Capítulo 16: La pareja ducal (parte 4)

mayo 13, 2018


Atrapó la barbilla de Lucia con una mano y le la acercó a los labios permitiendo que su lengua le abriese la boca suavemente a la muchacha. Ella inhaló profundamente cuando la lengua del duque se lanzó a explorar los rincones más profundos de su boca: chupando y entrelazando la lengua con la suya, como si quisiera tragársela.
A Lucia se le nubló la vista, cerró los ojos y rodeó el cuello de su marido con los brazos desviviéndose en el pasional beso.
Su saliva se mezclaba. Hugo la abrazó a Lucia y la depositó sobre la mesa sin separarse de sus labios ni un segundo. El sonido de sus besos resonaba por las paredes del comedor. Él se tragaba los labios carmesíes de ella e invadía su boca. El beso de su marido emocionó el cuerpo de la joven que se dejó caer sobre los hombros de él temblando.
Hugo se separó al fin de su esposa y, sin vergüenza alguna, besó los labios empapados de la muchacha, después, continuó por su barbilla y acabó besándole el cuello.
Lucia dejó caer las manos por el pecho de él y se aferraba a sus ropas con firmeza. Sin embargo, al notar que él deslizaba una de sus piernas entre las de ella lo apartó sorprendida.
‒Mmm… No estarás pensando en hacerlo aquí, ¿no?
‒¿No podemos? ‒ No era su intención, pero viendo el bochorno de la muchacha le divirtió.
‒¡No! ‒ Exclamó ella.
‒Si me das un motivo que yo pueda entender, paro.
‒Pues… ¡No podemos hacer estas cosas donde comemos!
Él bajó el cuello e hizo una pausa antes de soltar una carcajada.
‒¿Pues dónde podemos? ¿Qué te parece el pasillo?
‒¡De ninguna manera!
‒¿Y el jardín? Me gustaría probar de hacerlo afuera.
‒¿Estás loco?
‒¿Por qué no? ‒ Era la primera vez que la veía reaccionar tantísimo y eso le hizo sonreír.
‒¡Podrían vernos!
‒¿Si no hay nadie, no pasa nada? ¿Si echo a todo el mundo podremos hacerlo en el pasillo o en el jardín?
‒Eh… ‒ Lucia enrojeció y se mordió los labios?
Tal vez si no había nadie por ahí no pasaría nada, además, nunca lo habían hecho en la cama y durante ese mes había aprendido que una mujer y un hombre pueden combinarse de muchísimas maneras. Al principio le avergonzaba, pero con el tiempo empezó a parecerle divertido y ahora Lucia comprendía porque la gente estaba tan obsesionada con mantener relaciones. No obstante, no quería jugar a algo que no le gustase, pero estaban casados… ¿Qué más daba si lo hacían en el dormitorio?
A pesar de que Hugo había esperado que la joven se acobardase ante su propuesta, se sorprendió de encontrársela estudiando las opciones.  Esta mujer era capaz de desencadenar el deseo que tanto luchaba por controlar. No obstante, su estamina era otro cantar. ¿Por qué era tan menuda? ¿Por qué era tan frágil? ¿Por qué tan débil? Le daba la sensación de que, si la abrazaba más fuerte, la rompería y nada odiaba más que la idea de hacerle daño de verdad.  La muchacha aprendía rápido a pesar de su inocente personalidad. Él le ofrecía todo el placer que podía y ella jamás expresó desdén ni disgusto, aunque a veces sí que se sorprendía o se sentía abochornada.
‒Bueno, esta noche probaremos cosas nuevas. ‒ Hugo sintió como su miembro se endurecía.
‒No quiero hacerlo aquí…
La señora había hablado, así que la discusión se dio por zanjada. Le dio un pico y la ayudó a bajar de la mesa. Sus partes clamaban y exigían que las liberasen, pero se aguantó. De vez en cuando se quedaba pasmado por la paciencia que llegaba a tener. Si se hubiese tratado de cualquier otra mujer, Hugo hubiese hecho oídos sordos a sus reproches y la habría tomado allí mismo. La mayoría de las mujeres solían rechazarle, pero sólo con la boca. Nunca había violado a ninguna mujer, pero la verdad es que tampoco se tomaba muy en serio sus opiniones, y es que la mayoría sólo le querían por su fortuna o su cuerpo. Sin embargo, ahora mismo estaba empezando a conocer a Lucia y sabía que lo que decía iba siempre en serio y que los placeres carnales no eran lo único que le interesaba. Quería respetar sus deseos.
¿Sabría su esposa de lo que le rondaba la cabeza? No, mirando la inocencia de su carita seguramente no tenía ni idea.
‒Vas a dar un paseo, ¿no?
Lucia siempre daba un paseo cortito después de cenar, así que Hugo, que quería estar un poco más con ella y que necesitaba calmar el ardor de su cuerpo, decidió dejar el trabajo de lado.
‒Sí.
‒¿Puedo ir? ¿Te molesto?
‒¡No, claro que no! ¡Me encantaría! ‒ Respondió Lucia regocijándose con la idea.
Ese sería su primer paseo con él. La joven sonrió sin intentar esconder su alegría y él desvió la mirada mientras se aclaraba la garganta. No había esperado que su mujer se pusiera tan contenta por algo así.


Corría una brisa fresca porque el verano todavía no había llegado. Lucia, con el corazón como loco, iba mirando de soslayo a Hugo mientras caminaban uno al lado del otro, mientras que él aminoraba su paso para poder ir al mismo que ella. La joven no había tenido la valentía de pedirle que se viniera con ella de paseo hasta ahora a pesar de que llevaba tiempo queriendo hacerlo. Era como si estuviesen casados de verdad y que todo aquello no fuese fruto de un contrato.
‒Estoy pensando en llenar el jardín de flores. Pero como es la primera vez que lo hago seguramente quedará fatal.
‒¿Cómo va a quedar mal si son flores?
‒¡Bueno! La decoración de jardines precisa de buen gusto. Para que quede bien tiene que haber un equilibrio. La mayoría de las familias contratan a un jardinero o a un diseñador, pero es muy difícil.
‒Puedo robárselos.
‒No es tan fácil. ¿Si otra familia le ofreciese más dinero a Jerome, crees que se iría con ellos como si nada?
‒…Tienes razón.
Lucia estaba contentísima y hablaba más de lo normal. Hugo, por su parte, disfrutaba de su voz tanto que incluso llegó a pensar que estar con ella así de vez en cuando no tuviese mucho trabajo no sería mala idea.
‒Ahora no se aprecia porque está oscuro, pero me gusta tomar el té debajo de la sombra de este árbol. Se ve que lleva aquí desde antes de que se construyese el castillo. Debe tener cientos de años.
‒¿Ah, sí? ‒ Hugo alzo la vista y admiró el árbol. Era la primera vez que escuchaba eso a pesar de haberse criado allí. Nunca le había prestado atención. ‒ Qué árbol tan bonito. La primera vez lo tendríamos que hacer aquí.
‒¿Qué?
‒Acabo de decidir que nuestra primera vez en el jardín sea bajo este árbol.
Lucia se quedó boquiabierta. Como era de noche no se apreciaba bien, pero estaba roja como un tomate. La muchacha aceleró el paso para escapar de él y él curvó los labios en una mueca divertida, la alcanzó, le cogió la muñeca y se la llevó hasta el árbol otra vez donde la apoyó contra el tronco y se le arrimó. Hugo le mordisqueó el glóbulo de la oreja.
‒Si no te quedas quieta, te lo hago. ‒ Susurró.
Lucia sólo consiguió escapar después de quedarse sin aliento por el beso.

*         *        *        *        *

Jerome había salido del comedor antes que nadie porque no podía servir a los duques durante toda la cena.
‒El señor Fabian ha llegado. ‒ Una criada le informó cuando le vio salir. ‒ Le he dicho que no estaba segura de cuando el señor podría atenderle, así que le he pedido que espere en la sala de espera.
‒Bien hecho.
Cuando llegó a la sala, le dio un abrazo a Fabian, que acababa de llegar de la capital. La caza del duque había sido demasiado cruel por lo que le había tocado volver a camelarse al Emperador. ¿El Emperador lamentando la pérdida de sus gentes? No, Fabian pondría la mano en el fuego de que ese no era el caso.
‒Ah, estoy agotado. Qué ganas tengo de informar a Su Señoría e irme a la cama. ¿Ya ha acabado de cenar? ‒ Los círculos negros y las bolsas que decoraban sus ojos eran una prueba de que no se estaba quejando por nada.
‒Ya le informo yo, vete a dormir. No sé cuándo estará.
‒¿Y eso? ¿No va a venir a verme?
‒Está reunido, creo que van a seguir hablando un buen rato.
‒¿Reunido? ¿Con quién?
‒¿Con quién va a ser? ‒ Jerome chasqueó la lengua. ‒ Con la señora.
‒¿La señora? ¿Ha cenado con ella? Eh. ¿Qué está pasando?
‒Cena con ella casi cada noche.
‒¿Me estás vacilando? ‒ Preguntó Fabian atontado.
‒Sí.
‒¿Desde cuándo?
‒Desde que volvió.
Fabian continuó interrogando a su hermano que le contestó con toda la paciencia del mundo. La reacción del recién llegado no era de extrañar, si no fuera porque lo había visto con sus propios ojos, ni el propio Jerome se lo habría creído.
‒¿Desde cuándo le gustan…? No, no es cosa de gustar. Según tú lo que hacen no es “sólo cenar”.
‒Ya vale con el tema.
‒Caray, con que es verdad. ¡De verdad! Dios mío, no me lo puedo creer. Sólo repite mujer un par de veces normalmente, argh. ‒ Fabian sintió un dolor agudo en el estómago y se dobló.
Jerome acababa de pegarle un puñetazo.
‒Cierra el pico. ‒ Amenazó. ‒ Hay muchos oídos aquí. ¿Qué dices de tres veces? Basta de tonterías.
‒Era un decir. Era una exageración sobre lo increíbleque es. Su vida es la fantasía de todo hombre.
‒¿Oh? Se lo haré saber a Alice.
‒N-no… ‒ Fabian empalideció al escuchar el nombre de su esposa. ‒ Eso no es lo que quería decir, es lo que los otros dicen, no yo. No le digas a Alice tonterías. Pero, por cierto, ¿cómo te atreves a pronunciar el nombre de la esposa de tu hermano mayor así?
‒¿El nombre de la esposa de mi hermano mayor? ¿Quieres decir cuñada?
‒Uno sólo es adulto después de casarse, así que soy tu hermano mayor.
Cada vez que se veían acababan discutiendo por lo mismo.
‒Mmm… Ya veo, qué ironía.
Los dos hermanos llevaban sirviendo al duque desde que heredó el título a los dieciocho y, por tanto, habían conocido y conocían a sus muchas amantes. Hugo nunca había tenido que seducir a ninguna porque solían perseguirle pero, a pesar del gran número de pretendientas, ninguna había logrado capturar su corazón. Para lo único que le servían las mujeres al duque era para calentarle la cama. Las disfrutaba como le placía y en cuanto empezaban a molestar o a ponerse pesadas, las tiraba como si nada. No hace falta decir que quien se ocupaba de las rechazadas eran los gemelos.
‒Todavía no es seguro, la otra también duró un año. Debe ser la fase de luna de miel… Ah, me voy a dormir, dile que mañana vendré a verle.
Jerome no corrigió a su hermano, dejó que el tiempo lo hiciera. Tal y como Fabian había dicho, la condesa había mantenido una relación con el duque durante un año entero, pero la actitud de Hugo había sido distinta, nunca se había centrado en una sola mujer como en esta ocasión, así que además de la Condesa había seguido viéndose con otras tantas amantes.

*         *        *        *        *

La condesa Corzan visitó la finca al día siguiente. Era una mujer de edad avanzada, pelo cano y un poco más bajita que Lucia famosa por ser un bellezón despampanante en su juventud.
‒Saludos, Duquesa. Me llamo Michelle.
‒Es un gran honor conocerla, señora Michelle. Espero que no haberla importunado demasiado haciéndola venir.
Michele arqueó una ceja sorprendida y, entonces, frunció el ceño. En realidad la anciana no había estado de buen humor desde que había recibido la invitación de la duquesa en la que se le preguntaba si quería ser la mentora de Lucia, no obstante, la formalidad de la pregunta sólo había sido una fachada que ocultaba las ordenes implícitas del duque. A pesar de que Michele, orgullosa y honorable, no se apoyaba en la fuerza ni en su riqueza, no podía rechazar una orden del duque por puro egoísmo. Además, su hijo era uno de sus vasallos, por lo que tuvo que tragarse su orgullo y acudir. No obstante, la buena educación y etiqueta con la que la acababan de recibir borró de su cabeza todas sus frustraciones.
‒Oh, no, el honor es mío, señora.
‒Me alegro escucharla decir eso. Me temo que tengo muchísimas carencias y la molestaré mucho… Por aquí, por favor.
Las dos mujeres se sentaron en la sala de estar mientras que las criadas se apresuraban a preparar el té. Lucia estudió cómo Michele se bebía su taza: nunca había visto a alguien tan grácil.
‒Nunca me han educado como se debe, así que siento que no estoy lo suficientemente preparada para cargar con las responsabilidades de una duquesa. Se lo comenté a mi señor y la mencionó a usted, Michelle. Por eso se lo pedí. Me he enterado de que tiene muchas obligaciones y me disculpo por haberla molestado por algo así. Ah, dígame si me paso de la raya.
Michelle reemplazó la mandíbula rígida por una sonrisa amable.
‒La base de la buena etiqueta es ser considerado y acercarse a los demás con sinceridad y, usted, señora, ya goza de esas cualidades. No tengo nada que enseñarle.
‒Me halaga. ‒ Lucia se sonrojó.
Michelle repasó a la hermosa jovencita antes de soltar una carcajada encantada. La anciana había oído que la duquesa era una princesa, así que se había preparado para encontrarse con una muchacha arrogante que iba a imponer su autoridad recordándole su rango. Era la primera vez que pensó que el duque de Taran era increíble. Aborrecía la idea de que sus hijos y nietos le tuviesen como modelo a seguir: era arrogante, dominante y se desentendía de las relaciones humanas, pero, ahora debía admitir que tenía un buen ojo para la gente y para las mujeres.
Ha encontrado una esposa maravillosa.
A lo largo de su vida había conocido a miles de personas y había conseguido ser capaz de juzgar a alguien de un solo vistazo: la duquesa era sin lugar a duda una persona amable e inocente.
Los chismosos comentaban que la esposa del duque debía ser una femme fatale. El duque era un hombre frío que se movía sólo por beneficio propio, por lo que su mujer debía ser alguien que molestase poco.
Michelle decidió dejarle al duque un mensaje: “ame a la duquesa, por favor. Si no puede amarla con pasión, al menos no la abandoné de cualquier manera. Si la señora de la casa no está cómoda, la familia se derrumba”.
Una mujer sin el amor de su marido se inquieta y, para mantener su poder, le acaban saliendo espinas con las que protegerse. Una mujer así sólo acarrea problemas y un hombre sin una casa tranquila acaba dejando escapar su lado malvado, es un círculo vicioso.
‒Ya lleváis dos meses casados, ¿cierto?
Michelle tenía esperanzas de que sus predicciones no se cumplieran. La duquesa no parecía triste ni ansiosa, de hecho, todo lo contrario, la joven parecía envuelta en amor.
‒Sí.
‒Entonces dentro de poco tendrá que empezar a participar en actividades sociales. Una de las mejores formas de empezar es con fiestas de té.
‒¿Cómo de grandes tienen que ser?
‒Como es la primera, una modesta ya basta. Con diez invitados o así, las esposas de los vasallos del duque, vamos. El mayordomo sabrá a quién invitar.
Lucia asintió con la cabeza.
‒No me siento capacitada para conocer a tanta gente. ¿Hay que preparar un baile?
‒No hace falta que se convierta en el centro de poder de la alta sociedad por ser la mujer del duque, señora. Pero tampoco es apropiado que no participe en fiestas, con que aparezca de vez en cuando estará bien. ¿Por qué no celebra fiestas o invita a tomar el té a mujeres una o dos veces al mes? Normalmente podría invitar a diez personas y, cuando se sienta más segura, podría aumentar la cifra a treinta.
Lucia y la condesa Corzan continuaron hablando durante otras dos horas. Lucia admiraba la elocuencia de la anciana, cuya charla fue sumamente instructiva. A su vez, la condesa se emocionó con esa niña. La dulzura de Lucia le llegó y se sorprendió pensando que la muchacha no albergaba ni un ápice de odio en su corazón.
‒¿Quiere conocer a mi sobrina, señora? No es la más grácil de las muchachas, pero es alegre y muy directa. Seguro que la ayuda a no aburrirse.
‒Me encantaría. ‒ Lucia sonrió, pero Michelle fue capaz de detectar el titubeó de la joven.
‒Me parece que he sugerido algo que la incomoda.
‒Sinceramente, no quiero una amiga que se sienta obligada a animarme cuando me aburro.
‒Jojo, qué directa sois, señora. Kate… Ah, mi sobrina da muchos problemas.
‒¿Problemas?
‒Hace poco el prometido de una amiga suya fue infiel, así que le humilló públicamente por adultero. Cielo santo, cavó un agujero y lo llenó de estiércol de caballo para poder tirar al muchacho.
‒¡Dios mío!
‒Cada vez que alguien pronuncia su nombre se me para el corazón porque sé que van a contarme desgracias.
‒Pero aun así la quiere muchísimo. ‒Michelle sonrió con los ojos llenos de afecto. ‒ Me encantaría conocerla algún día.
‒Sería una buena consejera. Le encanta ayudar con problemas amorosos.
‒Pero yo ya estoy casada.
‒El matrimonio no es el final, sino el principio. ¿Cuánto tiempo estuvo saliendo con el duque antes de casarse?
‒¿Salir…?
Pensando en ello nunca habían podido salir ni conocerse en el sentido estricto de la palabra. La primera vez que se vieron, ella le pidió matrimonio; en su segundo encuentro, finalizaron el trato; la tercera vez que quedaron, la pilló haciendo la colada y la regaño y después de ello, se casaron.
‒Eh… le vi tres veces.
Michelle hizo una pausa y dejó la taza de té sobre la mesita.
‒¿Le importa si le cuento la opinión general que hay de mi señor? Tal vez sea arriesgado porque puede sonar a calumnia. Pero creo que es una lástima que se casase con él antes de conocerle.
‒Adelante, no me lo voy a tomar a pecho, lo prometo.
‒¿Puedo saber qué opina de él, señora?
‒¿Sinceramente…?
‒Sí, sinceramente.
‒Ah… No es… impredecible, pero, hace lo que le viene en gana. Deja muy claro lo que quiere y lo que no, y una vez decide algo, no mira atrás. Es indiferente y frío.
‒Le conoce muy bien, me he adelantado.
En apariencia no había ningún hombre mejor que el duque de Taran: un atractivo joven que daba rienda suelta  a las fantasías de toda doncella. Todas las mujeres de los territorios del norte se habían abandonado a su merced con la esperanza de seducirle, creyendo que una noche de pasión bastaría para cautivarle. No obstante, cada vez que él notaba su afecto o se aburría de ellas, las rechazaba sin pensárselo dos veces. Michelle había sido testigo de muchas lágrimas de desamor.
El duque y la nueva duquesa llevaban dos meses casados, cualquier mujer habría empezado a fantasear y se habría empezado a aferrar a falsas esperanzas, pero, sorprendentemente, esta muchacha comprendía la naturaleza del duque a la perfección. La joven no estaba enamorada hasta las trancas de su marido y Michelle se sintió un poco mejor.
‒Increíble, usted no ha perdido el norte. Ser mujer a veces es terriblemente triste. Muchas entregan todo su corazón y, cuando el hombre desaparece, todo se vuelve insoportable.
Lucia rio y asintió con la cabeza. La acababan de elogiar, pero no terminaba de sentirse bien por sus palabras. La razón por la que Lucia era capaz de controlarse era, precisamente, porque ya se había rendido desde un principio.
‒Aun así, no es buena idea distanciarte demasiado de tu marido. Lo importante es mantener una distancia adecuada.
‒Una distancia adecuada… ‒ Lucia asintió.
‒Le preguntaré algo un tanto grosero: ¿cuántas veces la visita de noche?
‒Cada… noche. ‒ Lucia se sonrojó.
Michelle engrandó los ojos, pero musitó un “ya veo” indiferente. Era una información muy interesante. El primero en enamorarse había sido el duque. De haber estado a solas la anciana habría estallado en sonoras carcajadas. Ahora veía a la inocente duquesa con otros ojos. Los hombres desean aquello que no pueden conseguir y, al parecer, aquella muchacha mantenía la suficiente distancia como para volver loco al duque.
‒¿Cómo… consigo una distancia adecuada?
‒Permítame confesar algo. ‒ Murmuró Michelle. ‒ Eso es todo lo que puedo enseñarle, señora.
Ahora el futuro de la pareja estaba más claro. La duquesa iría ganándose el afecto del duque lentamente, sin embargo, había algo que no terminaba de entender. ¿Cómo se habría ganado el corazón del duque…? Por supuesto, a la Condesa le era imposible adivinar que el cuerpo sensual de su esposa es lo que había vuelto loco al duque hasta llegar a un punto de no retorno.
A partir de aquel día, Michelle decidió visitar a Lucia de vez en cuando.

*         *        *        *        *

‒Señora. ‒ La criada habló con el mayor de los cuidados. ‒ Podría ser que esté… ¿embarazada?
‒¿Embarazada? ‒ Lucia frunció el ceño.
‒Hace dos meses que no menstrua… ¿Por qué no llamamos a un médico para que la diagnostique?
El trabajo más importante de las criadas era velar por la salud de sus señores y que su señora no hubiese sangrado desde hacía dos meses era algo serio. Si tan sólo hubiese una criada sirviéndola, lo habrían detectado mucho antes, pero hablando entre ellas descubrieron que ninguna había visto nada y empalidecieron. Todos los del castillo sabían lo apasionados que eran, así que dedujeron que la duquesa debía estar embarazada.
‒No es eso, no os metáis en lo que no os incumbe. ‒ Lucia respondió un tanto irritada.
‒Pero, señora, debería llamar a un médico-…
‒He dicho que no; sé lo que me conviene.
‒Sí…
La criada no insistió más, pero tampoco se rindió. Si su señora estaba embarazada y al bebé le pasaba algo, la castigarían. Así que corrió a contárselo a Jerome.
‒Señora, las criadas me han comentado que su salud no anda del todo bien.
A Lucia se le contrajo el rostro por la ira en cuanto escuchó las palabras del mayordomo y le dirigió una mirada inquisitiva a la criada que estaba detrás de Jerome. El mayordomo no había visto jamás a Lucia en ese estado y continuó con suavidad.
‒Mi señora, ¿alguna vez se ha sentido incomoda por el doctor?
‒En absoluto, pero os lo vuelvo a decir: no estoy embarazada y tampoco me pasa nada. Mi marido lo sabe.
Jerome se quedó callado para escoger las palabras con suma precaución.
‒Pero, señora, si le ocurriese algo nosotros tendríamos que acarrear con las consecuencias. ¿Le importa que confirmemos esto con nuestro señor, el duque?
Lucia ya le había dejado claro a Hugo en su primer encuentro que era estéril. Él le había preguntado si tenía pruebas, pero no volvió a interesarse por el tema.
‒No es mentira, mi marido lo sabe, pero se lo recordaré.
‒¿Cómo puedo confirmar que lo ha hecho?
Jerome siempre había sido obediente y amable con ella, pero era imposible encargarse de un castillo entero con amabilidad y punto.
‒Se lo diré contigo delante, Jerome. ¿Te sirve?
‒Sí, señora. Siento las molestias.
‒Sólo estás haciendo tu trabajo, pero tú, ‒ Lucia volvió a posar la mirada en la criada. ‒ te has ido al mayordomo en lugar de volver a hablar conmigo. No deseo estar rodeada de gente que vigila mi vida de esta manera. La quiero fuera de esta casa mañana.
‒…Sí, señora.
La criada empalideció y clavó la vista al suelo mientras que Jerome hizo una reverencia con una expresión severa y sincera. La criada no había elegido bien sus prioridades, había puesto la autoridad del mayordomo por encima de su dueña.
Jerome había creído que Lucia sólo era una muchacha tierna y dulce, pero estaba claro como el agua que sabía lo que no le gustaba y lo que sí, y que su personalidad a veces era algo fría. La pareja ducal estaba hecha el uno para el otro. Satisfecho y orgulloso de su señora, el mayordomo se había convertido en su perro fiel.

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1 comentarios

  1. Jajajaja ya trae loco al duque y ella ni en cuenta ya extrañaba esta novela esperando el siguiente con mucha zuculensia >o<

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