Capítulo 33: Damian (parte 5)

julio 26, 2018


Lucia apenas salía a montar a caballo desde la llegada de Damian y mucho menos ahora que se estaba preparando para otra fiesta, por lo que Kate decidió hacerle una visita. Las dos amigas se saludaron con un abrazo.
La condesa de Corzan se había hecho daño, así que Kate no había podido pasarse desde hacía bastante tiempo. Tal vez el tiempo empezaba a hacer de las suyas en la anciana condesa. La buena mujer se había torcido el tobillo y había decidido que su queridísima sobrina la cuidase.
‒¿Cómo está la señora Michelle? ‒ Preguntó Lucia.
‒Todavía cojea un poco, pero ya anda. Me ha pedido que te dé las gracias por la medicina que le enviaste, se ve que ha ido muy bien.
‒Ha sido un placer.
La señora Michelle solía acudir a menudo a Roam, pero cuando Lucia fue capaz de manejar sus muchas fiestas y socializar sin problemas, dejó de ir por su salud. Sin embargo, se comunicaban a través de Kate.
‒Esto es la razón por la que he venido a verte, Lucia. ‒ Kate depositó una cesta sobre la mesa. ‒ Es el regalo que te había prometido. Ábrelo.
Lucia quitó lo que cubría la cesta.
‒¡Vaya! ‒ Exclamó.
Un cachorro de zorro con el pelaje dorado movió las orejas. Al principio, se preocupó porque Lucia le estuviese mirando fijamente, pero al cabo de unos segundos empezó a bostezar y cerró los ojos. El animalito se envolvió con su mullida cola. Era una criatura encantadora y tan diminuta que cabía entre las manos.
‒¡Dios mío! ¡Es encantador!
Lucia se llevó la mano al pecho. Había ido a la caza del zorro y visto los zorros que criaban las otras señoras, pero nunca había visto uno tan adorable.
‒También es la primera vez que yo veo uno tan bonito. Hasta brilla, será precioso cuando crezca. Se tienen que domesticar cuando son crías. Ocúpate de él, tiene que ser capaz de reconocer a su dueña antes de que acabe de crecer. No hay excusa si se te pasa el tiempo.
‒Sí.
‒Te enviaré una lista de cosas que necesitas saber.
‒Gracias, Kate. Es un regalo maravilloso…
Las dos mujeres continuaron con su conversación sobre los zorros durante un buen rato más.
‒Oh, ¿dónde tendré la cabeza? Iba a ir a montar. ¿Quieres venir, Kate?
‒No pensaba ir, pero hace mucho que no voy. Vamos.
‒Ah, también quiero presentarte a alguien.
Lucia le ordenó a una criada que fuese a llamar a Damian.
‒Damian está aquí. Está en cas apara variar, pero no sé si habrá más oportunidades para presentártelo.
‒¿Quién…?
‒El hijo del duque. Bueno, ahora también es mi hijo.
La expresión de Kate se endureció de repente.
‒¿…Qué?
‒¿No lo sabías? Creía que ya se sabía que Damian será su heredero.
‒Ah… Bueno… Algo había oído…
La vida del duque era un tema tabú entre los nobles del norte. Nadie había estipulado una norma para acallarlos, pero eran plenamente conscientes que debían cuidar sus palabras. De hecho, fue gracias a sus esfuerzos que los rumores de su heredero no habían alcanzado la capital. No obstante, al duque de Taran no le podía importar menos que se extendiese.
‒¿Me has llamado?
Kate tragó saliva, no estaba preparada mentalmente para mirar al niño moreno de ojos negros.
‒Damian, saluda. Es casi la única persona que me visita en Roam. Es una amiga mía, Kate Milton.
Damian se la miró con indiferencia, mientras que Kate apenas lograba ocultar su perplejidad. El chico estaba muy acostumbrado a ese tipo de expresiones. Se entristeció un poco y asintió cabizbajo. La buena fe de la duquesa le había dado falsas esperanzas.
‒Es un honor conocerla, señorita Milton. Soy Damian.
‒Ah… sí. Lo mismo… digo, joven amo.
A Kate no le había costado tanto controlar sus expresiones en la vida. Ni siquiera aquella vez que se desgarró el vestido en medio de la ciudad.
‒Vaya, tu forma de hablar… Caray, ¿quién diría que sois padre e hijo? ‒ Dijo la duquesa y estalló en carcajadas. La situación se le hizo graciosa. ‒ ¿Sabes montar a caballo, Damian? ¿O es mejor que lleve un potro?
‒Sé montar, he aprendido en el internado.
‒No hay nada que no sepas hacer. ¿A qué es maravilloso, Kate? Sólo tiene ocho años y ya sabe montar a caballo.
‒Ah… sí. Es… genial.
No era normal para un niño tan pequeño haber aprendido a montar ya, pero no era sorprendente dada la estatura del hijo del duque. Además, se trataba de un miembro de los Taran cuyo nombre era venerado entre caballeros. No obstante, Kate no tenía intención de menguar el orgullo de Lucia, así que le siguió la corriente.
‒Ahora nos íbamos a montar, Damian. Podríamos ir todos juntos.
Damian miró de reojo la expresión rígida de Kate. Quiso reír, estaba claro que no era bienvenido.
‒No, da igual. Tengo libros que leer.
‒Estudiar es bueno, pero no te puedes pasar el día estudiando, sobretodo cuando estás en la etapa de crecimiento. ¿No quieres hacerte más grandote?
Grandote. Damian hizo una mueca cuando Lucia mencionó el tema.
‒Quieres hacerte grande como tu padre, ¿no?
Damian asintió con la cabeza.
‒¿Te importa que Damian se venga con nosotras, Kate? Perdona por no habértelo preguntado antes.
‒No… no pasa nada. Pero Lucia, la pista a la que vamos… Es sólo para mujeres.
‒Lo sé. ‒ Lucia inclinó la cabeza como preguntando cuál era el problema. ‒ Damian sólo tiene ocho años, no es un hombre.
Kate percibió la expresión desencajada del niño que, a pesar de su cuerpo y apariencia, por fin pareció un niño de su edad al escuchar esa afirmación de su madrastra. La amiga de la duquesa giró la cabeza disimuladamente y soltó una risita. Sentía un poco de pena por el orgullo roto del niño.

Ya en la pista cuando las nobles se acercaban a saludar a Lucia se veían obligadas a saludar a Damian. Al hacerlo, todas y cada una de ellas ponían la misma cara que si hubieran chupado un limón y ofrecían sus respetos de mala gana. Algunas se miraban a la joven duquesa incapaz de comprenderla, otras con preocupación creyendo que tal vez fuese demasiado joven como para entender la gravedad del asunto.
Lucia, por su parte, se comportaba como si no las viera, indiferente y Damian de vez en cuando la miraba de una manera particular.
‒Esta es Emily. ‒ Lucia le presentó su caballo favorito a Damian.
Damian estudió al animal y se le acercó lentamente por delante para no asustarlo antes de acariciarle el lomo.
‒Es un buen caballo.
‒¿Sabes de caballos?
‒Sólo sé si es bueno o no, no soy un experto.
‒Pues yo no sé ni eso. Como Emily es mi yegua, para mí es la más bonita de todas, pero en realidad todos me parecen iguales. ¿No es increíble, Kate? A pesar de lo joven que es Damian sabe muchas cosas.
Kate esbozó una sonrisa al ver lo orgullosa que estaba la duquesa y miró de soslayo al joven amo que había girado la cabeza para otro lado totalmente avergonzado. Al principio Kate no comprendía a su amiga, pero acabó aceptándolo. Tener una buena relación con su hijastro no era nada malo.

Después de dar un par de vueltas a la pista, Kate y Lucia decidieron descansar en la salita mientras que Damian optó por continuar montando.
Todas las mesas de la sala estaban ocupadas por grupos de mujeres. Aquella pista se había convertido en un lugar de socialización para mujeres.
‒La gente mira a Damian con más frialdad de la que me esperaba. ‒Kate no sabía si contestar, así que se limitó a escuchar. ‒¿Por qué son así? Es el heredero que ha elegido el duque.
‒Seguramente… es por las leyes no escritas. Aunque la ley estipula que cualquier hijo reconocido tiene derecho de sucesión, en realidad no se han dado muchos casos, y los que ha habido han sido un puñado de títulos de conde porque el padre no ha podido tener más descendencia.
‒Ya veo, no lo sabía.
En su sueño, Lucia había sido una condesa sin hijos, por lo que nunca le había prestado atención a ese tipo de asuntos.
‒¿Y qué pasa si no hay hijos?
‒La mayoría de la gente adopta a uno de algún familiar.
Que a un bastardo lo reconocieran como hijo legítimo ya era algo que agradecer con su vida. Kate se quedó con un regusto amargo en la boca porque, en cierto modo, Lucia también era uno de los hijos ilegítmos de Su Alteza el rey.
Una mujer noble se acercó a su mesa: la condesa Philia. Era una mujer extremadamente rica para su edad y una jinete magnífica.
Se saludaron pasando por todas las formalidades requeridas y, entonces, Philia dejó dos cestas de flores en la mesa.
‒Acaban de darme una nieta y en el norte tenemos la tradición de repartir flores amarillas a la gente que nos rodea para desear que nuestros nietos crezcan sanos.
‒Vaya, felicidades. Su nieta crecerá tan saludable como usted, condesa.
La condesa se dio la vuelta y repartió las flores a otras personas.
‒La tradición existe, pero no hay mucha gente que siga haciéndolo. ‒ Dijo Kate. ‒ Al parecer la condesa Philia todavía se lo cree y sí es verdad que lo normal es dar flores amarillas, pero… No esta en concreto… Es muy cara. Debe haberse gastado una fortuna.
Lucia echó un vistazo a la cesta y sonrió ambiguamente. Las bellas rosas amarillas parecían presumir de su propia belleza.

*         *        *        *        *

Como siempre, los criados salieron a la puerta para recibir a la señora de la casa. La puerta del carruaje se abrió y Lucia bajó.
Cuando Jerome vio las rosas amarillas que llevaba en la mano se asustó.
‒¡Oh!
El mayordomo exclamó un sonido extraño, pero consiguió ocultarlo fingiendo que se aclaraba la garganta. El resto de empleados pretendieron no haber oído ni visto nada.
Lucia le miró extrañada y, entonces, le enseñó la cesta llena de flores.
‒La condesa Philia me las ha regalado porque ha tenido una nieta.
‒Ah, sí…
Jerome suspiró pesarosamente tras aceptar la cesta. No quería ver rosas amarillas nunca más.

Lucia y Damian se sentaron cara a cara en el recibidor para disfrutar del té con Jerome de pie a un lado listo para servirles.
‒Ahora que lo pienso, no hay rosas amarillas en el jardín. Estoy pensando en hacer un jardín de rosas la primavera que viene, ¿qué te parece, Jerome?
Jerome se tensó.
‒¿No puede… repensárselo…?
‒¿Por qué?
‒A mi señor… no le gustan especialmente.
Lucia abrió los ojos como platos mientras le miraba y se volvió para Damian.
‒Damian, sé sincero. ¿Sabías que no hay rosas en el jardín?
‒No.
‒¿Ves? Jerome, a no ser que un hombre esté particularmente interesado en las flores, no se da cuenta de esas cosas. Dudo mucho que mi marido sea capaz de diferenciar varios tipos de flores. Aunque, claro, al menos sabe distinguir las rosas amar-…
Jerome la interrumpió dramáticamente la garganta y Lucia soltó una risita.
‒No te preocupes, voy a evitar ese color.
El problema no era el color, sino que el mismísimo duque había dejado muy claro que no pensaba volver a posar los ojos en rosas nunca más. Era algo serio. Jerome tuvo sudores fríos.
Cuando Damian se retiró a su cuarto, el mayordomo se atrevió a decir aquello en lo que había estado pensando tanto tiempo.
‒Mi señora, me preguntó para quién era la rosa amarilla del otro día, ¿verdad?
‒Sí, me acuerdo de eso.
‒Le envíe una rosa amarilla a la condesa Falcon por órdenes de mi señor. ‒ Jerome se puso más nervioso al ver que su señora no contestaba.
‒¿Y eso? ¿Se han visto?
‒¡No! Para nada. Le informé que mi señora sentía curiosidad y… me ordenó enviarla.
‒Ya veo. ‒ Lucia respondió con indiferencia, como si fuera algo trivial.
Jerome se angustió tratando de comprender, aunque fuera sólo un poco, los sentimientos de su señora.
Pero, en realidad, para Lucia era un asunto que carecía de importancia. ¿Merecía la pena saltar de alegría porque su marido se hubiese encargado de una de sus amantes? No obstante, la joven sintió que le quitaban un peso de encima y se le ablandó el corazón. El anhelo que la presencia de Damian había logrado apaciguar resurgió.
Quiero verte… ¿Cuándo volverás…?
El señor de Roam que había dejado su trono regresaría al cabo de un mes de subyugar a los bárbaros.

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