Capítulo 1

enero 14, 2018

El padre de Xu Ping murió.
El hombre tenía cáncer de laringe y se lo diagnosticaron cuando ya estaba en un estado avanzado. La cirugía sólo tardó quince minutos. El cirujano le hizo una incisión en el cuello y toqueteó por ahí antes de volverle a coser. Las células cancerígenas se habían extendido ya por los pulmones y por las cavidades nasales. La extracción de los órganos afectados ya no era una solución viable porque el paciente no habría durado mucho después de semejante procedimiento.
El doctor se quitó la máscara y se dirigió a Xu Ping que estaba esperando afuera.
–Lo siento.
A Xu Ping le costó un poco entenderle, pero lo aceptó con tranquilidad.
–¿Cuánto tiempo le queda?
Su actitud serena sorprendió al médico.
–Seis meses como mucho.
Xu Ping se preguntó cuántas a cuántas muertes tenía que enfrentarse el cirujano de tumores cada año para ser capaz de anunciar la muerte de un paciente a su familia sin, siquiera, parpadear. Aunque su razón le decía que aquel hombre era un doctor y que no podía culpar a un desconocido de la enfermedad de su padre, su lado emocional no pudo evitar sentir odio por el informante.
Ambos se quedaron de pie en silencio.
–Si me perdonas, todavía tengo que atender a otros pacientes. – El doctor rompió la incómoda pausa.
–Sí, claro. Sólo necesito un minuto para mí. – Dijo Xu Ping con los ojos enrojecidos mientras intentaba controlarse.
Xu Ping pasó por el lado de un árbol florecido cuyo nombre desconocía de camino a hacer, la que podría ser la última, visita a su padre. El árbol florecía con pequeñas flores blancas en capullos apretados como nubes perdidas en el mundo mortal.
Se quedó de pie bajo el árbol con las manos apretadas detrás de la espalda mientras observaba las hojas nuevas transformar el sol vespertino en oro.

Aquel año Xu Ping iba a cumplir los treinta y cinco años. Trabajaba como editor en una editorial. Su trabajo consistía en leer el material que recibía, encontrar escritores disponibles y reescribirlo. La paga era del montón, pero la satisfacción no se podía medir con dinero.
El padre de Xu Ping era un actor veterano, Xu Chuan, que gozaba de mucha fama. El edificio de delante de la oficina de Xu Ping todavía tenía colgado en la pared su anuncio para medicina de estómago. Tenía el pelo cubierto de gris, pero se le veía animado. A veces, cuando Xu Ping se tomaba un descanso para el té y miraba por la ventana, veía a ancianas con bastón pararse para admirar el anuncio de su padre.
No había muchos en la editorial que supieran de los antecedentes familiares de Xu Ping, el único era su jefe y buen amigo, el editor jefe, Wang Zedong.
Su amigo se había sorprendido y había estudiando el rostro de Xu Ping con atención.
–Estás de coña, no te pareces en nada a Xu Chuan.
Xu Ping se había reído, a sabiendas que no era atractivo y no discutió con su jefe.
–Ya verás cuando conozcas a mi hermano.
Xu Ping tenía un hermano pequeño, Xu Zheng.
–Llevo oyendo hablar de este hermano tuyo mucho tiempo. – Wang Zedong empezó a quejarse. – Pero no me lo has presentado nunca. ¿Lo estás escondiendo o algo?
Xu Ping no mordió el anzuelo y empezó a hablar sobre el presupuesto de la editorial para el primer período.
Xu Ping había estado saliendo de la oficina a las doce y media, recorriendo tres manzanas a pie y cruzando un paso a desnivel para visitar a su padre en el hospital de la ciudad durante aquellos últimos meses. Había ido corriendo cada día sin parar.
Aquel día, no obstante, notó la energía abrumadora que albergaba aquel árbol bajo la luz del sol. Se asombró. La abundancia de la vida le dio en la cara como un puñetazo y hizo arder su cuerpo.
Xu Ping se encontró a una joven trabajadora agazapada al lado de la carretera que le entregó veinte yuanes[1].
–Dame una rama de ese árbol.
La joven miró a Xu Ping y al árbol frunciendo el ceño y continuó agachada.
–Me multarán. – Xu Ping se subió las gafas.
–Te daré veinte más.
¿Cuarenta yuanes[2]por subirse a un árbol? Era un buen trato. El joven tiró la colilla de su cigarro al suelo y preguntó:
–¿Cuántas quieres? Te voy a cobrar más por cada una.

Xu Ping llegó con una rama con puntitos blancos de flores y una bolsa de manzanas.
Su padre tenía muy buen aspecto. Xu Ping metió la rama en un jarrón y lo dejó al lado de la cama. Su padre hasta le sonrió.
En comparación con Xu Ping, que era del montón, su padre tenía un rostro atractivo que ni siquiera la edad había conseguido echar a perder. El anciano había sido un actor toda su vida, aunque fuera sólo como actor secundario – si es que en algún momento lo fue.
De joven había destacado por su mandíbula cuadrada y cejas dobles. Sus hombros anchos y el cuerpo robusto le habían dado un efecto hercúleo. Era muy apuesto, sin embargo, gozaba de un aura de chico malo. Cuando el tipo adorable, como Andy Lau, Aaron Kwok o Edison Chen se puso de moda, él ya era un hombre mayor.
Xu Ping cogió la silla para sentarse a la vera de la cama y empezó a pelarle una manzana. El enfermizo hombre mantuvo la mirada en el mayor de sus hijos.
El anciano estaba tan delgado que prácticamente era sólo piel y huesos, y las venas le sobresalían por el brazo. Por culpa del cáncer hablar y comer se había vuelto extremadamente doloroso, pero, a pesar de su frágil estado, no tenía ni un pelo despeinado.
Xu Ping cortó la manzana en trocitos pequeños y los dejó en un plato antes de ayudar a su padre a reincorporarse. El hombre tomó un pedazo, lo masticó y se lo tragó dolorosamente. Luego, asintió con una sonrisa para indicarle a su hijo que estaba bueno.
Xu Ping sacó el diario de aquel día y le preguntó con voz suave:
–¿Por qué no te leo el diario, papá?
Él asintió.
Era el diecisiete de mayo de dos mil seis, un día soleado y pacífico. El diario estaba lleno de noticias insignificantes, como si el mundo estuviese libre de desastres y accidentes. El rey de Cambodia volvía a visitar China; Tokio iba a organizar una conferencia internacional al siguiente mes; habían traducido y publicado en chino por primera vez la obra de un escritor polaco…
Xu Chuan escuchó tranquilamente tumbado en la cama. Cuando Xu Ping terminó todas las columnas la garganta le empezó a doler. Xu Ping volvió a plegar el diario y le habló sobre su trabajo y su hermano. Se queda en el hospital todas las tardes y en veinticuatro horas no pasaba mucho, por lo que terminó bastante deprisa.
Ambos se sentaron enfrente del otro, mudos. Xu ping, después de estudiar su alrededor dijo:
–¿Por qué no traigo conmigo mañana a Xiao[3]Zheng?
Su padre, tras reflexionar en ello, sacudió la cabeza. Era obvio que quería, pero no quería que Xiao Zheng fuera al hospital.
Xu Ping abrió la boca para hablar, pero al final, cambió de idea.
–Pues mañana vendré solo. –Le echó un vistazo a su reloj de pulsera y se levantó para irse.
Su padre hizo un movimiento como si escribiese y Xu Ping sacó un bolígrafo y un papel de su bolsa.
Con mano temblorosa, su padre escribió:
“No abandones a tu hermano.”
Xu Ping sintió picazón en la nariz y las lágrimas amenazaron con aparecer.
–¿Qué dices, papá? Es mi hermano, ¡no le abandonaré jamás!
Su padre escribió otra frase.
“No se lo digas. No lo entiende”.
Que no se lo diga. ¿No decirle el qué?
Su Ping se asustó, pero no se atrevió a demostrarlo en su rostro, en su lugar, asintió furiosamente.
–No te preocupes, papá. ¿Hay algo más que pueda hacer? – Preguntó con suavidad.
Su padre sacudió la cabeza y le devolvió el papel y el bolígrafo, entonces, la dio una palmadita en la mano derecha e intentó levantar más la mano, pero no tuvo fuerzas para ello.
Xu Ping se pasó su mano huesuda por la cara. Tenían los dedos de la misma forma y tamaño; los nudillos sobresalían un poco y su dedo índez era más largo de lo normal.
Es mi padre de verdad, pensó Xu Ping, compartimos la misma sangre. Hasta me hizo la mano como la suya. Pero este hombre está a punto de morir.
Incapaz de luchar contra sus emociones, gritó.
–¡Papá!
Su padre sonrió y le guiñó el ojo. Había sido actor toda su vida y ya no necesitaba ningún idioma para hablar. Lo que le había dicho fue: “Vale, mañana nos vemos, hijo”.



[1] Veinte yuanes son unos dos euros y medio o tres dólares y poco.
[2] Cuarenta yuanes son unos cuatro euros con cuarenta y cinco o cinco dólares.
[3] Xiao () es un prefijo que define el rol de la persona. Significa, simplemente, “pequeño” o “joven” y expresa familiaridad.

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