Capítulo 1: Un café y una cámara

junio 26, 2017

Esta ciudad estaba plagada de colinas. Las carreteras estaban limpias y bien conservadas, aunque estrechas e intricadamente conectadas. Tampoco había muy buena visibilidad por los cambios de altura.
Al llegar me sentí algo incómodo. Por encima de todo, quería evitar concentrarme demasiado en conducir y muy poco en mi alrededor. Al final, decidí aparcar el coche en un parking aleatorio y caminar.
Hay una cosa que me gusta muchísimo de caminar. No, eso no es lo que quería decir.
La ciudad era como uno de esos laberintos de la televisión y, supongo que se podría decir, que sentía cierta añoranza al caminar a pie por ahí.
Al dar la vuelta me encontré con las carreteras; subí las escaleras y bajé las colinas, girando y cambiando de calles cuando llegaba al final. Durante el proceso, me perdí. Pero como deambular era mi objetivo, supongo que fue satisfactorio.
Había memorizado el nombre de la calle donde había aparcado por si me desmayaba en algún sitio, pero empezaba a cansarme. Pensando en ello, había estado mucho rato caminando sin pararme a descansar.
Mientras buscaba algún sitio para dar un descanso descubrí una cafetería. Era un edificio pequeño y poco atractivo con un techo triangular.
–Probaré este sitio.
Al abrir la puerta sonó una campanita que volvería a sonar cuando la puerta se volviera a cerrar. El interior de la cafetería tenía un ambiente más anticuado y relajado de lo que había esperado desde fuera. Y se podría decir lo mismo sobre el dueño de la tienda que estaba detrás de la barra, aunque el hombre daba más miedo que otra cosa.
Así, me acerqué a la barra para sentarme, con mucho cuidado de no demostrar el miedo que tenía.
–¿Turista?
La voz del sueño, espero que no sea muy desagradable que lo diga, era sorprendentemente suave.
–Sí, hace poco que he llegado a esta área.
Su voz me tranquilizó y pedí un café mientras decía lo bonito que era el lugar. Ya estaba un poco más cómodo y le presté atención a mis alrededores. Además de mí había otro cliente. A la otra punta de la derecha, había una mujer joven que parecía absorta en su lectura. Tan concentrada estaba en su libro que ni siquiera me había mirado al entrar.
Sonaba música clásica, que podría ser coincidencia o la preferencia del dueño. La canción era un concerto de instrumentos de cuerda. Habían muchísimas fotografías colgadas de las paredes del local de paisajes o gente. Oh, y detrás del dueño había una estantería con una hilera de vasos, tazas y una cámara.
“Perfecto. Hablaré de la cámara”.
Me alivió encontrar un buen tema de conversación.
“Veamos… ¿Le llamo barista? Pero ese nombre no parece del todo adecuado. Supongo que iré a lo seguro.”
–Señor, ¿le gusta la fotografía?
El hombre me miró por encima del hombro.
–Me gustaba, hace mucho tiempo. – respondió con brevedad.
–A mí también me gusta la fotografía y llevó una cámara conmigo.
Saqué la cámara de mi mochila y la sostuve para que pudiese verla. Después de pedirle permiso con educación, él cogió la cámara con una mano experta y entonces, me la devolvió con delicadeza.
–Es bastante vieja.
–Sí, eso parece.
–¿Es un regalo?
–Sí.
–Es una cámara bastante buena.
–Sí, sí.
Me dio mi café durante nuestra corta conversación. Creo que debió sentarse en alguna silla porque lo único que podía ver era la punta de su cabeza. Decidí disfrutar de mi café en silencio durante un rato. Aunque no me considero un entendido del café, me gusta. Incluso cuando me voy de camping intento tomarme al menos una taza cada día.
–Hace mucho tiempo solía viajar a menudo.
Su voz  llegó desde el otro lado del fragante vapor del café. Su brusquedad me sorprendió pero decidí ser educado y escuchar su historia.
–Fui a muchos sitios con la cámara que hay en la estantería, y saqué muchas fotos. Cuando acababa las enviaba todas a casa. Quería tener un recuerdo de las cosas que veía, de los momentos que disfrutaba pero, un día, llegué a casa y miré las fotos que había sacado. La cosa es que no me acordaba de ninguna de ellas. Por supuesto, habían algunas que me emocionaron mucho pero habían otras tantas que no. Así que decidí sacar sólo una foto de algo que quería recordar de verdad a cada sitio que iba.
El dueño continuó narrando la historia de cada una de las fotografías que había en la pared. Anécdotas tristes, anécdotas felices. Anécdotas agradables, anécdotas desagradables. Pero creo que es bueno que pudiese hablar de todos esos recuerdos.
–Señor, parece que ha hecho viajes maravillosos.
El dueño sonrió débilmente.
–En realidad, apreciaría que me llamases: “barista”.
Al escuchar eso, me di cuenta que en el caballero había algo sorprendentemente refinado. Justo entonces, la señorita que estaba sentada en la barra por fin levantó la vista del libro y llamó al dueño.
–Abuelo, otro té de leche, por favor.
El lugar parecía tener un aura muy hogareña.
–Es mi nieta, me echa una mano por aquí.
Así que era un negocio familiar. La nieta estaba tan ofuscada en su libro que ni se percató de mi presencia. Al parecer, iba a la universidad de la ciudad y estaba estudiando para convertirse en profesora.
Acabé quedándome un buen rato con todo lo sucedido. Me despedí del dueño y su nieta y me fui de la cafetería.
A veces pienso que el tiempo que fluye con el café es distinto. El tiempo parece volar más rápido de lo esperado.
Mientras reflexionaba sobre qué hacer escuché una voz desde detrás de mí.
–Mi abuelo me ha dicho que te diera esto.
Era una bolsa llena de películas para la cámara. ¡Qué amable era el anciano! Decidí aceptar el regalo y educadamente le di las gracias a la joven.
–Aunque es una lástima. – En su sonrisa había un ápice de malicia. – Esta es una ciudad normal, no tiene nada especial. No estoy segura de que puedas encontrar algo memorable. – Mientras hablaba, el hermoso paisaje urbano se tiñó de los tonos de la cegadora puesta de sol.
–A veces los de fuera son los que se dan cuenta de la belleza de la ciudad.
Dicho esto, saqué la cámara. Tal y como había dicho el anciano: una foto por sitio visitado. Era un reto para mí con lo ambicioso que soy.
Sostuve la cámara y enfoqué la cafetería con su techo triangular.
Sólo una por recuerdo. Ya estuviese borroso o no, sólo necesitaba una porque ese sería mi recuerdo del momento.

No creo que pueda olvidar el día que saqué esta foto.

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