Capítulo 3.

noviembre 02, 2017

Cuando me fui a dormir la noche del día anterior, se llevó a cabo un asesinato en la prefectura[1] de al lado. Al parecer se trataba de un ataque aleatorio y, por supuesto, al día siguiente estaba por todas partes en la televisión.
Por eso pensé que el caso de asesinato sería la comidilla en la escuela a pesar de que nuestros exámenes empezaban aquel día. Pero, al menos en mi clase, ni los exámenes, ni el asesinato fueron el tema de conversación.  Para mi fastidio, parloteaban de otra cosa.
En otras palabras, intentaban descubrir el misterio detrás del por qué ella, que era alegre, energética y popular, y yo, la persona más triste y del montón de la clase, habían salido juntos un día de fiesta. Pensé que también me gustaría saber la respuesta en caso de que la hubiese, pero como minimizaba el contacto con mis compañeros, como siempre, no se me brindó la oportunidad de pedirlo.
Después de encontrarnos en el comité de la biblioteca, la escena parecía haberse calmada por ahora. Yo esperé que me dejasen al margen de su desenlace fantástico, pero unas cuantas chicas muy francas con el valor de hacer cosas innecesarias, fueron a preguntarle directamente a ella a voces, y, en respuesta a esa acción innecesaria, ella respondió algo innecesario.
–Nos llevamos bien.
Reconocí que todos mis compañeros de clase se fijaron en mí, y yo les presté más atención de la habitual, ésta también es la razón por la que escuché su afirmación. Sentí como las miradas de los presentes se posaban en mí y, por supuesto, pretendí no notarlas.
Cada vez que terminábamos un examen, mis casi callados compañeros me miraban de soslayo, arrojándome a las sombres de sus dudas y desconcierto, pero como siempre, no dejé de ignorarles.
Al final de nuestra tercera hora, llegó un instante en el que no pude evitar involucrarme, pero se resolvió rápidamente.
Una de las chicas que le había preguntado a ella antes, sin reservas, ni consideración trotó hasta mí y me empezó a hablar.
–Hey, hey. Compañero–del–montón-kun, ¿te llevas bien con Sakura?
El motivo por el que pensé que esa chica debía ser muy buena persona al preguntarme aquello, fue porque todos nuestros compañeros nos observaban desde la distancia. Habían utilizado su personalidad tranquila y la habían enviado a primera línea tanto ahora, como antes.
Simpaticé con mi compañera, cuyo nombre no conseguía recordar, y le respondí.
–No en especial. Ayer nos encontramos por casualidad.
–Mmm.
Tras escuchar y recibir mis palabras, la sincera y amable chica contestó un: “vale”, mientras volvía a unirse a la pandilla.
En momentos así no dudaba en mentir. Era inevitable, pues tenía que protegerme a mí mismo y su secreto. A pesar de que el motivo que nos unía a la chica que sólo decía cosas innecesarias y a mí era su enfermedad terminal, éste parecía ser el mayor de sus secretos y, tal vez, estaba dispuesta a inventarse una tapadera conmigo.
Así, evitamos el primer obstáculo. Los exámenes terminaron a la cuarta hora y yo esperaba sacar una nota algo por encima de la media otra vez. Empecé a recoger e irme a casa sin hablar con nadie. Quería marcharme a casa rápido, aunque no tuviese nada que hacer. Estaba a punto de salir de la clase con esos pensamientos en la cabeza, cuando una voz me detuvo.
–¡Espera, espera! ¡Afable–compañero-kun!
Me di la vuelta y vi a mis compañeros mirándonos entre sospechas y a ella, sonriendo de oreja a oreja. La verdad es que quería ignorarles a ambos, pero como no me quedaba de otra, ignoré a los primeros y esperé a la chica que se me acercaba.
–Tenemos que ir a la biblioteca un rato, tenemos trabajo.
Por alguna razón, sus palabras se las apañaron para dispersar la tensión de la clase.
–No me había enterado.
–La profe me lo ha dicho antes cuando me la he encontrado. ¿Tienes algo que hacer?
–No.
–Pues vamos. Tampoco es que vayas a estudiar, ¿verdad?
Pensé que fue un comentario grosero, pero tenía razón, así que la acompañé hasta la biblioteca.
No tengo ninguna intención de detallar los acontecimientos de la biblioteca, así que, en resumen: había mentido. Una mentira que precisaba de cierta conspiración con la profesora a cargo a pesar de lo innecesario que era. Interrogué a la profesora formalmente sobre cuáles eran nuestros deberes en la biblioteca, pero las dos se rieron de mí. A pesar de mis intentos inmediatos de marcharme a casa, la profesora se disculpó mientras traía té y pastelitos. Les perdoné por la comida.
Después de un corto descanso para el té, salimos de la biblioteca ya que ese día cerraba antes. Llegados a ese punto, le pregunté por primera vez por qué había contado esa mentira. Estaba seguro de que debía tener una buena razón.
–No, sólo estaba siendo mala. ¿Sabes?
“¡Serás…!”, eso es lo que quería exclamar conforme avanzábamos hasta los zapateros, pero eso habría sido estar en las palmas de la mano de alguien travieso. Entonces, levantó el pie y saltó, flojito, sobre el mío. Las cejas le ayudaban a mostrar una expresión de descontento.
–Estaría bien que algún día te castigasen como al pastor mentiroso[2].
–Mira, los dioses están ocupados con cosas como ver cómo mi páncreas hace el tonto. Así que ahora, las mentiras dan igual.
–No creo que haya una regla que diga que puedes contar mentiras absurdas porque tu páncreas haga el tonto.
–¿Eh? ¿Sí? No sé. Por cierto, ¿has comido ya?
–Es imposible que me haya dado tiempo. Me has arrastrado contigo de repente.
Intenté dejar claro mi fastidio a través de mi voz lo mejor que pude. Y así, llegamos a los zapateros.
–¿Qué vas a hacer?
–Me compraré algo para comer en el super y me iré a casa.
–Si no tienes nada listo ya, podemos ir a comer juntos. Mi padre y mi madre no están, y me han dejado dinero, ¿ves?
Pensé en rechazarla mientras me cambiaba los zapatos, pero sinceramente, no sabía cómo responderle. No se me ocurrió ningún buen motivo para rechazarla. Y mis sentimientos sobre el día anterior, lo de que “me había divertido un poco”, también se entrometían en mi camino.
Ella se puso de puntillas y gruñó mientras se estiraba después de ponerse los zapatos. Estaba un poco nublado, así que el sol era algo más débil en comparación al día anterior.
–¿Qué te parece? Hay un sitio por el que me quiero pasar antes de morir, ¿sabes?
–Pero si nuestros compañeros nos vuelven a ver, será un fastidio.
–¡Ah! ¡Eso! ¡Ya me acuerdo!
Pensé que esa subida de volumen repentina era una señal de que se le había ido la olla. Cuando la miré, tenía las cejas juntas y estaba toda enfurruñada.
–Hey, Afable–compañero-kun, has dicho que no te llevas especialmente bien conmigo, ¿no? ¡A pesar de lo bien que nos lo pasamos el finde!
–Sí, lo he dicho.
–Ya te lo dije en el mensaje de ayer. Tenemos que llevarnos bien hasta que me muera.
–No sé cómo va, pero lo que he dicho no importa mucho, ¿sabes? No soporto que los de clase me hablen y me interroguen, preferiría muchísimo más que me observasen y punto.
–¿No daría igual que no nos malentiendan? Lo que importa es como somos de verdad, nuestra esencia. Mira que lo dijiste ayer…
–Precisamente es porque lo que importa es la esencia que da igual que nos malentiendan.
–Le estamos dando vueltas a lo mismo, ¿eh?
–Sin contar que tengo que prevenir que se sepa nada de tu información, así que he contado una mentira sin sentido, como tú. Deberías elogiarme en lugar de enfadarte.
–¡Mmm!
Tenía la cara de una niña que reflexiona sobre algo muy difícil.
–Vamos en direcciones diferentes, ¿eh?
–Seguramente.
–Nuestra distancia parece hacerse todavía más grande y no sólo en temas de comida.
–Es como la ideología política.
Antes de que pudiera darme cuenta, ella había vuelto a su estado de ánimo normal y se reía a carcajadas. Su simpleza y su despreocupación eran dos de las razones por las que tenía tantos amigos.
–¿Y la comida qué?
–Me da igual ir, ¿pero no pasa nada por no ir a pasártelo bien con tus amigos?
–No voy a quedar con todos a la vez, ¿sabes? Y ya he quedado mañana. Pero tú eres el único que sabe lo de mi páncreas y estoy más tranquila contigo.
–¿Soy un descanso?
–Sí, un descanso.
–Supongo que no pasa nada por comer para ayudar a alguien.
–¿Sí? ¡Genial!
Si era para descansar, no me quedaba de otra. Aunque nuestros compañeros nos pudieran descubrir y las cosas se complicasen, era para ayudar a otra persona, así que no me quedaba de otra. Hasta ella necesitaba algún sitio donde guardar sus secretos. Por eso no me quedaba de otra.
–¿Dónde vamos? – Pregunté.
Ella me contestó mirando el cielo con los ojos entrecerrados en lo que parecía una danza.
–¡Al paraíso!
Me extrañó que existiese un lugar llamado “Paraíso” en un mundo que se iba a llevar la vida de una jovencita.
Cuando entramos en el local empecé a lamentar haberla seguido. Pero pesé a eso, comprendí lo irracional que hubiese sido culparla. Quien tenía la culpa era yo. Como nunca mantenía contacto con nadie, nadie me invitaba a salir y, por eso, no me percaté de que algo iba mal. No sabía que era posible descubrir demasiado tarde que los gustos de la otra persona podían diferir de mis propias inclinaciones. Seguramente eso era una prueba de que mi habilidad para solucionar las crisis era abúlica.
–¿Qué te pasa? Estás como triste.
Su expresión delataba que, no sólo había notado mi incomodidad, sino que también le divertía.
La respuesta a su pregunta era obvia, pero, como no había nada que pudiese contestarle, me quedé callado. Lo único que podía hacer era aprender de este fallo y aprovecharme para la próxima.
En otras palabras, sí, no era el tipo de chico que se regocijaría de estar en un lugar elegante y melosos con una chica.
–Los pastelitos de aquí están buenísimos, ya verás.
Antes de entrar ya había pensado que la localización que había escogido era un tanto extraña, pero no le di mucha importancia. Debí bajar la guardia porque nunca había estado en un sitio como ese. Pero, en serio, ¿quién se habría imaginado que podía existir un restaurante tan dirigido específicamente a un género hasta este punto? En el recibo vi que estaba escrita la palabra: “hombre”. Una de dos, o había pocos clientes hombres, o los precios cambiaban según el género. Fuera cual fuera el motivo, era comprensible.
Si tuviese que suponer, el tipo de restaurante en el que nos encontrábamos era un buffet de postres. Se llamaba: “el paraíso del postre” y, sin embargo, un restaurante de comida rápida se parecía más al paraíso que esto.
Empecé a hablar de mala gana a la chica con la mueca de oreja a oreja.
–Hey.
–¿Qué pasa?
–Deja de sonreír. ¿Estás intentado engordarte tú o a mí? Es el segundo día seguido que vamos a un buffet.
–Que va. Sólo como lo que quiero.
–Supongo que es verdad. Así que, ¿vamos a comer cosas dulces hasta que te mueras?
–Exacto. No te importa que sean postres, ¿no?
–La crema no me gusta.
–¿Existe gente así? Pues come pastel de chocolate. Están muy buenos y no venden sólo postres, tienen cosas como pasta y curry, hasta tienen picsa.
–Qué buenas noticias, pero, ¿puedes dejar de decir “pizza” así? La hace sonar como algo apestoso.
–¿Te refieres al queso?
Tuve la tentación de echarle agua o algo en las narices de esa chica que se las apañó para sonreír burlona por su propia broma. Sin embargo, no quise molestar a los demás, ni al camarero por el desastre, así que me controlé. Aunque lo hubiese hecho si hubiéramos estado en la calle.
Quedarme perplejo como ella esperaba hubiese sido molesto, así que reuní toda mi determinación y fui a por comida con ella. A pesar de que era un día laborable, estaba lleno de colegialas de otros institutos que también acababan de empezar su período de exámenes.  Después de coger cangrejo, ensalada, una hamburguesa y pollo frito volví a la mesa para encontrármela sentada. En su plato había una enorme porción de dulces. Como a mí no me gustaba el dulzor de los postres occidentales, empecé a sentir nauseas.
–Pensando en ello, los casos de asesinato dan miedo, ¿eh?
Ella sacó ese tema de conversación decenas de segundos después de empezar a comer. Me sentí aliviado.
–Gracias a dios, no había nadie hablando de ello, así que empezaba a pensar que había sido un sueño.
–¿No es porque a nadie le importa? Después de todo, ha pasado en el campo y allí no vive mucha gente.
–Es una forma bastante insensible de decirlo, para ser tú.
Fue inesperado. No es que la conociese, pero la chica que había imaginado jamás hubiese dicho algo así.
–Pero a mí me interesa. ¡He mirado las noticias y hasta he pensado: “ah, no me hubiese imaginado que esta persona moriría antes que yo”!
–Te lo pregunto porque es una posibilidad entre un millón, pero ¿conocías a la persona?
–¿Tú qué crees?
–¿Tú qué crees que creo?  Olvídalo. ¿Qué estabas diciendo?
–Mmm, a mí me interesa, pero, verás, seguramente a los que viven una vida normal no les interesan esas cosas de vivir y morir.
Esa debía ser la perspectiva correcta. Aquellos con una vida normal conscientes de la muerte y la vida son pocos. Así es la realidad. Los únicos que, seguramente, piensan en la muerte cada día son los filósofos, los sacerdotes y los artistas. Sin contar a la chica que sufre una enfermedad grave y a aquel que descubrió su secreto.
–Enfrentarte a la muerte es eso, ¿eh? Empiezas a vivir cada día recordando el hecho que estás vivo.
–Eso resuena en mi corazón mucho más que cualquier otra cosa que haya dicho el mejor de los hombres.
–¿A qué sí? Ah, si todo el mundo se estuviese muriendo…
Ella, que sacó la lengua, debió decir aquello en broma, pero yo me lo tomé muy enserio. Como suele ser el caso, el significado de las palabras no se halla en el orador, sino en el oyente.
Empecé a comerme la reservada porción de pasta con tomate del plato en forma de corazón. Estaba algo inquieto, pero me las apañé para ir tirando. Pensando en ello, comer e ir a casa eran lo mismo. Un mero bocado podía albergar un valor completamente distinto para ella que para mí.
Pero, por supuesto, decir que había una diferencia fundamental no era correcto. No debería haber ninguna diferencia entre ella, que iba a morir por su enfermedad del páncreas, y yo, que podía morir por el capricho de un criminal o en algún accidente. Aquellos que comprenden este hecho del todo son los que ya han muerto.
–Afable–compañero–de–clase-kun, ¿te interesan las chicas?
La chica con nata en la nariz me lo preguntó con una expresión tan boba que no parecía que acabásemos de hablar de la vida y la muerte. Era entretenido, así que no dije nada.
–¿Qué dices?
–Aunque parecías incómodo porque te he traído a un sitio lleno de chicas, no miras mucho, aunque te pase una muy guapa por el lado. Me he dado cuenta al momento, ¿sabes? ¿Eres gay?
Como, de alguna manera, se había dado cuenta, me quedé algo patidifuso. Decidí poner a prueba mis habilidades actorales. Aunque todavía quedaba por ver si mejoraría algo antes de que ella se muriese.
–No me gusta estar en un sitio al que no pertenezco. Y tampoco haría algo de tan mala educación como es mirar a otra gente.
–O sea que yo soy una maleducada, eh.
Infló las mejillas. Su expresión se tornó todavía más graciosa porque la punta de su nariz se quedó dónde estaba. Era una expresión específicamente diseñada para los demás.
–Oh, no. Me he vuelto una maleducada. Afable-Compañero-De-Clase-kun, como ayer dijiste que nunca habías tenido amigos, ni novia, asumí que nunca te había gustado nadie.
–Tampoco es que me desagrade nadie, así que también se podría decir que me gusta todo el mundo.
–Sí, sí. Ya lo pillo, ya lo pillo. ¿Alguna vez te ha gustado alguna chica? ¿Alguien? –Se llenó la boca de pollo frito con un suspiro. Parecía que, lentamente, se iba acostumbrando a vérselas con mis tonterías. –Sean cuales sean las circunstancias, debes saber lo que es un amor no correspondido, ¿no?
–Amor no correspondido…
–Pues, cuando no sienten lo mismo por ti.
–Hasta ahí llego.
–Pues si llegas hasta ahí, dímelo ya. ¿Alguna vez has tenido un amor no correspondido?
Pensé que seguir siendo tan pretencioso no me daría más que problemas. Y yo no sería rival para ella si se enfadase.
–Mmm. Supongo que sí que tuve algo así, una vez.
–Eso es. ¿Qué tipo de chica era?
–¿Y para qué quieres saberlo?
–Porque me interesa. Ayer dijiste que éramos polos opuestos, así que me pregunto de qué tipo de persona te enamorarías.
Consideré contarle que era todo lo contrario a ella, pero no quise forzar mi propio sistema de valores en otra gente, así que me lo callé.
–¿……San?
Ella frunció el ceño y levantó la nariz junto a la crema.
–Sí. Estábamos en la misma clase. Era una chica que siempre usaba: “–san”. “Librero–san”, “dependiente–san”, “pescador–san”. Hasta para los escritores. “Akutagawa–san[3]”, “Daizai–san[4]”, “Mishima–san[5]”. Encima, lo usaba para la comida. Por ejemplo, ella decía: “rábanonegro–san”. Aunque pensando en ello, sólo era una peculiaridad suya. A lo mejor ni siquiera estaba relacionada con la humanidad. En aquel entonces lo veía como que era respetuosa, o en otras palabras, que era una persona modesta y amable. Y por eso, tenía más sentimientos por ella que por los demás, sólo un poquito. – Dicho esto, tragué un buen vaso de agua. – Aunque no estoy seguro de que cuente como amor no correspondido.
La miré. Ella me sonrió sin decir nada y se comió el pastelito cubierto de frutas que tenía en el plato. Su sonrisa se agrandó mientras masticaba. Mientras yo me preguntaba qué pasaba, ella se rascó la mejilla y volvió a mirarme.
–¿Qué pasa?
–Nada. – Estaba titubeando.  – Es que… ¿Sabes? Ha sido más maravilloso de lo que pensaba, estoy un poco avergonzada.
–Ah… Sí, a lo mejor era una chica maravillosa.
–No me refiero a eso, sino a tu motivo para que te gustase.
No se me ocurrió ninguna buena respuesta, así que le imité y me llevé la hamburguesa del plato a la boca. También estaba buenísima. Aparentemente feliz, ella me contemplaba con una sonrisa en lugar de una mueca en la cara.
–¿Y qué pasó con ese amor? Aunque es verdad, nunca has tenido novia, ¿eh?
–Sí. Verás, la apariencia de la chica también le parecía mona a una persona normal, así que se puso a salir con un chico popular y alegre de clase.
–Mmm. Supongo que no tiene un buen ojo para la gente.
–¿Qué quieres decir?
–Nada, déjalo. ¿Ves? ¡O sea que hasta tú has sido un chico puro con un amor efímero, ¿eh?!
–Sólo te lo pregunto por cortesía, pero ¿y tú qué?
–He tenido tres novios. Pero, para que lo sepas, iba en serio con todos. Hay bastante gente que dice que el amor en el instituto es sólo diversión y juegos, pero yo creo que todos esos son tontos que no son responsables de su propio amor.
Su forma de hablar y sus expresiones faciales ardían de pasión y su aliento se acercaba a mí. Tiré un poco para atrás. El calor no me gustaba.
Para empezar, era bastante creíble que hubiese tenido tres novios con su apariencia. No llevaba mucho maquillaje, y aunque no fuera una belleza despampanante, tenía unos rasgos faciales bonitos.
–Hey, no te apartes.
–No me aparto, pero creo que tienes nata en la nariz.
–¿Eh? – La chica no me entendió y puso cara de tonta.
Tal vez si tuviese esa cara siempre no habría tenido ningún novio. Unos instantes después, se dio cuenta de lo de la nata y se limpió la nariz con una toallita húmeda deprisa. Antes de que se limpiase la nariz, yo me levanté de mi asiento porque ya tenía el plato vacío.
Cogí un plato nuevo con la intención de ir a por algo dulce esta vez. Justo cuando iba a adentrarme todavía más en el restaurante, por suerte, vi mi warabimochi[6] favorito, así que decidí apropiarme de un poco del sirope de azúcar moreno que estaba detrás de los platos y, tras chasquear la lengua por la admiración a mi propia obra de arte con el sirope, me serví una taza de café.
Mientras cavilaba sobre cómo encargarme de la chica cuando estaba de mal humor, me deslicé a través de los huecos entre los grupos de chicas que volvían a su mesa. Pero a diferencia de lo que me esperaba, me la encontré muy animada. Sin embargo, fui incapaz de sentarme en el mismo sitio que había estado usando hasta entonces.
Su sonrisa se hizo más amplia al verme acercándome a la mesa.
La persona que estaba sentada en la silla que debería haber sido mía, al notar su sonrisa, también miró en mi dirección. Su sorpresa fue aparente. Mientras que por mi parte, yo sólo tenía la corazonada de que la había visto en algún sitio.
–Sakura… y… ese ese… ¿El sombrío-compañero-de-clase–kun?
Por fin recordé quien era esa chica que parecía más insoportable que ella. Si no me equivocaba, era la que solía ir con ella bastante a mundo. Y si no me fallaba la memoria, estaba en un club de deporte.
–Sí, Kyouko. ¿Por qué estás tan sorprendida? Ah, Afable-compañero-de-clase–kun, esta es mi mejor amiga, Kyouko.
La chica sonriente, su amiga confusa y mi prudente persona con un plato y una taza. Lamentándome porque las cosas se volverían más complicadas, dejé el plato con el warabimochi en la mesa y me senté en un asiento vacío. Para bien o para mal, habíamos estado comiendo en una mesa para cuatro. Ellas estaban sentadas una delante de la otra y yo podía mirarlas a ambas sin mucho esfuerzo.
–¿Eh? ¿O sea, que te llevas bien con este?
–Sí, ya se lo he dicho a Rika cuando me lo ha preguntado. Nos llevamos bien.
Me sonrió un poco. Su mejor amiga pareció confundirse todavía más por esa sonrisa.
–Pero, Rika me ha dicho que estabas de broma,
–Gah, eso ha sido cosa de Afable-compañero-de-clase–kun, que la ha engañado para que no le molesten. No me puedo creer que Rika le haya creído a él antes que a mí. ¿Dónde se ha ido nuestra amistad?
Su mejor amiga no se rió por las palabras que había dicho de guasa. En lugar de eso, me lanzó una mirada inquisitiva. Como mis ojos se encontraron con los suyos sin querer, asentí. Ella me devolvió el asentimiento. Pensé que ahí acabaría la cosa, pero como cabía esperarse de su mejor amiga, no me dejó escapar con un simple asentimiento de cabeza.
–Hey, hey. ¿Hemos hablado alguna vez?
Pensándolo bien, fue una pregunta bastante grosera, pero n parecía albergar mala fe. Aunque, de haberla habido no habría querido crear mal ambiente.
–Sí. Cuando estaba en el mostrador de la biblioteca me dijiste que ella no podía venir o no sé qué.
La chica estalló en carcajadas al oírme decir aquello.
–Yo no le llamaría “hablar” a algo como esto. – Intervino.
–Según lo veas. – Me dije.
Pero hasta la persona en cuestión, la presunta mejor amiga, murmuró:
–Yo tampoco lo llamaría “hablar”.
Bueno, para mí su mejor amiga no era nadie.
–¿Kyouko, no pasa nada? ¿Tus amigas no te están esperando?
–Ah, sí. Es hora de que me vaya. No es que tenga alguna objeción o algo, sólo preguntaba. – Su mejor amiga se miró el lazo. – Es el segundo día seguido, sin mencionar de que estáis solos en un sitio lleno de chicas y parejas. ¿Te referías a llevaros bien de esta forma?
–No.
Me tragué la negación que yacía en la punta de mi lengua al oír su respuesta. No puedo decir que me gustase esta situación con ambas encandilándose tanto. Su mejor amiga, después de relajar la expresión aliviada, volvió a arrugar la cara con cierta duda y me miró a mí directamente.
–¿Y qué sois? ¿Amigos?
–Ya te he dicho que nos llevamos bien.
–Vale ya, Sakura. A veces dices muchas tonterías. Sombrió-compañero-de-clase–kun, ¿se puede decir que tú y Sakura sois amigos?
Supongo que sólo su mejor amiga la entendería tan bien. Pensé en cómo esquivar la bala que me había disparado directamente a mí, y contesté lo más apropiado que conseguí decir.
–Supongo que nos llevamos bien.
Mire, simultáneamente, las caras de las dos. Una estaba seca y horrorizada, mientras que la otra sonreía de oreja a oreja.
La mujer amiga suspiró sonoramente. Entonces, con un nuevo vigor escupió:
–Mañana llegaré al fondo de esto.
Se despidió con la mano de su amiga y se marchó.
Me pregunté si los planes que tenía para mañana eran con esta amiga y me alegró saber que no era yo, sino ella, la que estaría entre la espada y la pared. En cuanto a las miraditas de los compañeros de clase, ya me había rendido. Todo lo que tenía que hacer era hacerme el loco.
–Guau. ¿Quién se habría imaginado que nos encontraríamos con Kyouko?
Después de decir esas palabras que contenían, en partes iguales, satisfacción y sorpresa, cogió uno de mis warabimochi y se lo metió en la boca.
–Conocí a Kyoko en primaria, ¿sabes? Siempre ha sido muy directa, así que pensaba que daba miedo, pero en cuanto empezamos a hablar nos llevamos bien. Es una buena chica. Me-llevo-bien–kun, llévate bien con ella también, por favor.
–¿No pasa nada por no contarle lo de tu enfermedad a tu mejor amiga? – Dije a sabiendas que estaba echándole sal a la herida.
El corazón tan colorido y lleno de emociones de la chica, se debió volver blanco en un instante. Pero no es que se lo dijera porque disfrutase de hacerle daño. Sino que me pregunté cómo podía ser que no pasase nada por gastar el poco tiempo que le quedaba siendo sincera con alguien como yo, este era el significado tras mi pregunta. ¿De verdad no había ningún valor en gastar sus últimos días con su mejor amiga que era mucho más importante que alguien como yo? Eran palabras de compasión y consideración impropias de mí.
–¡Da igual, da igual! Esa chica es bastante emocional, si se lo dijera lloraría cada vez que nos viéramos. Pasar el rato así no sería divertido, ¿a qué no? Así que he decidido escondérselo a todo el mundo hasta el último momento por mi propio bien.
Y así, sus palabras y expresión rechazaron el torrente que le había convocado. Tal fue su reacción que me dejó sin palabras.
Había una última cosa. El ser testigo de su voluntad había dejado al acecho una pregunta de mi corazón. Si no se la hubiese preguntado, no me habría quedado tranquilo.
–Hey.
–¿Mmm? ¿Qué pasa?
–¿De verdad te vas a morir?
Su determinación desapareció instantáneamente y yo lamenté mi decisión de inmediato, pero no hubo tiempo para que mis remordimientos se arelasen. Ella recuperó su expresión rápidamente, y como siempre, fue dando vueltas, cambiando drásticamente.
Al principio sonrió, entonces, su rostro mostró frustración, seguida de una sonrisa amarga. Después, hubo enfado, tristeza y vuelta a la frustración. Al final, me miró directamente a los ojos y sonrió.
–Voy a morir.
–Ya veo…
Su sonrisa se hizo más obvia mientras parpadeaba más de lo normal.
–Voy a morir. Lo he sabido desde hace muchos años. Gracias a los avances médico la mayoría de mis síntomas no son visibles por fuera, y mi esperanza de vida ha aumentado. Pero voy a morir. Dicen que no saben si me queda un año. – Aunque no quería saberlo ni escucharlo, su voz resonó muy claramente en mis oídos. – Sólo te lo puedo contar a ti. Debes ser la única persona que me puede dar tanto la verdad, como una vida ordinaria. Mi doctor sólo me da la verdad. Mi familia reacciona demasiado por cada comentario que hago, y están desesperados por mantener mi vida lo más normal posible. Creo que, si mis amigos lo supieran, pasaría lo mismo. Eres el único que puede vivir una vida normal conmigo sabiendo la verdad, por eso es divertido estar contigo.
Sentí como si una aguja me perforase el corazón. Sabía que no le había proveído nada parecido. Si… Si tuviese que decir algo que le di sólo podría ser una escapatoria.
–Ya te lo dije ayer, pero me sobrestimas.
–Aparte de eso, supongo que parecemos una pareja de verdad, ¿eh?
–¿Qué tratas de decir?
–Nada en particular.
Tal y como pensaba, la chica se llenó las mejillas de pastel de chocolate y clavó el tenedor con tanto apetito que no parecía una humana a punto de morir.
Me di cuenta entonces.
De que ningún ser humano parece que vaya a morir algún día. Yo, la persona que había asesinado el criminal, ella… Todos habíamos estado vivos el día anterior. Vivíamos como si no fuéramos a morir. Por eso el valor del día de hoy era el mismo para todo el mundo.
Mientras estaba sumido en mis pensamientos, ella me regañó.
–No pongas una cara tan seria, de todos modos, te vas a morir igual. Ya nos veremos en el cielo.
–Pues sí, eh.
Exacto. Ponerme sentimental con su vida era presuntuoso por mi parte. Era muy arrogante pensar que no podía morirme antes que ella.
–Por eso deberías luchar para ser tan virtuoso como yo.
–Pues sí, cuando te mueras me haré seguidor de Buda o algo.
–Dices que es cuando me muera, ¡pero como te relaciones con otra mujer no te lo perdonaré nunca!
–Perdona, iba en broma.
Soltó su carcajada habitual.
Nos inflamos a comer hasta estar llenos. Pagamos la cuenta, salimos del restaurante y empezamos a dirigirnos a casa. Como había cierta distancia entre la escuela y el Paraíso de los Postres, en un principio mi intención había sido ir en bici, pero por culpa del tiempo que habría tardado en ir a por la bici a mi casa y que ella me dijo que me ahorrase el esfuerzo, acabamos yendo en uniforme a comer.
Ambos trotamos a casa por el camino de al lado de la carretera nacional, tomando el sol que ya no estaba directamente sobre nosotros a ratos.
–¿A que el calor también es bueno? Como es mi último verano tengo que disfrutarlo lo máximo que pueda. ¿Qué es lo siguiente que voy a hacer? ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza cuando oyes: “verano”?
–Supongo que helado de sandía.
Ella se rió. Siempre tenía ganas de reír.
–¿Y a parte de helados de sandía? – Continuó. – ¿Algo más?
–Granizado[7].
–¡Las dos cosas son hielo!
–Bueno, ¿y tú en qué piensas cuando oyes: “verano”?
–¡Pues cosas como mar, fuegos artificiales, festivales; sin contar con la aventura veraniega!
–¿Vas a ir a por oro?
–¿Oro? ¿Por qué?
–Con “aventura” te refieres a que te vas de viaje, ¿no?
Ella suspiró melodramáticamente, sacudiendo la cabeza con las dos manos delante de ella. Era un gesto para demostrar su consternación, o tal vez, su molestia.
–No es un viaje. Venga ya, “aventura”, lo pillas, ¿no?
–Como levantarse temprano para ir a buscar escarabajos.
–Lo capto, eres un tontín.
–Más tonto es dejar que el amor gobierne tu cabeza cuando llega una estación en particular.
–¡Con que lo entiendes, eh! ¡Ah!
Aparté la vista disimuladamente con el sudor cayéndome por la cara.
–Hace calor, no compliques las cosas más de lo necesario, ¿vale?
–¿No has dicho tú quien ha dicho que el calor va bien?
–Un amor efímero de verano. Un error veraniego. No estaría mal experimentar esas cosas una o dos veces ahora que ya voy al instituto.
Dejando lo de: “efímero” a un lado, cometer un error no debía ser nada bueno.
–Estoy viva, así que no puedo no enamorarme.
–Ya has tenido tres novios, ¿no es suficiente?
–Hey, el corazón no es algo que habla con números.
–A primera vista eso parece profundo, pero si lo piensas bien no tiene sentido. Para decirlo claramente, todavía tienes ganas de tener novios.
Lo dije sin pensar mucho por lo que imaginé que ella gastaría otra broma como respuesta, pero me equivoqué.
Se detuvo como si se le hubiera ocurrido algo. Yo continué avanzando otros cinco pasos sin darme cuenta hasta que decidí investigar el significado tras sus acciones. Mientras me preguntaba si se habría encontrado una moneda de cien yenes, la chica se quedó quieta en el mismo sitio, mirándome. Se puso los brazos atrás y su larga melena revoloteaba en la brisa.
–¿Qué pasa?
–…Si te dijera que, si quiero un novio, ¿harías todo lo posible para ayudarme?
Me miró con el rostro lleno de nerviosismo. Parecía que estaba obligándose a tener una expresión profunda.
Yo, alguien pobre en cuanto a relaciones humanas, no comprendí el significado detrás de su expresión y de sus palabras.
–Hacer todo lo que pueda, ¿cómo?
–Nah, da igual…
La chica sacudió la cabeza y reanudó la marcha. La miré de soslayó conforme volvía a ponerse a mi lado; su expresión complicada se había transformado en una sonrisa, confundiéndome totalmente sin saber cuáles eran sus intenciones.
–¿Es una broma sobre presentarme a tus amigos o algo?
–No.
Aunque pensaba que no habría más conjeturas, me lo negó.
–¿Entonces, qué estás-…?
–Te he dicho que da igual. Esto no es una novela, así que no cometas el grandísimo error de pensar que los comentarios de todo el mundo significan algo. No quiero decir nada. Me-llevo-bien–kun, tienes que tener más contacto con humanos.
–¿Ah, sí?
 Llegados a este punto, me vi obligado a ceder. No podía decirle que era extraño que negase la existencia de un significado si de veras no había ninguno. La envolvía un aire que indicaba que no quería seguir hablando del tema, eso es lo que sentí. Pero, después de todo, se trataba de la sensación de alguien que desconoce a los humanos, por lo que no estaba seguro de lo fidedigna que era mi sensación.
En una bifurcación cercana a la escuela, movió la mano y proclamó en voz alta:
–¡Vale, pues ya te haré saber cuándo será nuestra próxima cita!
Escogí no comentar nada sobre el hecho de que ella hubiese decretado mi ignorante e incondicional participación en sus planes y le di la espalda a su mano. Tal vez, ya había adoptado la costumbre de lamer el plato después de probar el veneno.
Cuando nos separamos, pensé en ello, pero, al final, no conseguí comprender sus palabras y expresión de aquella vez.
Seguramente sería algo que no entendería hasta que me llegase la hora.



[1] Las prefecturas son la unidad administrativa oficial del país y se llama de forma habitual Todōfuken. Son 47 jurisdicciones territoriales (1 distrito metropolitano: Tokio, 1 provincia:  Hokkaidō, 2 prefecturas urbanas: Osaka y Kioto y 43 prefecturas rurales).
[2] “El pastor mentiroso” es una fábula atribuida a Esopo. En España se la menciona a veces erróneamente como el cuento de "Pedro y el lobo", por referencia al cuento musical homónimo (1936) de Sergéi Prokófiev.
[3] Ryūnosuke Akutagawa (芥川 龍之介). Kyōbashi, Tokio, Japón, 1 de marzo de 1892 - ibidem, 24 de julio de 1927.  Fue un escritor japonés, perteneciente a la generación neorrealista que surgió a finales de la Primera Guerra Mundial. Sus obras, en su mayoría cuentos, reflejan su interés por la vida del Japón feudal. La locura de su madre, le condicionó psicológicamente para toda la vida. Fue un niño enfermizo y nervioso, que leía libros incesantemente en las bibliotecas públicas. Algunas de sus obras son: "Rashōmon" [羅生門] (1917), "Vida de un idiota" [或阿呆の一生 : Aru ahō no Isshō] (1927) y "Kappa" [河童] (1927).
[4] Osamu Dazai (太宰 ).  Kanagi, Prefectura de Aomori, Japón, 19 de junio de 1909 - Tokio, Japón, 13 de junio de 1948. Nacido bajo el nombre de Shūji Tsushima (津島 修治), fue un novelista japonés, considerado uno de los escritores del siglo XX más apreciados de Japón. Algunas de sus obras más populares, tales como El ocaso (Shayō) e Indigno de ser humano (Ningen Shikkaku), también son consideradas como clásicos modernos en su país de origen.
[5] Yukio Mishima (三島由紀夫), cuyo verdadero nombre era Kimitake Hiraoka (平岡公威) (Tokio, 14 de enero de 1925-ibídem, 25 de noviembre de 1970), fue un novelista, ensayista y dramaturgo japonés, considerado uno de los más grandes escritores de la historia del Japón. Algunas de sus obras son: El marino que perdió la gracia del mar (午後の曳航; Gogo no eikou), 1963, Los Sables (三熊野詣; Mikuma no moude), 1965 y El sol y el acero (太陽と鉄; Taiyou to tetsu), 1968.
[6] El warabimochi (蕨餅) no es un mochi elaborado con arroz, sino que es un dulce de textura gelatinosa hecho de almidón de helecho y cubierta de kinako (harina de soja tostada dulce). Es muy popular en verano, especialmente en la región de Kansai, y a menudo se vende desde en puestos ambulantes o furgonetas muy similares a las de helados.
[7] En el texto original no dice: “granizado” en sí, sino “kakigōri” (かき氷) que es un postre japonés hecho de hielo raspado aderezado con sirope que se come con cuchara. 

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