Capítulo 13: La pareja ducal (parte 1)

enero 26, 2018

Las gotas de lluvia chocaban con la ventana. Su corazón estaba tranquilo mientras se deleitaba de la esencia del té que llenaba la habitación. Prefería disfrutar de su té vespertino en el salón de la primera planta. Estaba sentada en una habitación espaciosa y silenciosa totalmente sola, como si el tiempo se hubiese detenido.
¿Ha pasado ya… un mes?
Había pasado un mes desde su boda, tres de esas semanas habían transcurrido en el castillo de Roam del duque Taran. Tampoco había tenido ninguna noticia de él desde su despedida en la capital.
–Señora, ¿hay algo que quiera comer?
–Cualquier cosa.
Cada día le preguntaba lo mismo y ella respondía de la misma forma. Lucia nunca comía nada más suntuoso o lujoso de lo que le servían.
Jerome observaba a Lucia comer aperitivos con dulzura. Al principio le preocupó que una princesa se convirtiese en la señora de la casa, le preocupaba tener que servir a una noble caprichosa y escandalosa, histérica después de que su marido la ignorase, así es como había imaginado sus días. Sin embargo, había desechado esa idea durante el viaje, hasta los caballeros la halagaron diciendo que era la primera vez que escoltar a una noble había sido tan fácil.
La duquesa nunca hacía nada que las amantes del duque intentaban, no oprimía a los sirvientes para establecer la jerarquía y tampoco se molestaba con lamentables luchas de poder con Jerome. Dejaba que los que la rodeaban hicieran su trabajo y vivía su propia vida: nunca le levantó la voz a nadie.
Era amable y dulce, y Jerome estaba feliz de corazón.
El sonido de una trompeta resonó por el castillo y Lucia miró a Jerome sobresaltada. Cuando vio la tensión en su rostro, la muchacha temió todavía más lo que iba a suceder. Jerome solía estar tranquilo y relajado, por lo que verle en semejante estado le causó mucha ansiedad.
–Mi señor ha vuelto. –El corazón de la muchacha se aceleró. – Señora, no hace falta que vaya a recibirle.
Lucia, que ya se estaba levantando, se volvió a sentar de un movimiento torpe.
–No pretendo darle a entender nada, sólo intento ser precavido para evitar asustarla.
–¿Asustarme…?
–Soy incapaz de contárselo con mucho detalle, sin embargo, la tarea de mi señor ha sido peliaguda. En momentos así, mi señor se pone muy sensible. Siempre se baña antes de hacer nada; será mejor que lo busque después de eso.
Lucia asintió y vio como el mayordomo se alejaba. Ignoraba la verdadera razón por la que había tenido que ausentarse durante tanto tiempo o con qué tipo de problemas había tenido que lidiar en el norte. Era una cotilla con los detalles del castillo, pero no pretendía entrometerse en los negocios de su marido. De vez en cuando, se enteraba de algo por lo las charlas que escuchaba de pasada de los soldados.
“Ya los puedes tener por muertos…”, “el señor duque… perdonar…”
Había estado demasiado lejos como para captar toda su conversación, pero pudo deducir que la tarea del duque había sido asesinar a otros.
¿Estará relacionado con los barbaros de la frontera?
Cualquier persona de Xenon sabía que el norte siempre estaba en guerra con los barbaros. Todo el mundo estaba de acuerdo con que el único motivo por el que los habitantes del norte vivían en paz era porque el duque mantenía a raya todos los peligros. Si las batallitas de la frontera se volviesen más rudas, también se podría considerar una guerra.
Pensó que la guerra no afectaría su vida en absoluto, después de todo, en la guerra que no hacía mucho que había finalizado Xenon también había participado y moradores del territorio no habían sufrido ningún efecto secundario. Fue en ese momento cuando se percató que el norte siempre había estado en guerra.
¿Por qué he venido aquí?
El marido de Lucia, el duque Hugo Taran, era famoso en la guerra como el: “león negro”. Había matado a muchísima gente y se le conocía por eso.

*         *        *        *        *

Hugo se encargó de los problemas en un mes a su manera. En cuanto a los problemas pertenecientes a las regiones que se habían quedado sin administrador, Hugo no se molestó demasiado.
En un principio había planeado pasarse por el norte, pero hacerlo tardaría medio año. Y prefirió volver a casa en lugar de llevar a cabo semejante viaje. No había descansado ni en condiciones de lluvia o tormenta. Su gran entrada en Roam fue acompañada de un hedor a agua podrida y polvo por todo el cuerpo.
–Me alegra ver que goza de buena salud, mi señor.
Los empleados del castillo formaron una fila y Jerome saludó al señor duque con educación. Su sola presencia ya daba la sensación de que podría partir en dos a cualquiera que se le acercase. Su aura sedienta de sangre todavía no había desaparecido y parecía posible escuchar los gritos de todos aquellos a los que había asesinado.
Da igual las veces que le vea así, no consigo acostumbrarme.
Jerome sentía una gran incompatibilidad con su amo cada vez que le veía de esa forma. Él siempre se quedaba en el castillo y se ocupaba de los asuntos del estado; nunca le había visto en acción.
Para Jerome, el duque que tenía en la cabeza era perfecto en todos los sentidos, siempre justo. Era un hombre que no se enfadaba ni gritaba, que ejecutaba sus tareas a la hora programada y, por eso, cuando le veía en ese estado, se ponía nervioso.
–Ya he preparado el baño.
Un baño caliente y una relajante taza de té, eso era todo lo que necesitaba para que su señor volviese a la normalidad.
–¿Ha pasado algo mientras no estaba?
Jerome, que era inteligente, fue capaz de entender la verdadera pregunta de su señor. El duque jamás le había preguntado algo tan vago al regresar.
–Nada digno de importancia. Mi señora también está tranquila y saludable. Le he informado que hacía falta que viniese a recibirle.
–Bien hecho. – Se dio la vuelta. – Reúne a todo el mundo dentro de una hora. Todos deben estar presentes, sin excusas.
Jerome respondió a su espalda mientras desaparecía en el baño, entonces, echó un vistazo a la habitación en la que Lucia esperaba. La reunión no terminaría en un par de horas y pensó que hubiese sido mejor saludarla antes de la reunión.
No tenemos las tropas del enemigo en nuestra puerta, no estaría mal posponer un poco la reunión.
En cuanto la boda finalizó, habían arrastrado a la muchacha hasta su territorio y la habían encerrado en el castillo. Para empeorarlo todo, él no había enviado ni una sola carta durante todo el mes. Cualquiera criticaría ese trato y comportamiento, pero, aun así, preguntó por el estado de la señora al llegar y eso ya contaba como algo. Jerome había servido al duque durante muchos años y comprendía que aquello significaba mucho.
Parece que no he sacado conclusiones erróneas.
“Esta es la señora de la casa Taran, dale todos tus respetos”.
Jerome se había tomado sus palabras como una advertencia.
“Si no conoces tu lugar, todo el mundo morirá”.
Jerome no tenía ninguna intención de ignorar las advertencias del duque. Siempre que surgía la oportunidad, se aseguraba de educar a los empleados. Por suerte, Jerome había adivinado el significado del duque correctamente. Sin embargo, el mayordomo no trabajaba porque ese era su deber, sino por el respeto sincero que le guardaba a la señora de la casa Taran.
¿Fabian está ya en la capital…?
Aunque había sido un conflicto pequeño en un territorio, todos los que habían muerto eran vasallos del emperador, por lo que se le confió a Fabian el deber de informar al monarca del conflicto y de negociar.
“No tiene ningún respeto por la vida humana”, decía el mensaje que Fabian le había enseñado a su hermano antes de partir.
Esa corta frase era suficiente para transmitir la angustia de Fabian y Jerome, que lo entendió, le tuvo cierta lástima. A diferencia de Jerome, Fabian seguía al duque en cada batalla como general adjunto y había visto a su señor tomar muchas vidas. Era imposible reducir la distancia que separaba las visiones de los dos hermanos en respecto al duque; uno veía las matanzas con sus propios ojos, y el otro no.
Fabian estaba de acuerdo con todos aquellos que llamaban a su señor “tirano”. Reprendían a los que hacían semejantes comentarios por fuera, pero por dentro, pensaban lo mismo. Si no oprimiese y explotase a los demás, no le llamarían así. Hacía lo que le venía en gana y nadie podía objetar; era la perfecta definición de un tirano.
Jerome había sido testigo de ello en su boda. El matrimonio había sido abrupto y sin ninguna celebración, aun así, nadie había pronunciado ni una sola palabra de descontento. Se habían limitado a ver a Jerome intentar comprender las verdaderas intenciones de aquel matrimonio.
Fabian parecía estar al corriente de ciertas cosas, pero Jerome no había intentado indagar demasiado. Ambos eran hermanos, pero mantenían su vida pública y privada separadas.
Estaría bien que el matrimonio significase algo para él…
Lo único que deseaban era que el temperamento del duque se apaciguase un poco.

*         *        *        *        *


En el comedor se podía escuchar el estrépito de los utensilios. Lucia se metió un pedazo de carne en la boca y disfrutó de su sabor.
La primera vez que probó la carne se emocionó tanto que hasta se sintió mal por tener que tragársela. Aunque en su cabeza pensaba que era el mejor plato, ahora que lo había comido varias veces su corazón discrepaba: su sentido del gusto era un tanto voluble.
Lucia se sentó en la mesa lo suficientemente larga para veinte adultos. El duque había vuelto, pero ella seguía gozando de sus manjares sola. Las únicas personas presentes aparte de Lucia eran sus criadas que esperaban a un lado.
Su marido había vuelto aquella tarde, pero no le había visto la cara ni al caer la noche. En cuanto terminó de bañarse, se había reunido con sus subordinados en su estudio por una reunión que no parecía estar por terminar.
Parecía que los hombres allí reunidos no tenían ninguna intención de cenar, porque las criadas no dejaban de entrar bocadillos y té al estudio. Al principio había dicho que le esperaría y cenaría con él, pero el mayordomo afirmó que sería mejor que se le adelantase, y tuvo otro remedio que cenar sola.
Es un hombre muy ocupado…
No esperaba una vida amorosa de casados, sin embargo, pensaba que como convivían en la misma casa podrían intercambiar alguna que otra palabra de vez en cuando. Pero hasta eso había sido una fantasía.
Vivían en la misma casa, pero sus espacios estaban completamente separados. Si uno no buscaba al otro intencionalmente, no se encontrarían.
Hubiese estado bien que su familia siguiera viva.
Ya fuese su hermano o su madre, la joven se habría esforzado por ser amigable con ellos durante el resto de sus días. La trágica muerte de su familia la entristecía y, a la vez, estaba deseosa de conocer a su hijo que vivía en un internado.
Por suerte, no era de las que se deprimían con facilidad. Tenía una personalidad bastante independiente y, la mayoría de veces, cumplía con sus tareas y se encargaba de sus propios problemas, pero esa vida tan aburrida se estaba volviendo tediosa. Había mantenido ocupada toda la vida, sin embargo, aquel lugar tan lujoso que no tenía nada que hacer.
Apenas te terminó el bistec, no tenía mucho apetito. Era una lástima, pero comer más le haría tener nauseas y enfermar.
¿Y si me acabo el plato y sufro después?
Después de reflexionar unos instantes, bajó el cuchillo.
–¿No le gusta?
–No es eso. Por favor, dile al cocinero que el plato estaba buenísimo como siempre. Pero hoy… estoy llena. Creo que he comido demasiados aperitivos.
Lucia solía terminarse la cena y comer aperitivitos, aquel día ni siquiera había comido demasiado, pero Jerome no se molestó en insistir en ello.
–¿Todavía está lloviendo?
–Sí, parece que seguirá lloviendo toda la noche.
–Ya veo.
Si no hubiese estado lloviendo, habría dado un paseo por el deslucido jardín. El día se le estaba haciendo demasiado largo.
–Iré subiendo.
–¿Le subo té?
–Sí, por favor. Ah, mejor no. Estaré en el estudio y me tomaré el té más tarde.
–Sí, señora.
A Lucia le encantaba el estudio de Hugo. Tenía un techo alto y oscuro, la pared que estaba de cara al sur tenía una ventana gigantesca que permitía entrar a la luz del sol hasta su puesta. Las otras paredes estaban cubiertas de libros hasta el techo divididas en tres niveles de escaleras de la anchura de una persona. Se podía llegar a todos los rincones de las estanterías con esas escaleras.
A la izquierda, había otra habitación sin puerta. En el interior de esta había un sofá y una cama. A la derecha había otra habitación firmemente cerrada. Según Jerome, contenía las reliquias de la familia y sólo el duque tenía permitida la entrada. Ni siquiera el propio mayordomo había entrado jamás.
Era un estudio de ensueño.
La finca de la capital tenía un estudio similar, de hecho, siempre compraban dos copias de los libros: una para Roam y la otra se llevaba a la capital. Si lo hubiese sabido habría ido, pero se había pasado sus días en la cama.
–El libro que estuve leyendo ayer… Ah, lo he encontrado.
Lucia no tenía el valor para sacar los libros de la estancia, así que siempre leía dentro. Le preocupaba manchar las hojas de los libros, por lo que tampoco se atrevía a beber té.
No tenía permiso para entrar en el estudio. El mayordomo le había asegurado que no pasaba nada y por eso lo frecuentaba tanto, pero continuaba preocupándole que Hugo pensase de otra forma.
Se sumergió en su lectura disfrutando el aroma del papel hasta llegar a la última página a los treinta minutos. Lucia se quedó mirando a la palabra: “fin” un buen rato, entonces, cerró el libro lentamente.
Ha estado bien. Por la mitad se hace un poco lento, pero da una sensación de tranquilidad. Debería leer más de este autor.
Lucia devolvió el libro a su lugar original y estudió la estantería una vez más. El mueble estaba bien organizado así que fue fácil encontrar las otras obras del autor. Entre los muchos títulos, uno en particular captó su interés. Sólo había un problema: estaba muy arriba. Estiró la mano y apenas podía tocarlo. Creyó que si se ponía de puntillas conseguiría cogerlo.
Un poquito más… Un poquito más…
Lucia se esforzó todo lo que pudo. Tan cerca pero tan lejos. Mientras hacía todo lo posible para conseguir el libro, una sombra apareció detrás de ella y un brazo largo le rodeó la cintura suavemente, permitiéndole sentir el fuerte pecho de la otra persona contra su espalda. Podía oler el aroma de cierta persona y, de repente, se mareó. El otro brazo del hombre alcanzó fácilmente el libro que tanto le estaba costando conseguir a Lucia.
–¿Este?
A Lucia le sobresaltó la voz grave que sonó por encima de su cabeza. Su tono suave y grave le arrebató la respiración. La joven escapó de su abrazo tan rápido como pudo por acto reflejo. Ser capaz de identificarle por el aroma y la voz con tanta rapidez la sorprendió.
Debo… haber estado esperando a este hombre.
Comió y pasó los días en Roam muy bien. Hasta el punto de que se halagó a si misma por su adaptación. Por eso, asumió que no le tenía en la cabeza, tampoco pensaba que le anhelase o le echase de menos. Pero en cuanto le vio, el corazón de Lucia empezó a cantar. En su corazón surgían unas emociones tan abrumadoras y latía con tanta fuerza que temía que él pudiese escucharlo.
–Gracias…
Recibió el libro y retrocedió un paso. Se comportaba como si la hubieran quemado y él la miró disgustado. Todo lo que había hecho era rodear su cintura con la mano. Le parecía que todavía podía sentir su cuerpo suave, así que cerró la mano en un puño.
¿Ya ha acabado la reunión? A lo mejor están tomándose un descansito. ¿Le pregunto cómo ha ido el viaje? ¿Cómo empiezo la conversación…?
Docenas de pensamientos se arremolinaban en su cabeza y, al final, no consiguió el valor para decir nada.
–Siento saludarte tan tarde.
Lucia sintió una sensación sofocante cuando él inició la conversación.
–Era de esperar con todo el trabajo que tiene. ¿Ha terminado… la reunión?
–Por hoy.
–El ca-castillo es impresionante. Es tan enorme que he tardado más de un día a verlo todo.
–Cuando hayas vivido aquí un tiempo te darás cuenta de que sólo frecuentarás unas pocas habitaciones.
–Ah… sí. Estoy segura.
–He oído que no te has acabado la cena.
–He comido mucho. No tendré mucho apetito todos los días de mi vida.
–¿Hoy no tenías mucho apetito?
–¿Eh? Ah… No mucho…
–¿No estaba bueno?
–Las habilidades del cocinero son de primera.
–¿Alguien ha sido desagradable contigo?
–Todo el mundo es muy amigable. Todo el mundo.
Él preguntaba lentamente y ella respondía a una velocidad alarmante. Aunque alguien hubiese sido poco amistoso o la comida no hubiese estado del todo buena, no parecía un buen momento para chivarse. En cualquier caso, la comida era de primera categoría y todo el mundo de Roam era muy amistoso.
Se le acercó y Lucia vaciló, dando unos pocos pasos hacia atrás, pero su cabeza chocó con la estantería que tenía detrás. Él volvió a aproximarse, descansando una mano sobre la estantería para evitar que ella pudiese moverse, mientras que le acariciaba el pelo con la otra mano.
El corazón de ella latía con tanta fuerza que dolía. El momento que habían compartido le pasó por la cabeza vívidamente. Su fuerza abrumadora y su cuerpo pesado que entró en ella repetidamente; además del dolor punzante que la había echo romper en sudores fríos. Aturdida, pensó que se había convertido en una mujer obscena.
–Mírame.
Lucia levantó la cabeza con cuidado, devolviendo su atención al intrigante suelo y a lo que rodeaba a Hugo. Ella tenía que mirar bastante arriba para devolverle la mirada; él se alzaba sobre ella.
–¿Estás incómoda conmigo?
–…No estoy incomoda, sólo un poco nerviosa.
–¿Por qué?
–Yo… puede que para mi señor no sea así, pero para mí es un poco embarazoso. Hace un mes que no le veo…
–¿Me estás regañando por volver un mes después?
–¿Cómo podría…?
El final de sus labios se torció en una sonrisa. Su apariencia misteriosa hizo latir el corazón de Lucia. El dedo largo de él le levantó el mentón y se inclinó para acercar sus miradas. Lucia sintió que se le iba a parar el corazón cuando los labios de él tocaron los suyos, así que cerró los ojos.
Él le mordió el labio inferior y ella abrió los labios de la sorpresa. Entonces, él aprovechó esa oportunidad para aventurar su lengua dentro de la boca de ella. Su lengua cálida rozó sus encías y cosquilleó la parte superior de su boca. La sensación de sus lenguas enrollándose la hizo tambalearse.
El duque le sujetó la cabeza por atrás para profundizar más en su beso. El sonido de sus labios y saliva se volvió más sonoro, y el rostro de ella se ruborizó. Las manos de la muchacha, que habían estado vagando sin rumbo, de alguna forma, le rodearon el cuello al hombre que, al notarlo, le rodeó las caderas y se la pegó contra él.
Después de un buen rato, los labios de él se separaron de los de ella. Lucia jadeó como si hubiese estado corriendo. No estaba segura de si estaba exhausta o mentalmente embriagada, pero el ambiente la dejaba sin aliento.
Cuando él le mordió el cuello, todos los sentidos que había perdido en algún punto, volvieron de golpe. Se volvió a serenar, una de las piernas de él estaba entre las suyas y sus cuerpos estaban pegados. Los brazos de su marido le habían rodeado las caderas con firmeza.
Lucia había dejado caer el libro hacía un buen rato y los ojos escarlatas de él estaban a escasos milímetros, aunque el hombre parecía tan tranquilo como siempre, sin embargo, la muchacha descubrió algo ardiendo en su mirar.
De repente, el techo dio vueltas. Él la había cogido en brazos y se la estaba llevando bruscamente a algún lado. 
El duque entró a la habitación adjunta que estaba conectada al estudio y la dejó sobre la cama. Lucia observó como él se subía encima de ella aturdida y, tardíamente, descubrió cuales eran sus verdaderas intenciones. Iba a tomarla: ahí y ahora.
–Espere… ¡Espere!
En esos escasos segundos, Hugo ya había dejado al descubierto los pechos de Lucia y, cuando notó el aire frío sobre su piel, la joven se percató de un hecho todavía más terrorífico: estaba asustada.
¡No me gusta el dolor!
La muchacha se cruzó de brazos y se cubrió los pechos.
–Primero… Primero será mejor lavarse. – Lucia balbuceó una excusa, pero, cuando se paró a pensarlo, parecía razonable.
–Ya me he bañado.
–Me refiero a mí. ¡A mí!
–No me importa.
–¡A mí sí! Mi señor… Hugh. Por favor…
Aquella mañana sólo se había lavado la cara. Estaba lloviendo y el tiempo era tan malo que estaba cansada. Tenía miedo, pero a parte de eso, no quería revolcarse por la cama en un estado tan espantoso.
Él alzó las cejas y se apartó de ella obedientemente. Incluso la ayudó ofreciéndole una mano. Lucia se volvió a abrochar la ropa tan rápida como pudo y escapó del estudio tan rápida como una flecha. Un lobo acababa de morderle el cuello y apenas había conseguido salir con vida. Hugo la vio huir como un conejo y se le escapó una risotada.
Apenas había conseguido controlar su lujuria. Cuando volvió a pensar en sus ojos húmedos de color calabaza sus llamas se avivaron otra vez.  De todas formas, no podía escapar a ningún sitio. Sólo podía hacer cosas en Roam. Después de todo, era su esposa.
Esposa.
A Hugo, por alguna razón, le gustaba esa palabra y todavía le gustaba más el hecho que estuviera vinculada a ella.
Hugo se pasó la mano por el pelo. Lo hacía inconscientemente cada vez que las cosas no iban como él quería.
Estaba hecho un cos. Quería tomarla, quería penetrar las profundidades de su apretado cuerpo. Cada vez que recordaba la sensación cálida y húmeda de su interior sus partes bajas se ponían dolorosamente rígidas. La deseaba, era un hecho innegable. No obstante, no entendía el motivo con claridad.
No era una belleza despampanante, tampoco era una experta en la cama. Se había pasado su primera noche temblando de los nervios y había sufrido durante todo el proceso por el dolor. Cada vez que la tocaba la joven se estremecía como si fuera a pasarle algo malo y él tampoco podía satisfacer sus propios deseos.
Aun así, su cuerpo era terriblemente bueno. La presión del calor de su interior le llegaba en oleadas y había sentido suficiente euforia como para perder la cabeza. Verla intentar seguir sus acciones le hizo enloquecer.
Nunca había permitido que sus actividades carnales afectasen a su vida diaria. Sin importar lo apasionado que fuese el sexo, cuando se bajaba de la cama era capaz de borrarlo de su cabeza, pero, después de aquella noche, ella había seguido apareciendo en su mente, molestándole sin parar.
Sus jadeos, cómo se aferraba a sus hombros con fuerza cada vez que la penetraba, su interior apretado y sus ojos llenos de lágrimas. Cada vez que veía la marca de los dientes le había dejado en el brazo sus partes bajas palpitaban.
Para Hugo, matar y el sexo le aportaban el mismo placer. Su sangre exigía la de otros, pero como no podía ir matando a gente todo el año, así que en su tiempo libre había tranquilizado su calor tomando mujeres. Por eso, no necesitaba el cuerpo de ninguna mujer cuando salía a matar.
Sin embargo, esta vez había sido diferente. Cada noche le abordaban imágenes de ella y sus partes bajas palpitaban como locas. Aun así, no deseaba aplacar su frustración sexual con una mujer aleatoria, por eso, había cancelado su viaje por el territorio norte y había regresado a su casa. Su cuerpo llevaba ardiendo un mes entero.
Tenía que confirmar si su cuerpo era tan dulce o si sólo lamentaba que su momento hubiese terminado con tanta rapidez. Si se trataba de la segunda opción, todo lo que necesitaba era encargarse de ese lamento. Si era lo primero, sería un grave problema para él.
Da igual lo mucho que anhelase el cuerpo de una mujer, su corazón no se había agitado hasta ese nivel jamás y no le gustaba la sensación de que algo pudiese agitarle.
Se levantó de la cama y volvió a entrar en el estudio. Recogió el libro que había caído y fue a devolverlo a la estantería, pero hizo una pausa y lo dejó encima de la mesa. Al parecer, ella quería leerlo así que volvería a buscarlo.
“Está en… el estudio”.
Jerome había respondido vacilante. Estaba estrictamente prohibida la entrada al estudio sin permiso. El estudio era un lugar diseñado para escapar del mundo; era su único espacio privado en todo el castillo. De vez en cuando necesitaba un lugar en el que poder tomarse un respiro y estar a solas. No es que pasase mucho tiempo allí, pero cuando decidía entrar, significaba que no quería que le molestasen si no era un asunto muy urgente.
Sin embargo, cuando se enteró de que ella estaba en su estudio, no se irritó. Más bien, la llevó a la cama personalmente para seducirla. Algo que jamás habría imaginado antes de casarse.
Pero, para ser precisos, aceptar una proposición de matrimonio como esa tampoco era su estilo. Desde aquel momento las cosas habían continuado moviéndose en direcciones extrañas. No conseguía decidir si estaba feliz o irritado, lo que le confundía.
Alguien llamó a la puerta.
–Mi señor, soy Jerome. – Jerome habló con educación.
–Adelante.
En cuanto entró, el mayordomo estudió la expresión de su señor el duque. Había visto a la señora salir corriendo del estudio y entrar en su dormitorio. Y, cuando Jerome le había dio que las criadas ya le habían preparado el baño, se percató que su rostro estaba rígido, así que empezó a especular.
Jerome había estado siguiendo cada una de las acciones de su señora. No es que la vigilase, sólo deseaba cuidarla de la mejor manera posible. No parecía estar totalmente cómoda, así que iba a seguir cuidándola un tiempo más. Su rango era de mayordomo y no quería pasarse de la raya. Él era un hombre que no solía comer más de lo que podía masticar; tampoco tiraba su cuerpo de cualquier manera por lealtad. Hacía su trabajo lo mejor que podía, pero nunca superaba el cien por cien. Aun así, el cambio drástico de su comportamiento era por lo satisfecho que estaba con su actual señora. Tenía el instinto de un sabueso y esa muchacha no rompería la paz de la vida del duque.
A Jerome le hacía feliz que desde que el duque había contraído matrimonio el castillo rebosaba una nueva energía. Habían contratado a más criadas por el bien de su señora y eso había contribuido mucho.
El castillo, que había estado lleno de hombres, ahora estaba animado por muchas jovencitas. Las caras de los duros y terroríficos lacayos se habían suavizado drásticamente y Jerome ya había pillado a muchos sirvientes saliendo, aunque se había lavado las manos.
–Mi señor, fui yo quien le dijo a la señora que podía entrar en el estudio. Si me he pasado de la raya…
–¿Qué opinas de la duquesa como señora de la casa?
El duque no le prestó atención a su disculpa, en lugar de eso, le hizo una pregunta aleatoria, aun así, Jerome no se quedó desconcertado. El duque no era alguien amable que explicase en detalle la situación a los demás.
–No me atrevería a juzgar a mi señor, pero, todo el mundo la quiere.
–¿Todo el mundo?
El duque soltó una risita como diciendo: “¿esa no es sólo tu opinión?”.
Jerome había empezado confesando sus errores a pesar de que no le habían interrogado en ningún momento. Le preocupaba que su error pudiese acabar involucrándola a ella. También había sido el mayordomo quien había alcanzado al duque en cuanto se había terminado la reunión y le había contado lo de su falta de apetito durante todo el día.
Cuando el duque escuchó las noticias, se preocupó y se lamentó un poco por ella. Por eso, decidió dejar los últimos detalles de la reunión para más tarde y fue a verla al estudio.
La competencia de Jerome provenía de su estilo para lidiar con los problemas desde raíz. El mayordomo entendía que una mujer no se podía ganar el afecto del duque sólo por ser su amante, más bien todo lo contraria, el duque ocasionaba un dolor sinfín a las jovencitas con las que se involucraba.
Todas las ex del duque le habían odiado sin excepción, una en particular le había tirado zumo a la cara y muchas otras le calumniaban delante de Hugo. Por supuesto, aquellas que lo hacían desaparecían: la mujer, no Jerome.
–¿Por qué?
–Tiene más que la suficiente dignidad para cumplir con los deberes de una duquesa. No abusa de sus subordinados, marca una línea clara de lo que aprueba y desaprueba, y nunca hace un castillo de un grano de arena. Por otra parte, no es innecesariamente amigable con las criadas, así que no hay ninguna oportunidad de que alguna de las criadas sea soberbia por su favoritismo.
–¿Ah, sí…?
Eso fue inesperado. Parecía que lo único que sabía mostrar era un corazón amable y gentil. Era muy joven, pero se le daba bien controlar a los que estaban por debajo de ella. De no ser así, Jerome no la habría elogiado tanto.
–¿Qué está haciendo ahora?
A ese ritmo Jerome iba a empezar a cantarle un himno a su señora en cualquier momento, por lo que el duque detenerle.
–Se está bañando.
Los labios de Hugo se curvaron muy satisfechos. Su reacción fue instantánea, a diferencia de la fachada falsa que solía mostrarle al resto.
–La señora ha pedido que le lleve té a su habitación. ¿Le traigo también a usted?
Jerome sugirió que ambos compartiesen una taza de té mientras disfrutaban de una noche tranquila, pero en ese momento no adivinó con precisión las verdaderas intenciones del duque. Lo que el duque quería no era té.
–No lo traigas.
Los labios de Jerome se tensaron.
–No nos molestes.
La expresión tensa de Jerome se suavizó e hizo una reverencia.
–Tampoco nos vengas a despertar por la mañana.

–Seguiré sus órdenes. 

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