Capítulo 9: Primera noche (parte 3)

enero 09, 2018

Hugo, todavía tumbado en la cama, frunció el ceño levemente y abrió los ojos. Tenía la mirada clara, como si hubiese estado despierto todo el tiempo. Era sensible a su entorno y llevaba despierto desde que Lucia había empezado a revolverse en la cama.
¿Qué demonios hace?
Después de haberse caído de la cama de un golpe, lo único que se escuchó fue el silencio. Tiró la sábana y se levantó. Se movió ágilmente, a diferencia de alguien que hubiese estado dormido hasta hacía poco. Ya en pie, anduvo hasta su lado.
Ella estaba sentada allí, aturdida y sacudiendo frenéticamente la cabeza de un lado al otro mientras se cogía del colchón en un intento de levantarse. Él no estaba acostumbrado a ayudar personalmente a los demás, pero no podía quedar ahí sentado sin hacer nada. Se le acercó a paso lento, con cuidado de no asustarla.
–Oh…
Sus ojos calabaza se abrieron como platos cuando notó la cama vacía y su figura.
–Tienes malos hábitos para dormir. ¿Cómo te has podido caer de una cama tan grande?
Se acababa de despertar, así que su voz sonaba más grave de lo normal. Aun así, era atractivo. Lucia, que le miraba aturdida, volvió en sí.
–No… ¡No es eso!
Sus brazos la sostuvieron y la levantaron, por lo que Lucia intentó empujarle avergonzada. Sin embargo, su cuerpo era tan sólido como una roca y no se movió. Así que, la muchacha, decidió dejar de luchar contra él al ver que cualquier esfuerzo sería fútil.
–Entonces, ¿eres sonámbula?
–Me he despertado para beber agua y… – Lucia, por algún motivo, tenía vergüenza y bajó la vista al suelo antes de murmurar el resto de las palabras en voz baja. – Caminar es… un poco difícil ahora mismo…
Él suspiró, se puso las zapatillas que tenía debajo de la cama y movió los pies a paso ligero. Cuando llegó al final de la alfombra se escuchó el sonido del cristal haciéndose añicos bajo sus pies.
Ah… Ayer rompí un vaso…
Se le había olvidado. Si no fuera por él, habría ido directa a ese suelo y se hubiese clavado los pedazos de cristal.
Hugo cogió a Lucia con un brazo fácilmente y se detuvo delante de la mesa, sirvió un vaso y se lo pasó.
–Esta vez no lo rompas.
–…Sí.
Nunca dejaba de molestarla. La joven Murmuró quejas silenciosas y aceptó el vaso obedientemente. Él no era sólo alto, también era muy fuerte y la manejaba fácilmente como si fuera una niña pequeña. Estaba aguantando sus nalgas y caderas con un brazo, pero ella se sentía tranquila y segura.
–Gra…cias…
Le cogió el vaso vacío y lo dejó sobre la mesa.
–¿Algo más?
–¿…Eh?
–¿Te llevo al baño?
–¡No! – Gritó Lucia con la cara roja como un tomate.
Su mirada se encontró con la de él y sintió que sus ojos se burlaban de ella. Normalmente llevaba la melena oscura bien peinada, pero en aquellos momentos estaba en su estado natural y la maravillaba. Lucia levantó la mano y le quitó el pelo de la cara, y Hugo frunció un poco el ceño.
Ella se avergonzó de su acción impulsiva y la fiera mirada de él era problemática. Siguió su mirada y se sobresaltó por la sorpresa. Sus pechos estaban a la vista y se le veían un poco los pezones. Antes se había atado el camisón de cualquier manera y se le había desabrochado.
Lucia se apresuró a cogerse la ropa e intentó cubrirse, pero por desgracia, su pijama estaba atrapado entre los brazos de él y su cuerpo, y tirar del camisón no le ayudó a tapar nada. Justo entonces, la mano de él le cogió un pecho.
Lucia jadeó alarmada y le miró rápidamente. Los ojos de él parecieron atraparla y no podía moverse. La había estado observando todo el rato y sentía que su mirada se volvía cada vez más pesada. Tenía miedo, pero no podía apartar la vista.
En cuanto le cogió el pecho con un poco de fuerza, Lucia cogió aire y gimió. Él la depositó sobre la mesa y le dio un bocado.
–¡Ah!
Una sensación eléctrica le recorrió la columna vertebral. Los labios de él le chupaban el pecho, mientras que su lengua le acariciaba el pezón. Se lo mordisqueo flojito y, entonces, enterró la lengua.
–¡Ah! ¡Hk!
Lucia le cogió el hombro mientras tenía espasmos. La mesa aguantaba su cuerpo conforme él se ponía sobre ella. Le manoseó los pechos con codicia, le lamió, mordió y le chupó sin cesar. El sonido la azoraba y su cuerpo ardía.
Hacía rato que el cinturón había caído al suelo y sus ropas estaban completamente desabrochadas encima de la mesa. El aire frío le acariciaba la piel y su cuerpo estaba expuesto. Él le separó las piernas, levantando una con el brazo. Le frotó con un dedo y, lentamente, entró.
–Uh…
Un dolor ardiente la hizo gritar. Todavía sufría los efectos secundarios de haberle aceptado en su plenitud de un golpe. Aun así, cuando su dedo empezó a entrar y salir de dentro, sus jugos volvieron a brotar, provocando un eco bochornoso por toda la habitación. Gracias a eso, su dedo podía deslizarse dentro y fuera con facilidad, sin embargo, a ella le seguía doliendo.
–¿Te duele?
Lucia se apresuró a asentir. Le miró con impotencia y desesperación. Le envió el mensaje: “me duele, no quiero hacerlo” con los ojos, pero cuando sacó el dedo y lo cambió por su miembro endurecido, ella empalideció por completo. Cuando él entró en su tierno interior, ella empezó a llorar.
–Sh…
Hugo intentó tranquilizarla besándola, pero la penetró todavía más hondo. Su interior le dolía y quemaba.
–Uuk…
Era un dolor distinto al de su primera penetración. Le dolía por dentro y tenía todos los músculos entumecidos. De sus ojos cayeron grandes lágrimas.
Él usó más fuerza en sus sacudidas y la subió encima de la mesa. Daba mucho gusto. Su interior le envolvía y le estimulaba en los sitios idóneos. Era como si estuviese saboreando algo dulce, y se lamió los labios.
Me hace… enloquecer.
Sus lágrimas, su expresión, sus sollozos, sus gritos, su dulce cuerpo y piel, sus reacciones inocentes, cómo su interior abrazaba su erección… Todo le excitaba. Era como si se hubiese convertido en un vampiro hambriento que había atrapado el aroma de la sangre. El demonio de su interior quería liberar a la bestia y hacérselo duro hasta satisfacer su hambre.
No puedo.
Si le daba rienda suelta a su demonio interior, esa frágil mujer moriría. Su joven esposa era frágil y débil; se podía romper con un poco de fuerza. Era demasiado inexperta para aceptar a un hombre. Si la mataba la primera noche de bodas sería un problema.
Besó a Lucia, que lloraba, con suavidad. Enredó su lengua con la suya dentro de su boquita y la investigó a fondo. Al hacerlo, recuperó la cordura que se había ido volando al espacio. Su beso continuó hasta que a ella pareció faltarle el aire.
Su miembro la cubría. Lo sacó lentamente y Lucia gruñó apretando los dientes creyendo que todavía no había terminado. Sin embargo, él se limitó a ayudarla a vestirse y la volvió a levantar. Ella le miró con sus grandes ojos.
Hugo la tendió sobre la cama y Lucia le miró entre sospechas totalmente callada.
–¿Te arrepientes?
Lucia sacudió la cabeza de un lado al otro.
–Vete a dormir, no te tocaré más.
Ella se relajó y suavizó la tensión de sus músculos. Se comportaba de una forma tan visiblemente distinta, que el duque se tuvo que tragar una sonrisa amarga.
Con que es este tipo de persona.
Suspiró. Sus circunstancias eran cómicas y lamentables. Le empezaba a doler el miembro por la frustración sexual. Tardaría un rato en aliviarse y le irritaba tener que hacerlo él mismo. Nunca se había tenido que masturbar y jamás le habían faltado las mujeres. Suspiró confundido en cómo superar esa situación mientras Lucia le admiraba. La habitación ya estaba más iluminada y ella podía observar su rostro con mayor claridad. Sería difícil encontrar a alguien más apuesto que él.
Su rostro estaba bien esculpido y equilibrado; sus rasgos convivían en armonía. Tenía la nariz alta y los ojos estrechos. No le encontraba ningún fallo. Aun así, la gente no le consideraba: “encantador”.
¿Por sus expresiones… faciales?
Siempre estaba indiferente y frío. Era imposible adivinar sus pensamientos observando sus expresiones. Era complicado saber si se encontraba bien o mal.  Era famoso por su prestigio militar y su presencia terrorífica en batalla, por lo que los demás le temían.
Hugo se levantó y desapareció y ella contempló como su atractivo marido se marchaba con el corazón triste, sin la más mínima idea de que iba al baño a encargarse de su miembro.
¿Por qué ha aceptado casarse conmigo…?
No tenía la menor idea. Había pasado mucho entre ellos, pero no lo suficiente para justificar el resultado. Él era capaz de encontrar a muchas mujeres dispuestas a aceptar las mismas condiciones que ella. En aquel entonces, escogió el mejor camino posible, pero si se paraba a pensar, lo suyo hubiese sido que él se burlase de ella y la apartase como a un insecto.
El duque volvió del baño de mal humor. Había sido capaz de encargarse de su frustración, pero no estaba nada satisfecho. Más que nada, estaba incómodo. Se acababa de casar, tenía una mujer perfecta delante de él, y aun así, había tenido que recurrir a la masturbación. Había decidido ser un caballero por ella, pero no podía evitar hervir de rabia por dentro. Escondió todo su enfado en su corazón y volvió regresó a la cama.
Ella no se había vuelto a dormir, sino que se había quedado dando tumbos por la cama. Cuando sus ojos naranjas le miraron, Hugo no pudo evitar sentirse molesto. No obstante, nadie podía adivinar sus sentimientos por su rostro. Parecía llevar una máscara fría y despreocupada.
–¿No vas a dormir? Si no duermes no tendrás fuerzas para después. Dentro de unas horas nos iremos para el norte, no será un viaje fácil.
–No seré una molestia para sus asuntos diarios, no se preocupe, por favor.
Su voz era firme y fuerte, por lo que él repasó la condición de su cuerpo de arriba abajo.
–No puedes andar.
Lucia se puso a la defensiva con mala cara. Cuando el continuó su estudio para centrarse en su rostro, ella articuló un “qué” silencioso.
–Está pensando en volverlo a hacer, ¿a qué sí? – Le pilló desprevenido con esa pregunta y él estalló en carcajadas.
–O sea que es culpa mía que no puedas nadar.
–…No es que no pueda… Pero es raro…
–Haré que venga un doctor por la mañana.
–¿Eh? Estoy bien. Estoy bien, de verdad.
Lucia sacudió la cabeza y le rechazó educadamente. ¿Cómo iba a poderle explicar ese bochornoso dolor a otra persona? Aunque esa otra persona fuera un médico no quería hacerlo.
Lucia se levantó para demostrar que su cuerpo estaba en perfectas condiciones, pero sus músculos estaban rígidos y su parte baja le dolía. Soltó un gritó silencioso en su corazón mientras se le formaban gotas de sudor en la frente.
Él chasqueó la lengua y la ayudó a volver a la cama.
–Si estás cansada, dímelo claramente. Por lo que veo, te será imposible partir hoy.
–Estoy bien de verdad. No sienta que debe cambiar su horario por mí, por favor.
–Será un viaje de tres o cuatro días. No habrá ningún pueblo o ciudad en la que te puedas parar a descansar. Tendrás que pasarte todo el día en el carruaje. ¿Eso te parece bien?
–Sí, me parece bien.
–No seas terca con tonterías.
Hay que ser responsable por tus palabras. Soltar palabras orgullosas, y luego poner excusas sólo acarrea problemas. El duque necesitaba entender su mentalidad para prepararse para cualquier cambio y así poder minimizar cualquier tipo de problema que pudiese surgir en el futuro. Las medidas preventivas son inútiles sin o se preparan con tiempo. Con las mujeres era igual. Decían que estaban bien y que no hacía falta que se preocupase por ellas, pero luego, le decían que eso no era lo que querían decir y se quejaban porque no entendía sus sentimientos. Siempre que eso pasaba rompía con ellas allí mismo. Cualquiera que ocultase sus quejas acabaría apuñalándole por la espalda algún día.
–No estoy siendo terca… Entiendo que usted tiene asuntos urgentes en el norte. Es verdad que sufro cierta incomodidad, pero por ahora puedo soportarlo.
En su expresión glacial se hizo una grieta. La situación urgente de su ducado sólo era una excusa que había dado para preparar el matrimonio informalmente. No había compartido ningún detalle explícito sobre el asunto para que todo el mundo llegase a la conclusión que el siguiente paso sería regresar lo más rápido posible. Por supuesto, no podía explicarle que se había casado de esta manera para que no le diera tantos problemas y que no pasaba nada en el norte.
Como intentaba ocultar su bochorno su voz sonó más amigable de lo normal.
–No habrá mucho problema si llego unos días más tarde. Retrasaré el viaje unos días.
Lucia volvió a observarle. El hombre no era tan abrumador ni frío como había pensado. No ignoraba ninguna de sus palabras y conversar con él no era nada desagradable. Cuánto más le conocía, menos le entendía. No era tan mala persona, aunque tampoco era buena persona. Cada vez que se decantaba, por un lado, a los minutos, cambiaba de parecer.
–¿Puedo… preguntarle una cosa más?
–No, vete a dormir.
–Cuando los asuntos del norte estén arreglados, ¿volverá a la capital?
Esa mujer… La estaba mirando con frialdad y, sin embargo, no parecía ni asustada ni dócil. Así había sido desde un principio, no titubeaba cuando trataba con él. Era callada, pero decía todo lo que necesitaba. Podría ignorarla, pero extrañamente, no le importaba responder a todas sus preguntas.
–Hay muchas cosas que hacer. No planeo volver a la capital en bastante tiempo.
Le había dicho al príncipe heredero que volvería en dos años, pero no había ninguna fecha decidida. Podía alargarlo todo lo que quisiera.
–¿No pasará nada? O sea… ¿El príncipe heredero ha aceptado de buen grado su petición?
No esperaba esa pregunta. Hugo le devolvió la mirada con interés. Es cierto que estaba del lado del príncipe heredero, pero no hacía nada por él personalmente. Nadie podía dar una información de que así era, por lo que era un tema bastante sensible. ¿Esa mujer estaba interesada en el poder? Almacenó esa información con interés.
–No ha aceptado de buen grado.
Kwiz había intentado atar a Hugo con amenazas y sobornos, pero ninguno le había tentado. A pesar de que tenía un sistema de administración que permitía que sus tierras estuviesen bien durante un buen tiempo sin él, tenía que hacer acto de presencia.
–Veo que… sigue sus decisiones hasta el final.
Lucia había adivinado esa tendencia suya. Cuando decidía algo, seguía adelante. Sólo habían tardado un mes en casarse informalmente, todo había sucedido muy rápido y sin pausa. Antes de poderse dar cuenta, estaba firmando el certificado matrimonial.
–¿Alguna vez ha lamentado alguna de sus decisiones? – El silencio de su esposo fue doloroso. – …Si es una pregunta demasiado personal, pues…
–Nunca. No le tengo cariño a nada del pasado: es inútil aferrarse a algo imposible de cambiar.
Con que así es como era las cosas. Lucia sintió un tirón helado en su corazón.
Cuando me tiré, no piensa mirar atrás. Le da igual si se trata de trabajo, relaciones humanas o chicas.
Era un hombre fuerte y arrogante, como en su sueño. Siempre había sido seguro de sí mismo y recibía los elogios de la gente como algo obvio. Muchos le anhelaban, pero como era difícil acercarse a él, la mayoría se limitaban a echarle vistazos desde lejos. Puede ser que a Lucia le gustase ese hombre más de lo que había imaginado.
Era increíble que él estuviese a su alcance. Se había convertido en su esposa, era increíble que ahora fuese su mujer.
Qué ojos tan brillantes, pensó Hugo mientras estudiaba los ojos calabaza. Sus ojos relucían con deseo, miedo y admiración. Normalmente, las mujeres que le deseaban no tenían esas emociones. Las muchas mujeres que habían tratado de seducirle sólo deseaban su riqueza y autoridad, jamás había visto a una mujer con los ojos tan claros.
¿Era tan diferente porqué había crecido en unas circunstancias únicas? Si hubiese crecido como la realeza normal, rodeada de criadas, no sería tan distinta. Todo esto era posible sólo porque había crecido pensando que era una plebeya.
La teoría del hombre era que el mundo no iba a cambiar. Algún día, los ojos claros de la muchacha sucumbirían a la codicia de este mundo. La joven era tan inocente porque todavía no había experimentado el mundo real.
No parecía tonta, o al menos, no lo suficiente como para ser una molestia en el futuro. Además, su cuerpo no sólo era bueno, era increíble. Hugo estaba perfectamente satisfecho con esos resultados a pesar de que había sido un matrimonio precipitado.
–Parece que sólo te irás a dormir cuando me vaya.
–¿Y mi señor? ¿No va a dormir más?
–Siempre me levanto sobre esta hora.
–¿Tan… temprano?
El Conde Matin sólo se despertaba cuando el sol ya estaba en alzas: al mediodía. Lucia sospechaba que nunca había visto las mañanas, pero en su defensa hay que decir que no era porque el Conde fuese particularmente holgazán, acostarse después de la medianoche y levantarse bien entrada la mañana era una práctica habitual entre nobles porque frecuentaban bailes, fiestas y cenas.
–Te he dicho que no me llames “mi señor” en la cama.
–…Sí, pero… No es tan fácil… No me siento bien…
Las otras mujeres siempre habían estado impacientes por llamarle por su nombre, no obstante, esta mujer no era tan fácil. Aunque estaba sentado muy cerca de ella, la joven no le había puesto ni un solo dedo encima a diferencia de las otras que, después de una noche de pasión, solían acurrucarse y pegarse a él como un trozo de chicle.
¿Lo de ayer fue desagradable? A lo mejor tratar de tocarla ahora ha sido una mala idea.
Era distinta a otras mujeres. Las otras no lloraban de dolor como ella. Por primera vez en toda su vida, Hugo cuestionó su propio orgullo.
–Vivian.
Nunca albergaba preguntas en su corazón, pero al enfrentarse a aquellos ojos que le devolvían la mirada, no consiguió reunir el valor para preguntar: “¿qué opinas de nuestra primera noche juntos?”. Puede ser que temiese la respuesta que podría salir de la boca de la muchacha. Siendo ella, no respondería un “ha estado bien” por el bien del orgullo del hombre.
–…En lugar de practicar mi nombre, practica no sorprenderte cada vez que escuchas el tuyo. ¿Puede ser que no te guste cuando te llamo por tu nombre?
–…Ese nombre… me incómoda…
–Tengo que llamarte de alguna manera.
–Hay muchas formas.
–¿Muchas? ¿Cuáles…? “¿Esposa mía”? ¿“Cariño”? ¿“Amor”? ¿“Mi amor”? ¿“Cielito”? – El rostro de Lucia se ruborizó. ¿Cómo podía decir esas palabras con tanta naturalidad? – Elige. – Él ladeó la cabeza a un lado al ver que ella permanecía quieta con la boca cerrada. – ¿No te gustan los apodos normales? ¿Qué te parece “mi rayo de sol” o “mi alma gemela”?
–¡Mi nombre! Llámeme por mi nombre, por favor.
–Mmm. Yo también creo que es lo mejor, Vivian.
La sonrisa burlona del hombre puso de malhumor a Lucia. Tal y como cabía esperarse de un mujeriego. No esperaba que le fuese fiel sólo por haberse casado. En su sueño, aunque no tenía ninguna amante oficial por su matrimonio, solía esconderse alguna por aquí y por allí.
–Hasta aquí, vete a dormir.
–Pero…
–¡Vivian!
Lucia abrió los ojos como platos, entonces, al siguiente instante, estaba riéndose.
¿Y ahora qué hago? Se preguntó Hugo para sí mientras la contemplaba reír con sus ojos dulces.
–¿Cuántas horas suele dormir?
–Unas tres o cuatro.
–¿Cada día?
–A veces sólo duermo una o dos.
Lucia se quedó boquiabierta de la sorpresa. Ser un duque no era un trabajo fácil que cualquiera pudiese llevar a cabo, sólo alguien trabajador podía desempeñarlo.
–…Lo siento. Eso me será imposible, podría morir si sólo duermo tres o cuatro horas al día.
–¿…Te he pedido que lo hagas?
–Mi señor… Hugh… ¿Cómo puede dormir la esposa del duque mientras su esposo está trabajando…?
Era difícil determinar si él reía por diversión o por haberse quedado atónito.
–Aprecio tus intenciones, pero no hace falta. Cierra esa boca que tienes y duerme.
Cubrió los ojos de Lucia con la mano que, de lo grande que era, casi le tapó la cara entera. Hugo no disfrutaba demasiado de hablar con mujeres, pero conversar con ella no le pareció molesto. En realidad, tenía una voz muy agradable, clara y dulce, no esa típica voz nasal y aguda.
–Siento haberle molestado.
No le había molestado, pero no se molestó en negar su afirmación.
Lucia parpadeó un par de veces en la oscuridad y, al poco tiempo, volvió a dormirse. Él notó cómo la respiración de ella se ralentizaba y se volvía más rítmica y soltó una risita silenciosa.
La observó dormir tranquilamente durante un rato antes de levantarse. Rodeó la cama y se inclinó sobre su lado, entonces, la besó en la mejilla sintiendo el cosquilleo de su aliento. Le lamió el labio inferior con suavidad y se lo chupó antes de separarse. Finalmente, se enderezó con una expresión complicada.

*         *        *        *        *

Jerome y las criadas esperaban en la recepción. De ningún modo iban a molestar a la pareja de recién casados en su dormitorio. Habían estado ignorando esa norma desde la muerte de la anterior duquesa, sin embargo, con la aparición de la nueva se había vuelto a aplicar.
Cuando Hugo terminó de bañarse, las tres sirvientas se movieron para ayudarle. Le sacudieron el agua que quedaba en su cuerpo mientras le ayudaban a quitarse el albornoz para poderlo vestir con sus ropas normales. Mientras lo hacían, descubrieron la marca de un mordisco en el brazo de su señor y arañazos rojos en los hombros, sin embargo, guardaron silencio y se apresuraron a esconderlo bajo su ropa.
Las tres criadas se habían mudado a la casa como si fueran una sola en perfecta armonía. La más joven de las hermanas tenía diecisiete años, sus padres habían fallecido por culpa de una epidemia en los barrios bajos y los únicos que habían sobrevivido de los miembros de su familia habían sido sus hermanas.
Las tres huérfanas perdieron la voz por la epidemia y Jerome decidió acogerlas bajo sus alas y educarlas personalmente. Las tres eran inteligentes y leales. Después de todos aquellos años sobresalían tanto en su trabajo que Jerome ya no tenía que vigilarlas.
–Todas las preparaciones están listas. ¿Le gustaría hacer la inspección final una última vez?
–Voy a pasar el viaje a mañana.
–Sí, mi señor. Ayer vinieron unas criadas de palacio por la noche, dijeron que volverían esta mañana cuando les informé de que usted estaba durmiendo.
Kwiz era bastante terco, no se había rendido. Seguramente continuaría molestándole a través de cartas pidiéndole que volviese a la Capital. Conseguir molestarle hasta el punto más alto era un talento suyo.
–La próxima vez deja que pasen la noche aquí. Hoy iré a palacio.
Debía ir a palacio a tranquilizarle un poco ya que todavía tenía un poco de tiempo. Las batallas internas de palacio por ser el próximo Emperador eran fieras y el príncipe heredero era el objetivo de todo el mundo por culpa de su título. En aquellos momentos, el príncipe no tenía el poder para acabar con nadie, era un objetivo reluciente delante de todos. Sin embargo, a pesar de aquella intensa situación, Kwiz había cedido a la decisión del duque de volver al norte.
–Llama a un doctor mientras no estoy.
El duque jamás había llamado a un doctor hasta entonces. La persona con más tiempo libre del mundo era el doctor de la familia del duque. Por tanto, todos los presentes comprendieron cuál debía ser el motivo de su repentino cambio de opinión.
–¿La duquesa está enferma?
–No, todavía no le llames. Cuando nuestra princesa se despierte, pregúntale si necesita uno. Sigue sus palabras. – El duque no olvidó ninguno de los detalles de la noche anterior. – Asegúrate de que sea una doctora.
–…Sí, mi señor.
¿Una doctora? A Jerome la cabeza le empezó a dar vueltas. Decidió que descifraría el mensaje de su amo más tarde. ¿Pero dónde diablos iban a encontrar a una doctora? Concretó que lo mejor sería investigar cuáles eran las mejores doctoras antes de nada.
–Mi señor, soy Fabian.
Hugo frunció el ceño al escuchar la voz que provenía desde el otro lado de la puerta. Era demasiado para que Fabian apareciese. Sólo venía antes de tiempo cuando sucedía algo urgente, así que no debían ser buenas noticias. Cuando se le concedió permiso para entrar, Fabian le entregó un sobre con cortesía al duque.
–Ha llegado un mensaje urgente del norte.
La expresión de Hugo se ensombreció mientras leía la carta, como si le hubiesen gafado. En su territorio las cosas habían empeorado de verdad por la larga ausencia del duque.
Si el amo no disciplinaba a sus súbditos como tocaba, estos, ya fueran animales o humanos, olvidarían cuál era su lugar. Los barbaros eran terriblemente fieles a esta lógica. Mientras se les mantuviese a raya no se atrevían a hacer nada.
–¿No he sido muy generoso cuando no se les pasaba por la cabeza molestarme?
Su gruñido creó un ambiente gélido. Jerome y Fabian mantuvieron la boca cerrada y atendieron a su señor con ojos cautelosos.
–Fabian, informa a todo el territorio norte que voy a honrarles con mi presencia. Voy a hacer mis rondas ya que paso por ahí.
–Pero, mi señor, entonces…
–Da igual. Tengo ganas de ver lo mucho que pueden luchar. Verlos con espíritu luchador me hará feliz, pisotearles así va a ser divertido.
–Sí, mi señor. – Fabian le dedicó una respuesta firme y corta.
–Jerome, partiré pronto. Tú quédate aquí y escolta a la duquesa. No tengas prisa.
–Sí, mi señor.
Jerome siguió al duque, que ya estaba yéndose, hasta su caballo. Antes de montarlo, Hugo le dejó un último mensaje.
–Es la señora de la casa Taran, dale todos tus respetos.
–Seguiremos sus órdenes, mi señor.
Hugo pateó a su caballo y se alejó a galope seguido por sus caballeros. Jerome se quedó allí de pie observando al duque hasta que ya no quedaba ni rastro de él. Antes de abrir la puerta de la mansión, volvió a darse la vuelta para ver por donde se había marchado su amo.
–…La señora de la casa Taran.
El duque no había dicho nada del otro mundo.  Había dicho algo totalmente obvio: “dale todos tus respetos”. Pero algo tan obvio lo había dicho Hugo, por lo que se convertía en algo increíble. El duque no era alguien que cuidase de los demás, ni siquiera se molestaba por aparentarlo.
¿Será cosa mía?

Sólo el futuro lo sabía.

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