Capítulo 15

enero 25, 2018

Se quedó dormido enseguida y soñó con África, en la época en que era muchacho y con las largas playas doradas y las playas blancas, tan blancas que lastimaban los ojos, y los altos promontorios y las grandes montañas pardas. Vivía entonces todas las noches a lo largo de aquella costa y en sus sueños sentía el rugido de las olas contra la rompiente y veía venir a través de ellas los botes de los nativos.
        Ernest Hemingway, El viejo y el mar

Cuando Xu Ping salió del baño secándose el pelo con una toalla, su hermano ya estaba tumbado en la cama dándole la espalda. Sus camas individuales estaban juntas desde el año en el que Xu Zheng había escapado. Era un poco bochornoso. Xu Ping se desabrochó los dos primeros botones de su camiseta.
–¿Xiao Zheng? – Llamó en voz baja.
Xu Zheng estaba tumbado de cara a la pared. Xu Ping se sentó al borde de la cama y le puso la mano sobre el hombro. Su músculo se tensó enseguida y Xu Zheng le apartó la mano.
–¿Sigues enfadado? – Xu Ping se rio.
Xu Zheng enterró la cabeza en su almohada como una ostra, dejando la espalda desnuda a la vista. Xu Ping estalló en carcajadas y le dio palmaditas en la espalda. El tacto frío de su piel le hizo tapar a su hermano con las sábanas. Apagó la luz de la mesita de noche y abrió las ventanas para que su hermano pudiese disfrutar de aire fresco mientras dormía. Después de hacer todo esto, contempló a su hermano en la habitación oscura. El sube y baja de la sábana que le cubría, su cabello negro y los fuertes hombros que la manta no lograba tapar.
Xu Ping no sonreía: fruncía el ceño con los labios apretados. Pero la oscuridad silenciosa le escondía a él y al resto de secretos.
Suspiró mientras cogía las gafas que había dejado en el escritorio y se las volvía a poner. Recogió los libros y cerró la puerta detrás de él al salir.
Fuera de su vista, Xu Zheng había levantado la cabeza y la había vuelto a bajar al escuchar cómo se cerraba la puerta. Entonces, al momento, se sacudió las mantas y rodó por la cama como un pobre perrito ignorado antes de volverse a tumbar dándole la espalda a la pared.

Las luces del comedor estaban encendidas a pesar de que ya era la una de la mañana. En la mesa del comedor había un montón de exámenes y materiales para el estudio. Xu Ping, a parte de los ejercicios que les había mandado la profesora, tenía su propio grupo de ejercicios.
Trabajaba con su pijama azul oscuro puesto. La mesa del comedor era más baja que su escritorio, y la luz tampoco era exactamente buena, por lo que Xu Ping tenía que agazaparse. Por el momento no le dolía, pero en cuanto acabase los ejercicios el cuello le estaría matando.
Echó un vistazo al reloj de la pared: ya era la una y media.
Xu Ping se frotó el cuello y se levantó. Tenía mala circulación y si se sentaba duramente demasiado tiempo las manos y los pies se le enfriaban. Hizo a un lado los libros después de decidir que los ordenaría por la mañana y fue a apagar la luz.
A esas horas todo el mundo dormía. Ninguna de las luces del edificio de al lado estaba encendida. Lo único que iluminaba era la luz de la luna que se colaba por las ventanas.
Xu Ping maniobró de vuelta al dormitorio con cuidado. Se deslizó por debajo de las sábanas lentamente después de sacarse los zapatos y dejar las gafas en su mesita de noche.
Sintió cómo se le relajaba el cuero y, justo cuando iba a suspirar de alivio, de repente notó que le abrazaban.
El corazón de Xu Ping se aceleró y, luego, se calmó. Reconoció el aroma masculino, que era como el de un león joven que vaga por las praderas, que le rodeaba.
–¿Por qué sigues despierto? – Le dio una palmadita en el brazo a su hermano. Xu Zheng se limitó a estrechar todavía más los brazos. – ¿Te he despertado? – Le preguntó Xu Ping con cansancio.
Xu Zheng siempre había sido de sueño ligero y se despertaba con el más mínimo de los ruidos. Xu Ping estaba agotado. El último año de instituto era riguroso y tenía que ocuparse de su hermano. Todo lo que quería hacer en ese momento era dormir hasta el día siguiente, pero el aroma de su hermano y su calidez le envolvían, manteniéndole despierto.
Empujó un poco a Xu Zheng y le dijo suavemente:
–Vale, a dormir. Ya es tarde.
Xu Zheng se abalanzó adelante sin rendirse, dejando casi sin respiración a Xu Ping.
–¡¿Qué te pasa?! – Xu Ping no pudo evitar impacientarse por no poder conciliar el sueño.
Xu Zheng puso las manos a cada lado de la cabeza de su hermano y le observó intensidad y con ojos que brillaban como las estrellas en la oscuridad. Xu Ping temía mirarle a los ojos, aunque no estaba seguro de a qué le temía. Tal vez el ambiente de aquel día era demasiado sugerente. Apartó la vista y repitió con voz ronca:
–Vale, estoy cansado y mañana tengo mucho qué hacer… – No continuó.
Su hermano le cogió la mano y se la puso en su propia mejilla.
–Gege, tienes las manos frías. Te las voy a calentar.
Xu Ping se tensó y, al poco tiempo, le empezó a picar la nariz. Le costó mucho retener las lágrimas.
Bajo la palma de su mano y los músculos del joven, latía un corazón. Bum, bum, bum. Toda la sangre del cuerpo pasaba por ahí.
Xu Zheng se puso las manos de su hermano en el pecho y susurró:
–Te he esperado mucho, Gege.
–¿Tienes frío? – Los ojos de Xu Ping enrojecieron.
–Sí. – Xu Zheng respondió como habría hecho años atrás, entonces, apretó las manos de Xu Ping contra su propio peso.
–Túmbate a mi lado. – Le dijo Xu Ping.
Xu Zheng se tumbo sobre la misma almohada mientras le cogía de las manos. Ambos yacieron cara a cara, lo suficientemente cerca cómo para poder apreciar el aliento del otro contra su propio rostro.
Xu Ping le miró directamente a los ojos.
–Xiao Zheng.
–¿Sí?
–Siempre estaré contigo.
Xu Zheng abrió los ojos y entonces, muy, pero que muy despacio, una sonrisa asomó en sus labios.
–Gege.
–¿Sí?
–¿Ya no te gusto?
–¿Qué dices? – Xu Ping le acarició la cabeza. – Vete a dormir. – Se dio la vuelta y su hermano le abrazó rodeándole la cintura por atrás.
–Gege.
–¿Sí? – Contestó Xu Ping con los ojos cerrados.
–Últimamente me siento raro.
Xu Ping estalló en carcajadas.
–No eres raro, sólo has crecido.
–Crecido… ¿Qué es crecer?
Xu Ping le cogió las manos. Eran muy grandes, especialmente las muñecas.
–Cuando llegan a tu edad los hombres tienen erecciones. Es normal. No hay nada que temer. – Le cogió la mano y se la llevó a su propia entrepierna donde su pene descansaba flácido debajo de su ropa interior.
La palma de la mano de Xu Zheng estaba caliente, y su temperatura traspasó la ropa hasta llegar a su miembro.
–Normalmente está flácido, pero si lo estimulas así… – Usó la palma de su hermano para acariciarse el miembro y, al poco tiempo, se endureció y paró la mano. – ¿Ves? Yo soy igual. Todos los hombres se ponen duros; si no te pones duro, no eres un hombre.
La respiración de Xu Zheng era pesada y calentaba el cuello de Xu Ping con un aire húmedo. Se quedó tumbado observando la oscuridad, delante de él sin pronunciar ni un solo sonido.
–Gege. – Xu Zheng le llamó en voz baja en el oído.
Xu Ping no respondió. Zu Zheng le estrechó con todavía más fuerza y empezó a frotar su erección contra su hermano mayor.
–No me siento bien, Gege.  – La voz de Xu Zheng era grave y baja, su ronquera era indescriptiblemente sexy.
Xu Ping le tocó con una mano sin moverse y notó lo sudado que estaba.
–Xiao Zheng.
–Gege.
–¿Te gustan las chicas monas?
–¿Mm?
–Tienen pelo largo y huelen bien, y también están blanditas cuando las abrazas, es como abrazar un montón de algodón. Tienen brazos agradables y pálidos; ojos redondos y grandes, y la cintura delgada. Y su voz parece el canto de algún pájaro.
Xu Zheng reflexionó un buen rato con la cabeza sobre el hombro de su hermano.
–Mentiroso. Las chicas dan miedo.
Xu Ping soltó una risita.
–Todavía eres demasiado joven. De aquí unos años las chicas serán muy majas contigo, cuando tengas diecisiete o dieciocho, cuando seas todavía más alto y más guapo.
–Oh. – Xu Zheng reflexionó sobre ello pero no lo entendió. Tiró de su hermano para enterrarlo todavía más entre sus brazos.
–¿A ti te gustan, Gege?
–Sí. – Xu Ping no respondió hasta pasados unos segundos.
–Pues a mí también. – Añadió Xu Zheng con su hermano en sus brazos.
–Vale, – Xu Ping se detuvo y le acarició la cara. – vamos a dormir. Tus preocupaciones desaparecerán mientras duermes.
El joven no se rindió todavía y Xu Ping volvió a hablar con los ojos cerrados.
–Aguanta. Yo también lo estoy haciendo. Si no puedes soportarlo, siempre podemos ir a por agua fría.
Escuchar aquello le recordó a Xu Zheng su experiencia anterior con el agua helada y le recorrió un escalofrío. Temiendo tentar a su hermano, se cubrió la entrepierna con las manos y dejó en paz al otro chico.

Xu Ping sonrió mientras por fin se iba a dormir. 

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