Capítulo 31

junio 05, 2018


Todo amor está en el corazón; todo el pasado está en un sueño.
‒Bei Dao, Todo.

Una farola tras otra.
Alguien cantaba en algún lugar de la noche.
‒En el viejo oriente hay un dragón. Su nombre es Reino Medio; en el viejo oriente hay una tribu. Todos descendientes del dragón-…
Las estrellas del cielo brillan desde años luz. Después de cientos de miles de años, lo único que queda de su reluciente luz no es más que un lastimero fulgor. La vida humana, en comparación con las estrellas, es como la de una flor. Una vida que puede terminar en un parpadeo. De hecho, hasta las presuntamente eternas constelaciones se enfrían y fallecen tras acabar con toda su energía para convertirse en polvo espacial, derrotadas por las leyes del tiempo.
Xu Ping jadeó en busca de aire apoyado contra una farola. La farola estaba empapelada con folletos de todo tipo de colores. A su lado había un enorme cartel donde ponía: “democracia”. Aunque alguien lo había roto por la mitad.
La Plaza de la Gente estaba al girar la esquina y ya podía escuchar el clamor. El camino principal estaba totalmente encendido; los vehículos militares pasaban uno a uno.
Xu Ping sintió una ansiedad ardiente, pero sus piernas no avanzaron, fue como si se hubiesen vuelto piedra.
Un descansito. Pensó que sólo necesitaba un descansito. Aún en la farola, levantó la vista.
‒¡¿Xiao Zheng?! ‒ Exclamó sorprendido. ‒ ¿Cómo has salido?
Su hermano iba vestido con una camiseta, pantalones cortos y un par de zapatillas de plástico azul que usaba para ir por casa. Debía haberse caído por el camino porque tenía las rodillas llenas de mugre.
‒¿Y bien? ¿Cómo has salido? ¡He cerrado la puerta!
Su hermano dejó caer la cabeza.
‒He bajado por el balcón.
De repente se le nubló la vista y fue incapaz de ver bien durante unos instantes.
‒¿Cómo has bajado por el balcón? ‒ Preguntó intentando ocultar su incomodidad.
‒…Por la cañería.
Había un tubo para que el agua no se quedase en el tejado en el techo, pegado a la pared junto al balcón que descendía hasta el suelo.
‒¡¿Estás loco?! ‒ Xu Ping golpeó a su hermano. ‒ ¡¿Sabes cuánto pesas?! ¡¿Y si se rompe la cañería y te caes desde allí arriba?!
Cuánto más lo pensaba, más se enfadaba y en cuestión de segundos empezó a usar los puños. Su hermano no se movió, se quedó allí y aceptó los golpes.
Xu Ping se apoyó contra la farola, jadeando.
‒Vete a casa. ‒ Rebuscó las llaves por su bolsillo. ‒ Coge las llaves y entra por la puerta.
‒¿Y tú, gege?
‒Tengo que hacer una cosa, no puedo ir.
‒…Voy contigo.
‒¡¿Qué quieres de mí?! ‒ Rugió Xu Ping.
Xu Zheng se lo quedó mirando atontado.
‒¡Vete a casa! ‒ Repitió empujándole.
Su hermano pequeño retrocedió un paso. Xu Ping volvió a empujarle y el grandote tiró otro paso hacia atrás.
‒¡¿Estás sordo?! ‒ Xu Ping explotó.
Xu Zheng se irguió y desvió la mirada.
‒No pienso irme a casa.
‒¡¿Qué acabas de decir?! ¡Repítelo!
Xu Zheng no habló. Xu Ping le cogió por la camiseta y lo empujó, pero esta vez su hermano pequeño lo echó a un lado.
‒¡No me voy a casa! ‒ Rugió el más joven. ‒ ¡Lo sé! ¡Sé que quieres que me quede en casa para que puedas ir a ver a la mala persona esa! ¡No quiero irme a casa! ¡Eres mío, Gege! ¡Sólo mío!
Xu Ping cayó al suelo y se quedó ahí un rato antes de levantarse. Le metió las llaves en la mano a Xu Zheng por la fuerza, le sujetó por los hombros y le dio órdenes.
‒Escúchame, Xu Zheng. Vete a casa ahora mismo. Si te pillo dando un solo paso detrás de mí, ¡pienso dejar de considerarte mi hermano!
Empujó a Xu Zheng. El joven se tambaleó y le miró con el ceño fruncido.
‒Gege.
‒¡Vete a casa!
Xu Zheng acabó caminando. Cada par de pasos se daba la vuelta para mirar a su hermano, para mirar la sombra de su gege debajo de la luz de la farola.
Xu Ping corrió a la plaza en cuanto su hermano desapareció por la esquina.


Cuando Xu Ping recordase esa fatídica noche años después le parecería un sueño. Todo parecía borroso: las caras, las palabras. Por supuesto, el Xu Ping de años después era una persona extremadamente diferente al adolescente que era en esos momentos. La vida le entrenaría a aguantar y ser precavido. Empezaría a creer en la malicia humana, en que los humanos eran capaces de cometer crímenes atroces sin remordimiento. Empezaría a dudar de la simpatía de los demás y no se alegraría de los cumplidos ajenos. Con la edad Xu Ping se volvería frío y precavido, una persona que se lo guardaba todo en lo más profundo de su corazón y que no decía ni hacía nada que no debiera.
Todo el mundo pierde la ingenuidad al crecer, algunos antes que otros. Algunos se convierten en adultos a lo largo de las dificultades de la vida; otros se hacen añicos como la porcelana y les toca volver a empezar de cero para convertirse en alguien nuevo.

Xu Ping corría por las calles de noche. Las sirenas de las ambulancias le pasaban de largo. Era casi media noche, pero todavía quedaba gente por las calles. La ciudad estaba encendida tenuemente, y sin embargo, esa calle estaba totalmente iluminada. El muchacho anduvo entre las expresiones de alegría y dolor de las gentes que había por ahí, como marionetas. Tenían la boca abierta para hablar, pero Xu Ping no entendía nada.
Estaba cansado de correr, jadeaba, pero no podía parar. El suelo estaba cubierto de cristales rotos. El horizonte estaba teñido de un rojo poco natural. Vio como la gente corría hacia él, le pasaba de largo y se precipitaba en dirección opuesto a donde él se dirigía. Ralentizó el ritmo y se coló entre la muchedumbre. A varios cientos de metros de la plaza había vallas y sólo había una entrada guardada por un puñado de vehículos policiales y patrullas.
‒¡Hey, hey! ¡¿Qué haces?!  ‒ Un uniformado de verde le barró el paso.
‒Quiero entrar.
‒¡No puedes! ‒ El hombre le estudió con la mirada.
‒¡Mi amigo está allí adentro!
El hombre se burló.
‒No podrías entrar ni aunque fueran tus padres.
Xu Ping se lo miró.
‒¡¿Qué miras?! ¡¿Estás sordo?! ¡¿No me has oído?!
‒Mi amigo está herido, tengo que salvarle.
‒Me da igual quién sea tu amigo. Tenemos órdenes y no significa no. ¡Fuera de aquí!
‒¡Va a morir! ‒ Chilló Xu Ping.
El hombre hizo una pausa, estupefacto, y empezó a rugir.
‒¡¿Tú eres gilipollas?! ¡Fuera de aquí!
Xu Ping le miró furtivamente y se precipitó hacia la entrada. El hombre le detuvo y lo tiró al suelo.
‒¿Quieres morir, mocoso?
Xu Ping se levantó del suelo y volvió a ir a por la entrada, pero el agente le dio una patada en el estómago y cayó como un peso muerto. No pudo respirar durante unos minutos. Xu Ping escuchó los pasos rápidos de alguien y cayó en brazos de una persona.
‒¡Gege!
Vio los puños de su hermano. Los estaba apretando con tanta fuerza que se le sobresalían las venas. Se hizo un ovillo entre sus brazos. La conmoción atrajo la atención de varios agentes más que les rodearon.
‒¡¿Qué haces?! ‒ Su líder se dirigió a Xu Zheng a grito pelado.
Xu Zheng frunció el ceño. Xu Ping se apresuró a levantarse y se interpuso entre los dos hombres.
‒No tiene nada que ver con él. No sabe nada. Ha venido a buscarme.
Xu Zheng mantuvo su mirada intensa fija.
El oficial entrecerró los ojos.
‒¡¿Qué coño miras?!
‒¡¿Cuántas veces te tengo que decir que no significa no?! ¡Dejad de intentar entrar por la fuerza! ¡Vais pidiendo una buena tunda! ‒ El agente empujó a Xu Ping a un lado. ‒ ¡Fuera! ¡Idos de aquí!
Xu Ping se tropezó. El tiempo pareció destense para Xu Zheng cuando vio como su hermano mayor caía al suelo y se quedaba quieto unos minutos. El joven miró al policía que ya había pasado a parlotear con uno de sus compañeros como si le diera igual todo. Se le dilataron las pupilas y se acercó a paso ligero a su objetivo. El agente le vio acercarse e hizo ademán de interrogarle, pero era demasiado tarde, Xu Zheng ya había saltado y le había derribado. El joven le inmovilizó y le dio un puñetazo con la mano derecha. Cada puñetazo fue más fuerte que el anterior y empezó a brotar la sangre a los pocos segundos.
La escena empeoró rápidamente. Unos cuantos policías corrieron a detener a Xu Zheng; algunos le cogieron por las piernas, otros los brazos mientras que el chico luchaba y se resistía.
‒¡Xiao Zheng, para! ¡Para! ‒ Xu Ping le abrazó la cintura a su hermano pequeño en un intento de conseguir que se detuviese.
‒Hijos de puta. ‒ Bramó alguien. ‒ ¡Venid a ayudar!
Alguien atizó a Xu Ping con una porra en la parte posterior de la espalda y cayó al suelo entre gritos furiosos. No podía ver nada, sólo podía arrastrarse entre los brazos y las piernas.
El tiempo se detuvo.
Lo último que vio fue a su hermano abrazándole y protegiéndole con su propio cuerpo mientras las porras golpeaban su espalda como si fuera un pedazo de carne.

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