Capítulo 2: Rata de ordenador

febrero 14, 2017


 Explicar el misterio de un telefonillo haciendo eco en la oscura noche a alguien que no lo ha experimentado jamás, es difícil.
Estás tranquilo, indefenso en una habitación completamente silenciosa. De repente, un sonido inorgánico  rompe el silencio para notificarte que tienes visita. Por un instante, se te paran los pensamientos. Compruebas el reloj, y en efecto, no son horas de visita. Tu cabeza se llena de dudas y preguntas. ¿Quién? ¿Por qué  ahora? ¿Para qué? ¿He cerrado la puerta? ¿Y he echado el pestillo?
Contienes la respiración, escuchando como la persona más allá de la puerta entra. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Podrían ser segundos, podrían ser horas. Tímidamente, vas a la puerta de la entrada y miras por la mirilla, y un desconocido aparece y desaparece sin dejar huellas. Todo termina suspenso en el aire y el eco de ese maldito aparato electrónico continuo el resto de la noche…
Fue una visita sin ningún aviso previo.
Cuando el telefonillo sonó, Kousaka estaba limpiado el teclado de su ordenador que no tenía ninguna marca en las teclas. La semana pasada ya había sacado todas las teclas y las había lavado pero tenía que lavarlas a fondo después de casa uso. El reloj de mesa anunciaba que eran pasadas las once de la noche. Antes de que Kousaka pudiese, siquiera, pensar quién podría ser a esas horas, su teléfono que estaba cargándose en el escritorio, vibró. Intuitivamente, se dio cuenta que el tiempo correspondiente entre el telefonillo y el mensaje no era coincidencia.
Cogió el móvil y miró el nuevo mensaje:
“Abre la puerta. No tengo ninguna intención de hacerte daño. Quiero hablar de virus.”
Alzó la vista y miró a la puerta delantera. Su piso no estaba equipado con sistemas ortodoxos y colarse era tarea fácil para los intrusos. La persona que había enviado el mensaje ya debía estar ante la puerta – cuando se percató de ello, se escuchó picar a la puerta. No fue un golpe fuerte, sino un golpecito para dejarte saber de su presencia. Kousaka miró el móvil de su mano, preguntándose si debía llamar a la policía, pero el mensaje en la pantalla le hizo detenerse.
“Quiero hablar de virus”.
Definitivamente, tenía cierta idea de qué podía significar ese mensaje.
Kousaka se había interesado por el malware tres meses atrás, cerca del verano de dos mil once. Un día, recibió un mensaje de un número desconocido al móvil.
“El mundo se acabará muy pronto”.
Un mensaje siniestro, pero al mismo tiempo, como se sentía algo incómodo por haber perdido su cuarto trabajo, el mensaje le dio un poco de aire fresco.
Kousaka cerró los ojos y disfrutó un poco de la visión del mundo acabándose. El cielo rojo, las sirenas sonando por la ciudad, las noticias infelices en la radio. Imaginó toda la escena a distancia. Puede sonar absurdo, pero ese mensaje imprudente salvó a Kousaka. Un consuelo sin base, una mentira efectiva, eso era justo lo que había necesitado aquel entonces.
Cuando lo miró más tarde, descubrió que el mensaje lo había enviado un aparato infectado con un malware llamado “Smspacem”. Era un malware programado para hacer que los ordenadores funcionasen de forma irregular. La mayoría de la gente se refería a tales cosas como: “virus”, pero técnicamente, un virus no es nada más que una subcategoría de malware.
Describiendo Smspacem resumidamente, era un malware que informaba de la gente del final del mundo. Según los informes de seguridad, se trataba de un malware que tenía a los usuarios norte americanos como objetivo. Así que el hecho de que un mensaje similar se enviase en japonés significaba que había algún curioso que había hecho una variante.
Haciendo el vago en la cama después de dimitir, Kousaka, una vez, de repente recordó Smspacem y pensó:
“Me pregunto si podría hacer algo así. Me pregunto si podría reproducirlo de una forma distinta.”
Por suerte, tenía todo el tiempo del mundo, por lo que Kousaka recopiló los conocimientos que necesitaba para crear el malware. Tenía los conocimientos básicos y la experiencia de trabajar como programador, por lo que un mes después de empezar a estudiar, ya había completado algunos malwaresque no dependían de herramientas.
“Creo que se me da bien este campo”, pensó Kousaka. Tenía talento para encontrar el mejor algoritmo para un problema sin que nadie se lo enseñase. Un raro ejemplo del nacimiento de la puntualidad y el perfeccionismo al trabajar de forma positiva. Poco después, el malware que creó empezó a aparecer en los informes de seguridad de las mayores empresas de software. Esto animó a Kousaka a empezar la creación de un nuevo malware. En algún punto, crear malwares se convirtió en su razón de existir.
Un irónico giro de los acontecimientos. Una persona que les temía tanto a los virus y a los insectos del mundo real que le era difícil vivir, encontró el motivo para seguir existiendo en crear virus y gusanos en el mundo virtual.
Kousaka, mientras miraba su ordenador y tecleaba, a veces pensaba:
“Tal vez no deje mis genes en este mundo, por eso, en vez de eso, estoy esparciendo un malware que se multiplica solo por internet”.
En realidad, hay varias cosas a las que se las considera malware. Tradicionalmente, se divide los malware en tres categorías: virus, gusanos y troyanos, pero con los años, los malware se han vuelto más complicados y sus nuevas apariencias ya no encajan en las categorías tradicionales por las que se han creado nuevas.
Las diferencias entre las tres categorías tradicionales – virus, gusanos y troyanos – son relativamente fáciles de entender. En primer lugar, los virus y los gusanos tienen habilidades de auto infectarse y auto multiplicarse, mientras que los virus tienen que habitar en otros programas para existir. Los troyanos se distinguen de los virus y de los gusanos por la carencia de la habilidad de auto infectarse y multiplicarse.
El Smspacem que hizo que Kousaka se interesase en el malware se podría definir como gusano. Recolectaba las direcciones de correo de los ordenadores afectados, enviaba muchos correos con copias de un programa ilegal y repetía el proceso con los infectados para extenderse todavía más – esto se conoce como un “correo gusano en masa”.
Este también era el tipo de malware que Kousaka desarrolló. A su gusano de correo en masa lo apodó: “NocheSilenciosa”.
NocheSilenciosa era un gusano que atacaba en la fecha establecida. Empezando a las cinco de la tarde el veinticuatro de diciembre, inhabilitó las funciones de trasmisión de los aparatos infectados durante dos días. Para ser más exactos, acabó con todas las transmisiones en cuanto empezaron. Como resultado, el dueño del aparato infectado se vio privado temporalmente de llamadas telefónicas, mensajería, correo, servicios de llamada online – de cualquier tipo de comunicación.
El nombre en clave de NocheSilenciosa entonces, era un juego de palabras que iba sobre que era un virus que se activaba en Noche vieja y que arrasaba con toda la comunicación entre amigos y seres queridos obligándoles a pasar una noche de navidad callados y tranquilos.
A finales de noviembre, NocheSilenciosa por fin fue completada. Kousaka propagó el gusano del móvil por la red. Dependiendo de cómo lo mires, se puede considerar esto como el principio de todo. Tan sólo pasarían unos días antes de que se diera cuenta en qué líos del destino se estaba metiendo.
El telefonillo volvió a sonar. Kousaka se levantó de su silla de trabajo. Sentía que podría lamentar el fingir no estar en casa. Si no aclaraba la identidad del visitante y su propósito aquí y ahora, no dudaba en que le atormentaría una inquietud insondable durante las próximas semanas. Y en cualquier caso, ya sabía su dirección y correo, así que esconderse era fútil.
La cámara de la puerta estaba rota, así que tenía que mirar por la mirilla para ver el rostro de su visitante. Se fue del comedor con cautela y se quedó ante la puerta de la entrada. Echando un vistazo, vio a un hombre con un abrigo negro sobre un traje. Al ver su atuendo, la cautela de Kousaka se aflojó ligeramente. Hay algunos trajes y uniformes con el poder de tranquilizar a la gente incondicionalmente.
Después de comprobar que tenía echado el pestillo, abrió la puerta. Como anticipando que le recibirían con el pestillo echado, el hombre se movió a una posición opuesta a la apertura de la puerta.
El hombre era unos buenos centímetros más alto que Kousaka. Kousaka medía uno setenta y dos metros lo que significaba que este hombre debía medir uno ochenta o más. También era de constitución robusta. El abrigo de piel que llevaba sobre el traje debía haber sido negro en un principio pero la suciedad lo hacía parecer gris. En sus ojos había bolsas y su mandíbula estaba cubierta por una barba mal cuidada, con pelos blancos que se mezclaban con los aceitosos. Tenía una sonrisa amigable pero sus ojos eran algo huecos.
-Hey –dijo el hombre. Su voz era grave y ronca, pero fuerte.
-¿Quién es usted?-Preguntó Kousaka por encima de la cadena.-¿Qué quiere a estas horas?
-Tal y como ponía en el correo, quiero hablar sobre virus.
Kousaka tragó saliva.
-¿Usted es quién ha enviado el correo?
-Sí.-Afirmó el hombre.- ¿Puedo entrar? No quieres que te pregunte sobre ello, ¿no?
Kousaka fue a por el pestillo y entonces, dudó. Cierto, como él había dicho, no quería que le preguntasen sobre ello, pero no había garantía alguna de que fuera segura dejarle entrar. Por la sensación que emitía su ropa, Kousaka supuso instintivamente que el hombre ante él, si así lo quería, podía retorcerle el brazo sin dificultad alguna. Sintió que estaba acostumbrado a tales acciones y que prefería un lenguaje fácil de entender a una comunicación molesta. Estaba preparado para responder violentamente en cualquier momento dependiendo de mis acciones.
-Pareces precavido.-Dijo el hombre al ver la inquietud de Kousaka.-Bueno, quizás te sea más fácil hablar así en vez de relajarte. No pretendo ir por las malas, pero supongo que no me creerás sólo por lo que yo te diga.
La concentración de Kousaka volvió a su habitación instantáneamente. Y una vez más, el hombre vio a través de sus acciones.
-Relájate, sé lo de tu limpieza. No pasaré del recibidor.
Kousaka estaba atónito, y sus labios temblaron.
-¿Tanto sabes…?
-Sí. ¿Por qué no me dejas entrar ya? Aquí fuera hace un frío que pela.
Kousaka titubeó, pero por fin se rindió y quitó el pestillo. Haciendo honor a su palabra, el hombre no puso un pie más allá del recibidor, cerró la puerta tras de él, se apoyó en ella y suspiró. Empezó a sacar un cigarrillo de su bolsillo pero notó cómo le miraba Kousaka y lo apagó.
-No eres sólo tú, de verás… A muchos jóvenes de hoy en día les gusta estar limpios.-Dijo el hombre como para sí.-Supongo que tiene sentido porque es lo que venden, pero si miras los anuncios, todo parece estar sucio. Los sofás y los colchones llenos de ácaros, las tablas de cortar y las esponjas están llenas de bacterias, los móviles y los teclados se ensucian con el uso, la boca al levantarte huele peor que una apestosa pila de…-Mientras hablaba sacó un mechero del bolsillo y lo abrió.-Pero como todo eso nos rodea, supongo que eso significa que no siempre hemos estado bien. ¿No hay nada de qué preocuparse supongo? Supongo que eso es lo que las empresas hacen, crean problemas que ni existen.
Kousaka le presionó para ir al grano.
-¿De qué querías hablar…?
-Estoy aquí para amenazarte.-El hombre contestó así de directo.-Kengo Kousaka, lo que estás haciendo es un acto criminal. Si no quieres que ir a juicio harás lo que te diga.
Kousaka mantuvo el silencio. Fue tan repentino que le costaba seguirlo, pero supuso que ese hombre había determinado de alguna manera que él era el autor del malware y estaba ahí para amenazarle por ello.
Si el hombre lo sabía todo sobre la situación, no había nada que Kousaka pudiese hacer, sin embargo, Kousaka decidió no abrir la boca hasta determinar cuánto sabía y cuánto no sabía. No era imposible que aquel hombre, en realidad, casi no supiese nada sobre el malware y que estuviese pretendiendo para sacar información. Tal vez aún había forma de huir.
-Tu cara dice: “cuánto sabe este tío”.-Dijo el hombre. Kousaka se quedó callado.-Ya veo.-La expresión del hombre cambio ligeramente. Quizás fuese una sonrisa, quizás mostrase algo de descontento.-Si te digo la verdad, no tengo conocimiento total sobre todo. Por ejemplo, del por qué la activación del virus tuvo que ser en la víspera de navidad, o del por qué alguien tan experto en programación no tiene trabajo y está absorbido creando virus. Podría seguir más y más con cosas que parecen no estar claras.
En resumen, aquel hombre estaba diciendo que lo sabía todo.
-Pensaba que había cubierto mis huellas para no dejar pruebas.-Dijo Kousaka resignado.-Sólo pregunto por curiosidad pero, ¿cómo ha determinado el autor de un malware que todavía no ha causado ningún daño?
-No tengo obligación de contestarte a eso.
Tenía razón. Nadie en esta situación mostraría sus cartas.
-Pero,-continuó el hombre.-por el bien de tu orgullo escuchimizado te diré una cosa. Es verdad, eres un cliente bastante duro en el mundo virtual. Te concedo eso. Pero por otra parte, en el mundo real eres totalmente indefenso… Con solo eso entiendes por dónde voy, ¿no?
Algo frío recorrió la columna de Kousaka. Pensando en ello, en los últimos meses había establecido una hora cada semana para ir a comprar, y durante ese tiempo, la casa se quedaba vacía. Y cuando hacía buen tiempo, dejaba las cortinas abiertas todo el día – tenía la poderosa creencia de que la luz del sol tenía el efecto de matar las bacterias –. Así que si a alguien le apetecía, no era imposible espiar su vida personal – para ser concreto, alguien podría colarse en su apartamento o espiar con un telescopio.
-Y respondiendo a tu pregunta de antes,-añadió el hombre.- no empecé a investigarte convencido de que eras un cibercriminal. Sólo estaba reuniendo información para determinar si Kengo Kousaka era adecuado o no. Como descubrí lo del chantaje decidí usarlo, pero en un principio pensaba contratarte por dinero.
-¿Adecuado? ¿Para qué?
-Para lo que te voy a contar.
El silencio cayó entre los dos. El hombre parecía esperar que Kousaka hablase.
-Y… ¿por qué motivo has venido a amenazarme?-Preguntó Kousaka, medio desesperado.-No creo que pueda hacer mucho…
-Agradecería que fuésemos al grano. Si sigues siendo así de sincero, no tendré que amenazarte más de lo necesario.-Tras una pausa, el hombre fue directo al asunto.-Kengo Kousaka, quiero que cuides de cierta criatura.
-¿Una criatura?
-Sí, una criatura.-Repitió.

*        *        *        *        *

-No tengo muchas esperanzas puestas en ti.-Dijo el hombre mientras se marchaba.
En realidad no se le podía culpar porque para él, este era un trabajo problemático. No le gustaba interactuar con otra gente, pero sobretodo se le daban mal los niños y la gente mayor. El motivo, por supuesto, era porque “parecían sucios”.
Dicho eso, no podía rendirse. Si no satisfacía la petición, Kousaka no sólo estaría sin empleo, sino que estaría en el paro con un informe criminal.
Aparentemente, el nombre de la criatura era Hijiri Sanagi. A Kousaka no se le proporcionó más información que esa. Su chantajista también le dijo su propio nombre: Izumi. Las órdenes de Izumi eran simples.
-A las cinco de la tarde, mañana, ves al parque Mizushina. Cerca del parque habrá una criatura dándole de comer a los cisnes. Esa es Hijiri Sanagi.
Kousaka no acababa de entender la situación, pero por el momento, asintió.
-Tu primer deber es hacerte amigo de Hijiri Sanagi.
Entonces, Izumi añadió una breve explicación de cuál sería el pago por tener éxito. La cantidad especificada era bastante grande para Kousaka.
Cuando Izumi se marchó, Kousaka se paseó por su habitación limpiando como loco. El sólo pensar en la posibilidad de que alguien hubiese entrado allí mientras no estaba le hacía perder la cabeza. Pero la sensación de que “otro” había estado no desaparecía sin importar cuánto antiséptico usase.
Lo que hizo después, llevando un abrigo, con guantes de látex en ambas manos y una máscarilla fue desinfectar las sábanas y echarle espray a su bolsa. Comprobó el cerrojo con cautela, y abrió la puerta con una sensación de desesperanza.
Había pasado mucho tiempo desde que había dejado su tierra sagrada pasada la puesta de sol. El aire exterior era penetrantemente frío, y las orejas y la cara le daban pinchazos.
Decidió ponerse un traje para no darle mala espina a Hijiri Sanagi. La mayoría de la gente, si un desconocido les hablase sin venir a cuento, irían con cuidad. Sobre todo de noche. En esos momentos, un traje le daba a la gente una sensación de alivio. Kousaka tuvo este pensamiento en mente teniendo en cuenta su propia experiencia de la noche anterior.
Se detuvo en una parada a un lado de la estación de tren donde había una pequeña multitud.
Echando un vistazo por encima de su hombro, vio que los espectadores rodeaban a un artista callejero. El artista era un hombre en sus treinta, con una maleta delante de él que usaba de pedestal en la que bailaban las marionetas. El hombre usaba todos sus dedos al máximo para controlar las dos marionetas a la vez. Kousaka admiró su destreza. “El cabrero solitario” sonaba como música de fondo de un radiocasete. Kousaka miró el espectáculo un rato. Las marionetas estaban algo deformadas, sus rasgos faciales eran de distintas tallas, lo que parecía más grotesco que cómico. Parecía ser que la marioneta masculina perseguía a la marioneta femenina, o tal vez fuera al revés y al final, ambos se besaban con torpeza y hubo una ronda de aplausos.
El titiritero, cuando la audiencia estaba a gusto, empezó a pedir pago. Cuando los otros espectadores se macharon, Kousaka dejó un billete de mil yenes en la maleta. El artista hizo una mueca y dijo entre susurros:
-Que las marionetas te protejan.
Kousaka volvió a andar. Por suerte, el parque designado estaba a tan sólo treinta minutos andando desde su piso, así que no era necesario usar el transporte público.

*        *        *        *        *

Kousaka se había imaginado, aunque por encima, que Hijiri Sanagi era un niño de unos diez años. Por el nombre “Hijiri Sanagi” – y esto era lo que Kousaka asumía por cómo estaba escrito el kanji de su nombre – parecía más masculino que femenino, y “Sanagi” significaba “crisálida” que para él se asociaba más con chicos, así que no es raro que cuando llegó al parque Mizushina y se encontró cn la persona en cuestión, estaba confundido.
Primero notó el cabello teñido de plata. Era una cabellera corta, rubia platino que dependiendo de la luz parecía gris como la ceniza, y sus cejas también estaban teñidas. Además, su piel era enfermizamente pálida y sus ojos eran de un negro profundo que te absorbían.
Seguidamente, su mirada fue a las largas piernas que salían de la falda. A pesar de que la temperatura era suficiente como para hacer que el aliente se tornase vapor, llevaba una falda corta que dejaba sus muslos al descubierto. Tampoco llevaba medias o calcetines. Si Kousaka lo recordaba correctamente, el uniforme que llevaba era el del instituto de esa área. Vestía una bufanda de tartán y un cárdigan blancuzco, pero nadie pensaría que eso cubría el frío que debía tener en las piernas.
Llevaba auriculares grandes como los que se usaban en los estudios. Era imposible que con su diseño tan soso fueran un artículo de moda. Kousaka suponía, por el sonido que se escapaba, que la muchacha estaba escuchando a rock antiguo.
La mirada de Kousaka por fin aterrizó en el cigarro que tenía entre sus labios finos. Al principio, no sabía si eran alientos, pero al fijarse más, efectivamente, se trataba del humo que salía de su boca.
Hijiri Sanagi era una chica de unos diecisiete años, y no una chica normal, sino el tipo de chica con el que Kousaka no sabía lidiar.
“Caray, ¿qué espera de mí ese Izumi?”, Kousaka torció el cuello. ¿Qué podría haber hecho que aquel hombre llegase a la conclusión que él era adecuado para esto? No tenía ni idea. Sólo quería correr, pero no podía huir. Si se rendía ya, Izumi podría entregarle a la policía en cualquier momento. Aunque no pensaba que eso fuera enteramente injusto, al menos podría intentarlo y fallar, y nunca sería demasiado tarde para rendirse. No tenía por qué estar nervioso. No es como que fuera a seducirla y convertirla en su amante. Sólo ser amigos era suficiente.
Se quitó la máscara y se la puso en el bolsillo. Decidido, se acercó a Sanagi. Tal y como había visto Izumi, Sanagi estaba de pie cerca del lago dándole de comer a los cisnes. Sacó cortezas de pan de una bolsa y las tiró al aire, y los cisnes los engulleron de una sentada. Ella observaba contenta. No notó a Kousaka a su lado. Sin querer sorprenderla, él entró en su campo de visión lentamente y habló.
-Eh…
Unos segundos más tarde, Sanagi miró hacia él. Kousaka no pudo evitar admirar la apariencia de Sanagi al verla cara a cara. Su figura le recordaba a un androide creado siguiendo un diseño claro. Dicho diseño, sin embargo, no era para relajar y suavizar a la gente sino para disturbarla y tensar a todos los que estaban cerca.
-¿Qué…?-Preguntó Sanagi, quitándose los cascos y mirándole con sospecha.
Kousaka apartó la vista sin darse cuenta. Parecía que ese traje no estaba haciendo su trabajo de mitigar su precaución. Bueno, era obvio. Era raro que un hombre entrajado se le acercase de noche en un parque a una estudiante de instituto, sin lugar a dudas. Para ponerlo de forma simple, parecía peligroso. Llegados a este punto, llevar ropa de deporte habría parecido más natural.
-¿Podemos hablar un momento?-Preguntó Kousaka usando toda su energía para mostrar una sonrisa amigable.- ¿Tienes tiempo?
-No.-Respondió Sanagi vagamente, con el cigarro en la boca.-Estoy ocupada.
La respuesta obvia. Sanagi se volvió a poner los cascos y regresó a su propio mundo. Llegados a ese punto, no había nada que pudiese hacer Kousaka. El problema era algo más fundamental que su diferencia de edad o su diferencia de género: jamás había tratado de ser amigable con otra persona.
Kousaka no sabía qué hacer. No se le ocurría ningún movimiento, así que siguió el ejemplo de Sanagi y observó cómo los cisnes perseguían la comida desde una distancia.
La mayoría de animales salvajes no le gustaban, pero los cisnes eran una de las pocas excepciones. Sus cuerpos eran blancos, para empezar, pero lo más importante, era que sólo aparecían en invierno. Siempre estaban empapados de agua fría que daba una sensación limpia. Era imaginación suya, sin embargo, eso era por los patógenos de sus cuerpos.
Echó otro vistazo al parque. Las farolas iluminaban el parque cubierto de nieve y hacían que el lugar brillase tenuemente. Si escuchaba con atención, no sólo podía oír a los cisnes, sino que también la nieve de las ramas cayendo al suelo. Cerró los ojos y se concentró en tales sonidos.
Escuchó un suspiro. Sanagi se quitó los cascos otra vez y le miró. Los ojos de Kousaka deambularon por la afilada mirada penetrante. Por un instante, vio un pendiente brillando en la oreja de Sanagi.
-Hey, ¿qué quieres de mí?
No había momento para considerar las palabras con cuidado. Tenía que decir algo para tranquilizarla y abrió la boca.
-Quiero ser tu amigo.
Cuando lo dijo le pareció sospechoso. El tipo de frase que diría alguien con intenciones impuras. ¿No había una forma mejor de expresarlo? Si ella saliera corriendo a la policía a decir: “un hombre sospechoso ha intentado ligar conmigo”, no sería fácil librarse.
Sanagi miró a Kousaka con ojos sin emoción alguna. Hubo un largo silencio. Ella aspiró su cigarro y tiró la ceniza con un movimiento experto. Entonces, siguió mirándole como estimándole.
“Di algo ya, cualquier cosa”, rogó Kousaka en silecnio. El sudor frío bajo sus brazos era incómodo. Quería dejar esta idiotez, volver a su piso y tomarse una ducha. Anhelaba su tierra sagrada llena de purificadores de aire y antiséptico.
Poco después, Sanagi tiró su corto cigarro a sus pies. La llama se apagó de inmediato cuando tocó el suelo húmedo por la nieve.
-Supongo que Izumi te lo ha pedido, ¿no?-Preguntó Sanagi apática, soltando una última bocanada de humo.-Hasta ahora eres el séptimo.
El viento se llevó el humo que Sanagi soltó, y Kousaka se cubrió la boca. Entonces, un momento más tarde, supuso el significado de: “el séptimo”.
-¿Quieres decir que ha habido otros antes de mí que te han pedido ser tus amigos?-Preguntó Kousaka.
-¿Eh? ¿Izumi no te ha contado nada?
Kousaka lo admitió todo resignado.
-Sólo me ha dicho que: “cuide de una criatura”. Supuse que eras un chiquillo de diez años así que cuando te he visto me he confundido.
-Pues estamos en el mismo barco. Jamás pensé que me enviaría a un tipo tan viejo como tú. ¿En qué estaría pensando?-Sanagi se rascó la barbilla molesta.-¿Cómo te llamas?
-Kengo Kousaka.
-Izumi te ha amenazado para que hagas lo que diga, ¿no? Hey, ¿de qué debilidad tuya se está aprovechando?
Él dudó por un instante, pero decidió responderle con sinceridad. Aunque se quedase callado, Sanagi lo sabría por Izumi.
-Deja pasar cierto comportamiento criminal mío.
Sanagi mostró un gran interés en esas dos palabras.
-¿Comportamiento criminal?
-Crimen cibernético. Cree un virus de ordenador y lo esparcí.
-¿Por qué lo hiciste?
-Porque me gusta. Es un pasatiempo.
-Eh. Un pasatiempo.-Sanagi frunció el ceño, encontrándolo difícil de entender.
-Por cierto, ¿qué relación tienes con ese hombre?
-No sé. ¿Padre e hija?
-Padre e hija…-Repitió Kousaka.-No es mi intención meter la nariz donde no me llaman, pero, ¿alguna vez te han enseñado a respetar a tus padres en casa?
-Podría ser padrastro e hija.
-Bueno, si no quieres no respondas.
Kousaka se dio la vuelta, puso las manos en una verja y alzó la vista al cielo nocturno. Justo entonces, descubrió lo que parecía un nido de pájaros en las ramas sobre él. Era un nido bien hecho pero demasiado grande. Tal vez un muérdago, concluyó. Había oído que había organismos parasitarios que habitaban en los cerezos y que les gustaban y robaban los nutrientes. Sanagi pareció acordare de algo y habló.
-Oh, sí, ¿Izumi ha dicho que te pagará?
Kousaka asintió.
-Si el trabajo va bien, sí.
-¿Cuánto?
Kousaka informó en voz baja de la cantidad.
-Eso es bastante.
-Sí, para mí es una pequeña fortuna.
Entonces, Sanagi extendió la mano hacia Kousaka. La imagen de ello lanzando cortezas de pan con las manos desnudas pasó por su mente y dio un paso atrás sin pensarlo, sin embargo, ella no buscaba un apretón de manos.
-Dame la mitad.-Ordenó como si nada.-Y seré tu amiga.
-¿Eso es lo que dicen los amigos…?
-Un hombre como tú y una chica como yo haciéndose amigos necesitan ese tipo de valor. Es sentido común, ¿no?
-¿Así va la cosa…?
-Así es.-Afirmó Sanagi.-Si no quieres, me da igual. No me importa lo que hagas.
-Vale, pagaré.-Kousaki aceptó de buena gana las exigencias de la chica más pequeña que él. Entonces, dándose la vuelta preguntó.-Por cierto, no dejarás que Izumi se entere de esto, ¿no?
-No, tranquilo.
-¿Cómo puedes estar tan segura?
-Teniendo años de experiencia.-Respondió.-Ahora, dame el dinero, rápido.
-¿No puede esperar a que me paguen…?
-No, si no me pagas por adelantado no te puedo creer.
-No llevo mucho encima. ¿Puedes esperar a la próxima vez que nos veamos?
-Claro, pero no intentes engañarme. Si me ofendes, iré a la policía y les contaré todo lo que ha y no ha pasado.
-No miento. A la próxima lo tendré preparado.
-Pues iré a verte mañana. Dime tu dirección.
Kousaka hizo una mueca. Qué chica tan forzosa. Le dijo a Sanagi la dirección de su piso y ella se la guardó en su móvil. Parecía comprobar la dirección con la aplicación de mapas.
-Está a poca distancia de aquí caminando.-Se dijo Sanagi a sí misma.- ¿Cuándo estás en casa?
-Siempre.
-Siempre… ¿De qué trabajas?
-No tengo trabajo.
-¿Y por qué llevas traje?
No se molestó en explicarlo, así que Kousaka contestó:
-Para pretender.
Sanagi tenía una expresión de profunda sorpresa pero de inmediato murmuró:
-Bueno, supongo que yo no puedo hablar mucho de los demás.-Y miró su propio atuendo.
Kousaka esperó más palabras, pero ella ya había terminado las cosas.
-Sabes, quería algún sitio en el que poder matar el tiempo todo el día. Merodear por ahí fuera los días de semana haría que me llevasen a casa.
-¿No vas a clase?
Sanagi ignoró la pregunta. Kousaka adivinó que era una pregunta sin sentido. Una buena estudiante que iba a clase no se habría teñido el pelo ni llevaría pendientes.
-Te iré a ver mañana en cualquier momento. Adiós.
Con eso, Sanagi volvió a ponerse los cascos, le dio la espalda a Kousaka y empezó a andar.
Precipitadamente, él gritó:
-¡Espera!
Pero la música superó a su voz.
“Esto empieza a ser preocupante”, pensó Kousaka.
Su tierra sagrada estaba en peligro.

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