Capítulo 7

enero 02, 2018

Me informó del alargo de su hospitalización con inesperada indiferencia. La paciente en cuestión no parecía esperar nada, por lo que, aunque estaba preocupado, me alivió un poco. Sólo lo admitiré para mí mismo, pero hacía tiempo que rebosaba preocupación.
La tarde del martes, después de las clases de repaso, fui a hacerle una visita.
–Sólo queda un poco más de la mitad del verano para que se acaben las vacaciones, ¡eh! – Lo dijo con un tono que podría considerarse lamento. Como si intentase transmitirme que ese simple hecho ya era una pena.
El sol brillaba fuera y el aire acondicionado del hospital era como un escudo que nos protegía de los rayos del sol, pero que me inquietaba por algún motivo.
–¿Kyouko está bien?
–Ah, sí. Tengo la sensación de que su mirada era más punzante la semana pasada, a lo mejor tu persuasión la ha tranquilizado y por eso todavía no me ha arrancado los pulmones.
–Deja de hablar de mi mejor amiga como si fuera una bestia.
–Todavía no te ha mirado con esos ojos. Con que finge ser un gato, eh. Una bestia felina, pues… Un león, a lo mejor.
No le había contado el incidente de la librería de la semana pasada.
Eché los melocotones de lata que había traído como regalo en un plato y se los di. De alguna u otra forma, el dulzor del sirope me traía recuerdos de primaria.
Ella contemplaba el exterior mientras se tragaba los melocotones amarillos.
–¿Por qué has venido al hospital con el buen tiempo que hace? Deberías jugar al balón prisionero o a algo fuera.
–Para empezar, me has llamado tú. En segundo lugar, no juego a algo así desde primaria y, en tercer lugar, no tengo a nadie con quien jugar. Dime qué preferirías hacer tú considerando estos tres puntos.
–Las dos cosas.
–Codiciosa, eh.  Bueno, te daré el último melocotón.
Ella apuñaló el melocotón con una sonrisa infantil y se lo metió entero en la boca. Llevé el plato y la lata a la pica de la esquina del patio. Había un sistema que, si lo dejaba ahí, las enfermeras lo limpiarían. Incluso traían comida – si no fuera por su enfermedad, habría sido una habitación VIP.
Parte de la habitación VIP era mi tutoría personal sin cargo adicional. Ella tomó apuntes seriamente aquel día también a pesar de considerarlo una molestia. Una vez le pregunté qué necesidad tenía de estudiar si no iba a hacer ningún examen ni nada. A lo que ella me respondió que, si sus notas caían, la gente de su alrededor sospecharía. Lo comprendí y me di cuenta el por qué nunca había sentido la necesidad de estudiar jamás.
Aquel día pospuso su truco de magia. Me dijo que, después de todo, le era imposible preparar cosas nuevas y que tenía un as bajo la manga.
–Esperaré con el cuello estirado.
–¿Cómo vas a estirarlo? ¿Alguien tirará de él?
–¿Te has vuelto tan tonta que ya no pillas ni el sarcasmo? Ahora también tienes un virus en la cabeza, eh. Qué mal.
–¡El que dice que alguien es tonto es el verdadero tonto!
–Con que me equivocaba, eh. He dicho que era por una enfermedad, pero no es por eso.
Era la misma conversación juguetona de siempre. Poder mantener conversaciones inútiles como esta me encantaba. Porque sentía que ese ambiente en el que se permitía burlarse del otro se había convertido en la prueba de una rutina que no iba a cambiar. Tal y como cabía esperar, yo – que me aliviaba con algo tan inútil – carecía de lo conocido como: “experiencia humana”.
Ella empezó a escribir algo en su Diario de Coexistencia con la Enfermedad, y por una razón u otra, aparté la vista. Me preguntaba si el patio se había decolorado por la acumulación y la conexión con las enfermedades de los pacientes.
–¿Tienes planes para el verano?
Justo iba a girarme, cuando ella me llamó y, por eso, mi mirada volvió a ella antes de lo que esperaba.
–Seguramente vendré aquí y leeré libros en casa. Y también haré los deberes.
–¿Ya está? Deberías salir y hacer algo. Después de todo son vacaciones de verano. ¿Qué te parece si te vas de viaje con Kyouko en mi lugar?
–No tengo las calificaciones requeridas para entrar en la jaula del león. ¿Y no ibas a ir tú?
–Me va a ser un poco imposible. Me han alargado la hospitalización, y ella está ocupada con las actividades del club. – Dijo con una sonrisa solitaria. – Quería ir de viaje una vez más, ¿sabes?
¿…Eh?
Sus palabras sombrías me dejaron sin respiración un momento. Y en ese instante, vi que una neblina entraba a la habitación. Sentí como algo horrible que había estado dormitando en las profundidades de mi corazón subía por la garganta. A prisa, tomé un tragó de la botella, luchando contra las arcadas. ¿Qué acababa de pasar?
Reflexioné sobre sus palabras en mi cabeza como lo hubiera hecho un detective de novela con las líneas importantes de algún personaje. Seguramente, ella retiró su sonrisa burlesca y ladeó la cabeza por mi expresión.
El perplejo era yo, así que, ¿por qué era ella quien hacía eso?
En cuanto me di cuenta, se me escapó de la boca.
–¿Por qué? ¿Lo dices por qué no podrás volver a irte de viaje?
Me miró como si la hubiese pillado desprevenida. Puso la cara de una paloma a la que han disparado.
–…Lo he dicho, ¿así?
–Sí.
–Ya veo… Supongo que hasta yo pienso cosas que parecen eso, eh.
–Hey…
Me pregunté qué tipo de cara tenía en esos momentos. La inquietud que se había enterrado en las profundidades de mi corazón desde mi última visita aumentó y, por fin, amenazó por escapar de mi boca. Desesperado, intenté cubrirme la boca con las manos, pero mi boca se movió antes de pudieran hacerlo mis manos.
–No vas a morir, ¿verdad?
–¿Eh? Pues sí. Todos moriremos, tú y yo incluidos.
–¡No me refiero a eso!
–Si te refieres a lo que va a pasar cuando se me rompa el páncreas, pues claro que voy a morir.
–¡No me refiero a eso!
Golpeé la esquina de su cama con la palma de la mano y di un brinco sin pensar. La silla en la que había estado sentado cayó, llenando la estancia con un golpe metálico y desagradable. Tenía los ojos fijos en los suyos, sin vacilar. Esta vez, ella puso una cara de indudable sorpresa. Hasta yo me sorprendí de mí mismo. ¿Para qué había hecho eso?
Tensé la garganta en busca del último vestigio de voz que pude reunir.
–Todavía no vas a morir, ¿verdad?
Como ella seguía conmocionada, no respondió y el silencio se cernió sobre la habitación. Yo continué hablando temeroso del silencio.
–Llevas un tiempo rara. Escondes algo, ¿a qué sí? Es obvio, ¿sabes? Jugar a verdad o atrevimiento y abrazarme de repente… Y cuando te pregunté si te había pasado algo, tu reacción fue extraña. Hiciste una pausa rara, ¿creías que no notaría que era raro? Aunque sea así, me preocupo por ti porque sufres una enfermedad terminal.
Continué parloteando, hablando muy rápido hasta el punto de que no recordaba lo que le había dicho. Cuando terminé estaba sin aliento. Pero había otro motivo por el que no cogí aire. Estaba perplejo porque ella escondía algo y por mí que había decidido involucrarme en sus asuntos.
Me serené un poco mirando a la chica que seguía conmocionada, me volví a sentar en la silla y solté las sábanas.
Miré su rostro. Tenía los ojos abiertos como platos y los labios cerrados. Tal vez iba a volver a huir y a esconderlo todo debajo de la alfombra. Me pregunté qué iba a hacer si lo hacía. Me pregunté si tendría el coraje de perseguirla. Y me pregunté qué significaría si lo hacía.
Yo… ¿qué quería hacer?
Una respuesta desvió mis pensamientos.
Normalmente, la chica solía moverse en un círculo de expresiones. Por eso no esperaba otra cosa que su estupidez me regalase otra vívida expresión, pero me equivoqué. El color de su rostro cambió lentamente. Las esquinas de sus labios se curvaron hacia arriba a la velocidad de un caracol. Entrecerró los ojos lentamente, como las cortinas al final de una obra de teatro y sus mejillas, heladas por la sorpresa, empezaron a derretirse y estirarse.
Sonrió de una forma que no conseguiría imitar, aunque me pasase el resto de mi vida intentándolo.
–¿Te lo cuento? Lo que ha pasado.
–…Por favor.
Estaba tan nervioso como un niño que espera la regañina.
Abrió su enorme boca y respondió con una apariencia feliz.
–Nada en absoluto. Es que he estado pensando en ti.
–¿En mí?
–Sí, en ti. Verás, en realidad jugamos a verdad o atrevimiento porque estaba pensando en algo trivial. Pensaba en lo genial que sería llevarme mejor contigo.
–¿…de verdad? – Pregunté con escepticismo.
–De verdad. No te mentiría.
Puede que fueran palabras insinceras, pero, aun así, no pude esconder mi alivio. Relajé los hombros y supe que era un crédulo, pero escogí creérmela.
–Jejejejeje.
–¿…Qué pasa?
–Nah, sólo pienso en lo feliz que soy ahora mismo. Hasta podría morir.
–Eso no está bien.
–¿Quieres que siga viviendo?
–…Sí.
–Jejejejejejejejejejejejeje. – Se rió de una manera anormalmente feliz todavía mirándome a la cara. – Guau, nunca me habría imaginado que me necesitarías tanto. Es una bendición como humana, ¿sabes? Ser la primera persona que necesita un introvertido como tú.
–¿A quién llamas introvertido?
Eso fue todo lo que me apañe por replicar; sentía que me iba a explotar la cabeza del bochorno. Mi preocupación por ella era algo que no quería perder, algo que seguramente necesitaba. Pero, aunque así fuera, el bochorno de decir en voz alta mis pensamientos iba más allá. Era como si tuviese toda la sangre del cuerpo en la cabeza. Casi como si fuera a morir. De alguna forma, me obligué a coger aire y permitir que el calor abandonase mi cuerpo.
Ella continuó a un ritmo que parecía indicar que no tenía la más mínima intención de hacer una pausa para dejarme recuperar.
–¿Creías que iba a morirme porque estaba rara? Sin decirte nada.
–…Exacto, después de todo te han alargado la hospitalización.
Empezó a reírse en voz alta, convulsionando violentamente y pensé que iba a arrancarse la gota del brazo. No pude evitar ofenderme por ser objeto de una risa tan fervorosa.
–Tú eres la culpable por decir cosas fáciles de malentender.
–¡Pero si ya lo había dicho antes! ¡Todavía queda tiempo! Si no, no me dedicaría a hacer magia, ¿sabes? Me preguntó por qué una pausa entre mis palabras te ha preocupado tanto. Creo que has estado leyendo demasiadas novelas. – Volvió a reírse. – No te preocupes, cuando me llegue la hora te lo diré. – Y entonces, volvió a estallar en carcajadas.
Yo también me sentí raro. Era como si hubiese cometido un gran error y ahora me estuviese enfrentando a él.
–Asegúrate de comerte mi páncreas cuando me muera, ¿vale?
–¿Podría ser que si te quitan lo que tienes mal no morirás? ¿Me lo como?
–¿Quieres que viva?
–Bastante.
En mi caso, me alegraba de ser un humano cuyas palabras sinceras parecían bromas. Porque si transmitiese mis verdaderos sentimientos, yo, que había evitado involucrarme con humanos, estaría tan avergonzado que no volvería a mostrar la cara nunca más.
No sabía cómo lo había recibido, pero comentó en broma:
–Bieeen, qué feliz soy.
Y extendió sus brazos hacia mí. El rostro de la chica lo hizo parecer una broma.
–¿No has empezado a cogerle el gusto al calor corporal de los demás?
Esas palabras entre risitas debían ser una broma. Por eso decidí responder con mi propio chiste: aceptando sus palabras con sinceridad.
Me levanté, me acerqué a ella y, en broma, la rodeé con los brazos por primera vez.
–Yuju. – Dijo ella en broma mientras me envolvía con sus brazos.
Preguntar si aquello tenía algún motivo carecería de sofisticación. No hay que buscarles la lógica a las bromas.
Nos quedamos en la misma posición durante un rato antes de que se me pasase por la cabeza que era algo extraño.
–Mmm, supongo que Kyouko-san no viene a estas horas, ¿eh?
–Tiene actividades en el club. ¿Qué opinas de ella?
–Supongo que es un demonio que intenta evitar que nos llevemos bien.
Ambos nos reímos y aproveché la oportunidad para soltarla, pero sólo después de que ella diese un último apretón y me soltase. Nos separamos y, bromeando hasta el final, nos reímos hasta que nuestras caras enrojecieron.
–Hablando de morir, ¿sabes? – Cuando nos calmamos sacó el tema.
–Nunca has sacado ese tema, eh.
–Últimamente he estado pensando que debería empezar a escribir mi testamento.
–¿No es demasiado pronto? ¿Mentías sobre que todavía queda tiempo?
–No es eso. Verás, voy a tener que revisarlo y corregirlo muchas veces, porque quiero que se vea bien. Por eso voy a empezar a escribirlo.
–Si es eso, me parece bien. Escribir y editar una novela tarda tiempo.
–¿Ves? No me equivocaba. Espera con ganas para leerte mi testamento completo cuando me muera, ¿vale?
–Eso haré.
–¿Quieres que me muera antes? ¡Qué horrible! O eso diría, pero como me necesitas, no quieres que me muera, ¿eh?
Hacía una mueca, pero, como estaba a punto de alcanzar mi límite emocional, dejé de asentir con la cabeza. A pesar de que fruncí el ceño con ojos aburridos, ella siguió sonriendo, impávida. Tal vez era el síntoma de otra condición.
–Eso es, como te he preocupado, como disculpa, serás el primero con el que me lo pase bien cuando me den el alta.
–Parece bastante egocéntrico para ser una disculpa.
–¿No quieres?
–No es que no quiera.
–Tienes ese algo, eh.
Me preguntaba de qué hablaba, pero algo comprendí, así que no se lo pregunté.
–Oh, cuando me den el alta lo primero que haré será ir a casa, pero después de eso estaré libre, así que quedaremos por la tarde.
–¿Qué vamos a hacer?
–Mmm, ¿qué deberíamos hacer? ¿No vas a venir un par de veces más hasta que me lo den? Ya lo pensaremos.
Y así, le di mi consentimiento. Después de aquello, dos semanas antes de que le dieran el alta el plan – al que ella llamaba “cita prometida” para mi insatisfacción – se convirtió en una salida a la playa, algo que ella esperaba hacer. Además, iríamos a una cafetería de por ahí y ella me enseñaría un truco de magia que todavía estaba practicando.
Verdaderamente, cuando prometí que saldría con ella después de que saliese del hospital, me preocupaba que algo tremendamente serio ocurriese antes del día. Pero los días pasaron sin ningún acontecimiento. En ese momento pensé que, tal vez como ella había dicho, había leído demasiadas novelas.
Las clases de repaso terminaron en aquellas dos semanas y recibimos las vacaciones de verano. Le hice cuatro visitas. En la primera, me encontré con Mejor–Amiga-san. En la segunda, nos reímos hasta que tembló su cama. En la tercera, tuvo una pataleta y me fui a casa. En la cuarta, la rodeé con los brazos. No me acostumbré a ninguno de aquellos acontecimientos.
Nos gastamos muchas bromas, compartimos muchas risas, nos conocimos muchísimo y nos respetamos mucho. Me sorprendió que acabase amando la rutina que seguíamos como niños de primaria. ¿Qué había pasado?
Diré lo que pienso ahora que reflexionó sobre el pasado: estaba encantado de involucrarme con alguien. Era la primera vez que estaba con alguien y que no pensaba en querer estar solo desde que nací. Mis cuatro semanas se limitaban a ese hospital. Sólo habían sido cuatro días, pero habían compensado mis dos semanas.
El día del alta llegó de inmediato después de esos cuatro días.


El día del alta me levanté temprano. Fundamentalmente solía levantarme temprano, ya lloviese o hiciera sol, daba igual si tenía o no planes. El cielo estaba claro, y tenía planeas. Abrí la ventana y casi podía ver la brisa matutina llevándose el aire estancado de mi habitación: era una buena mañana.
Me lavé la cara abajo y me dirigí al comedor justo cuando mi padre estaba a punto de irse. Le dediqué un par de palabras de aprecio y, con una sonrisa, me dio una palmadita en la espalda antes de marcharse. Era un hombre energético todo el año. Siempre me había parecido extraño que ese tipo de padre tuviese un hijo como yo.
Cuando llegué a la mesa ya tenía el desayuno preparado. Le agradecí la comida a mi madre, me senté, deseé “buen provecho[1]” por la comida de la mesa y empecé por la sopa de miso. Me gustaba bastante la sopa de miso de mi madre.
Mientras saboreaba su cocina, mi madre – que ya había terminado de fregar los instrumentos de cocina – se sentó delante de mí y empezó a beberse su taza de café.
–Hey, tú. – Las únicas que me llamaban “tú” con tan poca ceremonia por entonces eran mi madre y Mejor–Amiga-san.
–¿Sí?
–Con que tienes novia, ¿eh?
–¿…Qué?
¿Qué estaba diciendo a estas horas?
–Pues, te gusta una chica, ¿eh? Sea lo que sea, tráetela.
–No es ninguna, no me voy a traer a nadie.
–Mmm, pues estaba muy segura.
Me preguntaba de dónde lo había sacado, tal vez fuera la intuición paternal. Aunque hubiese llegado a una conclusión escandalosa.
–Así que es una amiga normal, ¿eh?
Tampoco era eso.
–Da igual. Me alegra que por fin haya parecido alguien que te vea como tiene que ser.
¿Eh?
–¿De verdad creías que no sabía que mentías? No subestimes a las madres.
Agradecido, observé el rostro de la mujer a la que ya no podía subestimar. Mi madre que, a diferencia de mí, albergaba una luz fuerte en su mirar, parecía muy feliz. Sinceramente, qué humilde. Las esquinas de mis labios no pudieron evitar curvarse y mi madre continuó mirando la televisión mientras se bebía el café.
Como mis planes con la chica eran para la tarde, me pasé la mañana leyendo libros. Todavía no me había puesto con “El Principito” que me había prestado. Me tumbé en la cama para leer la novela de misterio que había comprado hacía poco.
El tiempo pasó volando y, antes de que llegase la tarde, me puse un atuendo simple y me fui de casa. Llegué a la estación mucho antes de lo previsto porque quería ir a la librería y me metí en una enorme que había cerca.
Después rebuscar durante un rato me compré un libro y empecé a dirigirme a la cafetería donde habíamos acordado encontrarnos. Era un paseo corto y, como era un día de entresemana, el interior estaba relativamente vacío. Pedí un café con hielo y me senté al lado de la ventana. Todavía quedaba una hora.
El establecimiento tenía aire acondicionado, pero el calor del verano continuaba aferrándose a mi cuerpo. Le pegué un trago al café y sentí la agradable sensación del café circulando por todo mi cuerpo. Pero si ese fuera el caso, estaría muerto, por lo que fue imaginación mía.
Mi estómago gruñó después de tomar prestados los poderes del frío y el café para secarme el sudor. Como llevaba una vida sana, en cuanto llegaba la tarde me entraba hambre. La idea de pedirme algo para comer me pasó por la mente, pero como había prometido comer con ella, me contuve. Llevarla a un buffet libre después de saciar mi apetito allí habría sido problemático. Después de todo, ella era así.
Sonreí recordando los dos días consecutivos que había ido a comer con ella involuntariamente. Un mes había pasado desde entonces, ¿eh?
Decidí esperarla tranquilamente. Dejé el libro de tapa dura que había estado leyendo sobre la mesa. Pensé en leer, pero inesperadamente, por una u otra razón, miré afuera. No entendía por qué. Si tuviese que escoger un motivo, diría que había sido casualidad. No era un motivo propio de mí, era algo que haría ella.
Bajo la dura luz del sol, había mucha gente yendo y viniendo. Un hombre en traje parecía tener calor. Me pregunté por qué no se quitaba el traje. Una jovencita con un top se dirigía a la estación a paso ligero, seguro que tenía algo divertido planeado. Había una pareja de instituto cogiéndose de las manos y una de esas parejas de madre tirando de su hijo…
Ahora que lo pensaba, me sorprendí.
Ninguna de esas personas tendría ninguna relación conmigo en toda la vida, era desconocidos. Me pregunté por qué pensaba en ellos, a pesar de que eran desconocidos. Nunca me había ocurrido algo así.
Siempre pensé que no me interesaba la gente que me rodeaba. No, no era así. Había decidido no interesarme por ellos. Ese tipo de-…
Sin pensarlo, acabé riéndome solo. Ya veo, había cambiado mucho. Era divertido así que terminé riendo.
El rostro de la chica con la que se suponía que había quedado me pasó por la cabeza.
Me había cambiado. Sin lugar a duda, había cambiado.
El día que la conocí, mi naturaleza humana, mi rutina y mis perspectivas sobre la vida y la muerte cambiaron.
Ah, exacto. Si le preguntase seguramente me diría que todo eran elecciones que había hecho, que había elegido cambiarme a mí mismo.
Había elegido coger el libro que alguien se había dejado.
Había elegido abrir le libro.
Había elegido hablarle.
Había elegido enseñarle a hacer el trabajo del comité de la biblioteca.
Había elegido aceptar su invitación. Había elegido comer con ella.
Había elegido caminar a su lado. Había elegido irme de viaje con ella.
Había elegido ir donde ella quisiera. Había elegido dormir en la misma habitación que ella.
Había elegido verdad. Había elegido atrevimiento.
Había elegido dormir en la misma cama que ella.
Había elegido ayudarla a comerse lo que le quedaba de desayuno. Había elegido mirar una actuación callejera con ella.
Había elegido sugerirle magia.
Había elegido comprarle un Ultraman. Había elegido el recuerdo.
Había elegido responder que me había divertido en el viaje.
Había elegido visitarla en su casa.
Había elegido jugar al shogi. Había elegido adelantarla.
Había elegido empujarla. Había elegido hacer daño al delegado.
Había elegido dejar que me hiciera daño. Había elegido hacer las paces con ella.
Había elegido visitar al a chica. Había elegido qué regalos llevarle.
Había elegido ser su tutor. Había elegido volver a casa.
Había elegido escapar de Mejor–Amiga-san. Había elegido mirar sus trucos de magia.
Había elegido jugar a verdad o atrevimiento. Había elegido qué pregunta hacerle.
Había elegido no huir de sus brazos. Había elegido obligarla a responder.
Había elegido reír con ella. Había elegido abrazarla.
Sin importar las veces que hubiese tenido que hacerlo, habría elegido lo mismo.
Estaba ahí, a pesar de que podría haber elegido algo distinto y que había escogido por voluntad propia. Estaba aquí, diferente a como era en el pasado.
Ya veo, ahora lo entendía.
Nadie, ni siquiera yo, es un barquito velero. Nosotros somos quienes elegimos si nos arrastra la corriente o no.
Quien me enseñó esto fue, sin duda, ella. La chica que se suponía que iba a morir dentro de poco, pero que, aun así, continuó enfrentándose al futuro más que nadie, y continuaba haciendo su propia vida. La chica que amaba el mundo, la gente y a sí misma.
Lo pensé una vez más:
Quiero…
Me vibró el móvil del bolsillo.
“¡Acabo de llegar a casa! Puede que llegue un poco tarde, perdona (sudor). Me estoy poniendo algo mono para ti (lol).”
Vi su mensaje y, después de pensar un poco, respondí.
“Felicidades por el alta. Estaba pensando en ti”.
La respuesta al mensaje que le había enviado en broma llegó de inmediato.
“¡Vaya, qué cosas tan extrañamente encantadoras me dices! ¿Qué pasa? ¿Estás enfermo? (guiño)”.
Después de una pausa, contesté.
“A diferencia de ti, yo estoy sano”.
“¡Qué horrible! ¡Me has hecho daño! ¡Como castigo hazme un cumplido!”.
“Nada me viene a la mente… Me pregunto si el problema es tuyo o mío”.
“100% tuyo. Venga, tira”.
Dejé el móvil sobre la mesa, me crucé de brazos y pensé. Un elogio para ella. Algo que pudiese elogiarle… Había una montaña de cosas y la memoria de mi móvil no podría almacenarlas todas. Había aprendido muchas cosas con solo conocerla. Me enseñó cosas que no sabía.
Una de las cosas que me había enseñado era a enviar mensajes como estos. Como era la primera vez que me divertía conversando con alguien, escogía palabras con las que poder obtener una respuesta interesante por su parte.
Para empezar, lo más increíble de ella era su magnetismo personal, que parecía no tener ninguna relación la esperanza de vida. Seguramente siempre había sido así. Por supuesto, mis pensamientos fueron creciendo poco a poco y las palabras aumentaron su riqueza, pero la base de llas no tenían nada que ver con que fuera o no a morir en un año.
Ella era, tal como era, increíble. Y así lo creía.
Confesaré que, cada vez que me enseñaba algo pensaba que era alguien increíble. Una humana completamente opuesta a mí. Las cosas que el cobarde de mí, que se lo guardaba todo para sí, no podía hacer, ella podía decirlas y hacerlas despreocupadamente.
Cogí el móvil.
Eras una persona increíble. Siempre lo pensé, pero nunca fui capaz de encontrar las palabras adecuadas. No obstante, en aquel entonces lo comprendí. En aquel entonces, cuando me enseñó lo que significaba estar vivo mi corazón se llenó de ella.
Te…
–Quería ser tú.
Convertirme en un humano reconocido por la gente, convertirme un humano reconocido como tal.
Convertirme en un humano amado por la gente, convertirme en un humano amado.
Cuando lo puso en palabras lo encontré muy propio de mi corazón, penetraban mi órgano. Naturalmente, levanté las esquinas de mi boca.
¿Qué debí hacer para convertirme en ti? ¿Qué debo hacer para convertirme en ti? ¿Qué debo hacer?
Al fin me di cuenta. Si mal no recuerdo, hay un dicho con ese significado. Reflexioné un poco y, al recordarlo, decidí otorgárselo.
“Quiero soplar la suciedad de tus uñas y bebérmela”.
Lo escribí sólo por escribirlo y lo borré de inmediato. Me di cuenta de que no era interesante. A pesar de que le habría encantado, tuve el presentimiento que existían unas palabras todavía más apropiadas.
Ahora, pensando en ello una vez más, las palabras salieron de su escondrijo, no, quizás de las profundidades de mis recuerdos.
Encontrar esas palabras fue fantástico. Tanto, que me sentí orgulloso.
No había palabras mejores que esas.
Le envié las palabras que personificaban mi todo.
“Quiero comerme tu páncreas”.
Dejé el móvil sobre la mesa y esperé su respuesta con ganas. Esperar con ganas una respuesta es algo que a mi yo de unos meses atrás le habría parecido increíble. Pero como había decidido convertirme en el yo del presente, no tenía derecho a quejarme.
La esperé con ganas.
Con ganas.
Sin embargo, ella no respondió jamás.
Lo único que pasó fue el tiempo y mi hambre aumentó.
Cuando llegó la hora en la que habíamos quedado, empecé a esperar con ganas la respuesta que habría preparado cuando nos viéramos.
Sin embargo, ella tampoco llegó jamás.
Continué esperándola sin preocuparme demasiado durante treinta minutos
Tras una hora, y al final dos, tal como cabía esperar, empecé a inquietarme y preocuparme.
Cuando habían pasado ya tres horas, la llamé por primera vez: no contestó.
Cuando pasaron cuatro horas, el paisaje de afuera se volvió nocturno. Me fui del establecimiento. Supe que había pasado algo, pero no sabía qué. Aunque mi corazón estaba plagado de preocupaciones vagas, no tenía medios para borrarlas, por lo que le envíe un mensaje. Acabando con todas mis opciones, decidí volver a casa.
Cuando llegué a casa empecé a pensar que, tal vez, sus padres se la habían llevado a otro sitio a la fuerza. Era la única manera con la que podía suavizar los miedos que se habían apoderado de mi corazón.
Seguí inquieto todo el tiempo. Hubiese sido genial que el mundo se hubiese detenido. Llegué a esa conclusión mientras miraba la televisión preocupado y a punto de llenarme el estómago con la cena.
En ese momento, me enteré por primera vez de la razón por la que no había aparecido.
Me había mentido.
Yo también le había mentido.
Ella había roto su promesa de decirme cuando iba a morir.
Yo había roto la promesa de devolverle lo que me había prestado.
No podría volver a verla nunca más.
Vi las noticias.
Un vecino había encontrado a mi compañera de clase, Sakura Yamauchi, en el suelo de un callejón en su distrito residencial. Cuando le encontraron llamaron a una ambulancia de inmediato para que se la llevase, pero a pesar de los intentos desesperados por resucitarla, había echado su último aliento.
El presentador de las noticias leyó la verdad sin pizca de simpatía.
Sin pensarlo, dejé caer los palillos que aún no había utilizado.
La habían descubierto con un cuchillo de cocina clavado en las profundidades de su pecho.
Había sido la última víctima de una serie de ataques aleatorios que tanta conmoción habían causado antes.
Habían atrapado al criminal – alguien que no conocía – de inmediato.
Había muerto.
Me había aferrado a ello.
Incluso en ese estado, continuaba aferrándome a ello.
Había estado aferrándome al año de vida que le quedaba.
En el mismo final, me había equivocado con que la realidad de un mañana no está garantizada.
Había dado por supuesto que la chica a la que no le quedaba mucho por vivir tendría un mañana.
Ignoraba mi tiempo, pero pensaba que la chica que no tenía tiempo tendría un mañana.
Qué lógica tan estúpida.
Había creído por completo que el mundo perdonaría la vida de una chica a la que no le quedaba mucho tiempo.
Por supuesto, algo así no pasaría y no pasó.
El mundo no discriminaba.
Les negaba la misericordia a sus habitantes: ya fueran humanos con cuerpos sanos como yo, o chicas con una enfermedad terminal y con un pie en la tumba.
Lo habíamos malentendido. Éramos estúpidos.
Pero ¿quién puede burlarse de nosotros por el malentendido?
Una serie con el último final decidido no termina hasta el último capítulo.
Un manga que han decidido cancelar no termina hasta su cancelación.
Una película en su última entrega no termina hasta su última entrega.
Todo el mundo debe vivir creyendo eso. Les deben haber enseñado eso.
Yo también pensé eso.
Había creído que una novela no terminaba hasta su última página.
Tal vez se reiría diciendo que leo demasiadas novelas.
No me importaría que se burlase de mí.
Aunque hubiese querido leerla hasta el final. Aunque mi intención había sido leerla.
Su historia terminó con el resto de páginas en blanco.
Ignorando todos los presagios, cortinas de humo y pistas.
Nunca fui capaz de descubrir una cosa: el resultado de su travesura con la cuerda, ni el truco de magia que escondía bajo la manga, ni lo que pensaba de mí en realidad.
Jamás sería capaz de descubrirlo.
…Eso es lo que pensé.
Como había muerto, me rendí y me percaté de que no era verdad más tarde.
No había ido a su casa ni cuando su funeral terminó, ni cuando todo lo que quedaba de ella eran huesos.
Me encerré en mi propia habitación y pasé el tiempo leyendo libros.
Al final, tardé casi diez días en encontrar el valor y el motivo para ir a su casa.
Justo antes de que se acabasen las vacaciones de verano me acordé.
Había una forma de leer las muchas páginas de su historia.
Lo que se podría decir que había sido el principio de ella y yo.
Tenía que leer el Diario de Coexistencia con la Enfermedad.



[1] La traducción: “buen provecho” de Itadakimasu (いただきます) no es correcta. El origen de la palabra ‘Itadakimasu’(‘Itadaku’) es la forma humilde de decir ‘comer’ o ‘recibir’ (en japonés 食べる taberu, もらう morau). Existen dos significados para la palabra ‘Itadakimasu’para antes de empezar a comer. El primero es gratitud a las personas que han participado en todo el proceso de elaboración de la comida desde el campo/mar/ granja a tu plato. Representa el sentimiento de gratitud a la persona que te ha cocinado, a quien ha puesto la mesa, a las personas que han cosechado las verduras, las personas que han pescado los pescados, en fin, todas personas que han colaborado para la comida que vas a comer. El segundo significado es gratitud a los ingredientes, a la comida en sí misma. Creemos que hay vida en la carne y el pescado, en las frutas y las verduras, y les agradecemos a todos ellos que nos dejen comerlos, pensando ‘Déjame coger tu vida por mí’.

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