Capítulo 1: Poisolación

febrero 14, 2017


El agua del grifo era penetrantemente fría. Pero no tenía tiempo para esperar a que se calentase. Kousaka empezó a lavarse las manos. De inmediato, el agua corriente se llevó todo el calor de sus manos y se le entumecieron. Cerró el grifo, se enjabonó las manos y se las lavó a consciencia, entonces, volvió a abrir el grifo. Incluso cuando dejaron de salir burbujas, él siguió con las manos bajo el agua. Dos minutos más tarde, el calentador del agua por fin recordó su labor y el agua empezó a calentarse. Sus manos heladas estaban tan entumecidas que no distinguían el calor y el frío.
Cerró el grifo y se secó el agua con una toallita de papel. Acercándose las manos entumecidas al rostro, cerró los ojos y esnifó. Una vez seguro de que no olían, se frotó alcohol por todas las manos y empezó a tranquilizarse poco a poco.
De vuelta a la habitación, se tiró a la cama. La luz brillaba débilmente entre el espacio de las cortinas blancas; podría ser por la mañana o por la tarde. Pero en cualquier caso, en la vida de este hombre, el tiempo no importaba.
Escuchaba la corriente constante de voces de niños fuera. Había una escuela de primaria cerca. El escuchar a los niños jugar y divertirse, en ocasiones, le causaba una tristeza sofocante. Kousaka encendió la radio que había al lado de su cama, puso una frecuencia aleatoria y dejó que la música sonase. Una música vieja y estoica cubrió los gritos de los niños.
Tras dimitir de su último trabajo, Kousaka no hizo el más mínimo esfuerzo por encontrar un nuevo trabajo, gastaba sus ahorros constantemente y se pasaba los días tumbado en la cama, haciendo ver que pensaba en algo. Por supuesto, en realidad no pensaba en nada. Sólo intentaba mantener las apariencias.
“Estoy ahorrando vitalidad para cuando la necesite”, se decía a sí mismo. Él mismo desconocía cómo darle un “cuando” a este “para cuando lo necesite”.
De mala gana tenía que ir a hacer la compra una vez a la semana, pero el resto del tiempo lo pasaba en su habitación. El motivo era simple: era un caso serio de misofobia[1].
Vivía en un piso alquilado pequeño de cocina más comedor a unos veinte minutos de la estación de tren. Era su lugar sagrado. Allí, siempre tenía encendidos dos purificadores, y había un ligero aroma a antiséptico. El suelo estaba tan pulido que parecía nuevo, y en las estanterías había guantes de látex de un solo uso, máscaras quirúrgicas, espray bacteriano, toallitas húmedas, etcétera. La mayoría de su ropa y muebles eran blancos o casi, y su armario estaba lleno de camisas nuevas aún en la bolsa.
Kousaka se lavaba las manos más de cien veces al día, así que eran terriblemente ásperas. Llevaba las uñas bien cortadas a excepción de una uña larga en el dedo índice de su mano dominante. Esa era su medida de apoyo para cuando quedaba acorralado en situaciones que precisaban tocar el ascensor o algún botón con las manos desnudas.
Otra parte del cuerpo de Kousaka que estaba dudosamente “limpio”, era su pelo. Se lo había dejado algo largo. Reconocía que lo mejor era tener el pelo corto para mantener su cuarto limpio pero no podía soportar las peluquerías ni las barberías, así que tenía la manía de posponer los cortes de pelo tanto como pudiera.
Aunque lo más sencillo sería llamarle un enfermo de la limpieza, en realidad tenía una variedad de condiciones. Si se indaga en las percepciones de “suciedad” de la gente, se descubriría un gran número de creencias irracionales. Los que se hacen llamar “locos de la limpieza” a pesar de tener las habitaciones hechas un desastre son un ejemplo soberbio.
La imagen de suciedad para Kousaka eran “los otros”. Más que la suciedad en sí, el mayor problema yacía en si otra persona se había involucrado de alguna forma. Él preferiría comerse algo caducado de semanas antes de comer algo que ha tocado la mano de otra persona.
Veía al resto como generadores de bacterias. Sentía que el mero roce con la punta de un dedo haría que los microorganismos se propagaran y contaminasen su cuerpo.  Kousaka no podía cogerse de la mano ni con alguien cercano – por supuesto, para bien o para mal, en esos momentos no tenía a nadie con quien cogerse de la mano.
Basta decir que su hastío era el mayor obstáculo en su vida social. Alguien que ve a los otros como impurezas no puede formar relaciones positivas. Su deseo esencial de no interactuar con los demás se manifestaba de diversas formas e irritaba a los que estaban a su alrededor. Ni siquiera podía mostrar una sonrisa falsa, no se acordaba del nombre de la gente, no podía mirarles a los ojos… Habían demasiadas cosas en la lista.
En cualquier caso, lidiar con gente no era nada más que agonía. Cuando trabajaba, todo le estresaba, y todos sus deseos, excepto dormir, se disiparon. Sobre todo, las reuniones y los viajes de la compañía eran un infierno. Cuando llegaba a casa después de tales eventos, solía darse una ducha de cuatro horas, tumbarse en la cama y escuchar música para calmarse. Tenía que hacer eso para mostrarse a sí mismo que habían sonidos que valían la pena escuchar en este mundo o, de lo contrario, querría arrancarse las orejas. En semejantes noches, no podía dormir sin música.
“En resumen, no estoy hecho para ser humano”, pensó Kousaka con seriedad respecto a su ajuste a la sociedad. Consecuentemente, perdía su puesto sin importar qué trabajo fuera y terminaba dimitiendo para alejarse.
Su cambio reiterado de trabajo era esencialmente un proceso de eliminar sus prospectos uno a uno. En los pocos años que llevaba trabajando como un adulto, sentía que como humano era un negado. Era como si le hubiesen creado con las palabras: “hagas lo que hagas, da igual”.
No buscaba un pájaro azul[2]. Desde un principio había sabido que no existía nada así. No todo el mundo tiene un destino. Al final, hasta cierto punto, todo el mundo tiene que comprometerse a algún lugar. Pero aunque su cabeza lo comprendía, su corazón no podía subirse al barco. El día desgastaba continuamente su mente y sus coacciones empeoraban con ello. En correlación a su mente degradada, sus alrededores se volvieron más limpios, y su habitación estaba prácticamente esterilizada.

*        *        *        *        *
Kousaka, tumbado en la cama escuchando la música de la radio, pensó un poco en los acontecimientos de hacía unas pocas horas antes.
Estaba en la tienda. Llevaba sus guantes de usar y tirar. Eran necesarios para él, y sobre todo, eran un requerimiento para ir a la tienda o al mercado, atestado como estaban de cosas que tenía que tocar y sobra las que otra gente ya había pasado sus manos pegajosas.
Hizo sus compras como siempre, con guantes, pero el problema llegó a mitad de camino. Cuando extendió el brazo para coger agua mineral, de repente, el ligamento de su dedo índice derecho le empezó a doler. Lo miró; la piel se había roto y sangraba. Una ocurrencia común. Siempre se lavaba demasiado las manos y estaban en la estación seca, así que sus manos estaban tan ásperas como un cosmetólogo principiante.
Incapaz de soportar la sensación de la sangre rezumando por el guante, se sacó el guante derecho y lo tiró. Y al no gustarle la sensación de llevar sólo un guante también se sacó el izquierdo y continuó comprando.
La chica de la caja era la que solía ver. Era una chica bien educada con el pelo teñido de color marrón café. Mientras Kousaka subía sus productos, la chica le recibió con una sonrisa. Hasta ese punto no hubo ningún problema en particular, pero cuando cogió el cambio, la muchacha se lo dio envolviendo su mano con las suyas.
Eso era malo.
De inmediato, Kousaka apartó las manos como por acto reflejo. Las monedas se dispersaron por el suelo y los clientes de la tienda miraron en su dirección.
Miró su mano, atontado, ignorando a la chica de la caja que disculpaba precipitadamente y corrió a intentar recoger el cambio. Y tras volver a su piso tan rápido como pudo, se dio una larga ducha. Pero siguió sintiendo una sensación desagradable y después de ducharse volvió a lavarse las manos.
Kousaka suspiró después de recordar toda la secuencia de eventos. Aunque lo veía anormal, no podía soportar que le tocaran su piel desnuda.
Además, a Kousaka se le daban mal las mujeres femeninas, como la de la caja. No sólo se limitaba a las mujeres; también le disgustaban los hombres que lucían su masculinidad en primer plano. Sentía la misma sensación impura de ambos. Suena como algo que diría una chiquilla a las puertas de la pubertad, pero era como se sentía de verdad.
Durante su infancia, creyó que su fobia se le pasaría conforme creciera, pero en realidad, empeoró.
-A este ritmo, no me voy a casar nunca, y ya no hablamos de hacer amigos.-Se murmuró para sí.

*        *        *        *        *

Cuando Kousaka tenía nueve años, tenía una madre. Cuando cumplió los diez años, ella se fue de este mundo. Fue declarado un accidente, pero Kousaka seguía sospechando que fue un suicidio.
Había sido una mujer hermosa. Cultivada e ingeniosa, con un buen gusto musical y cinematográfico. Al parecer, antes de conocer al padre de Kousaka había sido una profesora de electrónica. La suya era una clase pequeña, pero con buena reputación, y bastantes estudiantes venían de lejos para asistir.
A Kousaka todavía le desconcertaba que una mujer tan perfecta como ella escogiese a un hombre tan mediocre como su padre. Su padre no era un hombre elegante, para no decir que era todo lo contrario. Su rostro era como un montaje fallido de partes que no encajaban, no ganaba mucho, no tenía pasatiempos ni pasión por su trabajo, y en general, no tenía ningún mérito que valiese la pena llamar mérito – aunque para el Kousaka adulto, el simple hecho de vivir normal y mantener una casa tenía mérito.
La madre de Kousaka era dura consigo misma, y buscaba un esfuerzo similar de su hijo. Desde que tenía memoria, a Kousaka le obligaron a asistir a diversas clases y cuando llegaba a casa, le seguía un horario planificado minuto a minuto que su madre supervisaba. Al ser tan joven, él pensaba que todas las madres eran así, por lo que no albergaba dudas y hacía lo que le decían obedientemente. Si la desafiaba podría acabar encerrado descalzo en casa o sin comer todo el día, por lo que no le queda de otra.
El hecho de que no satisfacía ni la mitad de las expectativas de ella parecía enfadar y desconcertar a su madre.
“¿Por qué este niño, de mi propia sangre y carne, no es tan perfecto como yo? A lo mejor el problema está en cómo le he criado.”
Extrañamente, la mujer dudaba de todo excepto de la disposición de Kousaka. Pero seguramente, eso no era por su parcialidad como madre, sino una manifestación de su débil amor propio. Prefería dudar de sus métodos al educar que de su propia sangre, eso es todo.
Como muchos perfeccionistas, a la madre de Kousaka le gustaba la pulcredad. Cuando la habitación de Kousaka estaba desordenada o volvía a casa sucio, ella le miraba pesarosamente. Eso era mucho más duro para él que le gritasen o pegasen. Por otra parte, cuando Kousaka limpiaba su habitación o se lavaba las manos, ella siempre le elogiaba. Como alguien sin ninguna habilidad atlética ni escolar destacable, estas eran las pocas oportunidades que tenía de hacer feliz a su madre. De forma natural, le empezó a gustar más la limpieza que a cualquier otro niño de su edad – aunque razonablemente.
Las anormalidades empezaron a los nueve años, a finales de verano. Un día, la madre de Kousaka empezó a ser muy amable con él, como si no fuera la misma persona. Como si lamentase su comportamiento, abolió todas las normas que le había impuesto y le trató con mucho afecto. Kousaka, liberado de todas sus limitaciones y capaz de experimentar una vida de niño sin restricciones por primera vez, no pensó demasiado en el cambio repentino de la actitud de su madre. A veces, la mujer le ponía una mano en la cabeza y le acariciaba repitiendo: “lo siento”. Él quería preguntar por qué se disculpaba, pero sentía que si lo hacía podría enfadarla, así que se quedaba callado y dejaba que le acariciase.  Se dio cuenta después: no se disculpaba por algo que había hecho, sino por algo que estaba a punto de hacer.
Apenas un mes después de comportarse como una madre amable, murió. Mientras volvía a casa de ir de compras, chocó de cara con el coche por ir mucho más deprisa de lo adecuado. Naturalmente, fue considerado un accidente, pero Kousaka sabía algo: en ciertos momentos del día, esa carretera era el sitio ideal para suicidarse, y quien se lo había dicho había sido su propia madre.
Después del funeral algo cambió en Kousaka. Aquella noche, se lavó las manos durante horas. Su mano derecha con la que había tocado el cuerpo de su madre le parecía insoportablemente asquerosa. Cuando Kousaka se despertó a la mañana siguiente, su mundo había cambiado. Saltó de la cama, corrió al baño y se duchó durante horas. Todo en el mundo parecía sucio. El pelo en el desagüe, el moho de las paredes, el polvo del pollo de la ventana – el solo mirar estas cosas hacía que un escalofrío le recorriese la columna.


[1]Misofobia: o TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo) es un trastorno de ansiedad que causa una reacción excesiva a la más mínima falta de limpieza, con un miedo irracional a la suciedad, a la contaminación y a los gérmenes.
[2]“No buscaba un pájaro azul”: Pájaro azul = Felicidad. Es una referencia a “El pájaro azul” de Maurice Maeterlinck. 

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