Capítulo 17: La pareja ducal (parte 5)

mayo 14, 2018


Jerome llevaba días pegado a Lucia.
‒Mi señora, lo mejor será asegurarse cuanto antes de que no está embarazada.
Lucia, cansada de repetir lo mismo acabó aceptando que llamasen a Anna para una revisión y cuando la doctora anunció que, efectivamente, no estaba en cinta Jerome fue el único que se decepcionó, aunque lo escondió rápidamente para evitar que le sentase mal a su señora.
‒¿Ha habido algún síntoma que os hiciera sospechar de un posible embarazo? ‒ En el caso en que Lucia tuviese dudas sobre su estado y ella no pudiese dar una respuesta definitiva, su habilidad como doctora se pondría en duda.
‒No, Anna. ‒ contestó Jerome que no volvería a sacar el tema del embarazo, ni de comentárselo al duque nunca más. ‒ Mi señora parecía agotada últimamente, así que…
‒Creo que el motivo por el que la duquesa se cansa más rápido últimamente es otro. El cuerpo femenino no está hecho de acero, necesita descansar. Hasta yo me tomo un respiro después de pasarme el día trabajando.
Cuánto más hablaba Anna, más se sobrecargaba el ambiente. La mujer simplemente estaba ofreciendo su opinión, pero incomodaba a todos los presentes.
‒¿No es difícil para usted, señora? ‒ Le preguntó la doctora.
Lucia se sonrojó, pero no podía admitir que le encantaba que Hugo la visitase cada noche.  
‒Puedo decírselo yo, si le es difícil. ‒ Sugirió Anna.
‒Ah, no. ‒ Jerome la interrumpió. ‒ Ya se lo digo yo. ¿Cuánto tiempo…?
‒Cinco días de reposo y otro de descanso.
‒…Sí.
Anna no ignoraba el bochorno que se respiraba en la habitación, pero una profesional no podía avergonzarse mientras comentaba el estado de una paciente.


Cuando Lucia se quedó sola en su cuarto por fin, abrió la ventana y salió al balcón. Soplaba una brisa suave y repasó mentalmente lo que acababa de ocurrir. Jerome se había decepcionado muchísimo al confirmar que no estaba embarazada y eso la había hecho sentir un poco mal.
En su sueño había empezado a menstruar a los quince años. Normalmente a las niñas se les enseña que ese es un signo de estar convirtiéndose en toda una mujer, pero no hubo nadie que se lo explicase a ella, a las criadas les daba igual. Después de todo, para el servicio ella no era más que una huérfana, una molestia. La pobre muchacha apenas hablaba, era muy tímida y jamás tuvo la oportunidad de aprender a dirigirse a los súbditos, moverse con majestuosidad y enorgullecerse de su dignidad.
Perder tanta sangre la horrorizaba y se convirtió en una de sus obsesiones. “Voy a morir”, se decía, “tengo que parar la hemorragia, tengo que tomarme alguna medicina o algo…”, pensaba.
La única planta que se le pasó por la cabeza fue la artemisa que era muy común y crecía por todos lados. Hirvió, secó y se pasó por lo que creía era una herida el resultado y funcionó. Así es como la joven empezó a recoger artemisas del jardín para comérselas y el efecto fue casi inmediato: su menstruación cesó hasta el mes siguiente cuando repitió el proceso, No sabía qué estaba haciendo, tampoco qué ocurría, pero al cabo de un año Lucia se había provocado la infertilidad y no se enteró hasta que se hubo casado con el conde Martin. Sin embargo, la noticia fue un alivio para ella. No tendría que cargar con la descendencia de ese hombre. Cuando se separó del conde empezó a explorar su cuerpo. Todo era normal aparte de la infertilidad, no obstante, sabía que para una mujer no poder tener hijos era una gran falta y, por eso mismo, empezó a buscar una cura. Todos los doctores que visitó le aseguraron que la artemisa era una planta venenosa que no debía comerse bajo ningún concepto.
‒¿Te la comiste? ¿Por qué…?
Ninguno de los profesionales entendía los síntomas de Lucia. Los pocos que tenían experiencias similares le aseguraron que una menstruación irregular no era un sinónimo de infertilidad. Aunque en su caso no es que fuera irregular, es que simplemente, no existía.
El único doctor que consiguió explicarle algo nuevo a Lucia le habló sobre tiempos de guerra. Al parecer, cuando el país perdió la guerra las mujeres decidieron tomarse la artemisa para evitar concebir hijos del enemigo, no obstante, está demostrado de que la planta no servía como método anticonceptivo.
Desmoralizada, Lucia empezó a perder la esperanza de encontrar algo cuando se enteró de la existencia de un viejo curandero que se había ganado la confianza del pueblo a base de curar a la mitad de las gentes.
‒¿De verdad te comiste la artemisa? ‒ Preguntó el anciano que a pesar de la imagen digna que tenía en el momento en el que Lucia fue a verle, había llegado al poblado en harapos. ‒ ¿Y dejaste de menstruar?
Cada vez que explicaba lo que había hecho, durante cuánto tiempo y sus síntomas, los doctores se la miraban como si fuera un bicho raro, sin embargo, este anciano la contempló con intriga y sorpresa.
‒¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Y hasta qué punto?
‒Desde mi primera menstruación hasta ahora. ‒ Nunca habían reaccionado de esta forma con ella, por lo que respondió con diligencia sus preguntas, esperanzada.
‒¿Eres virgen?
‒No, ya no soy doncella, he estado casada.
En realidad, era casi virgen, pero no tenía ganas de dar tantas explicaciones. El doctor, decepcionado, soltó una carcajada amarga.
‒Creo que eres prácticamente una doncellita aún.
‒¿Soy infértil?
‒Sí.
Siempre le habían respondido lo mismo, pero ahora estaba desesperada.
‒¿Tiene… cura?
El doctor soltó una risita y le habló de un tratamiento.
‒Has tenido suerte. En mi familia se ha pasado un tratamiento desde antaño.
El anciano le prescribió varias drogas que debía mezclar. Lucia sacó su bolsa, arrancó una hoja de un libro que llevaba y se lo pasó para que lo escribiese.
‒¿No pasa nada por dármelo? Es un secreto de familia.
‒Ya no lo necesito. ‒ Respondió el doctor algo tristón.
‒¿De verdad me puedo… curar? Todo el mundo me había dicho que la artemisa es venenosa.
No es que no confiase en el curandero, sino que después de tanto tiempo buscando una solución, que resultase ser algo tan simple.
‒Veneno… Sí, se la conoce por ser una planta venenosa, sí. Te voy a contar un secreto: la artemisa, además de evitar la hemorragia, también purifica el cuerpo.
Ese era el motivo por el que la menstruación se detenía, porque el cuerpo humano en sí mismo es una gran impureza.
‒No te duele nada más, ¿no?
‒No.
‒Si eres estéril es porque llevas comiéndote la planta demasiado tiempo; si hubieses parado en algún momento no habrías acabado así. La gente se cree que la artemisa es venenosa porque evita la menstruación, ya está. Bueno, si te tomas lo que te he recetado cada día, conseguirás amenizar el efecto de la artemisa y tu cuerpo volverá a la normalidad. Espero que tengas un hijo precioso.
Poco después de aquello el curandero abandonaría el pueblo tal y como había llegado, de repente.
‒¿Por qué quieres estas dos plantas? ‒ Le preguntó la herbolaría. ‒ ¿No irás a mezclarlas? ¡Si te las comes juntas verás las estrellas!
Al parecer, la receta no tenía ningún sentido. Sin embargo, Lucia no podía empeorar más, así que fue tomándose la medicina. Mientras no ocurriese nada fuera de lo común continuaría el tratamiento, creería en ello y, mucho tiempo después, sorpresivamente, volvió a menstruar.

*         *        *        *        *

La Lucia de ahora, a diferencia de la de su sueño, era plenamente consciente de su situación y de que no iba a morir. Sin embargo, sus miedos salieron a la luz cuando sangró por primera vez. Aquel sueño profetizó cada uno de los eventos de su vida, como una maldición, y sólo pensar que tendría que dar a luz al hijo de ese bastardo la hacía entrar en pánico. Así que, para evitarse un mal rato decidió provocarse la infertilidad.  Hugo ya lo sabía, pero no que era posible tratarla. Tampoco se le pasó por la cabeza comentárselo puesto que su idea había sido divorciarse hasta ahora, pero… Su marido era una persona que odiaba las molestias y el divorcio era una. Cuando firmó los papeles de la boda suspiró y abandonó la idea de engendrar hijos.
‒Philip.
Sí, ese era el nombre del curandero.

*         *        *        *        *

Como cada tarde, Jerome sirvió el té en el estudio del Duque que no levantó la vista de sus documentos hasta que notó que el mayordomo no pensaba moverse.
‒Mi señor, ‒ Jerome abrió la boca para hablar cuando el Duque se lo miró. ‒ la señora va a celebrar una fiesta de té mañana.
‒Eso he oído.
‒¿Qué opina de regalarle algo?
‒¿Un regalo? ‒ Murmuró algo y se acomodó en su sillón. ‒ Un regalo, ¿eh?
‒Sí, a la señora le encantaría.
Ahora que se paraba a pensarlo, Hugo nunca le había regalado nada. Para empezar, no era el tipo de persona que solía obsequiar nada a no ser que le dijeran claramente lo qué querían, ¿Qué podía gustarle a su esposa? ¿Tener suficiente dinero? No le había pedido nada, pero ¿no le gustaría que le dieran algo que no había pedido? ¿No le encantaría?   El imaginarse a Lucia agradeciéndole su regalo con ojos chispeantes le puso de muy buen humor. ¿Qué podría estar bien? ¿Joyas? O… ¿Joyas? Y si eso no bastaba, tal vez… ¿Joyas? Lo único que se le ocurría era darle alguna joya. Sabía que a las mujeres les encantaban, pero… ¿A Lucia también?
Jerome esperaba pacientemente la respuesta de su amo que seguía sumiso en sus pensamientos, cavilando, cuando escuchó llamar a la puerta. El mayordomo se acercó a escuchar las noticias y regresó al cabo de unos minutos.
‒Mi señor, el señor Philip acaba de llegar, le espera afuera. Dice que quiere saludarle porque hace mucho tiempo que no se pasaba por Roam.

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2 comentarios

  1. Muchísimas gracias estuvo muy bueno, no hubo zukulencia pero estuvo genial esperando los que siguen con paciencia e impaciencia n_n

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  2. Hermoso, sobre todo el modo en que el duque piensa solo en joyas

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