El Alba

junio 13, 2018


1

La luna creciente parecía un anzuelo; sus hilos de luz se colaban a la prisión oscura por un agujero circular. En la esquina de su celda se hallaba una silueta harapienta hecha un ovillo que contemplaba aquel fulgor plateado como ausente. Debía haber una suave brisa porque los pétalos rosas revoloteaban por ahí.
La cárcel en medio del bosque era casi hermosa.
¿Sería… primavera? Él alzó la vista y la cabeza para mirar al cielo nocturno, pero de repente, el sonido de unas pisadas rompió el silencio sepulcral que se había estado manteniendo durante años. Los barrotes dobles de acero se abrieron lentamente y por fin se reflejó algo de luz en sus pupilas.
Tian Xiao fijó la vista en la puerta y se levantó despacio. ¿Estaba abierta? ¿Le iban a dejar salir? Se acercó a la valla inseguro y, entonces, lanzaron un cuerpo negro a la celda sin piedad alguna. Y sin piedad, volvieron a cerrar la puerta antes de que las pisadas del carcelero se desvanecieran poco a poco.
Tian Xiao estudió a la mujer que yacía en el suelo. Adivinó que estaba viva por el suave movimiento de su pecho.
Hacía muchísimo tiempo que no veía a una persona viva. Se agazapó junto a la chica algo distraído y algo curioso. Ella parecía terriblemente herida. No pudo apreciar ninguna mancha de sangre en sus ropas, pero el suelo se empezaba a empañar de agua sangrienta. Tian Xiao extendió la mano, pero antes de poderla rozar, la desconocida le cogió la mano, se levantó y lo tiró al suelo. La chica le había inmovilizado y le tenía en sus manos. De repente, Tian Xiao notó algo frío: tenía una daga en el cuello, podían acabar con su vida de un solo suspiro.
Tian Xiao se la miró con incredulidad. La chica era demasiado delgada. Parecía una diosa venerada con la luz de la luna bañándole la espalda. Él movió la mano para tocarle el rostro, pero se la sujetaron de inmediato. Ella tosió y un par de gotas de sangre cayeron al lado de la cara de Tian Xiao. Era una imagen espantosa.
‒¿Quién eres?
El aliento y los jadeos de la mujer acariciaron el rostro de Tian Xiao junto con su aroma.
Tian Xiao fue incapaz de concentrarse. Recordó las muchas mujeres del palacio y cómo su madre también le había abrazado ensangrentada mientras le susurraba: “no tengas miedo”. Si no fuese por esa chica, jamás habría recordado algo así.
‒El anterior príncipe heredero. ‒ Llevaba tanto tiempo sin usar la voz que sonaba ronca. ‒ Tian Xiao.
Hacía muchísimo tiempo que no sentía esta calidez…
Tian Xiao cerró los ojos lentamente y permitió que unos pocos pétalos rosas aterrizasen en su rostro.
Los pétalos de los melocotoneros deben estar preciosos ahora mismo, pensó.



2

Alrededor del mediodía alguien les bajó comida y agua a través del agujero del techo con la ayuda de una cuerda. La chica, que descansaba sobre el cuerpo de Tian Xiao, se sobresaltó y corrió a empuñar su daga con un brillo asesino en sus ojos.
‒Buenos días. ‒ Murmuró Tian Xiao sin asustarse.
La mirada de la chica se posó en él y, entonces, se percató de lo indecorosa que era su posición. Tosió dos veces y giró el cuerpo para tumbarse a su lado. Tian Xiao tenía el cuerpo dormido por haberse pasado la noche con ella encima, sin embargo, se limitó a incorporarse en silencio y empezó a comer como hacía cada día.
Ya con el estómago lleno, miró a la chica de reojo y se la encontró estudiándole. Tian Xiao reflexionó unos segundos y llegó a la conclusión que la mujer debía estar hambrienta, pero que era incapaz de moverse, por lo que le acercó su comida y trató de alimentarla con sus propios palillos.
La mujer se sorprendió, pero no le rechazó. Abrió la boca y se lo tragó todo.
Uno daba de comer en silencio y la otra comía en silencio. Una escena armoniosa fruto de la falta de contacto humano.
La mujer no le agradeció nada al terminar. Tian Xiao, no obstante, estalló en carcajadas mirando el tazón vacío. Su risa era tensa y vacilante, llevaba mucho tiempo sin reír, pero su mirada dejó boquiabierta a la mujer.
‒¿De qué te ríes?
Tian Xiao no le contestó, se limitó a limpiarle la comisura de los labios, aprovechando la oportunidad para acariciarle las esquinas de la boca. La mujer arqueó las cejas como si le disgustase que la tocaran y le apartó la mano de un golpe.
‒No me toques. ‒ Se quejó después de jadear.
‒Mover… ‒ Empezó él ignorando el dolor de su mano. Ella frunció el ceño y él añadió. ‒ Te puedes mover.
Durante un sinfín de noches y días todo en aquel lugar había permanecido quieto. Al principio le ponía nervioso, pero acabó acostumbrándose y sintiendo que a él mismo le habían crecido raíces, robándole la voz: jamás se movía, jamás hablaba, y si estaba vivo, había olvidado el porqué. Pero el ver a aquella mujer le había parecido una prueba de que Dios quería que siguiera viviendo, que podría dejar marca en la vida de otro. Aunque fuera una marca pequeña, valía la pena.
‒¿Cómo te llamas? ‒ Preguntó Tian Xiao con suavidad, sin que le importase que esa persona le acabara de pegar.
La chica cerró los ojos e ignoró su pregunta. Sin embargo, Tian Xiao no capituló. La mujer se abrazó las piernas con un ojo en él. Las manos de él se morían por tocarla, pero el dolor de el dorso de su mano le precavía, por lo que preguntó:
‒¿Cómo te has hecho esa herida? ‒ No recibir respuesta despertó su curiosidad y cada par de segundos preguntaba algo nuevo. ‒ ¿De dónde eres? ¿Por qué te han encerrado aquí? ¿Tu herida no es seria? ‒ Continuó hasta que la mujer se lo miró enfurecida.
Tian Xiao se la miró sin miedo alguno, con los rallos del sol reflejados en sus ojos.
‒Calla. ‒ A la mujer la embargó una sensación de impotencia.
El brillo de los ojos de él se apagó al comprender que ella no quería escucharle.
Entonces vio que ella había vuelto a sangrar por pegarle antes y sus dedos se movieron por voluntad propia.
‒Se te ha abierto la herida. ‒ Declaró tocando las ropas de ella.
La palidez de sus dedos contrastaba con la oscuridad. La mujer se sentó, harta. Se movió tan rápido que sorprendió a Tian Xiao. El príncipe se abrazó la mano temeroso de que le volviese a golpear. La mujer se lo quedó mirando un buen rato y, entonces, se levantó con dificultad antes de sentarse con la ayuda de la pared. Parecía haber levantado una pared fría a su alrededor para evitar que se la acercasen. El abandonado Tian Xiao se quedó donde estaba, hecho un lío, antes de volverse a la mujer que seguía estudiándole con la mirada y abrazándose las rodillas.
Sus respiraciones se interponían la una con la otra en aquella oscura celda. Los labios de Tian Xiao volvieron a curvarse una vez más y soltó una risita estúpida.
‒¿Qué es lo que quieres? ‒ Preguntó la mujer totalmente irritada.
‒¿Cómo te llamas?
‒Yu Yao.
‒Estás sangrando, Yu Yao.
‒Lo sé. ‒ A Yu Yao se le sobresalían las venas de la frente.
‒Puedo ayudarte. ‒ Los dedos de Tian Xiao vacilaron. ‒ Sé curar heridas.
¿El anterior príncipe sabía curar heridas a pesar de que le habían encerrado en un lugar como aquel? A Yu Yao le asombró la habilidad cognitiva de aquel muchacho, sin embargo, no dijo nada más. Ese principito no tenía nada que ver con ella. Si sobrevivía podría hacer lo que tenía que hacer, eso era todo.



3

Yu Yao le permitió curarla. Encantado, Tian Xiao se agachó a su lado, le abrió la ropa para poderle ver el hombro y la examinó con esmero. No le dio vergüenza que se tratase del cuerpo de una mujer hasta que Yu Yao se lo miró disgustada, entonces, dejó de tocarla y se limitó a mirarle el hombro.
‒Cuánta sangre… ‒ Murmuró como asustado.
Yu Yao hizo ademán de querer decirle que se no se le acercase si no podía curarla, pero justo entonces, Tian Xiao cubrió la herida con su propia boca. En cuanto los labios de él empezaron a chuparle la herida, Yu Yao sintió un escalofrío. La mujer abrió los ojos, pasmada y, al cabo de unos instantes, reaccionó con furia. Le apartó de un empujón que provocó que sus hombros sangrasen todavía más.
‒¿Quieres morir o algo? ‒ Exclamó con frialdad.
‒Sólo quería ayudarte.  ‒ Tiao Xiao se sintió algo insultado. ‒ Cuando era pequeño, una vez me corté el dedo y mi madre me lo curó así.
Yu Yao estaba tan enfadada que no podía ni hablar, pero, pensando en ello, este príncipe debía contar con apenas seis años cuando le encerraron en esa celda al acabar con la anterior dinastía.  De hecho, se comportaba como un niño, ¿cómo iba a saber curar nada?
‒No te me vuelvas a acercar si no quieres que me porte mal contigo.
Tian Xiao asintió y se sentó abrazándose las piernas y la mirada fija en ella. Yu Yao fingió no verle y se volvió a vestir, cerró los ojos y se durmió.


Yu Yao se despertó en medio de la noche acalorada; le ardía la frente. El frío nocturno había despertado a Tian Xiao que continuó algo grogui hasta que vio a la mujer sudar y jadear pesarosamente.
‒¿Yu Yao? ‒ La llamó. Como no le contestó se le acercó vacilante. ‒ ¿Te encuentras mal?
‒No me… toques. ‒ Jadeó ella sin energías para apartarle.
Tian Xiao fue incapaz de soportar la situación momentáneamente. Volvió a abrirle las ropas a Yu Yao y vio lo inflamada que estaba su herida.
‒¿Vas a morir? ‒ Exclamó en pánico.
Igual que su madre.
La respiración de Yu Yao le movió el pelo. Tian Xiao apretó los dientes y decidió que le daba igual si le pegaba o no. Pegó la boca en su hombro y le limpió la herida del hombro con la saliva. Yu Yao apenas podía concentrarse por culpa de la sensación que la abordó.
‒Pervertido… ‒ Murmuró haciendo acopió de todas sus fuerzas.
Aquel muchacho estaba dándolo todo para salvarla. Yu Yao no comprendía por qué aquel príncipe la trataba tan bien, no comprendía cuán terrorífica podía ser la soledad para alguien que llevaba encerrado en aquel lugar diez años.

Al día siguiente la fiebre de Yu Yao había bajado. Cuando abrió los ojos se encontró una mirada inyectada en sangre clavada en ella. Se quedó atónita.
‒¿Te encuentras mejor? ‒ La voz ronca de Tian Xiao sonaba agotada. No había dormido en toda la noche, se la había pasado mirándola, temiendo que de no cuidarla lo suficiente no volvería a abrir los ojos nunca más.
A Yu Yao todavía le dolía el hombro.  Tian Xiao no la había vuelto a vestir porque su ropa estaba mugrienta.
‒Sí. ‒ Yu Yao se sonrojó, miró el agujero del techo y contestó recordando lo sucedido la noche anterior. ‒ Muchas gracias… ‒ Escupió después de un largo silencio.
Tian Xiao no respondió, así que ella bajó la vista y se lo encontró dormido en el suelo.
Era como un niño.



4

Yu Yao llevaba la cuenta de los días que pasaba en la celda ayudándose de unas marcas que grababa en la piedra de la pared. Cinco días, diez días… Esperaba pacientemente a que alguien la salvase.
Tian Xiao creía que ya la entendía. Se quedaba dormido a su lado cada noche y compartían su calor humano. Le hacía preguntas sin parar y nunca dejaba de hablar cada día hasta que, cierto día, Yu Yao estaba tan aburrida que empezó a contestarle de vez en cuando con una o dos frases. Y con el paso del tiempo, Yu Yao terminó hablándole para pasar el tiempo con él.
‒¿Por qué te tiraron aquí? ‒ Le preguntó Tian Xiao a Yu Yao una noche.
‒Por una misión.
‒¿Qué misión?
‒Matar gente. ‒ Su tono fue tan frío que Tian Xiao tembló de miedo.
‒¿No cumpliste con tu misión y te cogieron? ‒ Preguntó vacilante.
‒No. ‒ Tian Xiao no era ningún enemigo, por lo que no tenía que ocultárselo. ‒ Soy un cebo. Lo que significa que cuando mi compañero acabé la misión, vendrá a por mí y me salvará.
‒¿Te vas a ir? ‒ La interrogó él aferrándose a su muñeca.
A juzgar por su tono de voz desolado parecía que iba a romper a llorar.
Yu Yao no tuvo tiempo de contestar. La puerta de la celda se abrió de un golpe y la pareja miró hacia arriba.
‒Hora de irse, Yu Yao. ‒ Anunció el hombre desde el otro lado, completamente indiferente.
Yu Yao no se imaginó que vendrían a por ella tan deprisa o en un momento tan oportuno. Repasó la estancia con la vista y vio que Tian Xiao se había quedado pasmado. De repente, la indecisión se apoderó de sus pensamientos. Ella se marchaba, pero ¿qué sería de él? Tal vez llevaba demasiado tiempo allí encerrada.
‒¿Qué haces, Yu Yao? ¡Vamos! ‒ Le insistió otra voz femenina desde afuera.  ‒ ¡Caray! ¿Has conseguido un amante en tan poco tiempo? ‒ Exclamó metiendo la cabeza por el agujero.
Tian Xiao se aferró a su brazo alarmado. Yu Yao podría haberse zafado de él fácilmente a pesar de su herida, pero no lo hizo. Tian Xiao le había contado que llevaba diez años allí. Le gustaba escuchar sus anécdotas del exterior, pero nunca le había contado una suya. La irracionalidad de apoderó de la mujer.
‒¿Quieres salir? ‒ Preguntó serena. ‒ Te puedo sacar de aquí.
‒¿Estás loca? ‒ La chica del otro lado se sorprendió. ‒ ¿Te vas a responsabilizar de lo que pase si nos llevamos a un hombre que no conocemos con nosotros?
‒Sí. ‒ Yu Yao asintió de buena gana y miró a Tian Xiao fijamente. ‒ ¿Te vienes?
Podía salir. Tian Xiao alzó la vista al agujero por el que se colaban los rayos de la luz de luna. ¿Podía salir?
‒Sí.
‒Me alegro. ‒ Yu Yao le cogió de la mano. ‒ Súbele a él primero, Su Wen. ‒ Le dijo a la chica.
‒¿No estás de coña? ‒ Miró para atrás. ‒ ¿Qué hacemos, Qing Jue?
Qing Jue se quedó callado unos segundos antes de asentir.
‒Haz lo que te diga.
Ayudaron a salir a Tian Xiao del agujero. El muchacho miró a la luna como embrujado. Yu Yao organizaron los preparativos para marcharse.
‒¿Qué pasa? ‒ Preguntó Yu Yao cuando le descubrió tan excitado.
‒La luna está muy cerca. ‒ Tian Xiao se giró con una nueva luz en su mirar y sonrió como un bobo, como un niño al que le han dado el caramelo más dulce.
‒Sí. ‒ Murmuró ella con una ligera opresión en el pecho y sorprendida.



5

Escaparon de la prefectura Miyagi aquella misma noche. Los cuatro fugitivos se sentaron alrededor de una hoguera con expresiones distintas. Qing Jue avivaba las llamas con una cara neutral, Tian Xiao observaba los chasquidos del fuego con admiración, Yu Yao intentaba le toleraba en silencio y Su Wen miraba a Tian Xiao con desaprobación.
‒¿Y? ¿Qué vas a hacer con él?
‒Abandonarle. ‒ Respondió con un tono autoritario. ‒ Hemos hecho una excepción y le hemos sacado del agujero, pero no podemos llevárnoslo con nosotros.
‒Sí, lo sé. ‒ Contestó Yu Yao cabizbaja. ‒ Pero mañana no me voy a volver con vosotros, primero iré para el sur.
Tras la caía de la dinastía anterior, algunos de los miembros de la familia real crearon una corte secreta en el sur donde sobrevivieron ilegalmente a la nación Fu.
Qing Jue se la miró con desaprobación.
‒¿Quieres llevarle a la corte del sur? ‒ Preguntó Su Wen. ‒ ¿Y si te envenena? ¿Te da igual?
Yu Yao sacudió la cabeza.
‒No voy sólo para llevarle. Tengo una misión en esa área. Tengo que matar a uno antes de volver.
Cuando la Ráfaga Nevada otorgaba una misión a algún miembros significaba que ese miembro en cuestión no podía volver hasta haberla completado. La misión de Yu Yao era acabar con alguien, pero aún no lo había conseguido porque su objetivo había huido al sur y fue entonces cuando se encontró a Su Wen y a Qing Jue. Les echó una mano con su misión entrando a palacio como cebo. ¿Cómo iba a imaginarse que acabaría teniendo que cargar con semejante molestia?
Ninguno de sus compañeros le cuestionaron nada más.
‒¿De verdad vas a llevártelo al sur? ‒ Preguntó una última vez Su Wen mientras miraba a Tian Xiao.
‒Cuando lleguemos a la bifurcación tú tendrás que ir por el camino de la izquierda y yo por la derecha. Ve y busca a los que quieren revivir la dinastía. ¡Ni se te ocurra seguir molestándome cuando lleguemos! ‒Dijo Yu Yao seriamente dándole una palmadita en la mano a Tian Xiao.

Qing Jue y Su Wen se marcharon hacia el norte el segundo día. Tian Xiao y Yu Yao entraron en el territorio sureño y la mujer echaba chispas porque Tian Xiao no dejaba de impresionarse por todo. “¡Qué flores tan bonitas!”, “¡Qué árboles tan bonitos!”, “¡Qué camino tan bonito!”, exclamaba. Para él el cielo y la tierra eran un paisaje único. Hasta un arroyo le dejaba sin respiración. Lo peor de todo era que no soltaba la mano de Yu Yao sin importar lo que mucho que se quejase ella.
Cuando llegaron a la bifurcación Yu Yao no se molestó en mirarle antes de separarse, pero tras un par de pasos escuchó el sonido de unas pisadas.  Hacía mucho tiempo que Tian Xiao no se movía por lo que sus pasos eran inestables, sin embargo, no rechistaba. Persiguió a Yu Yao a prisa. Le acababa de regañar, por lo que no se atrevía a acercarse demasiado ni hablarle, tan sólo la seguía desde atrás con un aspecto lastimero.
Yu Yao dejó de andar y cogió aire. Justo cuando iba a razonar con él en un intento de hacerle comprender que no podía ir con ella, Tian Xiao habló.
‒Perdóname. No te enfades.
Nadie tenía en cuenta su humor como asesina que era. Tampoco entendía lo que era ser considerado, pero en ese instante casi llegó a comprender los temores de Tian Xiao. Había vivido diez años apartado del mundo y ahora le tocaba volver a enfrentarse a él, era normal que lo viviese todo con tanta emoción. No obstante, lo que más temía era que ella se enfadase con él. Temía que le… abandonase.
‒No me abandones y… no me ignores. ‒ Titubeó el muchacho.
El corazón de Yu Yao, siempre tan frío, empezó a enternecerse y fue incapaz de decir nada que le espantase.
Bueno, pensó, los dos vamos hacia el sur de todas formas. Podemos seguir juntos un poquito más.



6

Conforme avanzaban hacia el sur el clima se volvió más cálido y húmedo por las lluvias primaverales.
Tian Xiao cogió la taza de té y se tragó su contenido de un golpe. Se lo bebió encantado bajó la mirada severa de Yu Yao que intentaba escuchar a escondidas la conversación de otra mesa.
‒Dicen por ahí que hace diez días un criminal peligroso escapó de la capital.
‒¡Sí! Los soldados registraron toda la ciudad. ‒ Uno de los hombres suspiró. ‒ He oído que el Emperador ha ordenado a todos los condes que arresten al criminal si le ven. ¿Quién creéis que ha escapado?
‒A saber. Bueno, la dinastía del norte no consigue controlar el sur. Viniendo tampoco van a conseguir nada.
Yu Yao se humedeció los labios con el té mientras reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar. La corta era incapaz de moverse libremente por el sur, pero si había un edicto imperial era otro cantar. Le sería casi imposible ganar en una pelea cuerpo a cuerpo con un profesional en su estado. Así que lo más inteligente sería tomar rutas alternativas por caminos más pequeños.
‒Yu Yao. ‒ Tian Xiao la llamó. Yu Yao levantó la cabeza y el dedo del muchacho le tocó la frente. ‒ Estás frunciendo el ceño.
Yu Yao ya estaba acostumbrada a que Tian Xiao la tocase tanto.
‒¿Has descansado bastante ya? ‒ Preguntó sin apartarse el dedo de la cara. ‒ Será mejor que nos vayamos yendo.
‒¿Ya estamos en el sur? ‒ Preguntó Tian Xiao después de unos segundos. Yu Yao asintió con la cabeza. ‒ ¿Vas a ir a completar tu misión? ‒ No le dio tiempo a responder, Tian Xiao le cogió la mano y dijo. ‒ ¡Voy contigo! Que no se te pase por la cabeza dejarme en otro lado, ¿vale? No me gusta la gente, sólo me gustas tú.
La repentina confesión fue un golpe bajo para Yu Yao. Oía el latido de su corazón, se ruborizó y tosió para ocultar su expresión.
‒Caray, qué enamorado está este muchachito de su esposa. ‒ Comentó la camarera que vino a retirar las tazas de té. ‒ ¿Por qué tienes que dejarle?
Los comentarios de los otros clientes y de la camarera hicieron estallar a Tian Xiao.
‒¡Exacto! ¡No me dejes! No quiero dejarte y no quiero ir ni a Fu ni a ninguna nación… ‒ Habló tan rápido que a Yu Yao no le dio tiempo a detenerle.
En cuanto el otro camarero escuchó sus palabras desenvainó la espada y cargó contra la de Yu Yao.
Tian Xiao se quedó estupefacto. Yu Yao tiró la mesa por los aires con el pie, arrastró al muchacho y salió corriendo.
‒¿Qué haces ahí parado? ¡¿Quieres morir?!
‒¡A por ellos! ‒ Gritó el camarero.
Todos los soldados escondidos salieron de sus escondrijos y los clientes se dispersaron rápidamente. Yu Yao arrastró con ella a Tian Xiao, pero el joven no podía seguir su ritmo.
‒¡¿Cómo puedes ser tan lento siendo un chico?! ‒ Le regañó ella.
Tian Xiao ni siquiera intentó defenderse. Sabía que era un estorbo. Hace diez años un pelotón de guardias había entrado en el palacio y ahora le perseguía un montón de gente… Pero ahora no quería ser un inútil, quería proteger a Yu Yao, así que dijo:
‒Yu Yao. Voy a dejar que me pillen. ‒ Se estaba quedando sin aliento. ‒ Así dejarán de perseguirte a ti.
Tenía razón. Abandonarle era la mejor opción para ella. Tian Xiao no tenía nada que ver con ella de todas formas y ya le había molestado lo suficiente. En otros tiempos le habría dejado ahí, pero a él no podía. Ignoraba la razón, pero algo en su corazón le decía que debía aferrarse a él y salvarle.
Porque… inconscientemente, había empezado a odiar su expresión derrotada.



7

Consiguieron huir al bosque y Yu Yao arrastró a Tian Xiao a unos arbustos para esconderse. Había mucha gente persiguiéndoles y los pies del joven no eran precisamente ágiles, por lo que salir corriendo les costaría la vida. Lo mejor era esconderse y esperar una oportunidad para escapar.
Llevaban un buen rato en los arbustos cuando escucharon cómo se acercaban las pisadas. Yu Yao reflexionó unos instantes y le susurró a Tian Xiao:
‒Quédate aquí, no te muevas. Voy a atraerles a otro lugar para-…
‒¡No! ‒ Tian Xiao le cogió de la mano antes de que pudiese acabar su frase.
Yu Yao se zafó de él.
‒Si vienes conmigo no puedo correr tan deprisa. Por muy buenos que sean con las artes marciales, no creo que superen mi qinggong[1]. Voy a distraerles, tú espérame aquí. Vendré a por ti.
Tian Xiao la miró fijamente.
‒¡Te juro que si miento, moriré entre terribles sufrimientos! ‒ Juró Yu Yao.
Tian Xiao la soltó, pero en el momento en que Yu Yao se dispuso a marcharse, la retrasó y consiguió ponerse ante ella. Sacó la lengua y le lamió el labio.
‒Te he robado la inocencia ahora mismo y en la celda. ¡Sólo puedes casarte conmigo! ¡Tienes que volver a por mí, sino…! Sino… ¡Sino no pienso casarme contigo!
Yu Yao se quedó aturdida un buen rato, pero cuando escuchó las pisadas, rechinó los dientes y pegó un salto.
Una flecha cruzó los vientos, pero ella se las apañó para esquivarla, sin embargo, la segunda la rozó el rostro. Tian Xiao empalideció y, como si le hubiesen atacado a él, se precipitó al lado de Yu Yao.
La tercera flecha iba dirigida a la espalda de la muchacha, no obstante, Tian Xiao ya estaba detrás de ella. El muchacho cayó al suelo con la flecha atravesándole el pecho.
¿Por qué…?
El corazón de Yu Yao se heló.
¿Cuándo se había ganado este trato? Siempre había querido deshacerse de él, nunca le había tratado bien, ¿por qué…?
Yu Yao se agachó para examinar su herida. Necesitaba ayuda con urgencia, pero…
Los pasos les rodearon. Yu Yao era consciente de lo que sucedería si no escapaba en ese momento… Entonces, mientras seguía sumida en un conflicto interno escuchó un silbido seguido de una conmoción. Un instante más tarde había empezado un combate. Yu Yao se abrazó al inconsciente Tian Xiao mientras esperaba el desenlace del conflicto, porque en esos momentos, eso era todo lo que podía hacer: esperar.
Llegaron muchos hombres que parecían conocerse el área a la perfección. El combate apenas duró unas horas antes de que volviese la calma.
‒Rápido, ‒ un hombre armado se les acercó. ‒ deja que el jefe le eche un vistazo. ‒ ordenó.
El centenar de hombres armados rodeó a la pareja.
‒¡El jefe viene! ‒ Gritó alguien.
Todos los presentes crearon un pasillo para el anciano vestido con una toga azul que, al ver al muchacho, rompió a llorar.
‒¡Príncipe heredero! ‒ Cayó de rodillas. ‒ ¡Príncipe heredero de la nación Wu! ‒ E inclinó la cabeza a modo de saludo. ‒ ¡La voluntad del Cielo nos ha devuelto al príncipe heredero! ¡Qué ventura! ¡Ahora podemos vengar nuestra nación! ¡Hay esperanza!
El resto de los hombres se arrodillaron respetuosamente al escuchar los bramidos del anciano.
‒¡Saludamos al príncipe heredero! ‒ Gritaron. ‒ ¡Hay esperanza!
Yu Yao contempló la escena como ausente y posó la mirada en el rostro de Tian Xiao otra vez. Sabía que ese niño no volvería a ser el mismo.



8

‒O sea que les has dado al idiota ‒ Su Wen la persiguió y preguntó. ‒ ¿y has vuelto derrotada tu sola?
‒Es lo mejor para ambos. ‒ Yu Yao frunció el ceño. ‒ ¿Qué dices de derrotada?
‒¿Tú eres tonta? Has salvado a su príncipe heredero, ¿por qué no les has dejado tiesos?
‒Hice un trato, me ayudaron a completar mi misión. ‒ Yu Yao no dijo nada más y Su Wen se dio la vuelta para marcharse.
En aquella habitación silenciosa no pudo evitar recordar cómo Tian Xiao solía parlotear a sus espaldas todo el rato. Yu Yao frunció el ceño. Aborrecía el silencio, así que abrió la ventana y se encontró con un estanque repleto de flores de loto. Abatida, volvió a recordar a Tian Xiao. ¿Qué cara pondría si viera esa escena? Seguro que abriría los ojos sorprendido y lo elogiaría.
Yu Yao bajó la vista, tal vez estuviese enferma. Llevaba en Ráfaga Nevada un mes ya, pero Tian Xiao no dejaba de aparecerse ante ella sin importar lo que estuviese haciendo o mirando. Tenía el corazón en un puño.
¿Qué le pasaba? Le preocupaba cómo estaría viviendo en el sur, si lo estaba pasando mal. ¿Habría llorado cuando se le curaron las heridas y se enteró de que lo había abandonado? ¿Estaría triste? Anhelaba verle… Pero ahora que era un príncipe de verdad no podía verse convertida en consorte. Tian Xiao le había dicho que quería ver las flores de primavera, las lluvias de verano, las hojas de otoño y la nieve de invierno con ella. En ese momento le había rechazado con desdén, pero en realidad quería ir, quería estar junto a Tian Xiao. Yu Yao sonrió burlona. ¿Qué estaba haciendo? No se volverían a encontrar.
‒Yu Yao, el jefe te llama. Creo que es otra misión. ‒ Una discípula transmitió el mensaje.
Yu Yao asintió con la cabeza y se preparó mentalmente.


‒¿Por qué? ‒ Preguntó sobresaltada al cabo de unos segundos.
Era una pregunta propia de una asesina.
‒No sé quién es el cliente, pero me hago una idea. ‒ Habló el jefe desde su sillón. ‒ Aparte del Emperador, el único que podría quererle ver muerto es el príncipe Jing An.
El príncipe Jing An era un marqués de la dinastía pasada, seguramente uno de los tíos de Tian Xiao. Ahora que el legítimo príncipe heredero había aparecido, Jing An había perdido su trono y por eso, quería asesinarle.
El jefe del grupo guardó silencio unos minutos.
‒Yu Yao, ‒ empezó al fin. ‒ este hombre se ha adueñado de tus sentimientos, algo impensable para una asesina. Quiero que seas tú quien acabe con él.
Yu Yao dejó caer la cabeza sin decir nada.
Había recibido su misión y partió ese mismo día.



9

Eliminar a Tian Xiao era fácil de ordenar, pero Yu Yao era incapaz de hacerlo. Jamás imaginó que algún día llegaría a fallar en una de sus misiones.
Cuando regresó al territorio sureño era verano. Yu Yao se dirigió a la ciudad Yue donde quedaban rastros de la familia real de la anterior dinastía. El anunció de que el príncipe heredero estaba vivo había revivido el espíritu luchador de sus gentes y su ejército ya había tomado bastante territorio. Yu Yao no podía ni imaginarse a Tian Xiao delante de las puertas.
Yu Yao llevaba viviendo en la ciudad un par de años cuando, por fin, nombraron a Tian Xiao.
Bajo el calor abrasador del verano, toda la ciudad se alzó para darle la bienvenida. Tian Xiao vestía una túnica roja y negra con dragones bordados y estaba en medio. El príncipe Jing An y un oficial anciano le dieron la bienvenida. Tal vez fuese por las prendas o quizás fuera cosa de la solemnidad del acto, el hecho es que Yu Yao veía el aura suprema de Tian Xiao desde la distancia. Era como si no le conociera.
Las multitudes estaban atentas en el príncipe. Tian Xiao aceptó el edicto imperial, pero no lo leyó. Pasó un buen rato y, sorprendentemente, parecía haber perdido todos sus ánimos. El joven repasó las gentes con la mirada hasta que, de repente, exclamó:
‒Yu Yao! ‒ La llamó, tiró el edicto y saltó para ir a buscarla haciendo caso omiso a sus ropas.
Alarmados, su séquito intentó detenerle en nombre del decoro y la buena etiqueta, pero no funcionó.
‒¡Yu Yao! ‒ Los ojos del príncipe se enrojecieron de inmediato. ‒ Me dijeron que me habías vendido, ¿ya no me quieres?
‒Sí. ‒ Yu Yao asintió con la cabeza.
Tian Xiao empalideció. Le cogió la manga y, después de unos segundos, consiguió musitar una única frase.
‒No me abandones, haré lo que me pidas.
Yu Yao rio de repente.
‒Tian Xiao, ¿qué te gusta de mí? No pego contigo para nada. ‒ Tian Xiao no supo cómo responder. ‒ Sólo te gusto porque fui la primera que viste cuando estabas solo. ‒ Ella contestó por él. ‒ Además, has venido a por mí como un idiota. Ni siquiera te gusto de verdad.
‒Me gustas. ‒ Tian Xiao quiso explicarse. ‒ Me gustas y punto. Te conocí a ti y sólo a ti, así que sólo me gustas tú.
‒Tian Xiao, en este mundo hay cosas mejores para ti. ‒ Dijo ella. ‒ Pero te voy a ayudar una última vez, ¿vale?
El corazón de Tian Xiao entró en pánico de repente. Extendió la mano en un intento de abrazarla, pero Yu Yao pegó un salto y recorrió el tramo hasta donde se encontraba el séquito del príncipe. Entonces, desenvainó su espada, cuya hoja relucía bajo el sol, y apuntó al príncipe Jing An. Sus estacadas fueron fatales. La mujer sólo atacaba sin defenderse, se escurrió entre los guardaespaldas del príncipe y atacó. Su arma no alcanzó la carne de Jing An, pero sí su fuerza interior. El príncipe Jing An alzó la vista y retrocedió con la boca cubierta de sangre: se moría.
Sin embargo, en ese preciso instante ella misma escupió sangre: la habían apuñalado y tirado.
El cielo se alejó más y más. De repente, Yu Yao recordó lo que Tian Xiao había dicho sobre que la luna estaba muy cerca. En ese momento no logró comprenderle, pero ahora sí. Cada paso, cada caída le acercaban más y le alejaban más de la tierra y el cielo. El mundo se sumió en silencio y en la más terrible desolación.
Creyó ver a Tian Xiao entre toda la sangre.
‒Yu Yao… ¡Yu Yao! ‒ Bramaba entristecido.
Ella le vio mover los labios y llamarla con la voz ronca. Qué lástima que fuese incapaz de oír y de hablar. La sangre le rezumaba por las esquinas de la boca. Tian Xiao parecía perdido y alarmado, como un niño perdido.
Ella quería levantar la mano, tocarle la cabeza y pedirle que no estuviera triste, pero ya había perdido todas sus fuerzas.
Yu Yao sabía que estaba muy triste, pero la tristeza es temporal. A partir de ese momento Tian Xiao tendría tiempo para admirar las flores de primavera, las lluvias de verano, las hojas caídas de otoño y la nieve de invierno. Podría casarse con una consorte hermosísima y disfrutar de una vida alegre. Se merecía vivir más que ella.
Tian Xiao había sido muy bueno con ella y no sabía cómo pagar su amabilidad. Tal vez así… lo había conseguido.
Antes de cerrar los ojos, Yu Yao recordó el pasado y pensó que debería haber reído más con él.
En realidad, le quería…  



[1] El qīng gōng (轻功), literalmente traducido como "corriendo sobre el agua", consta de dos habilidades comúnmente exageradas en la ficción: la de realizar saltos verticales a alturas mucho mayores que la del cuerpo humano, y la de moverse a largas distancias con la ayuda de una moción mecedora, como si volase.

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1 comentarios

  1. Muchísimas gracias por la historia estuvo muy bonita n_n y triste T_T

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