Capítulo 14: La pareja ducal (parte 2)

enero 26, 2018

Lucia contemplaba los pétalos de flores rojas que flotaban en la superficie del agua. Su rostro fue tornándose del mismo color. Cada vez que las criadas le tiraban agua por encima de los hombros, la envolvía un suave aroma.
Lucia nunca había pedido que le preparasen un baño como aquel, todo había sido idea de las criadas. Y el propósito de aquel baño era tan obvio que la avergonzaba. Sin embargo, era todavía más bochornoso que ella sí tuviese esa intención.
–Señora, ¿cómo puede tener la piel tan suave?
–Es suavísima y ni siquiera le hemos echado aceite.
–La piel de un bebé ni se compara con la vuestra.
Aquel día las sirvientas no paraban de parlotear. Parecían estar contentas porque era la primera noche juntos en Roam de la pareja ducal. Lucia escuchó los halagos del servicio sin mucha reacción. Era consciente de que tenía una buena piel, pero no se sentía particularmente orgullosa.
Además, a los hombres sólo les atraen las caras bonitas y el cuerpo glamuroso, no la piel. Él… seguramente piensa lo mismo.
El duque Taran de su sueño había ido por ahí esparciendo rumores con diversas mujeres. Cada vez que le saludaban en alguna fiesta tenía a una mujer diferente en el brazo. Sin embargo, lo que relacionaba a todas aquellas mujeres eran sus enormes pechos.
Lucia se miró sus propios pechos y suspiró. Era imposible afirmar que los tenía grandes, pero por lo menos tenía una cintura delgada que acentuaba sus caderas, así que no parecía totalmente plana. Aun así, tampoco era algo de lo que presumir. Tampoco tenía un rastro particularmente hermoso.
Para atraerle por lo menos se debía tener una belleza como la de Sofia Lawrence. Lucia recordó los acontecimientos del baile de victoria en el que había tirado a una belleza como Sofia sin pararse a pensar.
Todas las amantes del duque eran bellezas que parecían rosas. Aunque solía cambiar de pareja aquí y allí, nunca manchó su reputación. Después de casarse jamás había aparecido con otra mujer que no fuese su esposa.
En su sueño, el duque había tenido respeto por su mujer, por lo que se consoló sabiendo que en esa vida tendría, como mínimo, ese grado de respeto por parte de su marido.
Después de bañarse, entró en su habitación con el albornoz y, cuando le vio sentado al lado de la mesa con algo de vino se sobresaltó. Su marido estaba a punto de dar un sorbo, pero en lugar de hacerlo, volcó toda su atención en Lucia y se levantó lentamente.
Las criadas, que habían estado esperándole, se pusieron nerviosas y huyeron mientras les echaban miraditas. Al día siguiente todos los sirvientes de palacio cuchichearían sobre aquello: el duque ni siquiera había esperado a que la duquesa terminase su baño y la había esperado en su propio dormitorio.
Lucia suspiró pesadamente. La había dejado bañarse para que pudiese preparar su corazón, pero aquello no había reducido sus temores. La primera noche que compartieron había sido demasiado repentina e intensa. No podía afirmar haber odiado todo el proceso, pero fue agotador y dolió.
Ni siquiera con aquellos pensamientos apartó la vista. Los recuerdos de su primera noche eran confusos, pero, de repente, volvieron a ella con total claridad. Se acercó a él como poseída.
Él, vestido con una camiseta transparente que dejaba a la vista sus músculos, sirvió una copa de vino y la levantó como preguntándole si quería. Lucia tragó saliva y asintió con la cabeza. Le pegó un sorbito al vino. No le gustaba especialmente ese sabor amargo, pero engulló la copa entera y se la pasó.
–¿Más?
Cuando asintió, una de las esquinas de la boca de él se curvó y le rellenó la copa con una suave risita. El cuerpo de la muchacha se calentó después de beber y su corazón se calmó. Los ojos de él, que admiraba sus mejillas coloradas mientras ella se relamía el vino que había quedado en sus labios, se ensombrecieron.
Sin aviso previo, la cogió. Le sujetó la parte trasera de la cabeza y le chupó los labios rojos. Le quitó la copa de la mano y la depositó suavemente sobre la mesa, para después rodear su cintura con el brazo.
Hugo le lamió los labios para que aflojase la tensión de sus músculos, y entonces, profundizó el beso con la lengua. Saboreó el vino agridulce y le rozó las encías con la lengua manteniendo el contacto visual con ella. Quería volver a ver sus ojos manchados de lágrimas.
–¿Te gusta el alcohol?
–…Sólo en ocasiones especiales.
Él volvió a soltar una risita satisfecha y empezó a besarla una vez más. Su boca la estimuló de una manera dulce y gentil, así que la muchacha tuvo que apoyarse en él. Con los labios contra el cuello de ella, Hugo susurró:
–Estás temblando.
Lucia se percató de ello al escucharle. La sensación de embriaguez había desaparecido.
–No tengas miedo, esta vez no te dolerá. Aunque si sigues tan tensa puede que no lo disfrutes y te vuelva a hacer daño.
Hugo la abrazó con un rostro rígido viendo que no dejaba de temblar. Era una joven pequeña y débil, pero segura y tenaz. Debía ser alguien espantoso para que alguien como ella le temiese tanto.
Era joven y virgen. El duque se había dado cuenta él solo que su primera noche había sido demasiado dura. Si la hubiese tratado con dulzura habría estado poco más que nerviosa, pero la había tratado como a una de sus amantes de una noche. Debió ser una experiencia agotadora.
La muchacha ya tenía una buena lista de adjetivo para él, y seguramente ahora habría añadido uno más a la lista que no debía ser muy positivo.
Maldita sea, tendría que haberme controlado, se lamentó demasiado tarde.
No quería obligarla cuando estaba temblando por el miedo. Había querido gozar de una noche de pasión con ella. Todas sus anteriores mujeres habían disfrutado de su intimidad, sin embargo, Lucia era primeriza y Hugo no sabía muy bien como avanzar. Era la primera vez que seducía a una mujer que no sabía disfrutar del sexo.
Hugo la levantó y caminó hasta la cama. Ella no le rechazó, pero tenía las manos tensas por los nervios.
Él la depositó sobre la cama y se tumbó a su lado. La abrazó por las caderas y se acurrucó pasándole la mano por la espalda suavemente y sin intentar llegar más lejos.
Un rato después, Lucia se relajó, pero, al mismo tiempo, se entristeció. Al parecer su marido no pretendía hacer lo mismo que le había hecho en la noche de bodas y, seguramente, sólo había querido pretender que eran felices delante de sus subordinados: lo hacía por su bien.
La posición de la señora de la casa se cristalizaba cuando conseguía el amor de su marido. Pero entonces, ¿qué significaba lo que había sucedido en el estudio? Si no le hubiese rechazado, ¿habría cambiado algo? En su cabeza había demasiados pensamientos complicados.
–¿Duermes? Hey, ¿de verdad estás durmiendo? No he hecho esto para acostarte, ¿sabes?
Hugo rodó hasta ponerse encima de ella. Los ojos de Lucia se giraron por la sorpresa y le devolvieron la mirada.
–¿Estás cansada? – Parecía vacilar y algo avergonzado.
–Estoy bien, pero… Seguramente estás cansado. Has tenido una reunión nomas llegar…
–Estoy bien, ese no es el problema… Bueno, no estoy para nada cansado.
–…Ya veo. Mmm… Vale.
Casi se le escapan de la boca las palabras: “tienes una estamina increíble”, pero justo entonces, él suspiró pesadamente. Se le había puesto encima, pero todo lo que hacía ella era devolverle la mirada como ausente; se sentía frustrado. Ya habían intimado en su primera noche, esa jovencita no podía ser ajena a sus intenciones.
–Me muero por volver a estar dentro de ti.
–¿…Eh? – El rostro de Lucia se tiñó de un rojo escarlata.
–Quiero hacerlo, ¿y tú? Si no quieres, no te voy a obligar.
Sus palabras fueron tan repentinas que Lucia no supo qué contestar. Él se tomó su silencio como un rechazo y suspiró pesadamente con una expresión solitaria.
–Déjame ser sincero. Puede que no te guste la idea, pero ahora mismo te deseo. ¿Tan terrorífica fue nuestra primera noche?
Ella tenía un nudo en la garganta y no estaba segura de que su marido estuviese bromeando o siendo sincero. Se preguntó si le había escuchado bien. Podía ver el deseo de sus ojos, y le asombro que pudiese mirar a alguien de esa forma, sin embargo, al mismo tiempo, quería hacerse la dura y apartarle.
–…Pensaba que no te había gustado nuestra primera vez. ¿No es por eso que… me molestaste y te burlaste de mí?
–¿Burlarme? ¿Yo? Admito que te molesté, pero es porque estabas adorable. No soy tan lamentable como para burlarme de las mujeres en la cama.
Parecía determinado a transmitirle sus intenciones y excusas. Lucia se ruborizó por la palabra “adorable”.
–…A la mañana siguiente… paraste a mitad de camino…
Lucia había sido la que quiso parar aquel día, pero le echó las culpas tímidamente. No obstante, él tenía tanta urgencia que no notó esos pequeños detalles.
–Hey, mujer. Si hubiese seguido ese día te habría postrado en la cama durante días. Me controlé por tu bien.
–…Me dolió mucho. – Lucia murmuró con mala cara. Hugo no consiguió responder. – No paraba de sangrar… Y tuve que descansar durante dos días enteros.
Anna diagnosticó que Lucia no había sufrido ninguna herida grave, pero las palabras: “sangrar” añadían un matiz más fuerte. Los hombres sabían que las mujeres sangraban después de su primer coito, pero ignoraban los detalles. No es que la muchacha estuviese portándose así para conseguir alguna reacción por su parte, su queja se le había escapado.
Las palabras de la joven le afectaron enormemente. Cogió aire como si estuviese desesperado y le cambió el humor.
Después de una noche de pasión, todas sus otras amantes intentaban ganarle agresivamente con puño de hierro. Las chicas no dejaban de intentar admirarle y contemplar su parte baja, nunca se había dado el caso de que alguna hubiese sufrido tantísimo. Por lo tanto, no tenía ni idea de cómo solucionar la situación.
El cuerpo de su esposa era muy frágil, por lo que se grabó en la mente que debía tratarlo con suma ternura.
–¿…Y ahora? ¿Estás bien?
–…Sí.
Suspiró aliviado. Después de apañárselas para cruzar la muralla del palacio, se hallaba delante de otro muro.
–¿Por eso no quieres?
Aquel hombre la deseaba de verdad. Lucia estaba algo atónita. Su marido podía seducir a cualquier mujer, si todo lo que necesitaba era un cuerpo femenino no reflexionaría en cada una de sus palabras e intentaría explicarse de aquella manera, además, también podía forzarla. Sin embargo, parecía que, si ella se lo pedía, retrocedería.
–Vivian, me aseguraré de mantener la promesa que te hice en nuestra primera noche. Mientras no sea tu primera vez, estoy seguro de que será una experiencia emocionante.
Hugo empezó a coaccionarla. Todo lo que tenía en la cabeza era cómo conseguir yacer con la inteligente mujer que tenía ante él.
–No te creo. La última vez me mentiste. – Su rechazo era firme y él se sintió impotente.
–¿Mentir? Te dije que te dolería si era tu primera vez.
–Dijiste que sólo un poquito. Me dolió mucho.
–Dame la oportunidad de redimirme. ¿No vas a volver a dormir conmigo nunca más?
Aunque lo único que pedía era intimidad física, la muchacha se sintió como una belleza despampanante a la que intentaban cortejar. Aquella vez tampoco había sido para tanto. La muchacha sintió cierta alegría, soltó una risita y habló:
–Lo decidiré después de hoy.
Hugo se quedó como ausente unos instantes y, entonces, estalló en carcajadas. Sus bromas le hacían bien. De vez en cuando decía algo y le hacía reír. Tal vez, lo que le daba tanta alegría era su reconocimiento.
–Te gusta dejar con las ganas.
Era la primera vez en su vida que se aferraba a una mujer de esa forma.
Hugo levantó la parte superior del cuerpo, le separó las piernas y se inclinó contra ella. Su parte baja, que palpitaba, se deslizó más cerca de ella y las mejillas de la muchacha se encendieron.
Acababa de bañarse por lo que no llevaba nada debajo del albornoz. Él todavía no se había quitado los pantalones, pero se podía apreciar una montaña a punto de explotar.
Su manera de tirar la ropa demostró su urgencia. Le desató la ropa sin dudar, exponiendo su piel blanca. Era la misma imagen que había aparecido en su cabeza cada noche sin parar. Su cuello suave y su clavícula delicada, sus pechos sedosos y dulces que sabían a nata y su delgada cintura.
Ella, mientras que él admiraba su cuerpo de los pies a la cabeza, hizo lo mismo. Su primera noche había sido demasiado frenética y no había podido estudiarlo apropiadamente. Tenía los hombros y el pecho anchos, y sus brazos musculosos eran el doble que los suyos. No le encontraba ningún fallo; era como un dios de la guerra. Poseía ese aire masculino que impresionaba a las mujeres.
Posó las manos sobre su abdomen, las deslizó hasta llegar a sus pechos y los apretó. Usó una fuerza firme, pero no dura. Los apretó y los soltó, masajeándolos expertamente.
Los dedos del duque la hacían sentir rara y le entraba un cosquilleo por toda la espalda. Su miembro, que estaba presionado contra ella, se retorcía demostrando su presencia. Lucia jadeó mientras se retorcía y él bajó la cabeza para pegarle un bocado a uno de sus pechos.
–¡Ah!
El ligero dolor que le provocó él al lamerle y chuparle el pezón le envió una sensación placentera por todo el cuerpo, así que tuvo que cerrar los ojos.
Él la manoseó con dulzura, dejándola calentarse a su ritmo. Ya tenía el interior resbaladizo y mojado, por lo que entró en ella lentamente. En ese momento, Lucia suspiró.
–No duele… ¿no?
Lucia cogió aire y respondió un “no” corto. Sintió cierta incomodidad, pero no dolor. En comparación con su primera vez, era mucho mejor. ¿Por qué las mujeres tenían que pasar por tanto dolor en su primera noche? Lucia reflexionó con total seriedad.
–Empezaré a moverme lentamente, si te cansas, dímelo.
El se deslizó más al fondo a cámara lenta. Era extraño tener algo dentro. Las puntas de sus dedos se sobresaltaron y sintió que su cuerpo se hundía. Él continuó repitiendo el movimiento de sacar y meter más adentro, hasta que llegó a la parte más profunda de su cuerpo.
–¡Ah!
La joven sintió un corriente de euforia.
–¿Duele?
–N…o…
No le dolía. Definitivamente, eso no era dolor, pero estaba angustiada. Él la metió y la sacó hasta el fondo.
–Espera… Hk…
–¿Duele?
–Sí… Un poco… Poquito…
Ella deseó que parase un momento y la esperase, pero él contestó con un “mmm” e hizo una mueca.
–¿Cómo puede ser?  – Volvió a empujar la calidez de su cuerpo.
–¡Uuk!
Empujó su erección con vigor. Ella experimentó un corto momento de dolor e intoxicación, pero, al mismo tiempo, se vio al borde del clímax. Era angustiante y dulce. Su cuerpo se tragaba el de él y Lucia notó lo mucho que lo estaba disfrutando. Su respiración se aceleró y el miembro de él palpitó con más fuerza.
Él jadeó como si estuviese gruñendo en sus oídos. Sentía lo mismo que Lucia y eso la hacía arder. El cuerpo de la muchacha respondía al del duque, convulsionando y apretándole.
–Uhk…
Hugo se notó enloquecer mientras el interior de su esposa le apretaba, apenas conseguía controlarse y respiraba pesadamente. Ni siquiera se había corrido todavía, pero sentía mucha euforia. Era diferente a su primera vez, a ella no le dolía.
Su primera vez no había terminado prematuramente. La combinación de sus expresiones inocentes y sus ojos claros junto a su penetración le hicieron caer en un pozo de placer. Hambriento de más placer, continuó penetrándola más y más hondo.
–¡Ah!
Su interior le apretó con fuerza, como si no quisiera que saliese. Él apretó los dientes y se metió en ella. Cada vez que le envolvía, su oleada de placer aumentaba. Tenía que controlarse, no era el momento, quería penetrarla todavía más hondo.
La primera vez que descubrió el cuerpo de una mujer, desmayó a cuatro de tantas relaciones. Incluso en ese momento, jamás perdió la cordura. Ninguna mujer había conseguido calentarle tanto como en ese momento.
–¡Ah! ¡Un! Espera… Espera un momento…
Ella se sentía como si alguien le hubiese cogido el cerebro y lo estuviese masajeando. Esa sensación distante y extraña era aterradora, por lo que intentó empujarle del pecho con ambas manos. Él aprovechó la ocasión para cogerle las manos y clavarla en la cama mientras la penetraba con ganas.
Los sonidos húmedos resonaban como locos a cada penetración. Sus respiraciones y los gemidos de ella eran demasiado atrayente; a Hugo le inundaba la euforia y llegó al clímax. Estuvo increíblemente bien.
–Ah…
Lucia se retorció entre gimoteos. Se le dilataron las pupilas y quedó boquiabierta sin poder evitar los gemidos. Era una sensación indescriptible. Era como si su cerebro y sus partes bajas se hubiesen vuelto uno en una inundación de dulzura sensual.
No le quedaba aliento y le temblaba todo el cuerpo. Temía caer en algún lugar, pero al mismo tiempo, se sentía en la novena nube. Quería escapar, pero al mismo tiempo, deseaba que esa sensación permaneciese en su cuerpo para siempre.
Era como si una oleada de euforia le pasase por todo el cuerpo. Relajó su agarre y se dejó caer a su lado. No podía moverse. A su cuerpo y a sus sentidos le costaron volver en sí y, entonces, se percató que el rostro de Hugo estaba enterrado en su cuello respirando pesadamente.
Oh, Dios mío.
Hugo se lamentó. Creía que iba a morir. El interior de su esposa le había apretado y chupado de tal manera que todo lo que había podido hacer había sido jadear. Hasta ese momento nunca había perdido el control total de su cuerpo.
Era como si el cuerpo de la joven le engullese. Se sentía como un pez al que habían pescado. Su cuerpo convulsionó y todo lo que pudo hacer fue temblar de placer. De repente, comprendió cómo alguien podía morir por coito.
En esta ocasión había pasado bastante tiempo dentro de ella y había sido distinto a la primera vez, cuando había controlado la situación. El interior de la muchacha convulsionaba y le apretaban, aunque no estuviera haciendo nada.
Apenas fue capaz de tranquilizarse. Pensó que estaba entrenado para mantener la cordura sin importar lo que sucediera. Se había acostado con mujeres que habían tumbado a muchos hombres en una noche, pero para él nunca le había sido para tanto.
Era la primera vez que se sentía así.
Se irguió con la ayuda de su brazo y la miró. Estaba totalmente despeinada y tenía la respiración acelerada. Hugo era débil por el placer. El deseo por la mujer que yacía debajo de él creció exponencialmente. No pudo evitar besar en la frente a la sudorosa muchacha. Besó sus ojos llenos de lágrimas, su barbilla, su mejilla y bajó a lo más hondo de su cuerpo.
Los sentidos de Lucia se agudizaron con el tiempo. Su cuerpo se estaba enfriando después de llegar al clímax y no podía mover ni un dedo. Pero ahora que habían pasado unos cuantos instantes, volvía a encontrarse bien. Los suaves besos de él le recorrieron todo el cuerpo, no se inmutó y besó cada centímetro de su cuerpo.
Lucia estaba algo avergonzada, pero alegre. Sus besos gentiles la hacían sentir como que era amada. En su sueño ya había experimentado un matrimonio, pero desconocía las relaciones sexuales de pareja. Sin embargo, comprendía que él estaba tan satisfecho como ella.
Lucia no sabía qué técnicas usar para seducir a un hombre. Era naturalmente defensiva y no sería una exageración afirmar que su corazón estaba hecho de piedra. Aun así, su lascivo cuerpo reaccionaba sin la necesidad de afrodisiacos.
Era un tipo de cuerpo difícil de hallar incluso entre las prostitutas. No obstante, Lucia lo ignoraba. Sólo sabía que estaba satisfecha, nada más.
Hugo le cogió la mano y le besó la palma, la muñeca y subió hasta sus hombres: sus labios le humedecían la piel. Lucia se avergonzó y apartó la vista mientras le dejaba hacer lo que quería con su cuerpo.
Cuando él entendió que su esposa consentía aquello, la excitación le agitó. Se llenó de ella y notó como su miembro volvía a crecer.
Se pasó una de sus piernas por encima del hombro, le besó el muslo y volvió a mover la cadera. Los ojos de ella volvieron a abrirse y cuando entraron en contacto con los suyos, la muchacha se ruborizó. Lucia bajó la vista y pudo apreciar como su propio cuerpo absorbía el de él.
Hugo se había corrido dentro de ella, facilitando a su cuerpo el volver a aceptarle, por lo que, esa vez, Lucia fue capaz de aceptarle en total plenitud. Él se deslizó y continuó penetrándola. El interior de la muchacha estaba húmedo y caliente, cada vez que sus pieles se rozaban, él gozaba de placenteras sensaciones.
–Ung… Ah… Ah…
Los gemidos escaparon de los débiles labios de Lucia. La forma con la que Hugo la penetraba le provocaba una sensación celestial hasta alcanzar el éxtasis. Cada vez que entraba totalmente en ella, el cuerpo de Lucia se estremecía de los pies a la cabeza.
Era como que su cuerpo se estaba hundiendo en alguna profundidad. Se sentía débil pero rellena de algo. Ya había llegado al clímax por lo que su cuerpo estaba muy sensible y, cada vez que él la rozaba, le asaltaba una sensación sobrecogedora.
No intentaba hacerse la dura o demostrar sus técnicas a propósito. El cuerpo de Hugo se calentó al ver sus ojos llorosos, sus pequeños movimientos. Aun así, la joven no fingía, reaccionaba según se sentía.
Él no quería salir de su arduo interior, pero al mismo tiempo, quería salir y volver a cargar contra ella para excitar sus cuerpos. Movió las caderas en círculos para estimular sus respuestas lo que provocó que ella volviese a apretarse, tragándose su miembro.
Él cogió aire para evitar llegar al clímax. Era una diabla. Tenía los labios parcialmente separados y él podía verle la lengua. Moría por saborearla. Rodeó sus hombros con los brazos y le levantó el cuerpo.
Se la acercó para estar cara a cara mientras le sujetaba la parte trasera de la cabeza, la besó y le chupó la lengua. Su flexible lengua parecía intentar escapar, sin embargo, él continuó persiguiéndola, presionándola y mordisqueándola.
Ella pareció sorprenderse por un momento e intentó apartar la lengua, él por su parte, disfrutó de aquel juego de persecución y conquista de su boca. Durante todo el proceso Hugo le estuvo apretando las nalgas y moviendo las caderas.
Sus salivas se mezclaron y él se deleitó de explorar cada rincón de su boca y sólo se separó de ella cuando Lucia hizo fuerza contra su pecho con las manos.
–Ah… Ah…
Tenía los labios un poco hinchados y jadeaba en busca de aire. Él soltó una risita y le besó los labios con suavidad.
–Respira por la nariz.
Lucia, que había estado observando como trataba de sofocarla, dejó caer la vista donde sus cuerpos se unían y, en aquel momento, fue consciente de su estado y se avergonzó.
No estaba tumbada dejándole entrar en ella, estaba sentada encima de él admirando su pecho desnudo. Estaba tan avergonzada que no podía mirarle a los ojos.
A él se le partió un poco el corazón cuando Lucia se negó a mirarle. Cada vez que seguía su mirada a propósito, ella giraba la cabeza para evitarle. Él continuó intentándolo tercamente y, al poco tiempo, se percató que lo hacía porque tenía vergüenza, lo que le hizo reír.
El cuerpo de la muchacha reaccionaba de una forma tan lasciva que parecía incapaz de sobrevivir sin un hombre, pesé a ello, ella seguía siendo inocente. Era el único de todo el mundo que conocía su naturaleza liviana y, por algún motivo, ese hecho le complacía mucho.
Hugo la dejó tumbarse una vez más, pero esta vez, en lugar de cara a cara, yació sobre ella atrapándola con las piernas mientras la penetraba.
–Ah… Uhn…
La estimuló en un nuevo lugar gracias a esta posición. A veces sólo entraba un poco, otras hasta el final. La primera vez de Lucia había estado demasiado ocupada tratando de lidiar con el dolor, no obstante, esta vez, la joven estaba ahogándose en el placer.

*         *        *        *        *

Cuando Lucia recuperó el conocimiento, no estaba segura de haberse despertado de un sueño o de un desmayo. Tenía la cabeza entumecida y el cuerpo flemático. Sus sentidos se agudizaron y escucho respiraciones en su oído.
Notaba su firme pecho contra su espalda: la estaba abrazando con fuerza por atrás. Una mano le rodeaba las caderas, mientras que la otra le cubría el pecho. Cada uno de sus suspiros le cosquilleaba el cuello.
Una de las piernas de él estaba entre las suyas, como si estuviese sentada en su regazo. Además, su firme y excitado miembro descansaba contra sus nalgas.
El sol se filtraba a través de las cortinas y parecía que ya había transcurrido cierto tiempo. ¿Cuántas horas habrían pasado?
Siempre se despertaba temprano, por lo que era la primera vez que le fue imposible estimar la hora. Cuando intentó liberarse de su agarre, el brazo de él se tensó y la devolvió una vez más entre sus brazos. Ella notó como sus labios le besaban la nuca suavemente.
–¿Mi… señor…?
–…Mi nombre.
–…Hugh, por favor… Suéltame.
–No quiero.
Sus labios continuaron recorriendo su nunca y sus hombros. Se movía lentamente, pero eran profundos. Picaban un poco, enrojeciéndole la piel.
–Mi señ… Hugh, ya es por la mañana.
Él no le prestó la más mínima atención a la pequeña protesta de Lucia y le apretó un pecho. Frotó su miembro rígido contra ella y gozó del temblor de la muchacha por la estimulación.
Ella se ruborizó. Él quería continuar molestándola y tocándola, y como si estuviese penetrándola, movía las caderas arriba y abajo contra ella.
–Un…
Ella dejó escapar un pequeño gemido ahogado en un resoplo. Él frunció el ceño y decidió levantarse. Se aferró a su cintura y presionó su miembro contra su trasero, deslizándose a su entrada hinchada y resbaladiza.
–Uh…
Se cogió a las sábanas con los dedos mientras él entraba y se deslizaba en su interior. Cada vez que salía, su interior derramaba jugos hasta que, al rato, empezó a gotear por sus piernas. Parecían dos animales copulando mientras los desvergonzados sonidos se alzaban cada vez más fuertes. El éxtasi le cubrió el cuerpo.
Lucia se desmayó y él le mordió la mejilla suavemente, le dio un beso en los labios y le chupó el cuello. No estaba para nada satisfecho. Quería saborearla una y otra vez. Daba igual lo que hiciera, su sed por ella continuaba creciendo sin parar. Quería morderle el cuello y saborear su sangre. Parecía que sólo entonces saciaría su sed.
Estoy loco.

Él enterró la nariz en su cuello y se deleitó del aroma frutal. El cuerpo de esa mujer era una droga mortífera. No, ni siquiera una droga era tan dulce. Hugo abrazó su cuerpo con fuerza pensando que, verdaderamente, había enloquecido. 

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