Capítulo 9

enero 19, 2018

No camino por caminos suaves, ni soporto una carga sencilla. Rezo por fuerza y fortaleza para escalar la carretera rocosa.
        Gail Brook Burket

Xu Ping se tumbó en la cama y se quedó dormido. En su cuarto había dos camas individuales. Cada invierno, su padre obligaba a los hermanos a dormir juntos, acurrucados para luchar contra las noches gélidas.
Xu Ping tenía mala circulación y sus manos y pies siempre estaban fríos; Xu Zheng era más menudo que él, pero radiaba calor como el fuego.
El carbón no conseguía elevar la temperatura más que un par de grados en las noches nevadas, por lo que, cuando te metías bajo las sábanas necesitabas una tremenda cantidad de voluntad para no pegar un salto y estremecerte como un pescado en aceite hirviendo.
En esas noches, Xu Ping fingía tener muchos deberes y retrasar la hora de irse a la cama hasta que Xu Zheng ya había calentado la cama, entonces, se quitaba el abrigo de invierno, se metía entre las sábanas y abrazaba a su hermano con fuerza.
Xu Zheng no se quejaba ni aunque estuviera despierto, se limitaba a darse la vuelta y a echar a sus brazos a su hermano, que le sacaba una cabeza.
–¿Tienes frío? – Le preguntaba Xu Ping siempre.
Xu Zheng asentía con sinceridad, pero continuaba metiéndose las manos congeladas de su hermano bajo su propio pijama.
Calentar las manos y pies de su hermano era uno de los trabajitos de Xu Zheng. Por muy impaciente que hubiese sido con él durante el día, Xu Ping siempre era muy amable en las noches frías de invierno. No le decía que se alejase, ni le llamaba estúpido. Aunque cometiese algún error, le perdonaba rápidamente. Si el mayor estaba de buen humor, hasta le preguntaba sobre su día en la escuela – qué había hecho, comido y demás –. Xu Zheng siempre tardaba mucho en responderle y, para entonces, Xu Ping ya estaba dando cabezaditas. Su aliento acariciaba el cuello de Xu Zheng como la cola de un perro, haciéndole cosquillas.
Ese era un Xu Zheng del que su hermano no sabría jamás, un Xu Zheng que arropaba al más alto con sus manos torpes para que tuviese buenos sueños.

Cuando Xu Ping se despertó ya estaba oscuro. Alguien le había quitado los zapatos y le había arropado, así que por fin había podido conciliar un poco el sueño después de días de desvelo.
Todas las luces de la casa estaban apagadas, lo único que oía era el tictac del reloj de comedor. Su padre debía haber salido.
Todavía le escocía el lugar donde le había abofeteado, pero suspiró aliviado.
Se tragó un vaso de agua en la cocina y se secó la boca con la mano. Estaba aliviado.
Echó un vistazo al reloj cuando volvía del comedor. Bajo la luz tenue de luna alcanzó a vislumbrar que las manecillas del reloj apuntaban a las ocho y media.
¡Había dormido casi nueve horas!
Un punto rojo apareció en la oscuridad y despareció al siguiente segundo. Xu Ping detuvo sus pasos. La puerta del dormitorio principal no estaba del todo cerrada y podía ver la enorme figura quieta de su padre en el balancín. Tenía la espalda algo encorvada, como si cargase con un peso; descansaba los brazos en sus rodillas y entre los dedos índice y el del medio tenía un cigarro. Ese era el origen de la luz roja que aparecía y desaparecía.
Algo de esa imagen le hizo daño en el corazón al niño.
El humo ondulaba por el aire oscuro como una bestia preparándose para atacar. La luz roja relució cuando alzó la mano y el papel blanco se convirtió en ceniza grisácea que caía en el suelo silenciosamente.
Xu Ping se dio la vuelta, queriendo fingir que no había visto nada y alejándose.
–¿Xu Ping? – Preguntó Xu Chuan de espaldas a la puerta.
–Sí. – Xu Ping se detuvo y contestó.
Ambos se quedaron en silencio.
Eran las personas más cercanas que tenían, sin embargo, no eran capaces de encontrar las palabras para conversar.
Xu Chuan apagó el cigarro y, junto con él, todas sus emociones oscuras.
–¿Tienes hambre? Prepararé algo.

Ninguno de los dos abrió la boca durante la cena. Los tomates estaban algo quemados y la tortilla tenía cáscaras. Xu Ping escupió y masticó las cáscaras antes de continuar comiéndose su arroz.
–Come más verduras. – Xu Chuan puso más cebollines en el tazón de su hijo.
–Gracias, papá. – Xu Ping alzó la vista.
La manecilla del reloj tocó las nueve y media. Normalmente, Xu Zheng estaría durmiendo a esta hora.
Tanto el padre como el hijo dejaron de comer al mismo tiempo y un silencio pesado se apoderó de la habitación.
–Ya limpio yo, tú vete a la cama. Mañana tienes colegio. – Xu Chuan tiró atrás la silla y se levantó para fregar los platos.

Xu Ping acababa de salir del baño después de cepillarse los dientes cuando escuchó que llamaban a la puerta. De la cocina provenían sonidos de agua con algún choque de platos o palillos.
Xu Ping abrió la puerta para encontrarse con una mujer rechoncha con la permanente en el recibidor sin a oscuras. Llevaba un vestido de azul satín y una bolsa de plástico en la mano.
A Xu Ping le sonaba, pero no conseguía ubicarla.
–¿A quién busca, señora?
La mujer sonrió y preguntó:
–¿Está Lao Xu?
Xu Ping asintió y se dio la vuelta para ir a buscar a su padre. Xu Chuan se secó las manos y fue a ver a la invitada mientras Xu Ping secaba los platos y los devolvía al armario.
El muchacho no podía oír nada de lo que ocurría en la puerta, su padre debía estar charlando con la mujer. Sus voces eran demasiado bajas y sus murmuros indescifrables. En menos de cinco minutos, escuchó como la puerta de la entrada se cerraba.
Xu Ping salió de la cocina y vio a su padre dejar una bolsa llena de frutas enlatadas en la mesa de comer.
–¿Quién era?
Xu Chuan no respondió. Xu Ping rebuscó la bolsa: melocotones, piñas, mandarinas y hasta dos tarros de lichis que eran difíciles de encontrar hasta teniendo dinero.
Las frutas enlatadas eran un manjar raro en aquella época. A Xu Ping le entró curiosidad por esa misteriosa señora.
–¿Quién es? ¿Por qué nos ha dado fruta?
–Ya la habías visto. – Respondió Xu Chuan. – Es la comisaria de la tropa cultural, la madre de tu compañero Lu Jia.
“¡Lo mejor será que se muera! Su madre es medio retrasada y su padre no está del todo limpio. Por eso se casaron y su hijo, Xu Zheng, salió retrasado. Eso dice mi madre, ¡es lo que dice todo el mundo! ¡El retraso está en los genes! ¡Así que cuando Xu Ping se case, su hijo saldrá retrasado como su hermano!”
Xu Ping miró a su padre. Xu Chuan se quedó callado.
–¿Y lo has aceptado, papá? – Preguntó su hijo.
–Sí. – Contestó su padre.
–Bien. – Asintió Xu Ping.
Abrió las ventanas. La luna redonda estaba colgada en los cielos y una brisa helada soplaba a lo lejos.
Encontró a la madre de LU Jia salir del edificio, sus tacotes picaban el suelo. Las farolas se encendían y se apagaban mientras las nubes de polvo revoloteaban.
Xu Ping no supo de dónde sacó la fuerza para tirar una docena de tarros por la ventana. El cristal se hizo añicos, extendiéndose por el suelo. Le llegaba el tufo dulzón de las frutas desde donde estaba. La mujer se dio la vuelta sobresaltada.
–¡No queremos tu puta fruta! – Chilló Xu Ping. – ¡Devolvedme a mi hermano! ¡Devolvédmelo!
Las luces del complejo de apartamentos se encendieron y algunos residentes sacaron la cabeza para ver. Xu Ping saltaba de furia aferrado al pollo de la ventana.
–¡¿Qué más da si es retrasado?! ¡¿Qué derecho tenéis para hacerle daño?! ¡Dile a Lu Jia que venga! ¡¿Por qué no va a clase?! ¡Pegarme con un ladrillo no le afectó mucho, ¿no?! ¡Os pensáis que podéis hacer lo que os de la gana, malditas bolsas de dinero! ¡Pues que venga a acabar el trabajo! ¡Tráelo! ¡Lo voy a matar! ¡Lo voy a-…!
Xu Chuan cogió a su hijo por la cintura y lo apartó de la ventana. Al chico se le rompió la uña y empezó a sangrar. Los vecinos cuchicheaban y hasta los que vivían al otro lado de la calle habían encendido las luces.
La mujer se escabulló sin mirar dónde estaba yendo y el sonido de sus tacones se desvaneció.
Xu Chuan cerró las ventanas mientras que su hijo yacía en el suelo llorando y apretando los dientes.
–¡¿Por qué has aceptado su regalo?!
–Ha venido a disculparse.
–¡¿Sabes lo que va diciendo por nuestras espaldas?! Dice que te casaste con mamá por tu estatus, dice que el retraso está en los genes, dice que Xu Zheng es retrasado porque mamá lo era.
–Lo que digan es cosa suya.
–¡¿Somos tus hijos o no?! – Le interrogó Xu Ping con los ojos en llamas.
Xu Chuan quiso abofetearle, pero se contuvo. Tiró de su hijo por el suelo, rugiendo:
–¡¿Qué quieres que haga?! ¡¿Pegarles para tener una venganza exacta?! ¡¿Quieres que pegue a Lu Jia y a su madre?!
Xu Ping estaba atónito. Era como si estuviese descalzo en el camino al infierno, y sólo quería arrastrar con él a todo el mundo que le había hecho daño.
–Lo siento, – añadió Xu Chuan después de una breve pausa. – no puedo hacer eso.
–¡Te odio, papá! – Chilló Xu Ping.
Xu Chuan cogió a su hijo por los hombros. Necesitó toda su voluntad para controlar la rabia que se estaba apoderando de él. Siempre había pensado que ser padre era una de las cosas más difíciles de la vida, pero jamás había querido explotar por la ira.
–Menosprecias a Xu Zheng. Piensas que es estúpido y pesado, piensas que siempre te tiene pillado y hace que tus compañeros se rían de ti y te molestes, ¿no? Y cuando yo no me vengo como a ti te gustaría, crees que no me importas, no te quiero y me odias, ¿no?
Xu Ping no dejaba de sollozar. Xu Chuan pensó que debía ser un fracaso como padre. ¿Cómo había criado a su hijo así? El chico no entendía nada. Esto no era nada en comparación con las dificultades que la vida tenía preparadas.
–Tu hermano no ve a nadie más. – Le explicó a su hijo. – Le cuesta sentir dolor, no siente nada cuando la gente le ridiculiza o le agrede. La única persona que puede hacerle daño… ¡Dime quién es!
Xu Ping estaba llorando tan fuerte que le costaba respirar. Lo sabía. Siempre lo había sabido. Su hermano había desaparecido porque le había dicho que se muriese. Era su pecado y lo había atrapado en un jarrón, sofocándole.
Xu Chuan soltó a su hijo.
–¡Yo soy un fracaso como padre y tú, un fracaso como hijo! Lo diré sólo esta vez: ¡nunca responsabilices a los demás de tus cosas! Crees que la vida es injusta, pero es que la vida es injusta con todo el mundo. Lo que debes hacer es soportar lo que te pertenece. No temas y no huyas, ¡no culpes a otros!
Xu Ping jadeaba en busca de aire.
–Lo siento, lo siento…
Había estado esperando, esperando por la oportunidad de disculparse con su hermano y rogarle perdón. Todo este odio y enfado no iba dirigido a los demás, sino que era un reflejo de sí mismo. Se odiaba a sí mismo más que nada en el mundo.
–¡Eres un hombre! – Xu Chuan se acercó su hijo. – ¡Y los hombres no lloran! – Le secó la cara con torpeza. – Recuerda pedirle perdón a tu hermano cuando vuelva.
Xu Ping asintió y se ahogó en sus propias lágrimas.
–No vuelvas a usar la palabra “odio” tan a la ligera. Cuando crezcas descubrirás que en este mundo hay tanto odio que hasta dos completos desconocidos pueden asesinarse por disputas de poder o diferencia de valores. Si odias a tu familia, no te queda ni una razón para vivir. Tampoco hables de morir con tanta facilidad. Morir no es nada, todo el mundo muere. Pero vivir es mucho más difícil. Recuerda, Xu Ping, sólo tendrás un hermano, Xu Zheng, y si tu hermano sólo te tendrá a ti como hermano. Yo también moriré algún día, así que, si de verdad te arrepientes, ¡vive por su bien!
Xu Ping asintió conforme las lágrimas le caían por el rostro.
Xu Chuan no sabía cuánto había comprendido el muchacho, nadie comprendía mejor que él lo pesado que era ese problema, pero Xu Ping era joven y Xu Chuan les apoyaría por el momento.
Quería que Xu Ping le prometiese que no abandonaría jamás a su hermano cuando muriese, pero, al final, no lo pudo decir.

Xu Chuan suspiró y abrazó a su hijo.

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