Capítulo 5

diciembre 11, 2017

Desde que había empezado la mañana habían ocurrido toda una serie de acontecimientos anormales. Para empezar, habían desaparecido mis zapatos de interior como ya he dicho, pero la cosa no paró ahí.
Como siempre, abrí el zapatero para sacar mis zapatillas al llegar a la escuela – justo cuando mi corazón susurró un: “¿Eh? ¿Dónde están?”, alguien me habló.
–Buenos días…
Aparte de esa chica, nadie de clase me saludaría, pero como la tensión de su voz era tan baja, me di la vuelta pensando que tal vez se le hubiese roto el páncreas y ahí fue cuándo me encontré con otra sorpresa: era la mejor amiga de la chica y me miraba abiertamente con hostilidad.
Estaba temblando, pero incluso alguien como yo que no está muy involucrado en la interacción social sabía que no contestarle sería grosero, por lo que le contesté con un: “buenos días” reservado. Me miró a los ojos y me dedicó un gruñido desdeñoso antes de proceder a cambiarse de zapatos. Pero como los míos habían desaparecido, me quedé ahí quieto, sin saber qué hacer.
Mejor-Amiga–san me volvió a mirar con desdén ya con los zapatos puestos mientras yo me preguntaba si se iría, así como así. No es que me molestase. No tenía intereses masoquistas. Es que había visto cierto vacile en sus ojos. No debía estar segura de cómo interactuar conmigo.
En cualquier caso, aunque albergase hostilidad, quería expresar mis respetos por la chica que me había saludado. Si fuera yo, habría esperado a que se fuera antes de cambiarme.
Intenté buscar mis zapatos por los alrededores del zapatero, pero no los encontré. Me dirigí a la clase, todavía con los zapatos de fuera, esperando que quien fuese que se los hubiese puesto sin querer, los devolviera en algún momento.
Cuando entré en la clase sentí miradas groseras desde todas partes, pero las ignoré. Tal vez esperaban que viniéramos juntos, pero nunca me había molestado en moverme alrededor de la chica y ella, todavía no había llegado.
Me senté en mi asiento del final y saqué los objetos que necesitaba de la mochila de la escuela. Hoy nos darían los exámenes, así que necesitaba todo lo que necesitaba eran mis preguntas. Además, dejé el estuche y el libro debajo del escritorio.
Mientras revisaba las preguntas de los exámenes del otro día y pensaba en el paradero de mis zapatos, hubo una conmoción repentina en clase. Me pregunté que pasaba y alcé la vista para ver a la chica entrar por la puerta de delante, de buen humor. Un grupo de compañeros montaron un alboroto y la saludaron, cerrándola en un círculo. La mejor-amiga–san no entró. Mostró una expresión de preocupación mientras miraba a la chica que estaba en medio del círculo. Y entonces, echó un vistazo en mi dirección. Como yo la había estado mirando, aparté la vista de inmediato.
Me aislé rápidamente de los murmullos y susurros de los compañeros de clase que la habían rodeado. Pensaba que no tenía que ver conmigo y que, por tanto, no me importaba; y en el caso que tuviese que ver conmigo, no valía la pena molestarme con ello.
Abrí mi libro y despegué hacia el mundo de la literatura. Mi poder de concentración que provenía de mi amor por los libros no perdía ante el ruido. O eso pensé, pero descubrí que, por mucho que amase los libros, si me hablaban me arrastrarían fuera de ese mundo.
Nosotros no solíamos hablarnos en absoluto, por lo que me sorprendí. Levanté la cabeza y, delante de mí, tenía a un chico con potencial para las actividades de limpieza. Como siempre, estaba – para decirlo de algún modo – sonriendo con consideración.
–Hey, Compañero-tema-del-día. Eh… Hey, ¿por qué has tirado los zapatos?
–¿Eh…?
–¿No los has tirado en la basura del lavabo? ¿Por qué? Si todavía se pueden usar. ¿Has pisado caca de perro o algo?
–El problema sería que hubiese caca de perro en el colegio. Pero, ya veo, gracias. Habían desaparecido y estaba preocupado.
–¿Oh? Vale, pues ten más cuidado. ¿Quieres un chicle?
–No, gracias. Voy a ir a buscarlos.
–Ah, una cosa, ¿dónde fuiste con Yamauchi? Es un tema popular, ¿sabes?
Gracias a la conmoción de la clase, los asientos a nuestro alrededor estaban vacíos y, por eso, sólo yo escuché esa pregunta tan directa.
–¿Estáis saliendo?
–No, nos encontramos en la estación de casualidad. Me pregunto quién nos vio.
–Mmm, ya veo. ¡Bueno, si pasa algo interesante, házmelo saber!
Volvió a su propio asiento masticando chicle. Aunque se podría decir que era una persona simple, era de naturaleza extremadamente amable.
Me levanté de la silla, fui al baño más cercano de la clase y, en efecto, mis zapatillas estaban en la basura. Por suerte, no se habían ensuciado, así que me los puse y volví a la clase. Cuando entré, el ambiente se calmó unos instantes y volvió a inquietarse de nuevo.
Las clases finalizaron sin incidentes. Me las apañé para que me fueran bien los exámenes. La chica estaba enseñándole los resultados a Mejor-Amiga–san, y nuestros ojos se encontraron momentáneamente. Me enseñó su examen sin reservas. Desde tan lejos no estaba seguro, pero parecía haber muchos ticks. Mejor-amiga–san notó las acciones de su amiga y puso una expresión de preocupación, así que aparté la vista. Más allá de eso, no mantuve ningún contacto con ella.
Al día siguiente tampoco hablé con ella. Y con mis compañeros, bueno, Mejor-amiga–san me miró de mala manera una vez, y el chico que he mencionado antes volvió a ofrecerme chicles. Aparte de eso, tuve un problema personal: el estuche de la tienda de todo a cien yenes había desaparecido.
La primera oportunidad para hablar llegó a los pocos días, el último día antes de las vacaciones de verano. Pero aunque se llamaban vacaciones de verano, simplemente serían dos semanas de clases de refuerzo, por lo que el título carecía de significado.  Aquel día teníamos que habernos ido justo al terminar la ceremonia de fin de curso, pero la profesora a cargo del comité de librería me había pedido que la ayudase con algo después de clase y, por supuesto, también tendría que irla a buscar a ella porque era parte del comité.
Aquel miércoles lluvioso, por primera vez en la clase, fui quien inició la conversación. Le informé de lo que tenía que hacer mientras borraba la pizarra. Adiviné que había unas cuántas miradas sobre nosotros, pero las ignoré. Y a ella jamás le importaron, para empezar.
Como ella tenía que cerrar la clase después de clase, comí en la cafetería solo antes de ir a la biblioteca. Cuando la profesora se fue, me senté en el mostrador y me puse a leer hasta que dos compañeros de clase se acercaron a pedir unos libros.
–¿Dónde está Sakura? – preguntó la chica dócil, aparentemente desinteresada en mí.
–¿Y Yamauchi–san? – El delegado de clase, con la misma expresión y todo amable de siempre también preguntó algo así.
Les contesté que seguramente estaría en clase.
La chica en cuestión llegó poco después con su sonrisa habitual que no acompañaba el temporal.
–¡Ya–jo! ¿Te has sentido solito sin mí?
–Con que hay gente fuera de las montañas que también dice: “ya–jo”, ¿eh? ¿Has pensado que haría eco o algo? Por cierto, unos compañeros te están buscando.
–¿Quiénes?
–Bueno, no estoy seguro de cómo se llaman. Una era una chica dócil, y el otro uno de los del consejo de estudiantes.
–Ah, vale, ya veo.
Dicho eso, se dejó caer pesadamente en la silla de detrás del mostrador. Los crujidos resonaron por toda la biblioteca.
–La silla está llorando, ¿sabes?
–¿Te parece bien decirle eso a una doncella?
–No creo que seas una doncella.
–Jejeje. ¿Y eso? Ayer se me confesó un chico.
–¿Eh? ¿Qué?
Estaba sinceramente sorprendido por ese evento inesperado. Seguramente satisfecha por mi reacción, la chica levantó las esquinas de los labios hasta el límite y creó un espacio entre sus cejas. Su expresión me molestó.
–Ayer me llamaron después de clases y se me confesaron.
–Si es verdad, ¿no pasa nada porque me lo cuentes?
–Es una lástima que sea un secreto quien fue, así que, Miffy–chan.
Hizo una cruz sobre sus labios con los dedos índice.
–¿Eres de esos que se piensan que la cruz de Miffy–chan es una boca? En realidad, se parte por la mitad: la nariz es la parte de arriba y la parte de abajo es la boca.
–¡Estás de coña!
Mientras se lo explicaba con un dibujo, ella no dejó de soltar un sonido molesto en la librería. Tenía los ojos y la boca abiertos, y yo estaba satisfecho. La batalla de venganza por las preguntas del dialecto había llegado a su fin.
–Guau, estoy como, súper sorprendida. Es como si mis diecisiete años de vida hubieran sido una mentira. Bueno, olvídalo, la cosa es que se me han confesado.
–Ah, volvemos al tema. ¿Y?
–Sí, me disculpé. ¿Por qué crees que lo hice?
–¿Quién sabe?
–No te lo voy a decir.
–Pues deja que te diga una cosa, cuando alguien contesta: “quién sabe” o un “mmm” significa que no le interesa tu pregunta. Y, ¿a que acabo de decir “quién sabe” o algo parecido?
Pareció querer refutarme, pero una persona vino a pedir un libro, por lo que nunca llegó a decir esas palabras. Cuando se ocupó de la tarea de mostrador, cambió de tema.
–Ah, sí. Como no podemos salir a jugar porque llueve, tendrás que venir a casa, ¿vale?
–Tu casa está en dirección contraria a la mía, así que no quiero.
–¡No me rechaces por un motivo tan normal! ¡Parece que no quieres que te invite!
–Qué fastidio, parece que pienses que me da igual.
–¿Qu-? Bueno, no es que importe. Hablas así, pero, al final, te vienes a jugar de todas formas.
Bueno, eso podría ser verdad. Si me daba un motivo adecuado, me amenazaba o me presentaba una razón, acabaría aceptando su invitación. Era un barquito incapaz de ir contra la corriente, nada más.
–De momento, escucha lo que tengo que decir. A lo mejor te vienes si me escuchas.
–Me pregunto si serás capaz de penetrar mi voluntad que es más dura que la fraîche[1].
–Eso significa que tu voluntad es como un sirope y ya. La fraîche da nostalgia, ¿eh? Hace tiempo que no como de eso – a la próxima. Cuando iba a primaria mi madre me solía hacer muy a menudo. Me encanta la de fresa.
–Mmm, tu línea de pensamiento también es como un yogur, ¿eh? Parece que irá bien con mi voluntad.
–¡Oh! ¿Quieres intentar mezclarlo?
Se aflojó el lazo de su uniforme de verano y se desató un botón – debía tener calor. O tal vez sólo era tonta. Seguramente se trataba de lo segundo.
–No me juzgues. Bueno, volviendo al tema. Ya te he dicho que yo no leo libros.
–Sí, aunque lees manga.
–Sí, pero me he acordado de una cosa. No leo libros, pero hay uno que me encanta desde que era pequeña. Aunque me lo dio mi padre. ¿Te interesa?
–Ya veo, supongo que estoy extraordinariamente interesado porque creo que la personalidad de una persona se refleja en los libros que le gustan. Y me interesa saber qué tipo de libro le encantaría a una humana como tú. ¿Qué libro es?
Ella respondió después de hacer una breve pausa para dar efecto.
–“El principito[2]”, ¿lo conoces?
–¿El de Saint–Exupéry?
–¡¿Qué?! ¿Lo conoces? No puede ser, como es un libro extranjero pensaba que no lo conocerías y te quedarías pasmado, pero he perdido.
–Tu suposición de que “El Principito” no es famoso me reafirma lo poco interesada que estás en los libros.
–Ya, ¿por tu cara debo asumir que ya lo has leído? ¡Gah!
–No, da un poco de vergüenza, pero no me lo he leído.
–¡Ya veo!
Con la energía recuperada, se subió y levantó el sillín y yo hice lo mismo. En su rostro llevaba una sonrisa radiante. De alguna forma había acabado haciéndola feliz.
–Bueno, me lo esperaba.
–¿No sabías que si mientes irás al infierno?
–Te lo prestaré porque no te lo has leído, ¡échale un ojo! ¡Vente a casa a buscarlo hoy!
–¿No puedes traérmelo?
–¿Quieres que una chica cargue con algo que pesa?
–Nunca me lo he leído, pero estoy bastante seguro de que de tapa blanda.
–También te lo puedo llevar a tu casa.
–Me pregunto qué ha pasado con eso de que pesa. Bueno, da igual, me he hartado de tener discusiones fútiles contigo. Si estás dispuesta a venir a casa, pues yo iré a la tuya.
Esta vez se debió a mi buena causa. La verdad era que en la biblioteca debía haber una copia de tapa dura del famoso “principito”, pero no quería aguarle la fiesta a la chica que formaba parte del comité de la biblioteca a pesar de no conocer mucho los libros, por lo que me quedé callado. La razón por la que no me había leído ese famoso libro hasta entonces no la sé ni yo, seguramente era por el tiempo.
–Oh, qué buena consciencia circunstancial. ¿Ha pasado algo?
–Lo he aprendido de ti. Un barquito no hace nada delante de un barco grande.
–Qué típico de ti. A veces dices cosas que no entiendo.
Mientras le explicaba la metáfora, la profesora a cargo de la biblioteca regresó. Como siempre, charlamos un poco con la profesora, nos tomamos un té y comimos unos cuántos aperitivos lamentándonos la mala suerte de tener que volver a clase dentro de dos semanas y, entonces, nos fuimos.
Parecía que no sería un día muy soleado, había nubes gruesas emblanqueciendo el cielo. A mí no me disgustaban los días lluviosos. La sensación de estar rodeado de lluvia pegaba con lo que sentía la mayoría de los días, por lo que no tenía ningún sentimiento negativo por ella.
–¿No odias la lluvia…?
–Nuestros sentimientos van en sentidos contrarios, ¿eh?
–¿Existe alguien a quien le guste?
Estaba bastante seguro de que sí. No le contesté y continué andando delante de ella. Desconocía la localización exacta de su casa, pero sabía que estaba en sentido contrario a la mía, por lo que anduve en dirección opuesta a la que solía cuando llegué a la puerta del colegio.
–¿Alguna vez has entrado en la habitación de una chica?  – Me preguntó la chica que tenía al lado.
–No, pero como es la habitación de otra estudiante de instituto, supongo que no habrá nada interesante.
–Bueno, supongo que tienes razón. Mi habitación es bastante simple. La habitación de Kyouko tiene un montón de posters de grupos y tal, así que parece más masculina que la de un chico. Y la de Hina, la que te interesa, tiene la habitación llena de animalitos de peluche y cosas monas. Eso es, ¿qué te parece si a la próxima vamos con Hina a algún lado?
–Paso. Me pongo nervioso cuando estoy alrededor de chicas guapas y no podría hablar bien.
–Cuando lo dices así da la sensación de que digas que yo no soy mona, pero da igual, porque no he olvidado que aquella noche me dijiste que era la tercera más mona.
–Aunque no pareces ser consciente de que eres una de las tres únicas caras que recuerdo.
Bueno, eso fue una exageración, pero la verdad es que no recordaba las caras de mis compañeros. No interactuaba demasiado con la gente, por lo que mi habilidad para recordar rostros había caído en picado porque no la necesitaba. Las carreras en las que a uno no le dan alternativa aparte de participar no cuentan.
Su casa estaba a la misma distancia que la mía más o menos. Estaba en un vecindario de hileras de casas grandes. La suya tenía las paredes de color crema y un tejado rojo.
Como ella estaba por ahí, entramos por la puerta principal con dignidad. Como había cierta distancia entre la entrada y la puerta, ahí perdimos un poco el tiempo antes de ponernos a cerrar los paraguas. Ella me invitó a pasar y yo escapé de la lluvia como un gato que odiaba el agua.
–¡Ya estoy en casa!
–Perdonen las molestias.
Siguiendo su saludo energético, yo ofrecí unas pocas palabras reservadas. El último recuerdo que tenía de haber saludado a los padres de un compañero era de cuando se hicieron aulas abiertas en primaria, no hace falta decir, que me puse nervioso.
–Mi familia no está.
–Los únicos que saludan con tanta energía un lugar desocupado son a los que les falta un tornillo, ¿sabes?
–Estoy saludando a mi casa. Después de todo es el preciado lugar en el que crecí.
Me quedé atónito por la respuesta de la chica que, de vez en cuando, decía algo decente. De nuevo, repetí:
–Perdonen las molestias.
Esta vez le hablé a la casa y me quité los zapatos después de ella.
Ella entró, encendió la luz y pareció que la casa hubiese vuelto a la vida. La seguí al baño para lavarnos las manos y la boca y, entonces, nos dirigimos a su habitación en la segunda planta.
La primera habitación femenina en la que me dieron la bienvenida fue, en una palabra, enorme. ¿El qué? Todo. La habitación, la televisión, la cama, las estanterías y el ordenador. Le tuve envidia por un segundo, pero cuando pensé en que todo aquello era directamente proporcional al dolor de sus padres, mi anhelo desapareció rápidamente. Era como si la habitación estuviese llena de nada.
–Siéntate donde quieras, también te puedes meter en la cama si tienes sueño. Aunque se lo contaré a Kyouko.
Dicho esto, se sentó en la silla roja de delante del escritorio y empezó a dar vueltas. Yo me senté en la cama un tanto perdido. Mi cuerpo botó por la elasticidad de la cama.
Le eché otro vistazo al interior de la cama. Tal y como había dicho, se trataba de un cuarto simple, pero su tamaño y lo adorables que eran las decoraciones lo diferenciaban del mío. Su estantería estaba llena de manga. Había shounen[3] y otros tantos que no conocía.
Al rato, ella dejó de dar vueltas y, con mala cara, tosió violentamente con la cabeza agachada. Yo la observé con la mirada gélida cuando de repente levantó la cabeza.
–¿A qué jugamos? ¿A verdad o atrevimiento?
–¿No me ibas a prestar un libro? He venido para eso.
–Relájate o morirás antes que yo, que tengo una esperanza de vida corta.
Le fruncí el ceño a la chica que me acababa de maldecir mientras ella torcía los labios para hacer una cara rara. Era como un juego en el que el primero que se molestase perdía. Aunque parece que yo ya había perdido con sólo empezar.
Se levantó y se acercó a la estantería, haciéndome preguntar si por fin se había puesto de humor para coger “el principito”, pero en lugar de eso, sacó un tablón de shogi plegable del cajón de la estantería más baja.
–Vamos a probar. Una amiga se lo olvidó y nunca volvió a por él.
Como no tenía motivos para rechazarla, acepté su invitación.
Al final, me alcé victorioso en una partida confusa, larga y tediosa. Sinceramente, pensé que conseguiría una victoria abrumadora, sin embargo, el tsume-shogi y las partidas con un contrincante real tienen condiciones diferentes, por lo que no cogí un buen ritmo. Justo cuando estaba a punto de darle mate, ella le dio la vuelta al tablón. Hey.
Miré afuera mientras recogía las piezas de shogi que estaban esparcidas por toda la cama y vi que la lluvia seguía cayendo con fuerza.
–Puedes irte a casa cuando amaine un poco. Vamos a jugar hasta entonces.
Como si hubiese visto lo que guardaba en mi corazón mientras hablaba, ella guardó el tablón y sacó un juego de consola.
Tenía experiencia con juegos de consola, pero hacía mucho tiempo que no tocaba uno.
Al principio jugamos a uno de lucha. El humano de la pantalla hería a su enemigo con facilidad con sólo apretar botones del mando – Era atroz, como si nos regocijásemos de herir a los demás.
Como casi nunca jugaba a nada, me dio tiempo para practicar. Miré la pantalla mientras manipulaba el mando mientras ella me daba consejos. Pensé que iría de buenas conmigo, pero me equivoqué por completo. En cuanto empezó la partida ella, sedienta de venganza, activó alguna técnica que cambió el color de la pantalla y desatrailló una extraña oleada de energía de su humano que hizo trizas al mío. Pero yo no era del tipo que se quedaba quito. Cuando empecé mi contrataque, recordé un truco, esquivé el ataque de mi contrincante y así fui capaz de lanzar por los aires a su humano que se estaba defendiendo y, finalmente, pretendí equivocarme para sacarla de su defensa y atacarle con todo lo que tenía. Justo cuando conseguí un número de estrellas que eran rival para las suyas, cuando parecía que iba a ganar, ella apagó la consola. Venga va, hey.
Me miró acusatoriamente, cosa que no me molestó demasiado, y cambió de juego rápidamente antes de reiniciar la consola.
Tenía varios juegos y nos enfrentamos en muchos de ellos, pero el que más me gustó fue el de carreras. Aunque era un concurso entre ambos jugadores, al final, era una batalla contra el tiempo y, por tanto, una batalla contra mí mismo. Tal vez era un juego que iba con mi personalidad.
Jugamos al de carreras en la enorme televisión, adelantándonos repetidamente. No hablamos demasiado, me concentré en el juego sin decir nada. Por otro lado, ella no paraba de soltar: “¡ah!” y “agh” – Si sustrajera todo eso del ruido del mundo, seguramente me saldría cero.
Ella no habló hasta que llegamos a la última con la única intención de distraerme. Me preguntó algo para lo que ya me había curado de espanto.
–Nos-llevamos-bien–kun, ¿no tienes ganas de tener novia?
–Como ni siquiera tengo amigos – le respondí mientras esquivaba una banana. – no es cuestión de querer o no.
–Pues dejando la novia a un lado, deberías hacer amigos.
–Si me apetece a lo mejor lo hago.
–Si te apetece, ¿eh? Mm, ¿sabes?
–¿Sí?
–No te apetece que sea tu novia, ¿no?
En respuesta a su absurdo ataque especial, que podría haber sido parte de su estrategia, yo me volví hacia ella sin pensarlo y acabé estrellándome espectacularmente en la pantalla.
–¡Jajaja! ¡Te has estrellado!
–¿Qué dices…?
–Ah, ¿lo de ser novios? Sólo me aseguro. No te gusto ni nada, ¿no? Da igual lo que pase, no te apetecerá ser mi novio, ¿no?
–No…
–Genial, me alegro.
¿Qué le alegraba tanto? Pensé que era raro. Intenté adivinarlo por el contexto. Tal vez, inesperadamente, sospechaba que yo quería que nuestra relación se convirtiera en la de una pareja. Después de todo, había compartido habitación con ella y ahora me había invitado a su cuarto – quizás tenía miedo de eso y había malinterpretado que yo me había enamorado de ella. Era un ataque indeseado y sin sentido.
Empecé a sentirme verdaderamente disgustado, algo impropio de mí. Específicamente sentí que algo terrible se acumulaba en la parte más honda de mi estómago.
Dejamos los mandos cuando terminó la carrera.
–Bueno, pásame el libro. Es hora de que me vaya.
Las emociones que habían echado raíces en mis tripas se negaban a disiparse. Así que, para que ella no me descubriese, decidí escapar cuánto antes mejor.
Me levanté y me acerqué a la estantería yo mismo. La lluvia no amainó en absoluto.
–Podrías haberte estado más rato. Dame un momento.
Ella también se levantó de la silla y anduvo hasta la estantería. Se quedó detrás de mí, lo suficientemente cerca como para que yo pudiese escuchar cada uno de sus alientos. Por alguna razón, su respiración era más pesada de lo normal.
La ignoré y empecé a inspeccionar la estantería desde arriba. Tal vez ella estuviera buscando el libro de una forma parecida. Me irrité un poco; debería haberlo dejado en un sitio específico desde un principio.
Un ratito más tarde, escuché cómo se le dificultaba la respiración todavía más. Su brazo se extendió a mi visión periférico. Al principio pensé que lo había encontrado, pero no era eso, en ese momento debería haberlo sabido porque ya podía ver sus dos manos en la esquina de mi campo de visión. Y justo después, perdí la noción de dónde estaba.
Seguramente porque nunca había recibido un contacto corporal tan agresivo con nadie no entendí de inmediato lo que me estaba pasando.
Para cuando me di cuenta, tenía la espalda contra la estantería. Tenía la mano izquierda libre, pero ella me sujetaba la derecha a la altura del hombro. Unas respiraciones y unos latidos que no eran míos estaban mucho más cerca que antes. Un calor y una fragancia excesivamente dulce. Envolvió su brazo alrededor de mi cuello. No le podía ver la cara; su boca estaba al lado de mi oreja, a una distancia que parecía que nuestras mejillas podían tocarse y, de vez en cuando, lo hacían.
¿Qué estaba haciendo? Abrí la boca, pero no me salieron las palabras.
–¿Te acuerdas de que hice una lista de cosas que quiero hacer antes de morir…? – Me susurró al oído. Su voz y aliento se colaron en mi oreja. No esperó ninguna respuesta. – He comprobado que no me quieres de novia para poder llevarla a cabo. – Su pelo negro se mecía delante de mi nariz. – Esa también es la razón por la que te he traído. – Tuve la sensación de que soltó una risita. – Gracias por decir que no. Ha sido un alivio. Si hubieras dicho que sí, no podría conseguir mi meta. –No entendía ni la situación, ni las palabras. – Lo que quiero hacer es, bueno… – Era demasiado dulce. – Quiero hacer algo que no debería con un chico que no es mi novio, ni la persona que me gusta.
¿Algo que no debería hacer? ¿Algo que no debería hacer? Sus palabras corrían por mi cabeza sin cesar. Algo que no debería hacer – ¿qué podría ser? ¿Hablaba de una situación presente, algo futuro o, tal vez, algo que habíamos estado haciendo hasta entonces? Creía que todas eran respuestas correctas. Todas eran cosas que no debería hacerse. El hecho de que descubriese su enfermedad, que pasase tiempo conmigo a pesar de que yo no le gustaba, el pasar una noche juntos y que yo hubiese entrado a su habitación – todo era algo que no debería haberse hecho, tuve la sensación de que podía ser cualquiera de esas cosas.
–Esto es un abrazo, y a partir de ahora, todo esto son cosas que no debería hacer.
Como antes, la chica habló como si hubiese visto mi corazón. Quizás compartir el latido le facilitaba la tarea, pero yo no comprendía el suyo. ¿Qué podía hacer?
–Si es ????–kun me parece bien. Algo que no deba hacer.
No sabía cómo responder y tampoco lo comprendía, pero con la mano izquierda me saqué su brazo del cuello, la aparté de mí de un empujón y, tanto los latidos como los alientos, desaparecieron. En su lugar, su rostro apareció ante mí, ruborizado a pesar de que no había bebido ningún licor.
Ella se sorprendió al ver mi expresión. A diferencia de ella, yo no sabía hacer caras que pudiera ver el resto, por lo que no tengo ni idea qué tipo de expresión tenía. Sacudí la cabeza. Ni siquiera sabía qué estaba rechazando.
Nos miramos a los justos. Sumidos en silencio.
Estudié su cara. Movía los ojos con inquietud, apartándolos de mí. Entonces, levantó la esquina de la boca lenta y reservadamente, y me miró. Y entonces, de repente, lo soltó.
–Jaja… ¡Jajajaja! ¡Era broma…! – Dijo la chica con una sonrisa de oreja a oreja. Me soltó el brazo, me sacudió la mano y continuó riéndose a carcajadas. –Ah, qué vergüenza. ¡Es una broma! ¡Una broma! La misma travesura de siempre. No crees un ambiente como este. Caray. – Su cambio repentino me dejó perplejo. – Guau, he tenido que ser valiente para esto, ¿sabes? Hasta te he abrazado. Pero, al final, aunque haya sido una travesura sigue siendo real, ¿eh? Lo he dado todo, sí. Ya no hablamos de que te has quedado callado y parecía que fuera verdad. ¿Te he acelerado el corazón? ¡Me alegra que hayas dicho que no te gusto, sino se habría puesto seria la cosa! Pero mi travesura ha sido todo un éxito, ¡eh! Lo he podido hacer porque eres tú, ¡qué emoción!
No entendía el motivo. Me pregunto por qué.  Pero, ah, desde que la había conocido esta era la primera vez. Esta era la primera vez que me enfadé de verdad por una de sus bromas.
Dirigí mi enfado a la chica – que seguía hablando para acabar con el bochorno que me había acaecido a mí – y que empezó a formarse en mis tripas hasta que me fue imposible digerirlo.
¿Qué se creía que era? Me sentí insultado y seguramente esa era la verdad.
Si esto era socializar como ella decía, entonces tal y como pensaba, prefería no involucrarme con los demás. Todo el mundo podía morirse de una enfermedad pancreática y desaparecer. No, me los comería. Yo, el único justo, me comería el páncreas de todo el mundo.
Las emociones y las acciones se me mezclaron. El interior de mis orejas hervía de furia. No escuché su grito.
Cogí a la chica por los hombros y la empujé a la cama. La parte superior de su cuerpo cayó sobre el lecho. Le solté los hombros y la aferré por los brazos para que no pudiera moverse. Tenía la mente en blanco.
Ella luchó para soltarse al reconocer la situación, pero se rindió al poco tiempo; me miró a la cara que hacía sombra en la suya. Como siempre, ignoraba qué tipo de expresión tenía en ese momento.
–¿Nos-llevamos-bien–kun?
Estaba desconcertada.
–¿Qué pasa? Suéltame, me haces daño.
Yo me quedé callado y me limité a mirarla a los ojos.
–Lo que acaba de pasar era broma, ¿sabes? Hey, estaba haciendo el tonto como siempre.
¿Qué me satisfaría? No lo sabía ni yo. O tal vez, estaba harto.
Aunque yo no dije nada, su rostro era rica en emociones. Su rostro y cuerpo que tenían experiencia en la socialización empezaron a cambiar. Ella se rió.
–Jeje, ¿te has subido a mi broma? ¡Qué buen servicio de tu parte! Ya va siendo hora de que me sueltes.
Se preocupó.
–Hey, hey. ¿Qué pasa? Esto no es propio de ti, Nos-llevamos-bien–kun. Tú no eres del tipo que haría una broma así, ¿no? Hey, suelta.
Se enfadó.
–¡Vale ya! ¿Te parece bien hacerle esto a una chica? ¡Date prisa y suéltame!
Yo, más bien mis ojos llenos de apatía, continuaron mirándola fijamente. Ella tampoco evitó mi mirada. Nos devolvimos la mirada en la cama – las cosas no podían ser más románticas.
Poco tiempo después, ella también dejó de hablar. Lo único que se oía era el incesante sonido de la lluvia condenándome a través de la ventana. No sabía por qué podía oír los sonidos de las respiraciones y de nuestros parpadeos.
Continué mirándola y ella también continuó mirándome a mí.
Por eso, lo comprendí.
Las expresiones de esa chica dejaron de cambiar sin mediar palabra y se le arremolinaron las lágrimas.
En cuanto lo vi, mi enfado – cuyo origen desconocía – desapareció como si nunca hubiese estado enfadado.
Las profundidades de mis tripas se agitaron conforme desaparecía mi enfado, sentía mi lamento.
Le solté los brazos y me levanté. Ella me miró pasmada. Al verlo, dejé de mirarla a la cara.
–Perdona…
No escuché su respuesta. Ella seguía en la cama, tumbada en la misma posición de cuando la había empujado.
Cogí mis cosas que había dejado en la cama y, entonces, con la intención de escapar, agarré el pomo de la puerta.
–Horrible-compañero-de-clase–kun…
Titubeé un momento por la voz que venía de detrás e mí y respondí sin darme la vuelta.
–Perdona, me voy ya a casa.
Con esas palabras, abrí la puerta de la habitación a la que seguramente no volvería jamás y, a paso ligero, me marché. Nadie me persiguió.
Anduve hacia la lluvia, con la puerta sin cerrar, y después de dar un par de pasos me di cuenta de que la lluvia me mojaba el pelo. Abrí el paraguas sin prisa y salí a la calle. El aroma de lluvia veraniego se alzó del asfalto.
Me reprendí a mí mismo por querer dar la vuelta y continuó caminando mientras recordaba el camino a la escuela. La lluvia se volvió más pesada.
Estaba pensando. Yo, que por fin había recuperado la compostura, pensaba.
Pensé tanto como pude, pero lo único que veía eran los lamentos de mi corazón.
Frustrado por el por qué haría algo así, estaba terriblemente decepcionado conmigo mismo.
Ignoraba el objetivo de mi enfado. No sabía que podía hacerle daño a alguien de esa manera. Y no sabía que yo podía estar tan herido.
Vi su cara. Vi sus lágrimas. Me invadió la emoción. Mis pensamientos, mis lamentos, se volvieron locos.
Me di cuenta de que estaba apretando los dientes. Me empezaron a doler las encías. Y pensar que llegaría el día en que me infligiría dolor a mí mismo a causa de una relación humana – qué raro estaba. Pero si pensaba en que todo esto era un castigo, no enloquecía. Aun así, no podría borrar mis pecados.
Todo porque lo había llamado “travesura”. Me había calado de una forma errónea. Era la verdad pero que fuera la verdad no era una excusa para volverse tan extremadamente violento con ella. Daba igual si me hacía daño. Salir herido… ¿Herido? ¿Por qué tendría que hacerme daño? Recordaba su aroma y sus latidos, pero no entendía qué significaban. Por alguna razón no me lo podía perdonar. Le había hecho daño sin sentir nada.
Cogí un atajo que había entre dos casas enormes. Era una tarde de un día laboral y no había ni un alma a la vista.
Una voz me sorprendió desde atrás mientras yo seguía sumido en mis pensamientos.
–Compañero-del-Montón–kun.
Era la voz tranquila de un chico. Me di la vuelta deprisa y me encontré con un compañero debajo de un paraguas. No noté su presencia en absoluto hasta que me llamó. Pensé que era raro. Para empezar, me había llamado a mí y, de segundas, expresaba una emoción parecida al enfado, aunque siempre me había dado la impresión de que tenía una sonrisa agradable.
Con esta vez, ya iban dos veces que hablábamos. ¡Qué raro por mi parte que intercambiase palabras con el mismo humano dos veces el mismo día!
Era un chico de apariencia amable y limpia – nuestro delegado. Pensé en averiguar por qué razón ese tipo de chico se involucraría conmigo, así que me deshice de todas las salvedades de no tener nada que ver con él y le respondí.
–Hey.
Aunque esperaba una respuesta, él se limitó a mirarme furtivamente en silencio. Por lo que, sin otra alternativa, tuve que volver a abrir la boca.
–Con que vives por aquí, ¿eh?
–No.
Tal como pensaba, parecía estar de muy mal humor. Tal vez a él tampoco le gustaba la lluvia. Cuando llovía la cantidad de equipaje aumentaba y era molesto. Y pues, ahora mismo llevaba puesta ropa de calle y no llevaba nada más que su paraguas.
Le miré a la cara. Hacía poco que había aprendido a adivinar las emociones de alguien por sus ojos. De una u otra forma, nuestras miradas se encontraron para que yo pudiese buscar el motivo por el que estaba tan alterado.
No volví a hablar. Por eso, él se impacientó mientras que yo calmaba mis emociones. Él me habló poniendo una cara de como si se hubiese comido un bicho.
–Lo mismo digo, Compañero-del-montón, ¿por qué estás en un sitio como este?
No me preocupó demasiado el hecho de que, a diferencia de lo normal, no se dirigió a mí usando honoríficos. Más que eso, pensé en que en lugar de “compañero-del-montón”, parecía estar diciendo “enemigo-imperdonable”. Fuera como fuere, ignoraba la razón y lo dejé como estaba.
Yo no le contesté y él chasqueó la lengua.
–Te he preguntado por qué estás aquí.
–Tenía cosas que hacer.
–Sakura, ¿verdad?
Sentí un apretón en el corazón al escuchar ese nombre conocido. Me dolía respirar y no pude responderle de inmediato. Él no me dejó en paz.
–Es ella, ¿verdad? ¡Respóndeme!
–Si la Sakura de la que hablas es la misma persona que la chica de nuestra clase, pues sí.
Mis vagas esperanzas de que todo fuera un malentendido se hicieron añicos al ver la expresión que él puso y cómo rechinaba los dientes. Con eso comprendí que se enfrentaba a mí con emociones poco amigables. Pero todavía no entendía el motivo de esas emociones. ¿Qué podía hacer? Pero ese pensamiento mío se volvió inútil de inmediato. Poco después lo sabría a través de sus propias palabras.
–¿Por qué Sakura-…?  ¿Por qué Sakura está con alguien como tú?
Ah, lo entendí.
Me aferré inconscientemente a aquello que casi podía poner en palabras. Lo entendí. Entendí la verdadera forma de las emociones con las que se enfrentaba a mí. Me rasqué la cabeza sin pensar. Pensé algo así como que todo esto parecía problemático.
Si estuviese mirando con los ojos hay un sinfín de explicaciones y excusas que tendrían sentido y serían efectivas, pero estaba ciego por su rabia mal dirigida. Quizás el encontrarnos en aquel lugar no fue una coincidencia; podía imaginarme muchas situaciones, por ejemplo, que nos hubiese seguido.
Seguramente estaba enamorado y, en consecuencia, se enfrentaba a mí con celos. Estaba ciego y, por tanto, había perdido su habilidad de observación y de poder observarse a sí mismo con objetividad. También debía haber perdido otras tantas cosas.
De momento, intenté explicarle la verdad – lo que pensé que sería lo mejor.
–No tenemos el tipo de relación que imaginas.
Cuando me escuchó esa afirmación, sus ojos se inyectaron en sangre. Y, para cuando me hube preguntado si eso era mala señal, ya era demasiado tarde: me condenó con un tono y un volumen todavía más agresivo. Se las apañó para ahogar el sonido de la lluvia.
–¡Pues dime qué sois! ¡Todo el mundo habla de ello en clase: que os habéis ido de viaje solos y hoy te has ido a su casa! ¡De repente has empezado a seguirla!
Me picó un poco la curiosidad el no saber cómo se había filtrado lo del viaje.
–Puede ser que parezca que la estoy siguiendo, pero no creo que sea preciso. Dicho esto, decir que la estoy dejando salir conmigo es arrogante y decir que ella me permite salir con ella es demasiado modesto. Que salgamos juntos últimamente no significa que seamos novios. – Confirmé que su cara se movió al escuchar la palabra: “salir”, y me clarifiqué todavía más. – Sea como sea, no tenemos la relación que piensas.
–Aun así, Sakura ha estado pasando tiempo contigo.
–Supongo…
–¡Con un tío sombrío y antisocial como tú!
No tuve ninguna objeción en particular sobre lo que había dicho de mi naturaleza humana con odio. Seguramente así es como se veía, y seguramente era la verdad.
Y a mí también me hubiese gustado saber por qué pasaba tiempo conmigo. Decía que era el único que le podía conceder realidad y rutina, pero a pesar de que eso era creíble, tenía la sensación de que algo se rompería si le daba esa respuesta. Por tanto, le miré en silencio. Él también se quedó de pie en la lluvia con ojos rabiosos y una expresión dura.
El silencio se prolongó durante un buen rato, tanto que pensé que habíamos terminado nuestra conversación. Él pareció percatarse de lo injustificado que era su enfado hacia mí y, tal vez, se arrepintió de la misma manera que yo me había arrepentido unos minutos antes. O quizás no fuera así. Como estaba ciego puede que no fuera capaz de ver sus propias emociones.
Al final, no importó. Fuera cual fuere el caso, no ganábamos nada de enfrentarnos de esta manera y, así, le di la espalda. Lo hice porque pensé que me dejaría ir o, quizás, sólo quería quedarme a solas lo antes posible. Tampoco importó. Mis acciones no iban a cambiar.
Pensándolo bien, sólo sabía que los humanos enamorados se cegaban por las historias de amor y era presuntuoso por mi parte intentar adivinar las acciones de un ser humano sin haber tocado el corazón de nadie nunca. La realidad no era tan hermosa ni grácil como las historias.
Anduve en dirección donde no había humanos sintiendo su penetrante mirada en mi espalda. Me negué a darme la vuelta. Porque de haberlo hecho, no habría beneficiado a nadie. Quería que el chico que tenía detrás comprendiese que era imposible que a ella le gustase alguien como yo, alguien que miraba las relaciones humanas de la misma manera que las matemáticas. Pero fue inútil.
Ignorando que el amor no es lo único que ciega a las personas y que pensar también puede cegar a uno, no me di cuenta de que le chico me persiguió hasta que me cogió por el hombro.
–¡Espera!
Como no podía hacer otra cosa, giré la cabeza. Malentendidos aparte, estaba un poco harto de su actitud, pero no lo mostré en mi expresión facial.
–¡No hemos terminado de hablar!
Pensando en ello, puede que yo también me acelerase. Esta fue mi primera experiencia en una discusión donde las emociones explotan y en la que se pierde la racionalidad.
Por la boca me salieron palabras que claramente le hicieron daño.
–Hey, déjame decirte una cosa, seguramente te irá bien. – Le miré firmemente a los ojos con la intención de vaciarme las tripas. – Parece que no le gustan los humanos obstinados. Su exnovio era uno.
La última vez que vi su cara estaba a mi lado y retorcida hasta un nivel que no había visto en todos aquellos minutos. No sabía lo que significaba esa expresión, pero daba igual. Aunque lo hubiese sabido el resultado no habría cambiado.
Recibí un fuerte impacto en el ojo, perdí el equilibrio por la fuerza y me caí sobre el asfalto mojado de espaldas. La lluvia empapó rápidamente mi uniforme. El paraguas, todavía abierto, se me resbaló de las manos, hizo un ruido y rodó. La mochila que tuve que soltar también yacía en el suelo. Sorprendido por la situación en la que estaba, me giré hacia él. Mi ojo izquierdo estaba borroso, no veía bien.
Desconozco los detalles, pero supe que el asunto se había tratado con violencia. La gente no se cae voluntariamente.
–¡¿Qué dices de obstinado?! ¡Yo… ¡Yo sólo-…! – Dijo él.
Me estaba mirando, pero sus palabras no iban para mí. Supe que había despertado a su ira. Había tratado de hacerle daño, así que lo tenía merecido. Reflexioné sobre ello.
Era la primera vez que alguien me pegaba. Dolía bastante. Entendía que me doliese donde me habían pegado, pero por alguna razón, también me dolía el corazón. Si esto continuaba mi corazón acabaría rompiéndose.
Todavía sentado en el suelo, alcé la vista hacia él. Mi visión del ojo izquierdo aún no había vuelto.
No lo había dicho, así que no podía llegar a ninguna conclusión, pero seguramente él era su exnovio. Él me miró respirando pesadamente.
–¡Un tío como tú debería mantenerse alejado de Sakura! – Mientras hablaba, sacó algo de la mochila y me lo tiró.
Estaba hecho una bola, pero lo abrí y reconocí el marcapáginas que había perdido hacia tiempo. Lo comprendí, podía imaginarme la serie de eventos.
–Con que fuiste tú.
Él no respondió.
Había pensado que debajo de esas facciones bien proporcionadas había una naturaleza gentil. Cuando se ponía delante de la clase para dirigir un debate y cuando venía a la biblioteca a por algún libro siempre sonreía. Pero todo lo que yo, que ignoraba su faceta interior, había estado viendo era algo que él había preparado a consciencia. Tal y como se esperaba, la apariencia no era lo importante, sino la substancia.
Me pregunté qué debería hacer. Era yo quien le había hecho daño primero, así que no podía decir que no me hubiese atacado en defensa propia. Sentí que había sido algo excesivo, pero no entendía cuánto le había dañado. Por eso pensé que sería raro levantarse y devolverle el golpe.
Todavía tenía que bajarle la sangre de la cabeza. Hubiese estado bien tener un método para tranquilizarle, pero si escogía las palabras equivocadas – no, aunque escogiera las que tocaban, todo lo que conseguiría sería echarle leña al fuego. Sin duda, había cruzado una línea emocional en algún momento por su culpa.
Le miré. Empezaba a pensar que él tenía más razón que yo. Debió quererla mucho. Puede que sus métodos no fueran los adecuados, o tal vez, sus métodos fueron el problema, pero la afrontó con sentimientos sinceros y deseo pasar tiempo con ella.
Por eso me odiaba a mí, quien le había robado su tiempo. Por mi parte, si no hubiese descubierto que iba a morir al año no hubiese hecho nada, ni comer, ni irme de viaje con ella, ni ir a su casa. El hecho que se estaba muriendo nos ataba. Pero, la muerte era un destino que acaecería sobre todo el mundo. Por eso, conocerla había sido casualidad. Que pasásemos tiempo juntos era casualidad. Por mi parte no había voluntad, ni emociones de urgencia.
Hasta yo, que no me involucraba con la gente, sabía que los que habían hecho mal se tenían que ceder ante los que tenían razón.
Lo sabía. En ese caso, le dejaría hacer lo suyo hasta que estuviese satisfecho. Yo, que intentaba tener una relación con alguien a pesar de no saber cómo se sentía la gente, me había equivocado.
Le mantuve la mirada firmemente para transmitirle mis intenciones. Iba a transmitirle mis intenciones de someterme a él, pero yo no era rival para ella. Detrás del chico cuyo pecho le subía y le bajaba pesadamente a cada respiración, descubrí una figura.
–¿Qué estáis haciendo…?
Estupefacto, él se dio la vuelta para ver el rostro de esa voz.
El paraguas le vaciló y le empezaron a caer gotas de lluvia sobre los hombros. Ignorando si era un buen o un mal momento, les observé como si fuera cosa de otros.
La chica con el paraguas intentaba comprender la situación y su miraba iba de la suya a la mía sin parar.
Él intentó decir algo, pero antes de poder decir nada, la chica corrió a mi lado, cogió el paraguas que se me había caído y me lo ofreció.
–Te vas a resfriar, Horrible-compañero-de-clase–kun…
Acepté su amabilidad fuera de lugar y la oí jadear.
–¡Horrible-compañero-de-clase–kun estás sangrando!
Perturbada, sacó un pañuelo de su bolsillo y me lo puso en el ojo izquierdo. No sabía que estaba sangrando. Su violencia debió haber salido de sus manos. Pero en esos momentos no quería saber la identidad del arma.
A todo esto, vi la expresión perpleja del chico al ver cómo ella corría a mi lado. El grado de ese cambio iba más allá de la descripción. Me hizo pensar que esto era lo que significaba que tus emociones se derramen y rebosen.
–¿Qué pasa? ¿Por qué hay sangr-…? –Continuó la chica.
Mis ojos eran rehenes de sus emociones, por lo que la preocupación de ella cayó en mis oídos, pero ese no era el problema.
Él le proporcionó una explicación.
–Sakura… ¿Por qué ayudas a este tipo de chico…?
Ella se giró para mirarle todavía aguantándome el pañuelo en el ojo. La expresión de él se tornó todavía más retorcida, seguramente por verle la cara.
–“Este tipo de chico…” ¿Qué? ¿Te refieres a Horrible-compañero-de-clase–kun?
–Sí, te ha estado siguiendo, así que para asegurarme de que no se entrometa más, le he pegado.
Justificó sus acciones. Seguramente pensó que eso haría que la chica le viese con otra luz. Seguramente quería volver a verla. El ciego no podía ver el corazón de ella.
Yo, que me había convertido en un mero espectador, observé el desarrolló en silencio. Ella le miró a la cara, parada en el sitio donde estaba. Tenía los brazos extendidos para mantenerme el pañuelo en el ojo. Él medio sonreía, como un niño a la espera de un elogio, y a la vez, estaba medio engullido por el temor.
Unos segundos más tarde, todo su rostro terminó mostrando la segunda expresión.
Como si vomitase todas las emociones que había estado acumulando en el estómago desde que había parado de moverse, ella le dijo sólo una frase:
–Eres lo peor.
La sorpresa de sus palabras transformó toda la cara de él.
Ella volvió a encararse a mí. Su expresión me sorprendió. Había malinterpretado que su abanico de expresiones era todo alegre. Pensaba que cuando se enfadaba y cuando lloraba seguía siendo alegre. Lo había malinterpretado.
Hasta ella podía poner una cara como esta.
El tipo de cara que parecía decir que tenía intenciones de hacerle daño a alguien.
Su expresión cambió por completo al mirarme; estaba confusa y sonreía. Me levanté después de ella. Tenía los pantalones y el jersey empapados, por lo que agradecí que estuviéramos en verano. Gracias al aire veraniego no hacía frío y ella me cogía del brazo.
Tiró de mí hacia él. Le miré la cara y vi devastación y me convencí de que no volvería a robarme nada.
Le pasamos de largo, y aunque esperé que ella siguiera tirando, de repente me choqué con ella. Nuestros paraguas rebotaron, rociando agua para todos lados.
–Ahora odio a Takahiro. – Dijo sin darse la vuelta, con una voz tranquila y bien alta. – Así que no me hagas nunca más nada ni a mí, ni a los que tengo a mi alrededor.
El chico llamado Takahiro no dijo nada. Cuando le miré la espalda parecía estar llorando.
Después de aquello, ella me arrastró a su casa. Allí me dio una toalla y una muda seca, y me dijo que me duchase. Hice lo que me decía sin titubear. La muda pertenecía a su hermano que, descubrí, que era mucho más mayor que ella. Ni siquiera conocía la estructura de su familia.
Después de cambiarme, me llamó a su habitación. Allí la vi encima de la cama sentada en seiza[4].
Justo entonces experimenté algo pro primera vez. Yo, que raramente me involucraba con gente, no sabía qué era, por lo que voy a coger prestadas sus palabras: lo llamó “hacer las paces”.
Eso, más que cualquier otra situación en la que me hubiese involucrado con otros humanos, me abochornó.
Se disculpó conmigo, yo también me disculpé. Se explicó, me dijo que pensaba que pondría una cara de molestia y me reiría de ello. Por eso yo también me expliqué a mí mismo. Por alguna razón había pensado que se había burlado de mí y me había ofendido. Ella me había buscado en la lluvia porque no quería que las cosas quedasen mal entre nosotros, y el motivo por el que había llorado cuando la había empujado a la cama había sido porque le asustaba la fuerza de los chicos – eso es lo que escuché.
Sinceramente, me disculpé desde lo más hondo de mi corazón.
Le conté lo que me interesó del chico que habíamos dejado en la lluvia. Nuestro delegado, tal y como había pensado, era su ex. Le dije lo que había pensado con total sinceridad en la lluvia. Que en lugar de estar conmigo, sería mejor que estuviese con alguien que pensase en ella. Porque el hecho de habernos encontrado en el hospital había sido pura casualidad.
Ella me regañó.
–No es eso. No es casualidad. Nosotros, y todo el mundo, hemos llegado tan lejos por lo que hemos escogido. Que estemos en la misma clase y que nos encontrásemos en el hospital no son casualidades. Tampoco es el destino. Lo que ha hecho que nos encontremos han sido las elecciones que yo he tomado y las que tú has tomado. Nos hemos encontrado por voluntad propia.
Me quedé callado, no dije nada. Tenía mucho que aprender de ella. Si no le quedase un año de vida, si tuviese mucho tiempo, ¿me habría enseñado algo más? No, da igual el tiempo que le quedase, no sería suficiente.
Me prestó una bolsa para el uniforme, un poco de ropa y el libro que me había prometido. Como me leo los libros en el orden en que los consigo iba a tardar un tiempo en terminar los que ya tenía estancados en la estantería. Cuando se lo notifiqué, me dijo que podía devolvérselo en un año. En otras palabras, le prometí que me llevaría bien con ella hasta que muriese.

*        *        *       *       *

Al día siguiente cuando me dirigía a repaso vi que mis zapatos de interior no habían desaparecido.
Fui a clase con los zapatos de dentro por primera vez en mucho tiempo y vi que ella no estaba por ahí. No acudió a la escuela ni cuando terminó la primera hora, ni la siguiente, ni la que venía después de esa. No hubo rastro de ella ni cuando terminaron las clases.
Hasta aquella noche no descubrí el motivo de su ausencia: la habían hospitalizado.



[1] La crème fraîche es un tipo de nata fermentada procedente de la región francesa de Normandía. En ella se emplean cultivos bacterianos para producir ácido láctico a partir de lactosa, que le aportan un sabor ligeramente amargo característico y aumentan su viscosidad. Su sabor varía según el tipo de bacterias empleadas para la fermentación de la crema, pero también del tiempo que se deje fermentar e incluso del nivel inicial de grasa que contenga la nata. Nuestro protagonista está bromeando de nuevo.
[2] El principito (título original en francés: Le Petit Prince) es la más famosa novela escrita por el aviador y escritor Antoine de Saint-Exupéry. La historia de El principito trata temas universales como el amor, la amistad, el sentido de la vida y la naturaleza humana. Realiza una crítica al hombre y a la civilización moderna que conducen a la pérdida de los valores más esenciales del ser humano. Defiende la sabiduría de los niños como algo que sirve para guiarse en la vida adulta, pero que irremediablemente se pierde con la edad. Es una obra que puede enmarcarse dentro de la corriente filosófica del existencialismo.
[3] Shōnen es la categoría del manga y anime dirigida especialmente a varones jóvenes que típicamente se caracteriza por ser series con grandes dosis de acción y, a menudo, situaciones humorísticas con protagonistas masculinos. El compañerismo entre adolescentes o adultos de un equipo de combate también suele subrayarse en un shōnen.
[4] La palabra japonesa “seiza” está formada por dos kanjis 正坐. El significado del primer kanji () es correcto o justo, y el del segundo () es sentar o sentarse. Es la manera tradicional y la más adecuada para sentarse en el suelo. En Japón la gente usa esta postura especialmente cuando llevan a cabo disciplinas tradicionales como el Shodō, el Ikebana o la ceremonia del té, y se ve también con mucha frecuencia en el mundo de las artes marciales.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images