazaki, Japón que nació el 13 de marzo de 1977. Shunsuke Kuroda (黒田俊介) es un cantante japonés de Sakai de la Prefectura de Osaka, Japón que nació el 18 de marzo de 1977.  Ambos conforman el grupo Kobukuro (コブクロ) que se formó en 1998.
[3] El horumon tiene la reputación de dar energía, vigor.
[4] La tempura es, básicamente, pescado o marisco rebozado, pero con un rebozado mucho más ligero, ya que se mantiene menos tiempo friéndose y siempre se evita que el aceite se queme.
[5] Karubi o baraniku (del coreano galbi), costillas cortas. En Japón suele servirse sin el hueso, a menos que se especifique hone-tsuki-karubi (galbi en el hueso).
[6] Rōsu, tajadas de lomo y aguja.

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