Capítulo 7

enero 19, 2018

Lo importante siempre es invisible.
        Antoine de Saint-Exupéry, El Principito

Xu Ping no fue a la escuela.
Primero fue a casa. Se quedó en el marco de la puerta después de abrirla, por alguna razón, tenía miedo y las rodillas débiles. Sólo se aventuró a entrar después de animarse.
El cubo rojo no estaba debajo de la mesa. Xu Zheng siempre dejaba su juguete favorito ahí, pero aquel día no estaba por ningún lado de la habitación. Xu Ping estaba de pie en el medio del comedor, todas las puertas de la casa estaban abiertas y las cortinas de la habitación de los niños revoloteaban con el viento que se colaba por el espacio.
Era obvio que su hermano no estaba, pero lo llamó de todas formas.
–¡Xiao Zheng!
Nadie contestó.
Se quedó parado en el sitio unos instantes y, entonces, se dirigió a la cocina. Cogió un vaso del armario, se lo llenó y se lo tragó. Estaba muy sediento. Se llenó otro vaso. Cuando iba por la mitad, se encontró mal y empezó a tener arcadas en la pica, pero no le salió nada. Tiró el resto del agua y dejó el vaso en su sitio después de fregarlo.
Todo estaba muy tranquilo.
A Xu Zheng no le gustaba hablar, pero hacía todo tipo de ruidos. Era torpe y solía chocarse contra la mesa, dando golpes, pero nunca le había escuchado exclamar un “ay”.
Xu Ping tenía que comprobar de vez en cuando sus deberes. Al principio dejaba lo que estaba haciendo e iba a buscarle, pero después, pasó a llamarle desde su silla y a esperar que su hermano pequeño apareciese en su habitación silenciosamente. Daba igual si Xu Zheng estaba haciendo algo o cuántas veces le llamarán, si su hermano le llamaba por el nombre aparecía obedientemente, como un perro que sigue las órdenes de su amo.
A veces, cuando Xu Ping sufría acoso escolar, repetía el nombre de su hermano para sentirse mejor y, en cuanto Xu Zheng aparecía, le ordenaba que se marchase. Aunque le hiciera ir y volver una docena de veces corriendo, aunque tuviese la frente sudorosa por correr del comedor a la habitación, continuaba portándose bien, sin quejarse, como un estúpido perro leal. Y también era este estúpido perrito el que montaba una pataleta cuando Xu Ping llegaba tarde.
Xu Ping debía admitir que no tenía la menor idea de qué pasaba por la cabeza de su hermano pequeño. Siempre había pensado que Xu Zheng era un retrasado de reacciones lentas y que carecía de emociones, por tanto, nunca había considerado sus acciones o palabras antes de llevarlas a cabo. No sólo le pegó, también le dijo que se muriese.
Tal vez, en realidad, él era el imbécil que había estado tiranizando a Xu Zheng todo este tiempo.
Xu Ping, con los ojos rojos al borde de las lágrimas, se abofeteó. Iba a buscarle. Iba a encontrar a Xu Zheng y traerlo a casa. Iba a disculparse como era debido.
Aunque Xu Zheng era un retrasado, era su querido hermano, el único.
Cogió las llaves y cerró la puerta al salir.

El sol blanco.
Eso es lo que se le pasó por la cabeza a Xu Ping por algún motivo. Xu Zheng sólo había dibujado una cosa en su corta escolarización. El profesor de arte les había dado de deberes el tema: “bajo el cielo” o “un día hermoso” o algo por el estilo. Casi todos los niños dibujaron un sol rojo y brillante arriba del todo, en la esquina, y debajo de éste unos cuántos árboles, una casa y un camino. Una familia de hombres palo se alzaban sobre la hierba cogidos de la mano.
No obstante, el dibujo de Xu Zheng sólo consistía en un círculo blanco que ocupaba dos terceras partes de la hoja, el resto era todo azul. Parecía la bandera Kuomintang[1]
Xu Ping estaba entregando los deberes en la sala de profesores cuando el profesor de arte empezó a gritarle a Xu Zheng, tirando el dibujo sobre la mesa.
–¡¿Qué demonios es esto?!
–El sol. – Respondió Xu Zheng. – Es blanco.
Xu Zheng sacó un cero en el trabajo y el profesor exigió que lo volviese a hacer. Xu Zheng, siendo tan retrasado, se rehusó a hacerlo y, al final, su hermano mayor tuvo que hacerlo por él.
–¿Por qué eres tan estúpido? – Xu Ping regañó a Xu Zheng mientras trabajaba. – ¿Qué es tan difícil de dibujar un árbol o una montaña? ¿Por qué tengo que acabar con un retrasado como tú?
Xu Zheng reflexionó un momento antes de contestar.
–Montaña no. Con el sol basta.
Xu Ping se lo tomó como prueba del retraso de su hermano y lo recordó muy bien.

De camino al patio, el sol le quemó la piel de los brazos. El profesor de ciencias les advirtió que no se dejasen engañar por el color de las llamas – cuánto más caliente es una llama, más clara es.  La punta del fuego de los fogones era roja y por abajo, azul. También existía una llama invisible, su luz era tan fuerte que el ojo humano no podía verlo a simple vista: era la más caliente de todas.
¿De qué color es el sol?
El patio estaba vacío y el cubo rojo estaba olvidado en la caja de arena. Los edificios del complejo también estaban en silencio: todo el mundo se había ido a la escuela o al trabajo. Xu Ping se puso las manos alrededor de la boca y gritó el nombre de su hermano una y otra vez. Su voz resonó chocando con los edificios, como si un millón de Xu Pings llamasen a Xiao Zheng, el cual, por supuesto, no respondió.
El sudor traspasó las vendas de Xu Ping y le goteó por la cara.
¿Alguna vez has perdido algo importante?
Xu Ping rebuscó el patio meticulosamente tres vece, pero no encontró a su hermano. Incluso fue a la escuela de los niños especiales y el profesor le preguntó:
–¿Por qué Xu Zheng no ha venido hoy?
Xu Ping quiso decir que su hermano había desaparecido, pero no consiguió sacarse las palabras de la boca y terminó mintiendo diciendo que estaba enfermo.
El profesor era una persona amable y le dijo a Xu Ping:
–Asegúrate de que descanse bien. – También mostró cierta preocupación por él. – ¿Qué te ha pasado en la cabeza? La tienes vendada.
–Me tropecé y me caí. – Contestó Xu Ping antes de salir corriendo.
Continuó buscando hasta la tarde, hasta quedarse exhausto y hambriento. La herida de su cabeza parecía haberse vuelto a abrir y le dolía como si alguien le estuviese clavando un taladro.
Pensó en ir a casa a por agua y comida antes de volver a buscar. Tal vez Xu Zheng ya estaría allí cuando llegase. Arrastró las piernas por las escaleras y abrió la puerta.
–¡Xiao Zheng! – Gritó Xu Ping encantado.
El comedor estaba lleno de humo. El señor Zhang estaba sentado en un sillón fumando con la cabeza gacha y un montón de colillas a su alrededor.
–¿Cómo has entrado? – Exclamó Xu Ping.
Zhang Jinmin vaciló y apagó el cigarro.
–Xu Zheng se dejó las llaves en nuestra casa, así que las he usado. ¿Dónde has ido?
Xu Ping no respondió. Zhang Jinmin siguió la mirada del chico hasta las colillas que había por el suelo y, avergonzado, dijo:
–Perdona, no me he dado cuenta. – Abrió las ventanas para dejar entrar el aire fresco, entonces, dejó de fumar.
Xu Ping continuó allí de pie, sin decir nada. Hasta Zhang Jinmin estaba incómodo, pero a pesar de todo, era un adulto.
–No puedes ir por allí corriendo, te acaban de poner los puntos. –El terco Xu Ping bajó la cabeza. – Siento haber perdido a tu hermano.
La cabeza de Xu Ping estaba llena de pensamientos. Siempre había respetado al señor Zhang y creía que era un buen hombre, pero hasta los buenos hombres tenían sus problemas.
–No pasa nada, señor. – Por fin habló. – Puedes volver a tu casa.
Por primera vez en su vida, Zhang Jinmin empezó a sentirse mal delante de un niño. Aquella mañana había discutido con su esposa y se había sentido indescriptiblemente frustrado. Dejó a He Mei sollozando en el dormitorio y, para cuando salió de allí, Xu Ping ya se había marchado.
Su esposa le había dicho un puñado de cosas hirientes en calinte, y ni siquiera él, un adulto, lo pudo soportar. Se preguntó cuánto había llegado a escuchar aquel niño.
–Mmm… ¿Ha sido por algo que has oído, Xu Ping? Sabes que la señora Zhang es dura por fuera, pero tiene buenas intenciones…
–Lo sé. – Le interrumpió Xu Ping. – Mi madre murió, Xu Zheng es un idiota y mi padre siempre está fuera por trabajo. Llevamos dependiendo de ti todos estos años y te estoy muy agradecido. Todavía soy pequeño, pero cuando crezca, te lo devolveré.
Esas palabras hicieron hervir de rabia a Zhang Jinmin. Golpeó la mesa enfadado.
–¡¿Cuándo te he pedido que me lo pagues?! – Rugió. – ¿Quién te crees que soy? ¿Cómo te atreves, Xu Ping?
Xu Ping estaba confundido y se preguntó qué había hecho mal. Sólo tenía doce años y no comprendía los secretos de los adultos. Los insultos de la señora Zhang habían sido dirigidos a su marido, pero cada palabra se le quedó clavada en el corazón. También había querido chillar y llorar y tener una pataleta, pero cuando miró a su alrededor, se percató que aquella no era su casa.
Da igual lo bueno que fuera el señor Zhang, no era su padre.
Xu Ping había llegado a una respuesta.
Xu Chuan le pegaba, le regañaba, le criaba y le alimentaba. Hiciera lo que hiciera, Xu Ping tenía que aguantarlo. Xu Chuan era su verdadero padre y quien era responsable de él. El resto de personas eran desconocidos. Su amabilidad ocasional era extra e inmerecida, y una deuda que tendría que pagar el resto de su vida.
Cuando le había dicho al señor Zhang que se lo pagaría, Xu Ping había expresado sus verdaderos sentimientos. No entendía por qué aquel hombre se había enfadado tanto, así que se limitó a bajar la cabeza y se negó a pronunciar ni un sonido más.
El frustrado señor Zhang rebuscó otro cigarro en su bolsillo, pero sólo encontró la caja vacía. Se regañó a sí mismo por excitarse tanto. Da igual lo maduro que pareciese Xu Ping, sólo tenía doce años y todavía no sabía nada. A los hermanos Xu los trataba bien en parte por su secreto y, en parte porque era un buen hombre. No podía permitir que Xu Ping se tomase su afecto como un trato.
Se esforzó por controlar su rabia.
–¿Has encontrado a tu padre?
Xu Ping sacudió la cabeza. Sus ojos enrojecieron de inmediato, pero se controló, y tensó los músculos de la cara como una cuerda a punto de petar.
Zhang Jinmin no pudo seguir estando enfadado al ver al muchacho. Se levantó y le dijo:
–Todavía no has comido, ¿verdad? Te haré unos fideos y luego iremos a buscar a Xu Zheng.

Al final de aquel largo día, Xu Zheng todavía no había vuelto. Su Ping siempre pensó que su hermano era idiota, pero ese idiota había hecho algo increíble.
Buscó en todos los rincones donde podría haberse escondido – el cubo de la basura, la sala de calderas, los arbustos de fuera, los cilindros de cemento – llamándole, pero Xu Zheng no estaba por ningún lado.
El último lugar en el que miró fue el centro de informática. Ya era la puesta de sol y los timbres de las bicicletas resonaban por las calles y callejones. El cielo todavía estaba iluminado y el horizonte estaba teñido de carmesí. Las últimas veinticuatro horas le habían parecido un siglo.
Cuando Xu Ping volvió a ponerse delante de las rosas secas chinas y los cristales rotos, tuvo la ridícula sensación de que todo había cambiado. Creía que estaba soportando más dolor del que era capaz de aguantar un humano, pero después de aquello descubrió que su vida acababa de empezar.
Pasó por el jardín dos veces antes de subir las escaleras, cada puerta que habría le decepcionaba. La última habitación estaba en el descansillo de la quinta planta. La estrecha puerta blanca estaba a oscuras y tan polvorienta que parecía gris: era la última esperanza de Xu Ping.
Se quedó de pie fuera de la puerta, rezando con el pomo en mano: si Xu Zheng estaba dentro, y si le perdonaba, haría de buena gana cualquier cosa a cambio, aunque fuera que Lu Jia le pegase cada día.
Después de desear aquello, Xu Ping cogió aire y abrió la puerta.
La habitación estaba muy oscura. Sólo había una ventana del tamaño de una libreta que estaba totalmente nublada por el polvo.
Por el suelo había todo tipo de cosas: sillas rotas, escritorios, diarios y cajas de cartón apiladas. En la pared había colgado un poster de propaganda en que se leía: “¿Abolición–…? (roto) ¡Saludad a la revolución cultural del proletariado!”.
Xu Zheng no estaba ahí. Xu Ping cerró la puerta mientras una vocecita repetía en su cabeza: “No está, tu hermano no está…”
Detrás de la escalera, había otra de metal que llevaba al tejado. Xu Ping la escaló y abrió la puerta de metal. La brisa nocturna le acarició el rostro. La ciudad estaba añada en una puesta de sol rojiza. Podía ver muy lejos, más allá de su casa. Había largos railes, las chimeneas de las fábricas respiraban humo blanco, edificios tradicionales construidos con ladrillo gris y un sinfín de líneas y farolas conectaban la ciudad como una telaraña enorme.
En aquel lugar mucho vivían como hormigas: nacían, crecían, iban a la escuela, encontraban trabajo, trabajaban, se casaban, tenían hijos, envejecían… Su tristeza, alegría, encuentros y despedidas estaba ahí; su amor, odio, locura y rabia estaba ahí. Sus vidas y sus muertes estaban ahí.
Su hermano seguramente estaba en algún rincón. Xu Ping no le conseguía encontrar.
–¡Xu Zheng, bastardo! – Gritó a la ciudad y a la puesta de sol. – ¡Vuelve ahora mismo!
Lo único que le respondió fue el viento.
Xu Ping nunca había estado tan asustado y desesperado.
Al final, escondió la cabeza entre sus brazos y empezó a berrear.



[1] La bandera Kuomintang o El cielo azul con un sol blanco (青天白日旗) es la bandera de la republica de china y su emblema nacional. 

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images