Capítulo 3

septiembre 05, 2017

La calle sigue oscura y mojada después de nos marchemos. No mucho más tarde dos jóvenes aparecen en el lugar donde estaba el joven. Uno le sujeta el paraguas sobre la cabeza al otro que viste de negro, lleva el pelo negro peinado hacia atrás, y sonríe con los ojos afilados mientras observa donde estaba el joven unos instantes antes. En el suelo había trazas de un color rosado y un olor podrido; el color de la sangre.
–Ye CanSheng, Ye CanSheng. Deberías honrar el nombre que te puso esa zorra. ¿No es mejor vivir los años que te quedan de tu desdichada vida tranquilamente? ¿Qué necesidad hay de tanto dolor?[1]
El joven bajo el paraguas se arregla la corbata y suelta una risita maliciosa.
–Una rata debería comportarse como tal.
Dicho esto, el hombre se da la vuelta y camina hacia el coche de lujo que está aparcado cerca.
–Dile a tus secuaces busquen a esa rata por esta área. – Le dice al hombre que le aguanta el paraguas. – Si le encuentras, ya sabes qué hacer.
–Sí. No dejaré que el señor se entere.
–Me alegro.
El rostro atractivo del hombre parece particularmente fría y despiadada bajo el paraguas. Su cara es más que capaz de hacer gritar a las mujeres.
El coche de lujo se aleja como un torbellino, dejando atrás el callejón oscuro.

*        *        *        *

Me seco el pelo mientras me siento en el sofá con las piernas cruzadas. Miro las gotas de lluvia que caen por la ventana, el sonido es similar al que proviene del baño. Ese muchacho está como en su casa.
En realidad, hasta ahora, me preocupan las cicatrices de su cuerpo y sus habilidades… ¿De verdad sólo es un estudiante?
–Buah.
Una nube de vapor flota cuando el joven sale del baño con la cabeza mojada como yo. Entonces, coge la toalla y se frota el pelo con desesperación.
Le echo un vistazo.
Sí, no tiene un mal cuerpo: músculos marcados, alto y masculino, ágil pero firme.
–¿Por qué no enciendes la tele?
Me encojo de hombros y miro el mando que está sobre la mesa. Lo que intento decir que es haga lo que quiera, si quiere ver la televisión, que la encienda.
Sus largas piernas se dirigen al sofá, allí sentado, recoge el mando y enciende la televisión. Tal y como esperaba, no se ve ningún canal.
–Hey, ¿qué pasa?
–¿No lo ves? No tengo dinero, así que no se ve. ¿Sino, por qué crees que no estaría viendo una televisión tan cara aun teniéndola?
El joven observa mi habitación lujosa y decorada magníficamente, entonces, vuelve a mirar el televisor y pregunta:
–¿Eres muy pobre?
Pierdo los estribos.
–¿No lo parezco?
Me tumbo en el sofá, pensando en si todos aquellos objetos tan agradables a la vista se podrían vender por una buena suma. La vida no es fácil. ¿Habré recogido a ese muchacho de las calles porque me siento muy solo? Por el camino me he dado cuenta que tenía el pie herido, la sangre del callejón debe ser suya.
A simple vista parece que la herida de su muslo es de un cuchillo.
–¿Cómo te llamas, chico?
–Ye CanSheng[2].
Así que hay padres que le pondrían ese nombre a su hijo.
–“CanSheng” como en “los años que quedan de una vida desdichada”?
–Sí. – Su tono de voz muestra un claro disgusto.
Apoyo la mano detrás de mi cabeza y digo:
–Buen nombre.
–Eres la primera persona que dice eso.
–Apuesto a que también seré la única.
CanSheng, CanSheng. Es un nombre con sentimiento, al leerlo suena precioso. Él ignora que ahora mismo estoy experimentando de primera mano el regusto de una vida desdichada, es extremadamente maravilloso.
Como no habla, continuo:
–Las heridas de tu cuerpo no pueden ser de un día. Si te caes o te tropiezas te haces daño por delante, pero tú tienes heridas por la espalda. La hiperpigmentación es el fruto de cometer atrocidades en repetidas ocasiones en el mismo lugar. – Le oigo acercarse como un gato. Normalmente no se escucharía nada, pero en esta habitación tan silenciosa sí. – Esas cicatrices no se hacen en una pelea entre amigos, y aunque haya una pelea, sigue sin ser posible. Así que la única alternativa que me queda es violencia doméstica, que también se puede abreviar como abuso.
Me tumbo de espaldas en el sofá y veo al joven a mi lado. Le miro, pero sólo distingo los afilados contornos de su rostro, todo lo demás queda oculto por las sombras, incluido mi temor.
Se saca la toalla de la cabeza y, a la velocidad de la luz, me la mete en la boca. Usa tanta fuerza que me duelen los dientes. Me rompe la fina capa de los dientes instantáneamente y el sabor a sangre se extiende por toda mi boca. Aprovecha esta oportunidad y se monta a horcajadas sobre mis caderas. Deja caer la cabeza, sus ojos me miran y la punta de su nariz choca con la mía. El aroma a ducha se difumina de inmediato, huele igual que yo.
Tiene los ojos afilados, de apariencia mórbida. Posiciona los labios cerca de mis orejas y, suave y lentamente dice:
–Tienes razón. ¿Y, pues? ¿Vas a llamar a la policía o echarme?
La lluvia cada vez es más y más fuerte. El sonido de las gotas salpicando las ventanas no termina. La fuerza sobre mi boca cada vez es mayor. Sacudo la cabeza bajo su atenta mirada lentamente.
Suelta la toalla que ha apretado contra la boca y se sienta sobre mis caderas, mirándome desde arriba.
–¿Por qué me dices esto?
Me lamo los labios rotos y noto el sabor de la sangre dispersándose por mi boca.
–Soy psicólogo. ¿Qué te parece? ¿Quieres una sesión? – Me rio presuntuosamente, pero esta frase cambiará mi vida para siempre.
–¿Qué quieres decir?
–¿Nunca has querido a alguien que te escuche? Para confiarle toda la presión, todos tus disgustos, todos tus momentos dolorosos, los tristes, los indignantes. ¿Qué te parecería si yo fuera tu fuerza?
Esto sólo es una fórmula de presentación de cualquier psicólogo principiante. Son las palabras con las que se empieza una psicoterapia, pero para la persona que tengo ante mí, es totalmente distinto.
–Tú… ¿ser mi fuerza?
–Sí.
Me tumbo en el sofá y observo al muchacho que sigue sobre mis caderas. Puedo sentir las historias emotivas y profundas que emite, y son precisamente esas historias las que explican la tiranía que acaba de demostrar. Sólo ha sido un poco tiránico, así que decido hacer la vista gorda y, entonces, usarlo como excusa para cambiar su historia. Al mismo tiempo, no me doy cuenta, pero estoy cambiando mi vida entera.
Él laza la toalla sobre la mesa, se me quita de encima, se sienta en la esquina del sofá y me pregunta:
–¿Cómo te llamas, profesor?
–Fang YunSheng. “Sheng” se escribe como el instrumento “Sheng”.
–Cámbiame el nombre. ¿No habías dicho que era chulo?
–Haz ver que no he dicho nada. Bueno, ¿y de dónde has sacado todas esas cicatrices?
–La mayoría son de cuando mi madre me pega.
–A tu madre… ¿no le gustas?
¿Su madre es más despiadada que la mía?
–No. – El joven gira la cabeza, me mira y entonces, posa su mano sobre mis labios. Ese par de ojos negros fijan su mirada en mí, emiten una sonrisa cariñosa, pero me obliga a estremecerme. – Estas cicatrices son la prueba de que me quiere.
En este momento creo, con toda seguridad, que es un enfermo mental y es en este momento, que de repente quiero curarle. En ese momento olvido que sólo soy un principiante, alguien que apenas puede apañárselas.
Tal vez mi simpatía haya nacido del hecho de que nuestras madres nos  acosen; tal vez es sólo que no estoy dispuesto a continuar una vida tan solitaria, que quiero cambiar algo…


[1] En realidad, en el original pone: “了却残生
[2] Ye CanSheng (残生) significa algo así como los años que le quedan a a alguien antes de morir, pero normalmente tiene una connotación negativa.

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