Capítulo 54

julio 26, 2018


El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor jamás se extingue, mientras que el don de profecía cesará, el de lenguas será silenciado y el de conocimiento desaparecerá.
‒1 Corintios 13:4-8.

Xu Ping despertó.
El cielo era azul claro y había un par de nubes flotando tranquilamente por ahí. Se podía apreciar el alboroto de unos niños de primaria durante su clase de educación física. Sus risas y gritos sonaban suavemente a lo lejos y se colaban a través del fino cristal de la ventana.
A Xu Ping le parecía haber tenido un sueño increíble y se levantó desorientado, sin saber muy bien dónde estaba o qué día era.
‒Oh, está despierto. ‒ Una enfermera jovencita levantó la vista de su revista, la dejó y comprobó la gota.
Él se incorporó lentamente aferrándose a las sábanas.
‒¿Dónde estoy?
‒En el hospital de K.
¿La ciudad K? ¿Por qué estaría ahí?
‒¿Y mi hermano? ‒ Preguntó secamente tras unos instantes.
La enfermera se lo quedó mirando confundida. A Xu Ping casi se le para el corazón.
‒Mi hermano… Es alto y musculoso… ‒ Empezó a hacer gestos en pánico. ‒ No es muy listo, y no le gusta hablar… E-Es… ‒ Estaba tan alterado que empezó a tartamudear.
La enfermera se rió.
‒El tonto grandullón, ¿no? Lo trajeron con usted. No dejaba de llamarle “gege” y se aferraba a usted. No se preocupe. El doctor le ha inyectado un tranquilizante, está durmiendo en la habitación de al lado.
El nudo de su estómago desapareció y se enfadó un poco.
‒¡¿Cómo has p-podido hacer una broma así?!
‒Caray, ‒ dijo la enfermera sin mucho cuidado. ‒ sólo estaba jugando con usted. ‒ Estudió su expresión, apretó los labios y se arremangó. ‒ Su hermano era como un toro bravo que no escuchaba a nadie y no permitía que nadie se le acercase. Mire los moratones que me ha hecho.
El enfado de Xu Ping se transformó en culpabilidad al ver las marcas azuladas de su brazo.
‒Lo siento, mi hermano es-…
‒No pasa nada. ‒ Le interrumpió la joven de buen humor. ‒ ¿Quiere verle? Iré a buscarle.
‒No, gracias. ‒ Xu Ping pensó en ello y sacudió la cabeza. ‒ Déjale dormir. ‒ Apartó las sábanas e hizo ademán de levantarse.
‒¿Dónde quiere ir?
‒Al baño. ‒ Xu Ping era un poco lento.
La enfermera sacó un orinal de debajo de su cama.
‒Venga, le ayudaré. ‒ Y fue a por sus pantalones.
Xu Ping retrocedió de inmediato, avergonzado y rojo como un tomate.
Justo cuando iba a gritar un “no te me acerques” alguien tosió detrás de la enfermera.
La muchacha dejó el orinal y se marchó.
Xu Ping se volvió a abrochar los pantalones de hospital sonrojado y se sentó sobre la cama.
Acababan de entrar dos hombres. El primero iba con unas gafas sin montura y vestía una bata blanca. En la mano llevaba un documento. Estudió a Xu Ping, sonrió y se giró para hablar con el hombre que tenía detrás de él e iba vestido de negro.
Ambos conversaron en susurros, intercambiando varios términos médicos y palabras en inglés. Era como ver flores a través de la niebla.
Xu Ping se acomodó en el respaldo de la cama y se tomó su tiempo para volverse a colocar bien el pijama del hospital. Al lado de su camilla había un jarrón con flores rosas. El sol brillaba con fuerza y echaba vistazos entre las cortinas y persianas mientras que un millón de motas de polvo danzaban en sus rayos.
Xu Ping escuchó con atención. En la escuela ya sonaba la campana y todos los niños corrían al pasillo o a sus clases riéndose y con alegría, sin preocuparse por nada, repletos de esperanza.
Sorprendentemente, Xu Ping estaba tranquilo, tal vez hasta alegre y relajado, como si le hubieran quitado la pesada carga que llevaba en los hombros.
Hasta le apetecía canturrear alguna melodía.
Corrió las cortinas. La calle estaba a rebosar de peatones y coches yendo de aquí para allá. Descubrió a una pareja besándose en una intersección, a una ama de casa regateándole unos melocotones a un vendedor y un perro amarillento disfrutando de la sombra de una tienda, dormitando.
Escuchó cómo la puerta de su habitación se cerraba con un chasquido. El doctor se había marchado, pero el hombre que iba vestido con un traje negro y corbata se había quedado. Este desconocido apartó la silla y se sentó a su vera. Tenía el rostro plagado de heridas, llevaba el pelo corto y bien peinado y de él emanaba una fragancia a menta de la crema del afeitado.
Lo primero que hizo fue arropar bien a Xu Ping. Parecía ser muy rico y tenía las sienes grises.
‒Hola, ‒ dijo. ‒ Xu Ping.

Se había decidido que la operación de Xu Ping sería un miércoles. A Huang Fan le quedaba mucho tiempo para tener que volver a volar para Nueva York.
Había contratado personalmente a Dai, el cirujano, un hombre que apenas rozaba los cuarenta años y gozaba de unas habilidades excepcionales. El doctor Dai poseía una personalidad extraña, no le gustaba hablar mucho y su pasatiempo era esculpir en fruta. Xu Ping le había visto tallar la cara de un hombre en una manzana a una velocidad increíble y, entonces, romperle la nariz de un mordisco ‒ fue algo pavoroso.
He Zhi pasó a visitarle con su prometida, Wei Ying el día de la operación. Xu Ping se hallaba en una encrucijada con el formulario de consentimiento.
‒¿Tiene que ser mi hermano?
‒¿Tiene más familiares?
‒No.
‒Pues entonces tiene que ser su hermano. ‒ Respondió el doctor Dai sin ápice de emoción en su voz mientras se limaba las uñas.
‒¿Qué demonios? ‒ Exclamó He Zhi. ‒ Su hermano está enfermo. Si es para el dinero, ya firmo yo.
‒¿Usted se hará responsable si muere? ‒ Preguntó el doctor.
Después de tantos años en el departamento criminal, el humor de He Zhi se había vuelto fiero y cada vez que alguien osaba hablarle de esa manera le dolían los nudillos. Deseó regalarle algo sangriento a ese hombre, pero Wei Ying le detuvo.
‒No se preocupe, no es seguro que vaya a morir. Mientras no esté en la sala de operaciones más de una hora y media, las probabilidades de que viva serán el doble.
‒¿Y si sale en más de una hora y media? ‒ La expresión de He Zhi se oscureció.
‒Pues eso significará que el cáncer se me ha extendido por todo el cuerpo y que no se puede extirpar. ‒ Respondió Xu Ping tranquilamente.
El señor Dai gruñó a modo de asentimiento. He Zhi pensó en el padre de Xu Ping y su expresión se tornó todavía más amarga.
‒Bueno, en realidad hay otra posibilidad que es todavía más peligrosa. Si la operación dura más de seis horas, la pérdida de sangre será demasiado para su cuerpo. ‒ Explicó el doctor mientras se masajeaba los dedos, uno a uno. ‒ Pero con mis habilidades, eso no creo que pase. ‒ Echó un vistazo al reloj de la pared. ‒ Venga, la operación empieza en media hora. No quiero cansarme que esta noche tengo planes.
He Zhi sólo quería estrangularle allí mismo.

‒¿Cómo te encuentras? ‒ He Zhi se giró para Xu Ping.
‒Bastante bien. ‒ Sonrió su amigo.
He Zhi tuvo una sensación extraña al ver la sonrisa de su amigo de la infancia y, a pesar del corazón de acero que había desarrollado después de tantos años de trabajo policial, casi se le saltan las lágrimas. Lo dio todo para mantener los labios cerrados.
‒Tú sólo preocúpate de recuperarte, Xu Ping. ‒ Wei Ying fue la que habló. ‒ Y luego, vente a nuestra boda.
‒¿No es dentro de nada?
‒La hemos atrasado. ‒ Contestó Wei Ying. ‒ He Zhi tiene un caso grande entre manos. Mi padre ha dicho que el trabajo es importante y que lo mejor será que nos casemos después de que cierre el caso.
He Zhi le echó un vistazo y le cogió la mano. Entonces, se devolvieron la sonrisa mutuamente.
‒Vale. ‒ Xu Ping les pilló dándose la mano por detrás de la espalda y sonrió. ‒ Acércate, Xiao Zheng.
Xu Ping hojeó el montón de hojas de papel hasta llegar a la última y le pasó un bolígrafo a su hermano.
‒Escribe tu nombre aquí.
Xu Zheng llevaba discutiendo con su hermano el último par de días porque Xu Ping no le había despertado al recuperar el conocimiento, sino que se había encerrado en su cuarto a parlotear con ese hombre malo.
‒¿Esto qué es?
La habitación se sumió en silencio. Hasta el doctor Dai dejó de limarse las uñas. Todas las miradas recayeron en Xu Ping.
‒Un contrato de vida. ‒ Contestó Xu Ping con una mueca. ‒ Cuando lo firmes, mi vida será tuya.
Xu Zheng se adelantó encantado y escribió su nombre rápidamente. Xu Ping, sin revisarlo siquiera, se lo entregó al doctor.
El doctor Dai le echó un vistazo y vio que los dos caracteres con los que se escribía su nombre estaban escritos a la perfección.
‒Si sólo miras su letra, su hermano no parece idiota, ¿eh?
Xu Ping no se molestó ni en mirarle.
‒Mi hermano es un genio, pero los idiotas son incapaces de darse cuenta.

El doctor Dai, enfadado, explicó de mala gana el procedimiento y se marchó dando un portado. La enfermera empezó a echar a la gente.
‒Te esperaremos fuera. ‒ He Zhi le dio una palmadita en el hombro con los ojos rojos.
‒Échale un ojo a mi hermano. ‒ Masculló Xu Ping.
‒No te preocupes. ‒ He Zhi asintió con la cabeza.
He Zhi tuvo que coger a Xu Zheng por el brazo porque se negaba a soltar a su hermano mayor. Xu Ping acarició la cabeza que tenía enterrada en el hombro.
‒Sal con Da Zhi, Xiao Zhen. ‒ Le insistió con dulzura.
Xu Zheng sacudió la cabeza.
‒¿A dónde vas, gege? Quiero ir contigo.
Xu Ping soltó una risita. Wei Ying, tan astuta como siempre, arrastró a He Zhi fuera del cuarto para que los hermanos pudieran disfrutar de un momento a solas. Hasta la mismísima enfermera se vio obligada a dejarlos.
Xu Ping le cogió el rostro a su hermano pequeño y le besó una y otra vez los labios. Xu Zheng permitió que hiciera lo que quisiera con él con los ojos cerrados.
‒Xiao Zheng, ‒ susurró con los labios pegados a la oreja del pequeño. ‒ te voy a contar un secreto. Dentro de poco voy a ver a alguien muy importante. Es omnipresente y omnisciente. Y es el que controla el tiempo todos en el mundo. Lo ve todo, pero nadie puede verle. ‒ Xu Zheng se tensó. ‒ Dentro de poco van a meterme en una habitación con una luz roja. No tengas miedo, Xiao Zheng. Voy a ver a esa persona. Es muy estricto, pero es amable. Voy a hablar con él, como si fuéramos amigos.  ‒ Hizo una pausa. ‒ Tienes que hacerme un favor. Necesito que esperes afuera sentado como un buen chico. No hagas ruido ni la líes. A esa persona no le gusta el ruido y yo quiero pedirte una cosa muy importante. Es algo tan valioso que no se puede comprar ni con todo el dinero del mundo.
Xu Zheng asintió, sin embargo, en sus ojos había cierta renuencia.
Xu Ping le besó la frente.
‒No te preocupes. Es la persona más amable y justa del mundo, ‒ aseguró. ‒ espérame. Volveré en nada.

El doctor Dai acompañó a Xu Ping a la sala de operaciones personalmente.
‒No seas tacaño, ‒ Le dijo Xu Ping a He Zhi tumbado en la camilla. ‒ Si mi hermano se cansa de esperar, cómprale un helado.
He Zhi ya estaba de mal humor, pero ahora tenía ganas de pegar a alguien. Xu Ping se despidió de todos con una sonrisa y un puñado de doctores le acompañaron a la sala.
Dentro hacía mucho frío. La luz cambió de color y Xu Ping cerró los ojos a la espera de que la anestesia hiciera efecto.
‒¿Tiene miedo? ‒ Preguntó el doctor Dai mientras se ponía la máscara.
Xu Ping pensó en ello y sacudió la cabeza.
‒¿Oh? ‒ El doctor Dai alzó una ceja.
‒Ya me he muerto una vez. No da miedo, es bastante tranquilo. Vi a mi familia muert-…
‒Científicamente hablando, ‒ le interrumpió el doctor. ‒ eso son ilusiones que causan los componentes químicos del cerebro.
‒Sé que no lo creerías. ‒ Xu Ping sonrió.
‒¿Creer el qué? ¿Tonterías?
Xu Ping se giró y le señaló el corazón con el dedo.
‒Tiene un agujero aquí, doctor Dai. Le falta alguien.
Al doctor le temblaron los dedos y casi se le cae el cuchillo. Frunció el ceño y rechinó los dientes.
‒¡¿Quién se lo ha dicho?! ¡¿Huang Fan?!
Xu Ping se limitó a soltar una risita.
‒¡Menudo imbécil! ‒ Escupió el doctor. ‒ ¡Le hago un favor así de grande y él me traiciona!
‒No me ha dicho nada. ‒ Comentó Xu Ping.
‒¡¿Pues cómo se ha enterado?! ‒ Preguntó el doctor incrédulo.
‒Lo veo. ‒ Contestó Xu Ping.
‒Hay algo que no entiendo. Conociendo a Huang Fan, estoy seguro de que te hubiese llevado con él a los estados unidos sin importar qué, ¿por qué ha acabado reservando un billete para él después de dos horas en una habitación contigo? ‒ Entonces, le preguntó. ‒ ¿De qué hablasteis?
‒¿Cómo se llama la persona que echas de menos? ‒ Xu Ping parpadeó.
‒¡¿A ti qué coño te importa?! ‒ Exclamó frustrado el doctor. ‒ ¡No, espera! ¡Yo no echo de menos a nadie! ‒ Cogió a Xu Ping. ‒ Bueno, dime, ¿de qué hablasteis?
‒Un secreto es un secreto. ‒ Xu Ping cerró los ojos y suspiró.
Y justo entonces, la droga hizo efecto.

He Zhi y Wei Ying se casaron al año siguiente. La boda se llevó a cabo en una iglesia histórica en la parte antigua de la ciudad.
A Xu Ping le costó medio año de rehabilitación y quimioterapia ser capaz de poner un pie en el exterior, pero estaba tan débil que se cansaba al dar unos pocos pasos.
Wei Ying iba vestida con un vestido blanco y su padre se la entregó a He Zhi. La pareja se quedó de pie en el altar, cara a cara, y He Zhi le levantó el velo.
‒Señor He Zhi, en nombre de la santa madre, Maria, ¿toma a la señorita Wei Ying como legítima esposa?
‒Sí.
‒Señorita Wei Ying, en nombre de la santa madre, Maria, ¿toma al señor He Zhi como legítimo esposo?
‒Sí.
El curo les pidió que se cogieran la mano derecha.
‒Yo, He Zhi, te tomo a ti, Wei Ying, como legítima esposa desde hoy y para siempre, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometo amarte y honrarte hasta que la muerte nos separe.
‒Yo, Wei Ying, te tomo a ti, He Zhi, como legítimo esposo desde hoy y para siempre, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, y prometo amarte y honrarte hasta que la muerte nos separe.
‒Que el Señor y su gloria os otorgue su bendición. En el hombre de la madre, Maria, yo os declaro-…
Un grito interrumpió al cura y todo el mundo se giró para ver quién había sido. El jefe de policía Wei lloriqueaba mientras su esposa le regañaba.
‒Es un día feliz. ¡¿A ti qué te pasa?!
‒¡¿Que qué me pasa?! ‒ Replicó llorando. ‒ ¡Mi hija se está casando y me siento fatal! ‒ Señaló a He Zhi. ‒ ¡Te lo advierto, He Zhi! ¡Ni se te ocurra hacer lo que te venga en gana después de quedarte con Xiao Ying! ¡Si te atreves a tratarla mal, yo… Yo…! ‒ Entonces, empezó a jadear, se aferró el pecho con las manos.
Su secretaria le ayudó a sentarse otra vez y le frotó el pecho.
‒No se alarme, jefe Wei. Exhale, inspire, exhale, inspire…
La multitud enloqueció y los recién casados saltaron del altar para atender al suegro.
Xu Ping le dio un codazo a su hermano.
‒Vamos.
Su hermano le ayudó a levantarse. Todos los invitados se marcharon.
‒¡Maldito viejo! ‒ Gritó la madre de Wei Ying. ‒ ¡No sabes ni hablar! ¡Mírate! ¡Ya estás con el asma otra vez! ¡¿Qué clase de padre eres?!
El jefe gruñó una replica y los presentes estallaron en carcajadas.
Xu Ping se escabulló del salón ayudado por su hermano.
Los pasillos estaban medio a oscuras y olía a muebles viejos.
Xu Ping se detuvo de repente y su hermano se giró hacia él.
‒Se me han desatado los cordones. ‒ Hizo ademán de agacharse, pero Xu Zheng fue más rápido.
La entrada de la iglesia estaba abierta de hito a hito. El sol abrasador iluminaba el cielo de agosto.
Su hermano se irguió y le cogió la mano.
Juntos, intercambiaron una sonrisa y salieron a la luz.

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