Capítulo 2:

enero 03, 2017


Antes que las chicas salieran a la calle a atraer clientes, las hicieron reunirse en la casa de té.
Misao llegó al enorme patio abierto lleno de criados pasando por una puerta de cortina. Kazushi estaba a su lado, bostezando cada ratito. A veces, Misao también bostezaba. Había varias chicas encima del suelo de madera del patio, otras se apoyaban en las columnas recién bañadas y vestidas totalmente desaliñadas. La directora había hecho ruido con los puños varias veces y les había gritado para que se enderezaran, pero ninguna de las chicas quería ponerse recta a estas horas.
-Sé que algunas habéis estado trabajando toda la noche, así que, muchas gracias por vuestra dedicación.-Una mujer al lado del dueño retó al director con una voz autoritaria y clara.  Tenía el rostro despejado y parecía tener unos treinta años. Se había peinado con un estilo occidental, pero vestía un kimono estampado de violeta granate y un obi con un patrón de bambú. Pero lo que la hacía destacar era que su rostro era tan extravagante como una rosa occidental.
El dueño que parecía estar de buen humor, se aclaró la garganta para atraer la atención de todo el mundo.
-Como todas sabéis, la señora de la casa de té Oumi está ausente.-La mandíbula inferior del dueño se endureció al dirigirse a la gente.
La mujer del dueño había estado llevando a cabo la molestia de gestionar los asuntos de la casa de té, pero últimamente había tenido que permanecer en cama y alejarse de los cuarteles de placer. Al parecer, la intención del dueño era informar que quién la reemplazaría sería la mujer con la presencia impetuosa que estaba sentada a su lado.
-Estoy seguro que ya lo habéis notado, pero esta es la señorita Gikuyo, que desde hoy se quedará un tiempo con nosotros para ayudar con la casa.-La cara del dueño estaba llena de alegría mientras presentaba a la mujer, en cambio, Gikuyo ni siquiera sonrió.
-Hola a todas.-Dijo con brevedad, mientras miraba a las caras de todas ellas.
Los ojos de Misao se cernieron sobre los suyos, y en ese momento, decidió que era mejor evitar acercarse a esa mujer tan firme. No le quedaba de otra que mostrarle una sonrisa educada. Gikuyo, por otra parte, evaluó a Misao de pies a cabeza. Alzó su afilada barbilla y resopló, claramente, era una risa jocosa. El enfado de Misao se disparó.
-Vieja harpía.-Susurró venenosamente.
Los hombros de Kazushi temblaron de diversión a su lado, pero cuando Misao le miró con la esquina de sus ojos, el muchacho miro al cielo fingiendo inocencia.
El titileo de una campana era su señal, y las chicas que iban a irse a la calle, revisaron sus zapatos. Se trataba la señal para que el público de las calles supiera que el día laboral había empezado en la casa de té.
Aquellas que no tenían ningún asunto que atender aquella noche, se repartieron por el porche al que llamaban: “su oficina”, y se sentaron en final. La oficina daba a la calle, sólo separada por una verja. Las chicas se sentaban con poses elegantes para que sus siluetas se reflejaran más allá de la verja en las linternas detrás de estas.
Por otra parte, las chicas a las que se les había organizado un encuentro, se marcharon del burdel  para ir a encontrarse con sus respectivos clientes. A ese viaje se le llamaba: “ir de camino”.
-¡Misao! ¡Misao!
El dueño llamó a Misao con urgenica mientras se dirigía a la segunda planta.
-¿Sí?
Misao había subido media escalera y volvió a bajarla perezosamente. Al parecer, el dueño no podía esperar a que el ocioso Misao bajase la escalinata por lo que corrió hacia él y le cogió del brazo.
-¡El señor Sakai va a volver!-Declaró lleno de alegría mientras tiraba de Misao hacia el jardín.
-¿Pero no se había retirado?
La voz de Misao era algo más clara cuando preguntó eso.
Sakai era el cliente que había sido tan amable con Misao cuando era joven, una autoridad en la medicina forense. Ahora que había llegado a su sexagésimo año, había abandonado el campo de la medicina y llevaba una apacible vida de jubilado. Durante muchos años, Sakai había sido, consistentemente, el mejor cliente de la casa de té Oumi, pero como durante los pasados meses había sufrido dolor de espalda no se había pasado por ahí en una buena temporada. Era comprensible que si ese cliente de alto standing iba a volver, el dueño bailase de júbilo.
-He enviado a Ukigumo a buscarle, y tú vas a encontrarle delante de las chicas de muestra. ¿Vale?
El dueño escaló la plataforma y desapareció por la puerta de cortinas. Misao esperó en la entrada tal y como le habían ordenado, hasta que vio a la director cargando con una linterna con el mismo nombre que la casa de té, dirigiendo una fila de gente. Detrás de ella iba Sakai apoyándose en un bastón. Llevaba un sombrero hongo, un kimono de manga corta con pantalones sueltos y dos capas de chaquetas. Detrás de él iban más chicas, llevando linternas con la letra: “u” dentro del círculo, y después de ellas, avanzaba Ukigumo con sus mejores galas, rodeada por sus aprendices y riadas.
Cuando el líder de la fila llegó a la parte delantera de la casa, Misao hizo una reverencia y apartó las cortinas para el invitado.
-Es un honor volverle a ver.-Saludó a Sakai conforme se acercaba y entonces, bajó la vista.
Sakai se detuvo en la puerta y echó un vistazo a Misao, con su barba blanca cual cabrío.
-Apuesto a que pensabas que la había guiñado, ¿eh? ¡No soy tan viejo aún!-Sus ojos se arquearon felizmente.
A Misao le alegraba ver que el anciano estaba tan alegre como siempre.
-Iré a verte a tu velatorio.-Respondió con una encantadora sonrisa juguetona.
La hosca voz de Sakai se alzó en carcajadas y entró al patio. Ukigumo flotó detrás de él y su criada, Sazu, se apresuró a seguir al bullicio.
-Únete.
La nueva jefa Gikuyo saludó a Sakai en el patio y le cogió el bastón.
-Vaya, vaya.-Sakai escudriñó el rostro de Gikuyo, y entonces, parpadeó bleradamente.
-Otra cara que hacía tiempo que no veía.
-Acabo de empezar a trabajar en la casa de té Oumi hoy mismo. Me llamo Gikuyo. Es un placer conocerle. –Hizo una reverencia y Sakai asintió y después, trotó a la plataforma, jadeando por el esfuerzo.
-Señor, señor. ¿Todo bien?-Sazu corrió al lado de Sakai e inclinó la cabeza. Sakai encontró eso divertido y simplemente se rio mientras le acariciaba la cabeza. A Sazu la hizo feliz que la acariciaran así, y le sonrió con cuidado.
Misao observó su intercambio por el rabillo del ojo mientras ataba las pertenencias de los clientes en el guardarropa. Cuando Sakai y Sazu se cogieron las manos, vio a su pequeño yo en la misma escena. Habían pasado más de diez años desde su primer encuentro, pero Sakai no había cambiado en absoluto. Siempre que Misao le veía, no era más que un hombre despreocupado, como una nube inescrutable flotando por los cielos, disfrutando su cada día.
-Ven aquí, misao.-Sakai le hizo señas mientras empezaba a subir las escaleras. Quería que Misao fuera a la habitación del té con él.
Misa miró a Gikuyo en busca de su aprobación.
-El señor Sakai te lo está pidiendo.-Dijo ella asintiendo, y Misao subió a la habitación con Ukigumo.
Fuera donde fuere que estuviera aquel hombre, siempre había cantos, bebidas y conmoción general. Además de Ukigumo, que había pedido para aquella noche, las chicas entraban y salían para entretenerle. Cuando alguien mencionó que le apetecían fideos, otra persona sugirió pedir sushi, y los criados al final, sirvieron suficiente comida como para diez personas. Una de las criadas llamó a Ukigumo en medio de todo eso, y ella se retiró con su sirvienta. Pero Sakai no permitió que eso le molestara ni a él ni a su fiesta. Cuando Ukigumo volvió a la habitación, ya habían vaciado muchas botellas de vino.
-¡Veo que estás igual de ocupada que siempre!-Bromeó Sakai mientras Ukigumo se sentaba a su lado.
La casa de té Oumi era única porque sus cortesanas viajaban. Eso significaba que visitaban tantas habitaciones de té como las chicas de bajo rango.
-No estaría aquí si no fuera por ti.-Se rio Ukigumo, con la vista bajada con modestia. Estrechó una mano casualmente y Misao le pasó una botella de vino, leyendo sus deseos. Sus dedos se rozaron por un instante. Sus delicados dedos eran como peces blancos bailando en una botella.
De todas las chicas de Oumi, Ukigumo era l aúnica que Misao podía decir que tenía belleza interior. Daba igual lo bellas que fueran físicamente, si las chicas no podían esconder las tormentas de sus corazones, la influencia de semejante emoción terrible se plasmaba en sus rostros. Las mujeres de los cuarteles del placer iban corrompiendo, todas y cada una, por el ambiente festivo. Algunas no podían soportar el dolor y dejaban atrás la realidad; muchas de esas se quedaban tocadas.  Pero Ukigumo era igual a como había sido el primer día en que la vendieron al burdel: poseía una belleza sublime.  A primera vista, parecía una flor primaveral florecida, pero por dentro era bastante robusta. Era bella, por dentro y por fuera.
Con el rabillo del ojo, Misao observó cómo Ukigumo le servía otra copa de vino a Sakai grácilmente, y pensó en Masaomi. De hecho, Masaomi nunca andaba muy lejos de los pensamientos de Misao, siempre exigiendo su atención, pero Misao intentó no pensar en él.
Había muhcas cosas en el corazón de Misao a las que no se podía enfrentar directamente. Entre esas cosas estaban su desesperación y su esperanza. Misao encerraba tras una puerta cualquier cosa que trastornara el delicado balance en su interior. Misao fue dejar de llorar de niño cuando descubrió semejante técnica.
-Hey, ¿ese es Kazushi? ¡Qué grande te has hecho!-Sakai miró sorprendido y Misao se volvió para ver.
Kazushi estaba arrodillado en la entrada fuera de la habitación de té, con las manos sobre los muslos mientras hacía una reverencia para Sakai.
Sakai cogió una nueva taza de vino y la levantó para Kazushi, moviéndola de arriba abajo.
-No debería.-Kazushi entró en la habitación y se sentó delante de Sakai.
Aceptó la copa de vino con ambas manos y dejo que Sakai le sirviera, entonces, vació el contenido de la copa de un trago y volvió a bajar la copa. Sacudió el mentón y pidió otra. Miró a Misao y entonces, se giró para volver a mirar a Sakai.
-En realidad, he venido a pedir prestado a Misao.
-Es por ese Katsuragi, ¿no?-Preguntó el anciano con una sonrisa de sabelotodo, pero Kazushi lo negó entre risas.
-No, vuelve a probar.
¿Quién podía ser? Misao revisó su memoria unos momentos, pero pronto dejó de hacer conjeturas. La experiencia iba a ser la misma sin importar quién fuese, así que especular no servía para nada.
-Te has vuelto bastante popular.-Bromeó Sakai, y entonces, abrió los ojos como platos.- ¡Oh, oh, oh! Espera un momento, se me había olvidado. Debe ser la edad… Últimamente se me olvida todo. Toma, toma. Quería darte esto.-Sakai sacó un abanico plegado del bolsillo de su chaqueta.
Kazushi se hizo a un lado con educación para que Misao pudiese sentarse delante de Sakai.
Aceptó el abanico que Sakai le ofreció y lo abrió revelando un fondo blanco con pétalos de cerezo dibujados. Era de elegante y de una calidad magnifíca.
Sakai levantó los dos dedos índices y se dibujó dos círculos en su rostro feliz.
Siguiendo sus deseos, Misao movió el abanico con elegancia por su cara y se sentó, deslizando el dedo índice por el mango de madera cada vez que daba un golpecito con la muñeca, haciendo girar el abanico con tres dedos. Finalmente, tiró el abanico y lo atrapó con tres dedos, todo mientras Sakai le miraba con la cara alegre.
Sakai hizo una mueca y aplaudió apreciándolo.
-Hermoso.
-Gracias, y gracias por esto.
Misao le hizo una reverencia rápida a Sakai y entonces, se levantó. Kazushi se disculpó por haber interrumpido y dirigió a Misao por los pasillos. Conforme Misao dejaba la habitación, Sakai le llamó amablemente.
-Espero que vuelvas.
Ya fuera de los pasillas, Misao volvió a hacerle una reverencia.
Misao sintió que le habían tirado una jarra de agua fría, pero contuvo sus sentimientos a raya y se apresuró a seguir a Kazushi, que estaba esperándole un poco más lejos.
-¿Quién es?-Preguntó Misao sin pretexto alguno.
Kazushi se acercó tan cerca que tuvo que inclinar la cabeza.
-El muchacho de los Towa.
Cuando Misao escuchó el nombre que le susurró al oído perdió todo el sentido de la realidad.
-¿Qué…?
Cuando Misao había recuperado la suficiente compostura como para responder, Kazushi ya estaba al final del pasillo.
-Está en la habitación del Acebo. Te dejaré el resto a ti.
Kazushi se dio la vuelta y resumió la situación con simpleza, entonces, se fue por otro pasillo. Misao corrió tras de él.
-¡Espera…!-Le cogió del brazo y tiró de él.
Kazushi arqueó una ceja y le miró. Tenía una expresión extraña en el rostro. No, quizás era Misao quién se estaba comportando de una forma extraña. La emoción le recorría todo el cuerpo y no podía estarse quieto.
-¿Pero por qué yo? Si quería a Ukigumo, ella ya tiene a dos aprendices suyas con el señor Sakai. ¿Normalmente no le daría tiempo a estar con él también?
-Bueno, eso es verdad.
Kazushi se rascó detrás de la oreja, sin palabras. Claramente no quería involucrarse.
-Me gustaría que los tíos lo dijeran si quieren a una aprendiz y ya.
Los alborotados sentidos de Misao se calmaron por un momento y sonrió torpemente además de soltar un suspiro rápido.
-Seguramente lo acabará diciendo. “Oh, no, sólo quería a Ukigumo”, ni siquiera soy una chica.-Replicó de morros.
-Puede ser, pero él es el cliente. No puedes ignorarle y ya.-Los labios de Kazushi se torcieron en una sonrisa triste y se burló.-Pensaba que te pondrías feliz al hacerse realidad tu sueño.
-¿No te había dicho que no es eso?-Respondió Misao molesto.
-Claro, claro.-Kazushi le dio unos toquecitos en el hombro a Misao, como para consolarle.-Bueno, sea como sea, ahora es todo tuyo.

Cuando se detuvieron delante de la habitación de té, con las puertas firmemente cerradas, escucharon el sonido de una cítara desde dentro. La estaban tocando muy bien. Misao cogió aire, y se arrodilló al lado de la puerta.
-¿Señor?-Llamó mientras abría la puerta.
La delicada melodía cesó. Sentado detrás de la cítara, con la espalda recta y la cabeza inclinada a un lado, el hombre se volvió para mirar a Misao. Misao le miró a los ojos y halló algo inusual en ellos. Estaba solo en la habitación. No había llamado a ninguna geisha. Misao supuso que no quería tener mucha gente a su alrededor.
Misao junto las manos delante de él e hizo una reverencia, entonces, se movió para sentarse, no delante de Masaomi, sino a cierta distancia de la mesa de patas de mariposa de la habitación.
No quería ser una molestia.
-He venido a ofrecerle vino, pero si le interrumpo, me puedo ir.
Masaomi sacudió la cabeza suavemente.
-No, está bien.
Se quitó las púas de los dedos y se giró para ponerse de cara a Misao con la pequeña mesita entre ellos. Misao también se relajó y se acercó.
-Gracias por ayudarme esta mañana.-En vez de saludarle, Masaomi le dio las gracias con un rostro amable. Misao inclinó la cabeza ambiguamente y alzó la botella de vino. Masaomi levantó la copa sin objetar nada.
-¿Has tenido la oportunidad de hablar con Ukigumo?-Preguntó Misao lleno de segundas intenciones mientras inclinaba la botella sobre la copa de Masaomi.
Estaba seguro que cuando Ukigumo se había ido del lado de Saki antes, había sido para ir ahí.
-Bueno…
Misao vio la sonrisa evasiva de Masaomi y retiró la botella curioso.
-Ha tenido la boca cerrada al igual que ayer.
-¿Qué?-La voz de Misao se equivocó al recibir una información inesperada.
Esa era la segunda visita de Masaomi al burdel y su segundo encuentro con la cortesana. Daba igual lo orgullosa que fuese la chica, en su segunda visita, siempre le hablaba.
-Ha estado tocando la cítara para no tener que hablar, y ha sido lo suficientemente amable como para dejármela.
Masaomi miró a la cítara ansioso, y entonces se giró para mirar a Misao.
-Creo que me odia.
Su sonrisa dolorida apuñaló el corazón de Misao.
-No creo.-susurró.
Era excesivamente raro que una cortesana rechazase a un cliente. ¿Y qué objeciones podía tener de Masaomi?
Si fuera yo, pensó Misao y entonces, cortó su línea de pensamientos de una vez.
-¿Misao?
El sonido de su nombre agitó a Misao más de lo que debería. Temía que se le cayera la botella de vino, así que la volvió a dejar en la mesa.
-¿Sí?
Se compuso e intentó responder con tranquilidad, pero no se las apañó del todo bien.
-¿Qué clase de trabajos haces aquí?
Misao se quedó sin palabras con las que contestar su pregunta y las buscó.
-Bueno… Hago muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
Limpiar el edificio, llevar bandejas a las habitaciones, hablar con los clientes, encender lámparas… Ninguna de esas cosas merecía ser mencionada, y el hecho de que ligaba con los clientes para ganar dinero no era ni discutible.
Misao miró la cítara. Sólo había una cosa que hacía de la que estaba orgulloso, y quizás esa cosa animase a Masaomi. Misao se sacó el regalo de Sakai de la manga y se lo puso en las rodillas. Cuando se había asegurado de que Masaomi lo había visto, dijo:
-¿Puedes tocarme algo?
Masaomi miró los rasgos tranquilos de Misao brevemente y tras una pausa lánguida, aceptó.
-Por supuesto.
Masaomi se levantó y volvió a la cítara. Se acercó y esperó a la señal de Misao.
-¿Qué te gustaría?
La mente de Misao de repente se quedó en blanco. Sus ojos cayeron sobre el abanico, recordando las ilustraciones del papel de abanico. Miró a Masaomi.
-“Sakura, sakura”, por favor.
Masaomi asintió y Misao levantó los pies, cogiendo el abanico.
Interiorizando las punzadas de las cuerdas, junto los pies de forma femenina y aflojo las rodillas para la pose inicial.
Las bellas notas de la canción empezaron. Descansó la mano izquierda sobre la derecha y abrió el abanico. La mano derecha se movió tres centímetros para adelante y la izquierda cinco hacia atrás.
Haciendo gestos con la mano izquierda, sujetó el abanico cerrado y lo levantó mientras giraba las piernas, deslizándolas por el suelo.
Su mente estaba en el silencio más absoluto. Desde niño, bailar había sido el único arte que había estudiado que Misao no había odiado. Le permitía escapar. Como el rocío o como una lluvia – giró el abanico y se deslizó por el suelo. De repente, el sonido de la cítara se detuvo cerca del último verso pero Misao, simplemente, siguió bailando en el silencio. Sostuvo el abanico cerrado, lo giró y bailó cerca del suelo. Estiró el abanico y se lo puso al lado de la cara. Se tocó la rodilla derecha y posó, sacudiendo la cabeza tres veces para terminar el baile.


El silencio reinó durante varios minutos hasta que un aplauso modesto lo rompió. La mirada de Misao se posó sobre Masaomi preguntándole en silencio por qué había dejado de tocar.
Masaomi respondió ansiosamente.
-Me he dado cuenta que si tocaba no podía apreciar bien tu danza.
Las pestañas de Misao revolotearon dos veces, quedándose mudo por su respuesta honesta. Entonces, susurró.
-No ha sido para tanto.
Se puso tres dedos sobre su palpitante corazón e hizo una reverencia. Masaomi le devolvió el gesto.
-Ahora me siento mejor. Gracias. Has sido muy amable conmigo.
Miró a Misao con una sonrisa tierna.
-Eres una persona maravillosa.
Misao sintió un dolor agudo, tan pequeño como los hilos que le estrujaban el corazón.
Dejó la reverencia y sacudió la cabeza. Se acercó al lado de Masaomi con pasos remilgados y sacó una cosa doblada que llevaba en su kimono. Se arrodilló sobre el suelo de tatami y con ambas amos se aferró a la mano de Masaomi que le observaba sorprendido. No dijo palabra alguna. Simplemente miró a Misao, mientras él le miraba a él. Sintió que jamás había estado en un momento tan serio.
-Todo lo que quería era el pañuelo.-Misao apartó las manos de la de Masaomi lenta y dulcemente.-Lo he hecho porque he querido.-Dijo.
La mirada de Masaomi estaba en el rostro de Misao, entonces, se deslizaron a la puerta.
-Bienvenida.-Murmuró achinando los ojos sonriente cuando Ukigumo entró con Suzu siguiéndola.
La cara de ella estaba, como siempre, amable aunque se endureció al pasar del dinero de la mano de Masaomi a la cara de Misao. Sazu miró a Ukigumo, asustada por el cambio en de comportamiento de su hermana mayor.
-Omi…
Ukigumi le llamó, casi regañándole, y entró en la habitación.
Masaomi pareció sorprenderse por un momento al escuchar a Ukigumo hablarle, pero recuperó la calma y le sonrió rápidamente.
Misao contuvo el aliento, como si le hubiesen disparado en el pecho. Ukigumi se sentó al lado de Masaomi coquetamente. De ninguna manera le estaba rechazando. Misao se dio cuenta de lo que le aguardaba el futuro al verles sentados el uno al lado del otro. Ukigumi miró a Misao obviamente queriendo que dijera algo. Misao hizo una reverencia con la cabeza y se fue de la habitación. Escuchó a Masaomi llamarle en voz baja, pero Misao jamás se habría dado la vuelta para mirar.
No pienses en ello, se advirtió, no le des vueltas.
¿Vueltas a qué? Era imposible que fuera a encontrar la respuesta cuando su corazón estaba tan enredado. Lo único de lo que estaba seguro era que Masaomi había contratado a Ukigumo. Eso es lo que un hombre como él haría, y el hecho de que Ukigumo había cautivado a Masaomi era tan normal como que la nieve se derrita y se vuelva agua. Quedaban muy bien juntos. Misao reconoció lo perfecto que era. Pero entonces, ¿por qué su corazón estaba tan contrariado?

En el dedo corazón de la mano derecha sentía un dolor punzante. Misao había estado soñando despierto mientras calentaba vino y se había quemado la mano. No le salió ninguna ampolla, pero el dolor no desaparecía. Misao miró a la luna abultada que flotaba en el cielo nocturno, preguntándose en qué había estado pensando. A lo lejos, escuchó el sentido de chapaletas de madera. Soltó un suspiro y se fue de la barandilla. Al darse la vuelta para irse por el pasillo una brisa del jardín atravesó sus largos cabellos, desordenándolos. Frunció el ceño y se echó para atrás de la oreja su molesto pelo. No tenía nada con qué atarlo, así que se lo aguantó con la otra mano.
Bajó por las escaleras adjuntas del pasillo. Sus pies se detuvieron casi en el mismo lugar que la noche anterior. Parpadeó lentamente. Masaomi estaba apoyado en la barandilla, totalmente solo, vestido con ropas finas.
Tenía un hilo rojo enlazado entre sus dedos; estaba haciendo formas. O Ukigumo o Sazu debió dárselo. Parecía desinteresado en el movimiento de sus dedos, aparentemente pensaba en otra cosa. Pero al notar como Misao se acercaba, lentamente, giró la cabeza.
Sacó una mano del hilo y este bailó irregularmente en la brisa. El hilo rojo amenazó con irse volando y Misao lo atrapó contra la barandilla. Tuvo que inclinarse hacia adelante para cogerlo. Sus desordenados cabellos volaron hacia atrás con la brisa. Se puso de puntillas y entonces, cayó sobre los talones y soltó un suspiro. Le pasó el hilo a Masaomi y le miró. En la cara de Masaomi pudo ver que había estado esperándole, y su corazón tembló.
-He pensado que si esperaba aquí, podría volverte a ver.
-¿Qué?
El rostro de Misao estaba lleno de confusión, y Masaomi apartó la vista. Misao se sintió incómodo. ¿Masaomi le había apartado la vista alguna vez? Parecía innatural. Un sentimiento de pavor ensombreció su corazón.
-¿Vendrías conmigo un rato?
Misao dudó ante la invitación de Masaomi, que sonó algo tensa, pero no tenía forma de rechazarla, por lo que asintió.
Siguió a Masaomi fuera de la barandilla y hasta su habitación.
-¿Pasa algo?-Preguntó a la ancha espalda del hombre mientras pasaban por la puerta.
Masaomi no parecía tener prisa por empezar a hablar. Ni siquiera miró a Misao ni se sentó, por lo que Misao no podía hacer nada excepto quedarse también de pie, en silencio. Se sintió incómodo y cuando bajó la vista su pelo le rozó las orejas. Inmediatamente, dejó escapar un pequeño sonido de molestia y se quitó la mano con la que se sujetaba el pelo. Su pelo le rozó la quemadura del dedo.
Masaomi se giró y le miró con las cejas juntas de preocupación y se dio la vuelta para ponerse cara a cara a Misao.
-¿Qué te ha pasado en la mano?-Masaomi cogió la mano de Misao, asustándole.
-Nada serio.
Misao intentó apartar la mano, pero Masaomi se la cogió deprisa.
-Déjame verla.
Masaomi le puso una mano en el hombro a Misao e hizo que se sentase al lado de una lámpara.
-Oh, ya veo. Está todo rojo.
-Sólo es una pequeña quemadura.-La mano de Misao todavía descansaba en la de Masaomi.
-Quiero que te cuides.-Susurró Masaomi mientras miraba el dedo quemado de Misao.
Misao intentó tomarse a risa el comentario sobreprotector, pero el encararse a la cara seria de Masaomi hizo que la solemnidad llegase a su propio rostro, no pudo decir nada.
-Creo que te he podido ofender.-Empezó Masaomi como prólogo.-Ukigumo me ha contado tu situación.
Las mejillas de Misao, instantáneamente, se tensaron y liberó su mano del agarre de Masaomi.
La punta de su dedo latió del dolor al igual que su corazón.
-¿Te importa que quiera saber por qué has preguntado eso?
La cara de Masaomi era pavorosamente formal.
-¿Qué clase de trabajo haces aquí?
-¿Quieres escucharme decir que le vendo mi cuerpo a los hombres?-Preguntó Misao desdeñosamente. Masaomi no lo negó.
Misao era el hijo de la cortesana más famosa de su época y de su amante. En cuanto el padre de Misao descubrió que la chica estaba embarazada, se fue a las montañas. Después de eso, su madre decidió retirarse del negocio y abandonó a Misao en la casa de té Oumi. Misao no la recordaba. Nacido y criado en el burdel, Misao no tenía ningún familiar y su única alternativa era servir en la casa de té. Siendo el hijo de una bella cortesana y su amante, un renombrado ligón, Misao era un niño hermoso. Cuando empezó a servir como criado, el dueño se aficionó a él. Le enseñó de todo, desde literatura hasta arte, y Misao cargaba con todos los gastos en la espalda, para conseguir saldar la deuda, trabajaba en el burdel.
Antes de darse cuenta, Misao estaba hasta arriba de deudas y atado a la casa de té Oumi, no era muy distinto a las chicas a las que habían vendido para servir ahí.
Quería ser libre, y la única forma de serlo era saldar su deuda con el dueño. Flirteaba los clientes para ganar dinero. En ocasiones, le contrataban más que a las prostitutas. Sabía que las chicas le resentían por tener más éxito que ellas a pesar de ser un hombre, pero el truco que Misao usaba todo el tiempo era darle su atención total al cliente, para que de esa forma, volvieran a venir una y otra vez. Y jamás había cruzado la línea ni una sola vez.
-Has sido muy amable conmigo.-Dijo Masaomi sin dudar.-Quiero que me digas lo mucho que necesitas marcharte de aquí.
La boca de Misao se abrió de par en par y se le agrandaron los ojos.  Su cabeza se sacudió por voluntad propia. Se sorprendió de ver lo asustado que estaba de molestar a ese hombre o causarle algún problema.
-¿O, quizás, esto de querer devolverte el favor es más de mi arrogancia?
Misao miró la cara pura de Masaomi, al corazón que tan fervorosamente había pensado en él.
-Me diste tu pañuelo.-Contraatacó aturdido, y la vista de Masaomi cayó. Estaba herido.
¿Por qué está acongojado?
De repente, pensó en algo. Dejó caer la cabeza, lo que hizo difícil el hablar, pero el deseó  emergió y salió por sus labios.
-En realidad, hay una cosa…-Levantó la cabeza.- ¿Puedes llevarme fuera de la puerta?
No era ninguna petición extravagante por la que Misao necesitara dudar. El rostro de Masaomi no mostró angustia alguna.  En toda la noche, eso era lo que más había ayudado a Misao.
-Todo lo que quiero es una tarde.
Su voz tembló un poco al hacer la petición, incluso mientras sus labios se convertían en una débil sonrisa. 


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