Capítulo 26: La pareja ducal (parte 14)

junio 10, 2018


Lucia esperaba que Hugo le contestase con un: “¿y qué?” o “¿y qué quieres que le haga?”, o tal vez un “¿y no ha sido así desde un principio?”. Esperaba que le contestase frívolamente. Le preocupó el si sería capaz de devolverle una respuesta todavía más fría que la suya. En realidad, no quería hacerle daño. Había pensado que sí, pero la verdad de las cosas era que no quería que lo pasase mal.
El corazón de la joven dio un vuelco cuando vio a aquel hombre de acero expresar su dolor con una expresión de inexplicable desesperación. Hugo jadeó como un animal herido al que le cuesta respirar, entonces, cerró los ojos y los volvió a abrir lentamente. El corazón de Lucia deseaba abrazarle y consolarle, pero su cuerpo se quedó pegado al suelo. La muchacha fue incapaz de pensar mientras notaba cómo temblaban las manos que se aferraban a las suyas. Era incapaz de moverse o hablar.
El duque rio amargamente, entonces se detuvo y, en cuestión de segundos, todo desapareció como si hubiese sido una ilusión. La pareja se sentía frustrada y confusa por haber sido testigos del lado emocional de Hugo.
‒…Sí. Ya lo estás viendo. ‒ Su voz sonaba más tranquila que fría.
Lucia sintió que había visto su verdadero yo. Su expresión fría y su tono de voz era la armadura de su marido. La frialdad que aquel hombre no era porque no sintiera nada, sino un escondrijo.
La duquesa se preguntó si tal vez había soñado lo que acababa de ver. No daba crédito.
‒Ya veo. ‒ Él continuó hablando mientras ella se lo miraba. ‒ No tenía futuro desde un principio. Esto es lo que querías decir cuando me pediste que te enviase una rosa, ¿no?
A Lucia se le heló la sangre cuando él pronunció el nombre de la flor y volvió en sí. En aquellos momentos estaba en una encrucijada con su marido. La pataleta inicial se había convertido en algo de lo que no se podía retractar.
‒Sí… Exacto. ‒ No quería aferrarse a un final invisible, por lo que le pidió que la despertase de su letargo con una rosa.  Creía que con eso volvería a ser la de siempre.
‒¡Qué vas a hacer si te doy una rosa?
El corazón de la joven se tranquilizó cuando se percató que él estaba comprobando sus sentimientos y se hizo con las riendas de su corazón.
‒No lo he pensado. Eso sería el final, tal y como tú has dicho. Después del final no hay nada.
‒No hay… nada. ‒ Repitió él en voz baja. ‒ ¿Tu condición es inquebrantable?
‒…Sí. Prometí que la cumpliría.
El amor de Lucia no necesitaba ser correspondido o premiado. Nunca había sido su intención. El amor entre ellos era algo imposible.
Algún día esos sentimientos empiezan a exigir que sean correspondidos y de no serlo, se transforman en rencor. Lucia había empezado a odiarle en cierta manera, pero no se dejaba carcomer por ello.
Hugo sabía que estaba siendo extremadamente egoísta. La muchacha tenía razón. Codiciaba su corazón a pesar de no estar seguro de poder corresponderla. En ese breve intercambio había descubierto más de ella que en todos los meses de casados. Había sido indiferente. No tenía derecho a enfadarse.
Fabian no había mencionado nada del estado físico de su mujer, ella ya le había avisado desde el principio que no podía ser madre. Es decir, Lucia le había entregado parte de su corazón hacía mucho tiempo y él lo había tirado a la basura. Había rechazado la mano que ella le había ofrecido mucho tiempo atrás.
‒No habrá divorcio.
‒…De acuerdo.
‒Eres mi esposa.
‒…De acuerdo.
‒Da igual como acaben las cosas, no puedes cambiar nuestra relación.
‒De acuerdo.
Las respuestas cortas y sumisas de ella le irritaron. Hugo la cogió por los hombros y la tiró al sofá sin que la muchacha opusiera resistencia ninguna.
‒¿Sabes lo que significan tus respuestas? ‒ Le cogió la barbilla y le acarició los labios con los dedos. Su roce cargado de deseo sexual provocó un estremecimiento en su esposa. Le estaba diciendo que, sin importar sus sentimientos, ella tenía que abrirse a él.
‒Sí. ‒ Lucia desvió la mirada y contestó con la vista en el techo.
Hugo la estudió con sus ojos carmesíes y notó como se le hundía el corazón. Se mofó de sí mismo. Sí, tenía la esposa ideal, lo que había esperado. Una muñeca con vida. Era suya. Era su esposa. Pero lo que tenía era una cáscara y, desde ese momento, tendría que seguir tomando a esa muñeca con vida que tenía por esposa. La joven había escondido su verdadero yo en un lugar inalcanzable. ¿Cuál era el problema? ¿Qué entre sus brazos sólo tenía una cáscara? ¿Qué su corazón no estaba ahí? Pero, de tenerlo, ¿qué haría con él?  Ahora podría aferrarse a ella cuánto quisiera. No podría irse.
De repente, Hugo se percató de algo. Se dio cuenta del motivo por el que su ansiedad y desesperación se habían apoderado de él antes. La razón de su ansiedad era que ella no codiciaba nada de lo que poseía y, por tanto, podía dejarle sin titubear cuando quisiera. La razón de su desesperación era porque había sido incapaz de hacerle abrir su corazón.
Pero es que el motivo principal para su ansiedad y su desesperación era él mismo. Sin darse cuenta había dejado su corazón en las manos de esa muchacha. El peor desenlace de todos.
Desde que había heredado el título de duque había seguido religiosamente un principio: dar lo mismo que se recibe. Por eso nunca correspondió a sus amantes. Amor y odio. Había experimentado las emociones más extremas que puede albergar un ser humano, así es como había aprendido a herir a los demás.
El odio a su padre y amor a su hermano. Dos sentimientos que parecían no guardar relación ninguna, pero que llevaba grabados como si fueran el mismo. Sin apenas voluntad, desesperó ante su impotencia. Era una bestia salvaje que vivía como Hugh, no sabía nada.  Su única preocupación era acabar con sus enemigos y sobrevivir. Lo único que tenía era supervivencia: de la mañana a la noche. Al conocer a su hermano tuvo que aprender a convertirse en humano y el precio a pagar habían sido las emociones.  Amaba a su hermano, pero por eso, permitió que su padre controlase su vida. Su odio por el duque se extendió a la sangre Taran que fluía por sus propias venas y a los secretos que descubrió con su muerte. La sensación de no ser capaz de hacer nada era agonizante. Perder a su hermano ya había sido suficiente. Su corazón tenía que ser inquebrantable como su mente, firme.  Nadie debía ser especial para él y por eso, el corazón de Lucia no era el problema. El problema era su propio corazón.
Lo había malinterpretado como curiosidad y deseo, sin embargo, su corazón se burlaba de él.
Te has enamorado.
No. Imposible.
Una mujer le había hecho vacilar. Estaba empezando a temer perderla. Había llegado a un estado tan patético por culpa de una mujer. No lo entendía. No podía aceptar semejante conclusión.
Hugo se levantó del sofá cargado con un sinfín de emociones y empezó a pasearse de un lado al otro.
Lucia contempló al inquieto hombre, se incorporó y se sentó. Estaba viendo muchos lados nuevos de su marido. La inquietud de Hugo no duró mucho. Se detuvo de repente, la miró y ordenó.
‒Haz que te curen. ‒ Y ahí iba, de vuelta al principio. Lucia suspiró. ‒ Cuéntale a la doctora cuáles son tus síntomas y que te den una receta. Tienes que saber cuáles son y por qué estás así, ¿no?
‒Podría quedarme embarazada. ¿Has cambiado de idea sobre lo de no querer hijos?
Lucia quiso chillar cuando él se quedó callado.
‒…No va a pasar.
‒¿Quieres decir que vamos a dormir separados? ‒ Lucia se lo miró desafiante. Él abrió la boca como si hubiese dicho una tontería.
‒¿Por qué sólo piensas en eso como si fuera para hacer niños? A ti también te gusta.
‒No cambies de tema. Si me curo y sigues viniendo a mi habitación, ¿qué vas a hacer si me quedo embarazada? Eso es lo que quiero saber.
‒Entonces no sería hijo mío. ‒ Escupió y, sólo después de afirmar algo así, se dio cuenta de su error.
Él sabía que engendrar hijos era imposible, sin embargo, cualquier otra persona que escuchase su declaración lo malinterpretaría. Al ver cómo empalidecía su mujer, se lamentó.
‒¿Quieres decir… que no reconocerías a tu hijo? ¿O… que llegarías a la conclusión de que he sido infiel?
Era cruel. Acababa de hacer trizas el corazón de ella con un par de palabras. Lucia volvió a recordar la conversión que escuchó entre Sofia Lawrence y él.
Hugo era consciente que le había hecho mucho daño con sus palabras, que tenía que disculparse y consolarla. No obstante, a diferencia de su apariencia externa, por dentro era una bola de confusión y ansiedad. Ni siquiera comprendía sus propios sentimientos. Estaba harto de aquella situación.  De la terquedad de ella y de no poder contarle la verdad. Para una persona como Hugo, que se ocupaba de los asuntos rápida y fácilmente, todo aquello era abrumador.
‒Lo que quería decir es… ‒ Empezó, pero se detuvo. ‒ Haz lo que quieras con lo de la cura. ‒ Murmuró.  Entonces, se dio la vuelta y se marchó.
Al cabo de unos instantes Lucia se había quedado sola en la habitación y se dejó caer en el sofá con lágrimas corriéndole por las mejillas.
Aquella noche Hugo no la visitó.

*         *        *        *        *

Sólo habían preparado la cena para uno. Lucia se sentó en la mesa descorazonada.
El comedor parecía todavía más grande.
‒Últimamente mi señor tiene muchos asuntos oficiales a los que atender. ‒ Jerome intentó excusar al duque.
‒Ya veo. Me preocupa que descuide su salud, espero que estés más atento.
‒Sí, mi señora.
Lucia llevaba una semana cenando sola y durmiendo sin compañía. Hugo le había dicho que estaba muy ocupado y que comería en su despacho, pero la intuición de Lucia le asegura que estaba evitándola. Una vez que su marido había estado hasta arriba de faena hasta el amanecer había vuelto a su habitación y la había abrazado antes de dormir.
Aquella semana le había parecido años. Su marido estaba ocupado y no tenía tiempo para pensar en una mujer. No parecía ser nada malo, pero esa semana podría convertirse en un mes o en un año.
‒Me duele la cabeza…
Masticó la comida sin saborearla. Después de comer fue a ver a Anna para que le recetase algo para el dolor de cabeza y se fue a la cama.
A la mañana siguiente se encontraba un poco mejor, sin embargo, al caer la noche era incapaz de conciliar el sueño porque la asaltaban un sinnúmero de pensamientos. ¿Por qué había hecho eso? Lo había echado todo a perder. ¿Por qué la había liado tantísimo? Se culpaba.
Se había casado con él para poder gozar de una vida cómoda, no por su afecto. Tenían un contrato desde el primer minuto. Jamás había tenido la intención de desestimar el contrato.
El malo es él, lo mejor habría sido si nos hubiéramos quedado como pareja formal y ya está.
Le guardaba cierto rencor. Si no la hubiese tratado con tanto cariño, su determinación para vivir tranquilamente no se habría ido al garete. Su actitud la había atravesado como una daga.
Tú eres la que lo eligió. Juraste que no te ibas a arrepentir, se reprochó. ¿Por qué insistía tanto en tener un hijo cuando había renunciado a ello?
Todo era perfecto hasta hacía poco. Lo había tirado todo por la borda.
Lucia no conseguía dormir y sólo se revolvía por la cama. Se sentó abrazándose las rodillas. No podía dejar de mirar la puerta cerrada del dormitorio.
Conforme iba pasando el tiempo su corazón se partía más.

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