Capítulo 28

junio 04, 2018


No he visto su cara, ni he oído su voz; sólo oí sus pasos blandos, desde mi casa, por el camino. Todo el día interminable de mi vida me lo he pasado tendiendo en el suelo mi estera para él; pero no encendí la lámpara, y no puedo decirle que entre. Vivo con la esperanza de encontrarlo; pero ¿cuándo lo encontraré?
‒ Rabindranath Tagore, Gitanjali

Un arco plateado surcó los cielos nocturnos y cuatro o cinco segundos más tarde un trueno bramó.
Xu Ping temblaba como una hoja mientras rebuscaba las llaves en sus bolsillos y dejaba un charco de agua a sus pies.
La casa estaba a oscuras, pero la pantalla de la televisión en la que estaban emitiendo una película doblada en blanco y negro, el Puente de Waterloo[1]seguía encendida.
‒¡Pero no me conoces! ‒ Argumentaba la mujer muy ansiosa.
‒Te conoceré, me pasaré el resto de mi vida haciéndolo. ‒ Contestó el hombre manteniéndole la mirada.
‒¿Xiao Zheng?
No hubo respuesta.
Xu Ping tocó el interruptor de la pared, pero no se encendieron las luces. Justo cuando iba a dar vuelta atrás, alguien le cogió haciéndole chillar.
‒¡¿Xiao Zheng?!
La mano en cuestión era cálida, grande y estaba seca. Los ojos de Xu Ping se acostumbraron a la ocuridad y consiguieron distinguir la silueta de su hermano.
‒¿Por qué no me has contestado?
‒La bombilla se ha roto. ‒ Respondió Xu Zheng.
‒¿Ah, sí? ‒ Xu Ping se quedó callado unos segundos antes de retirar la mano. ‒ Déjala, luego la cambio.
No explicó porque había llegado tan tarde a casa y Xu Zheng tampoco preguntó, como si lo hubiese olvidado.
El tic-tac del reloj no paraba.
‒Está lloviendo muchísimo. ‒ Comentó Xu Ping entre temblores.
‒Sí. ‒ Hubo una pausa. ‒ Tienes la mano mojada.
‒¿Ya has comido? ‒ Xu Ping sonrió. Xu Zheng sacudió la cabeza. ‒ Me ducho, me cambio y te hago algo.

La luz incandescente de la bombilla le pareció demasiado fuerte a Xu Ping, que ya se había acostumbrado al negror de la oscuridad de la noche. Entrecerró los ojos y estudió las baldosas de la pared que eran de un blanco tenebroso y el pestillo continuaba roto a pesar de las muchas semanas que habían transcurrido.
Tenía empapada hasta la ropa interior. A cada paso que daba sus bambas chirriaban como una esponja. Se quitó los calcetines y vio lo arrugada que estaba la piel de sus pies. Había tenido que evitar la mirada de todos los peatones que había por la calle mientras se tapaba con las manos a falta de botones. Le había dado demasiada vergüenza subirse al bus a pesar de tener dinero, así que había terminado caminando hasta su casa.
A Xu Ping, totalmente empapado, le castañeaban los dientes.
Se desnudó, entró rápidamente a la bañera y en cuanto notó el agua caliente sobre su piel, tuvo una sensación abrasadora. Fue como si se le hubiesen roto los nervios y ahora confundiese el calor con el frío.
El muchacho cerró los ojos mientras el agua caía sobre él. Cuando por fin entró en calor, decidió salir de la ducha, pero se encontró a Xu Zheng allí plantado estudiándole con una mirada inquietante. Seguramente porque en su pecho y muslos había marcas de huellas, de hecho, todavía tenía el trasero bastante rojo al igual que los pezones.
Xu Ping tiró de la cortina y chilló:
‒¡Fuera! ¡¿Quién te ha dado permiso para entrar?!
Xu Zheng no respondió. Xu Ping cogió el bote de champú y se lo lanzó.
‒¡Fuera!
Escuchó como el bote chocaba con el suelo, rebotaba y chocaba con algo más causando más alboroto. Entonces, silencio sepulcral.
Xu Ping se sentó en la bañera abrazándose las piernas y temblando. Por fin, al cabo de un buen rato, levantó la esquina de la cortina de ducha y se cercioró de que su hermano ya no estaba.

Escuchó el sonido burbujeante de la olla, abrió la tapa y el vapor le acarició el rostro. Xu Ping añadió un puñado de fideos y los removió. Luego pasó a hacer las tortillas. Y ya estaba la cena.
Xu Ping le dejó un par de palillos y un tazón ante su hermano.
‒Come.
Xu Zheng cogió los utensilios lentamente, pero sus ojos no dejaron a su hermano ni por un instante. Xu Ping comió con la cabeza pegada a la mesa.
Faltaba sal, pero bueno, levantarse a buscarla era una molestia. El huevo estaba pasado. La película estaba a punto de terminar. Myra saltó y cayó bajo las ruedas, y la orquestra empezó a tocar.
‒Te amé. Te amé más que nadie. Esa es la verdad, Roy.
Xu Ping se acercó y apagó el televisor. Cuando volvió a sentarse tiró los palillos sin querer, por lo que se agachó para recogerlos. De camino a la cocina, cogió la sal y sazonó un poco los fideos, pero seguían insípidos.
Las manecillas del reloj señalaban las nueve y cuarenta.
Xu Ping tiró los palillos sobre la mesa y se enfrentó a su hermano incapaz de aguantarlo más.
‒¡¿Qué miras?!
Xu Zheng respondió sin mucha emoción.
‒Tu cuello.
Xu Ping se llevó las manos al cuello inconscientemente.
‒Tienes marcas.
Huang Fan había usado mucha fuerza al estrangularte. Xu Ping ni siquiera se había dado cuenta.
‒¿Por qué hay marcas de manos ahí? ‒Preguntó su hermano pequeño con los palillos en una posición extraña. ‒ ¿Dónde has ido? ‒ Inquirió, lentamente y con seguridad, sin dejar de mirarle directamente a los ojos. ‒ Te he estado esperando. Me dijiste que no tardarías. ¿Con quién has estado? Gege-…
La silla rechinó por el suelo. Xu Ping se levantó, puso las manos sobre la mesa y se le aceleró la respiración.
‒¡No te importa! ‒ Consiguió sisear.

Al parecer su hermano estaba enfadado.
Xu Ping estaba fregando los platos cuando escuchó la puerta de la habitación cerrarse de un golpe. Se quedó inmóvil unos segundos, pero continuó fregando como si nada.
Cuando acabó, vio que su hermano tenía las luces encendidas así que intentó entrar, pero Xu Zheng había cerrado por dentro. Fue entonces cuando un atisbo de desesperación apareció en su rostro. Una a una fue apagando las luces de la casa. Se deslizó debajo de las sábanas y se sintió como un montón de barro. Todo estaba oscuro y callado; el techo parecía más alto desde la cama.
Huang Fan había gritado su nombre en la lluvia, pero no había dicho nada. Xu Ping pensó que había sido porque sabía que no volverían a verse nunca más. Cuando el compañero de piso de Huang Fan había entrado, Xu Ping se había sorprendido. Huang Fan le había escondido la cabeza con el sofá y había intercambiado un par de palabras con su compañero. Aunque no recordaba su conversación, apenas sabía si el compañero le había visto la cara o no. Huang Fan, un hombre inteligente y sereno, no permitía que las dificultades acabasen con él.
Lo que más frustraba a Xu Ping es que su hermano hubiese visto los moratones de su cuerpo. Antes se había echado un ojo en el espejo y, efectivamente, tenía los pezones enrojecidos y el cuerpo lleno de marcas. En realidad, podría haber mentido a Xu Zheng, pero la seriedad de su mirada le había dejado impotente. ¿Cuándo había aprendido su hermano a cuestionarle?
Xu Ping dio vueltas en la cama frustrado.
Bueno, el muchacho tampoco lo entendería. Si le volvía a preguntar le diría que se había peleado. Decidido, cerró los ojos.

Xu Ping cayó rendido muy rápidamente de lo exhausto que estaba. Soñó que corría por un túnel en el que las luces de un tren le perseguían como un lobo, acercándose más y más, hasta que le aplastaban. Se despertó de repente y se encontró a su hermano encima.
‒¡¿Qué haces aquí?! ‒ Preguntó enfadado y atónito al mismo tiempo mientras le empujaba. ‒ ¡Quítate de encima!
Xu Zheng le miró, pero no se movió. Xu Ping, un tanto alterado por la expresión de su hermano, volvió a empujarle.
‒¡Fuera!
‒¡No!
Xu Ping se quedó helado.
‒¿Qué has dicho?
De repente, Xu Zheng tiró de su camiseta y los hermanos empezaron a pelearse. El pequeño le arrancó al grande la camiseta rápidamente y la tiró al suelo con ira. Xu Ping, incapaz de aguantarlo, le giró la cara de una bofetada. Xu Zheng se quedó con la cara hacia un lado unos segundos antes de darse la vuelta con una expresión de ira y rebeldía.  Cogió la muñeca de Xu Ping y la giró.
Xu Ping soltó un gañido. Le arrancaron la ropa interior y la sábana cayó al suelo. Asustado y sorprendido, Xu Ping hizo acopio de todas sus fuerzas para patear a su hermano, pero el adolescente le atrapó las piernas entre sus muslos. Con todas las extremidades inmóviles sobre la cama, Xu Ping no era muy diferente a un pescado sobre una tabla.
‒No lo hagas, Xiao Zheng, no… ‒ Rogó desesperado mientras se debatía con el pequeño.
Mientras tanto, Xu Zheng se había excitado. La erección de su hermano le rozaba el abdomen a Xu Ping a través de los calzoncillos y, cuanto más se resistía, más duro se ponía. Pronto se agotó. Su hermano le agarraba como un luchador. Tenían las manos con los dedos entrecruzados y sus débiles intentos de oponer resistencia se habían convertido en pequeñas bromas entre amantes.
Tenía el aliento de Xu Zheng en su cuello. Piel contra piel. El aire estaba impregnado de un aroma a chico.
‒No, no podemos… ‒ A pesar de sus palabras, para su horror, Xu Ping también se excitó.
La razón le repetía que debía resistir, pero su cuerpo quería aceptarlo. Xu Ping sentía como si estuviese caminando sobre una cuerda floja en el aire. Su alma estaba a punto de partirse en dos.
Xu Zheng le acarició el pecho y empezó a manosearle los pezones con fuerza.
‒Aquí tienes marcas. ‒ Comentó.
Xu Ping apretó la mandíbula. Su hermano empezó a amasarle la ingle.
‒Y aquí también.
Las venas del cuello de Xu Ping amenazaban por explotar.
‒Te han tocado, Gege. ‒ Acusó el más joven enfadado. ‒ Aquí. Aquí. ¡Y aquí! ‒ Iba tocando a Xu Ping mientras hablaba.
Xu Ping no pudo mantener la boca cerrada y acabó explotando.
‒¡Sí! ¡Me han tocado! ¡¿Y qué?! ¡Quiero que me toquen! ¡No tiene nada que ver contigo! ¡Suéltame!
Xu Zheng se paralizó unos instantes hasta que la tristeza, el enfado y la incredulidad lucharon por apoderarse de su expresión a la vez. Apretó con más fuerza la muñeca de Xu Ping.
‒¡No!  ‒ Bramó. ‒ ¡No, no, no! ¡Gege es mío! ¡Mío! ¡Sólo mío!  ‒Xu Ping sacudió la cabeza con ojos desesperados. ‒ ¡Gege es mío!  ‒ Xu Zheng repitió con una expresión aterradora.
‒No, Xiao Zheng, no es verdad.
Xu Zheng se le quedó mirando lo que parecieron horas. Entonces, levantó la cabeza y chilló como un hombre loco. Xu Ping cerró los ojos. Xu Zheng volvió a bajar la cabeza y le mordió la clavícula tan fuerte que le hizo sangre. Xu Ping chilló de dolor. Le estiró del pelo, pero Xu Zheng no le soltaba. Xu Ping dejó caer la cabeza y aguantó el dolor aferrándose a la cama. En medio de todo aquel dolor, Xu Ping sintió una felicidad retorcida. Como si el amor prohibido, el pecado imperdonable que le profesaba a su hermano sólo pudiese expresarse de una forma tan dolorosa.
Xu Ping cogió a Xu Zheng por la cabeza, gritando, y le besó con todo lo que tenía. Ambos se entrelazaron en un abrazo sin que sus lenguas se separasen ni unos segundos.
El sabor a oxido de la sangre se convirtió en un afrodisiaco para Xu Ping, tanto, que temblaba de excitación. Los dos jóvenes rodaron de una punta de la cama a la otra. Xu Zheng le abrazaba con tanta fuerza, que parecía querer grabárselo en la piel.
Xu Ping tenía la sensación de estar saltando de la cuerda floja. Su pene se frotaba contra el de su hermano. Sus manos acariciaban cada centímetro de la espalda del pequeño. Quería rogarle que lo hiciera más fuerte, más fuerte; que le hiciera añicos. Pero su lengua estaba ocupada batallando con la de su hermano.
Cerró los ojos y guío las manos de Xu Zheng para que pudiese explorar su cuerpo. Ambos continuaron con la locura.
Xu Ping no quería pensar, sólo caer, seguir cayendo, más y más rápido. No podía ver lo que les rodeaba, había perdido la noción del cielo y la tierra. Quería olvidarlo todo, como si el tiempo hubiese desaparecido.
Escuchó una exclamación de su hermano y un fluido blanco le salpicó el abdomen. Todo se detuvo en seco.
El payaso que caminaba por la cuerda floja abrió los ojos y descubrió que uno de sus pies seguía en la cuerda. El espectáculo tenía que continuar, la caía sólo había sido un sueño.
Xu Ping empujó a su hermano y se cayó de la cama. Xu Zheng se quedó despatarrado en la cama, jadeando. Acababa de tener su primera eyaculación. Su semen había caído sobre el abdomen de Xu Ping como pequeños charcos pegajosos.
Xu Ping pasó la mano por el fluido pegajoso que se le quedaba entre los dedos como una telaraña plateada. Miró con incredulidad su mano, lentamente se tropezó y acabó en el suelo otra vez.
Se llevó las manos a la cabeza y rompió a llorar.


[1] ”El puente de Waterloo” es uno de los mejores melodramas que ha dado el cine clásico, es magnífico. La película vio la luz pocos meses después de la invasión de Polonia por parte de la Alemania nazi. Probablemente, la primera obra que incluyó la Segunda Guerra Mundial en su trama.

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