Capítulo 33

junio 05, 2018


En toda explosión hay un silencio; en toda muerta hay un eco.
‒Bei Dao, Todo.

‒En pie.
‒La corte llama al acusado, Xu Ping, al estrado.
‒El acusado, Xu Ping, ha cometido actos de perversión homosexual con Huang Fan, un estudiante mayor de la misma escuela. La noche del cuatro de junio de mil novecientos ochenta y nueve, cuando la ciudad estaba bajo la ley marcial, Xu Ping intentó entrar en la Plaza de la Gente a pesar de las advertencias de la policía. El acusado era plenamente consciente de que los agentes estaban llevando a cabo sus deberes y, aun así, se enzarzó en un conflicto físico que acabó con Zhang Li herido con una fractura. Después de ello, el acusado cubrió a Huang Fan, uno de los miembros centrales de la revolución, escondió su paradero y le ayudó a huir.
‒La corte cree que el acusado ha violado la constitución por ofensa y obstrucción de los oficiales, ya que ejerció violencia contra un trabajador federal y defendió a Huang Fan. El jurado considera al acusado culpable de todos los cargos. Por lo tanto, el acusado, Xu Ping, es condenado a nueve meses de cárcel y a una fianza de quinientos yuanes.
‒La corte ha manifestado su decisión. Los documentos se le entregarán al acusado en cinco días. De haber alguna objeción, diríjanse a la corte en los próximos diez días. Veintisiete de junio de mil novecientos ochenta y nueve.

Xu Ping estaba sentado en un banco al lado de la ventana a la espera de que los alguaciles le escoltasen al coche que le llevaría al centro de detención.
El cielo era azul claro. Las adelfas habían florecido y sus hojas verdes se abrían a la cálida luz solar. Una florecilla cayó a un lado de la ventana.
‒Xu Ping.
El muchacho se giró hacia la voz muy despacio. Tenía una expresión fría y los ojos desenfocados.
‒¡Ven aquí! ¡Han venido a verte!
Xu Ping no preguntó quién era y tampoco le interesaba. Se levantó del asiento como un anciano.

El suelo de los juzgados estaba hechos de mármol verde y pulidos. A lo lejos parecía agua reflejando lo de afuera.
El aguacil abrió la puerta de la habitación de reuniones y empujó a Xu Ping dentro. En la esquina había un televisor pequeño y delante, un oficial sentado cómodamente.
Xu Ping se tropezó y se aferró a la pared para recuperar el equilibrio.
‒Aquí estás. ‒ Wang Yong arrastró la silla que había a su lado. ‒ Siéntate.
Xu Ping se limitó a mirarle. Wang Yong sonrió sin pizca de enfado.
‒Conozco a alguien en la corte, así que me he pasado a saludarte.
Xu Ping continuó observándole con frialdad.
‒Le dije que no sabía nada y no me ha creído. Ahora estoy condenado a ir a la cárcel, ¿qué más quiere?
Wang Yong se quedó callado y rebuscó una cinta de vídeo por la mochila. La introdujo en el reproductor y encendió la televisión.
‒Nada, sólo quería que mirases este vídeo.
Giró la pantalla para que Xu Ping pudiese verla desde donde estaba. Al principio sólo se escuchó un zumbido estático, pero de repente, apareció la imagen de una presentadora que hablaba en cantonés. Los subtítulos decían que los estudiantes fugitivos, Huang Fan y compañía, habían llegado a Hong Kong tras muchos obstáculos y habían hecho un anuncio público en televisión.
El vídeo sólo duraba diez segundos. Huang Fan vestía un traje negro y una corbata de color zafiro. Se plantaba en un podio lleno de personas, cámaras y focos y hablaba frente a docenas de micrófonos y grabadoras. No había herida ninguna en su cara y llevaba el pelo muy bien arreglado.
Xu Ping tardó en reconocerle. Entrecerró los ojos preguntándose quién sería ese hombre. Wang Yong apagó el televisor.
‒Huang Fan ha escapado a Hong Kong.
Xu Ping sintió que le faltaba el aire. Intentó alcanzar una silla que había cerca, pero se tropezó contra ella.
‒Esto es de anoche; me he enterado esta mañana.
‒¡¿Por qué me lo enseñas?! ¡¿Crees que le he ayudado a escapar?!
‒No, para nada; ahora creo que eres inocente.
Xu Ping no podía dejar de estremecerse.
‒Sabía que estabas arrestado desde hace días y te dejamos aquí para ver si venía a por ti, dada vuestra relación. Pero a juzgar por las noticias, creo que te ha abandonado.
Xu Ping hizo una mueca espantosa.
‒Te ha usado, Xu Ping. Huang Fan te ha usado como cortina de humo para desviar nuestra atención y poder escapar por otro lado. Ya lo has visto, no está herido. Ahora está en Hong Kong usando su identidad para atacar nuestro gobierno, mintiendo para atraer a tanta gente de Hong Kong como pueda y hacerse un nombre. ‒ Wang Yong sacó la cinta de vídeo. ‒ Se le ve majo y calladito, pero tiene la cabeza repleta de ideas despiadadas. Has hecho un gran sacrificio por él, pero te ha abandonado. Sólo tiene veinte años. No puedo ni imaginarme en qué se convertirá de aquí diez o veinte años.
Xu Ping echó la cabeza atrás y estalló en carcajadas. Entonces, su risa se fue debilitando hasta que empezó a sollozar. El sargento pensó que tal vez había tocado un tema delicado para el muchacho, pero en realidad, todo lo que Xu Ping pensaba era lo ridículo, lo absolutamente ridículo que era todo esto.
Wang Yong metió la cinta en su mochila.
‒Todavía eres joven, nueve meses no es para tanto. Dentro de nada estarás fuera. Usa este tiempo para acabar con tu enfermedad, lo de ser homosexual, y sal hecho todo un buen hombre.
Xu Ping dejó caer la cabeza en silencio.
‒Oh, sí. ‒ El agente sacó un sobre del bolsillo de la mochila. ‒ Tu padre me ha pedido que te diera esto.
Xu Ping lo aceptó tras una breve pausa. El alguacil abrió la puerta y anunció:
‒Sargento Wang, ya ha llegado su coche. Si no nos vamos, llegaremos tarde.
‒Vale, ya habíamos acabado. ‒ Le dio una palmadita en el hombro a Xu Ping. ‒ Guárdatela en el bolsillo y léela en el coche.

La furgoneta de los prisioneros no era muy diferente a las de los policías. Tenía la palabra: “policía” pintada bien grande de color blanco y una luz tricolor en el techo. Lo único a destacar eran los barrotes de las ventanas.
Era un vehículo alto, así que a Xu Ping le costó un poco subirse. Uno de los alguaciles cerró la puerta.
La furgoneta se puso en marcha hacia el norte. La cárcel estaba en el campo, a una hora de la ciudad. Era un lugar tan remoto que se decía que estaba al lado del desierto Gobi. No crecía ni una sola planta.
Xu Ping tuvo la sensación de que la carta la ardía y no tuvo el valor de abrirla. Su padre se había sentado en los banquillos del juicio como un espectador más, exhausto, agotado. Su hermano no había asistido. Xu Ping se alegró de ello. No soportaba la idea de que Xu Zheng tuviese que verle enmanillado. Prefería morir a eso.
Xu Chuang había escuchado los cincuenta minutos de juicio en la misma posición, sin mover ni un solo músculo, ni siquiera las facciones de la cara.
Xu Ping no osó dedicarle ni una mirada de lo avergonzado y culpable que se sentía. Sin embargo, cuando el juez mencionó su ofensa por homosexual con Huang Fan, entró en pánico y miró a su padre. No obstante, éste apartó la vista.
Lo había perdido todo. Su educación, sus amistades, su futuro. Hasta su padre le había abandonado y se avergonzaba de que su hijo fuese gay.
Xu Ping enterró el rostro entre sus manos y empezó a reír histéricamente mientras las lágrimas resbalaban por sus manos. Sacó el sobre del bolsillo. Quería hacerlo trizas, pero al final no pudo y lo arrugó. Lo dejó caer sobre su regazo y abrió una punta. Se quedó paralizado unos segundos, estaba demasiado asustado para abrirlo. Pero al final, cuando lo hizo, en el papel sólo había una línea: “Te echo de menos, gege. Vuelve a casa”.
Xu Ping contempló las palabras durante mucho, muchísimo tiempo. Entonces, como si le estuviese dando un ataque al corazón, se cogió el pecho y empezó a chillar con todas sus fuerzas.
El agente que iba en el asiento del copiloto pegó un bote del susto.
‒¡¿Qué haces, hijo de puta?! ¡Cállate! ¡He dicho que te calles!
Xu Ping continuó chillando como enloquecido entre lágrimas y con la carta contra su pecho. Sus llantos fueron más allá del coche y asustaron a tres gorriones que había cerca de la carretera. Los pájaros batieron las alas y partieron hacia el cielo azul.
La ciudad estaba muy lejos. Ya no había edificios altos. No había civilización. La carretera continuaba en línea recta hacia el final del mundo. Los cielos azules, las nubes blancas, la hierba verde y tierna, e incluso las montañas beige, se alzaban como olas suaves sobre la efímera línea.

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