Capítulo 25: La pareja ducal (13)

junio 10, 2018


Todos los presentes abandonaron la sala en cuanto escucharon la voz del duque. Entre la pareja hubo un breve silencio y, de repente, Hugo se percató que era la primera vez que estaban a solas de esa manera.
‒¿Por qué mientes?
‒…No he mentido.
‒Estás ocultándole la verdad a la doctora, ¿a qué sí? Eso es lo mismo que mentir. ¿Por qué te esfuerzas tanto si no sabes mentir?
Era como si le hubiese leído la mente. Hugo rodeó la cintura de Lucia con una mano y la estrechó entre sus brazos mientras hablaban para poder ver en su interior.
‒Eres muy obvia. Ahora mismo tienes escrito: “cómo lo sabe” en toda la cara.
Lucia quería escapar de la situación. Se retorció, se apartó de él y se levantó.
‒…Siento haberte molestado con lo ocupado que estás durante estas horas.
El duque estudió a la muchacha en silencio, se quedó en el sofá y habló con dureza.
‒¿Me culpas por estar aquí?
‒No hace falta que te preocupes.
‒¿Qué?
‒No me voy a curar.
Él la cogió de la muñeca y tiró de ella con tanta fuerza que Lucia no pudo evitar caer entre sus brazos. La joven se debatió e intentó incorporarse, pero una de las manos de su marido la zafaba por el brazo y la otra le sujetaba la barbilla para obligarla a mirarle a los ojos.
‒¿Qué quieres decir con eso? ¿Por qué me iba a aliviar que no te puedas curar?
‒¿No te lo dije? No puedo tener hijos.
Hugo vaciló mientras miraba fijamente los ojos ámbar de ella. Lucia movió la cara y consiguió librarse de él. La mano de Hugo permaneció en el aire unos segundos antes de caer. Lucia también se movió y tiró del brazo por el que la retenía. Hugo se quedó atónito ante el rechazo de su propia esposa.
‒No te interesaba y tampoco me preguntaste el motivo. ¿A qué viene tanta curiosidad de repente?
Lo único que le había preguntado a la muchacha era si podía demostrarlo. Después de aquello, jamás preguntó si de verdad no podía tener hijos o si estaba enferma. Lucia creía que Hugo lo había olvidado por completo. Que no le interesaba. Y, por tanto, sólo podía esperar que algún día su corazón, que parecía incapaz de separarse de él, se endureciera.
-De repente, eh. ¿Por qué no puede interesarme?
‒Pues gracias.
‒…No lo digas así.
‒Perdón.
Los ojos de Hugo se desorbitaron y se llenaron de llamas al ver cómo Lucia sólo le daba respuestas cortas y frías. Estaba haciendo algo que nunca había hecho y le crispaba los nervios. Sin embargo, Hugo mantuvo el mismo tono de voz para evitar un alboroto.
‒Vivian, ¿de verdad quieres discutir por algo del pasado?
Lucia se decepcionó enormemente. No podía decir nada si se refería a ello como algo que formaba parte del pasado. Para él era algo pasado. Lucia sacudió la cabeza.
‒Me preocupa tu cuerpo, explícale los síntomas a la doctora y acepta el tratamiento. ‒ Habló con más dulzura de lo habitual.
A pesar de que Lucia sabía que Hugo no le profesaba afecto ni dulzura ninguna, cada vez que le oía hablar en ese tono entraba en trance, como quien escucha una canción de amor y de repente le echan un cubo de agua fría.
‒No quiero.
‒¿Por qué?
‒Será un problema para ti.
‒¿Por qué?
‒¡Porque no quieres que tenga hijos! ‒ Exclamó en voz alta.
Hugo se quedó callado unos instantes. No es que aborreciese el hecho de que Lucia diera a luz, sino que quería acabar con toda su estirpe. Además, fuese o no fértil, era imposible que pudiese quedar encinta de él. No obstante, para que la muchacha le entendiera, tendría que contarle muchos secretos y no deseaba hablar de esos temas. Para él todo ello era una pesadilla.
Lucia se tomó el silencio de su marido como una afirmación e intentó que sus emociones no se descontrolasen.
‒Perdona, no es eso. En realidad, es que no te interesa.
Era su intuición femenina. Él jamás querría un hijo suyo. Y, sin embargo, sus acciones demostraban lo contrario porque nunca usaba protección. La amargura consumía a Lucia. A Hugo ni siquiera le preocupaba. La joven se preguntó qué reacción hubiese tenido si se hubiese quedado embarazada sin querer. ¿Habría abandonado al niño, lo hubiese ignorado o tal vez le hubiese dado la espalda a ella? Cualquier opción era horrible.
‒Lo de no tener interés…  ‒ Hugo quiso continuar su frase con: “¿no eres tú la que no quiere?”. Su esposa no le había preguntado nunca sobre Damian. Pero era consciente que por muy descarado que fuera, no tenía derecho a cuestionarla por ello. Se había casado con él por su estatus, no para cuidar de su hijo, en su contrato no se estipulaba nada parecido. ‒ No sabía que esperabas que me interesase.
Lucia sintió una severa opresión en el pecho y él parecía cansado. Desde que había descubierto sus mentiras la muchacha había estado ansiosa. Temía que también fuese capaz de leer lo que le pasaba por la cabeza. ¿Y si la descubría y le soltaba algo tan cruel como a Sofia Lawrence? Su corazón se rompería, prefería morir a soportar semejante dolor. Hugo era un hombre tierno con las mujeres siempre que se mantuviesen a cierta distancia. ¿A cuántas amantes les habría sonreído y regalado cosas como a ella? Precisamente por eso ninguna de sus pasadas amantes eran capaces de soportar la ruptura y se aferraban a él. Lucia no quería ser otra más de sus amantes. Le gustaría vivir así para siempre. Así. Una vida totalmente materialista con un esposo que le sonríe con ternura y la posee apasionadamente cada noche. No podía pedir más.
La joven cerró las manos sudorosas en un puño.
‒Yo… no espero nada. No he olvidado nuestro contrato.
Lucia quiso parecer neutral mientras desviaba la mirada y se separaba de sus brazos, pero él la estudiaba con atención.
‒Ah, sí. El contrato. ‒ Hugo soltó una carcajada falsa y se revolvió el pelo frustrado. Al parecer el único que había olvidado el contrato era él, ella continuaba aferrándose a él. ‒ Yo puedo disfrutar de mi vida privada y tú vas a mantener cerrada la puerta de tu corazón. Ese es nuestro contrato, ¿no? ‒ Volvió a acortar la distancia entre ambos. La cogió por la cintura y tiró de ella, así que toda la resistencia de Lucia fue en vano y terminó otra vez entre sus brazos. ‒ Pero ¿sabes? No hemos dicho nada de qué pasa si uno de los dos rompe el contrato.
‒¿Te preocupa que no lo cumpla?
‒¿Por qué eres así? Joder. ¿Por qué exageras lo que digo?
‒…Lo siento. Supongo que le he dado un poco la vuelta.
Hugo miró a su mujer, que no parecía la esposa que le solía escuchar con atención, durante un rato. Encima, evitaba su mirada.
La primera vez que la vi… No dejó de hablar a pesar de que no le di el visto bueno en ningún momento. Tal vez esto también forma parte de ella.
Era imposible que Hugo hubiese podido ver los lados de su personalidad que ella se negaba a mostrarle. No le gustaba que esa conversación se estuviese alargando tanto, pero sí el haber descubierto un lado nuevo de ella. Era como si por fin estuviese viendo su verdadero yo.
‒Si… renuncio a mi vida privada… ¿tú también abrirás el cerrojo de tu puerta?
‒¿Eh? ‒ Lucia le miró con ojos desorbitados. No entendía lo que trataba de decir. ¿Sería un truco?
‒Quiero decir… ‒ Arrastraba el final de las palabras y su expresión era bastante desgarbada. ‒ Acepta el tratamiento.
‒No quiero. ‒ El cambio de tema la decepcionó.
‒¡Vivian!
‒No puedo tener un hijo, así que da igual que no pueda en general. ¿Si me curan podré tener uno? ¿Me vas a dejar?
Hugo suspiró y se masajeó la frente. Aunque se curase, no podría quedar en cinta. Su linaje Taran le imposibilitaba embarazar a ninguna mujer. Si no se cumplían las condiciones que sólo conocía aquel viejo carcamal no serviría para nada, por eso se abandonaba al placer con tantas mujeres y no se preocupaba por engendrar descendientes.
El simple hecho de imaginarse a otro de los suyos en el mundo le disgustaba. A pesar de que no había peligro, siempre eyaculaba fuera para que esa idea no le atormentase. Pero entonces, la había conocido a ella, una joven diferente desde un principio. ¿Por qué era una excepción? Era la primera mujer que le había dado ganas de abrazarla, correrse en ella y disfrutar de los cariños de después del acto. Le satisfacía saber que su semilla estaba dentro de ella.  Hugo reconocía que su indiferencia la había herido. Cualquiera se hubiese preñado de no ser por sus circunstancias. Había olvidado por completo que su esposa no podía tener hijos y no se había preocupado de si estaba o no bien. Las preguntas de Lucia albergaban tanta amargura y resentimiento que le permitieron ver a través de sus heridas y provocaron un cosquilleo en su corazón.
‒¿Me vas a dejar?
No podía quedarse embarazada de todas formas, podría haberle dicho que tuviese los niños que quisiera. Entonces, no le culparía. Sin embargo, no quería engañarla. No quería mentirle a pesar de no poder contarle la verdad.
‒…No necesito hijos.
‒Si es por lo de la herencia puedo escribir un memorándum renunciando a mis derechos.
‒No es por eso. No… No quiero dejar mi marca.
‒Ya tienes un hijo.
‒¡Ese-…! ‒ Ese precisaba demasiada explicación. El único que sabía que Damian no era su hijo biológico era el viejo carcamal. Una vez se abriese la caja de pandora no habría vuelta atrás y no quería compartir los secretos de los Taran con nadie. Tampoco iba a contárselo a Damian. Cargaría con esos conocimientos toda su vida y moriría con ellos. ‒ Es… Es diferente. Tú… No sabía que querías tanto un hijo. ‒ Se percató que tan sólo había estado estudiando el exterior de la muchacha, ignoraba lo que albergaba su corazón.
‒Lo siento. Sé que no quieres una mujer así como esposa.
‒Vivian. ‒ Suspiró pesadamente. ‒ No pretendía criticarte. Es sólo que no lo sabía, me ha sorprendido.
‒La primera vez que hablamos sobre matrimonio dijiste que te daba igual si me quedaba embarazada.
‒Eso… ‒ No es que no le importase, sino que no quería explicárselo todo y lo único que necesitaba era el estatus. Lo de tener esposa era un añadido.
‒Dijiste que no te divorciarías de mí.
‒¿Divorcio? ‒ De repente sus ojos chispearon. ‒ Eso es imposible. ‒ Su interior empezó a hervir al escucharla pronunciar esa palabra. ‒ Te dije que no pensaba divorciarme. Te dejé muy claro que no podrías escapar ni muriendo.
‒Lo sé, es la tradición de los Taran. Lo recuerdo. Pero no hay ninguna tradición que prohíba tener hijos.
‒¡Me estás pidiendo que elija entre un hijo o el divorcio?
Los ojos de Lucia temblaron. La muchacha giró la cabeza para apartar la mirada de él como si fuera a romper a llorar en cualquier momento.
‒No… quería decir eso.
‒¿Por qué no podemos seguir así, Vivian?
‒Es por mi propio egoísmo. Quiero tener a alguien cuando me quede sola.
‒¿Por qué ibas a estar sola?
‒Bueno, no me irás a decir que te vas a quedar conmigo para siempre.
‒¿…Qué? ‒ Preguntó Hugo como si le acabasen de hablar en un idioma extranjero.
Una llama se encendió en las profundidades del corazón de Lucia. La forma con la que le hablaba, como si quisiera tranquilizarla, era irritante. No tenía interés en lo que le estaba contando, sólo quería una esposa para poder ir tirando. La joven deseaba verle herido y pasándolo mal. Aunque hiciera lo que hiciera no sirviese para nada, al menos, quería intentar complicarle las cosas. De repente empezó a pensar en ello.
‒No me amas y yo no te amaré jamás. ¿Qué tenemos? ¿Cuánto crees que durará una relación así?

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