Capítulo 35: Damian (parte 7)

julio 27, 2018


El único sonido en la habitación eran los jadeos de dos personas. Cuando Lucia por fin volvió a respirar con normalidad, Hugo bajó la cabeza, le dio la vuelta y la envolvió con sus brazos. Su marido la abrazó unos minutos antes de cubrirle los labios, los ojos y la frente de besos.
‒Jaja, me haces cosquillas.
‒¿Quieres que deje de hacerte cosquillas? ‒ Susurró él, mordiéndole suavemente el cuello y poniéndole la mano en la cintura.
Sin embargo, Lucia lo apartó. Con terquedad, Hugo le agarró las nalgas y esta vez Lucia le empujó el pecho.
‒No, mañana tengo muchas que hacer.
‒¿El qué?
‒Voy a hacer una fiesta en el jardín dentro de tres días, quiero aumentar la escala un poquito. Así que desde mañana me va a tocar organizar el jardín, prepararlo y, por supuesto, hay otras tantas cosas que debo hacer.
Hugo gruñó para sí al darse cuenta de que su mujer había estado totalmente bien sin él.
‒¿Una fiesta en el jardín? ¿Todavía quedan flores? Empieza a hacer frío.
‒Hay flores de otoño. No son tan bonitas como las de primavera o las de verano, pero quería hacer la fiesta antes de que se acabe el año.
‒O sea que tu fiesta es más importante que tu marido que acaba de volver. Vaya prioridades. ‒ Una vez más, deslizó la mano hasta su cintura y pegó los labios a su cuello.
‒No seas irrazonable. ‒ Lucia le dio un golpecito en los hombros. ‒ ¿Te das cuenta de lo infantil que suenas?
‒Oh, vaya. ¿Ahora pegas a tu marido?
Lucia abucheó su intento de ir de duro. Los ojos de Hugo se iluminaron y su intención fue tocarla otra vez, pero el cuerpo de Lucia lo evitó rodando.
La cama se volvió un desastre en cuestión de segundos con sus giros, sus tirones y demás.
Lucia acabó jadeando del cansancio y él la atrapó. Hugo la abrazó por atrás, deslizó sus piernas entre las de ella, colocó una mano en su pecho y le besó la espalda. Lucia, viendo que era imposible zafarse de su agarre, le dejó hacer.
‒¿Cómo ha ido lo de tus vasallos?
‒Mmm. ¿Y tú? ¿Qué has estado haciendo?
‒Nada… Ah, no, hay algo. Damian ha vuelto.
Su cuerpo se tensó por un momento y Lucia, aun entre sus brazos, lo notó.
‒…Ya lo sé.
¿Qué significaría Damian para él? La joven quería preguntar muchas cosas, pero decidió tomárselo con calma y esperar al momento adecuado. Hasta Jerome trataba el tema con delicadeza y la muchacha estaba segura de que el niño no odiaba a su padre.
No hubiese sido extraño que el sentido de la vergüenza y el ser un bastardo hubiesen fastidiado la personalidad de Damian, pero el niño tenía una personalidad sincera y era inocente. Si Damian fuera su hijo, aunque no le hubiese dado a luz ella misma, lo educaría con todo lo que tuviera en mano. Ahora quería saber lo que su marido opinaba de su hijo. Si no se resentían, era una lástima que su relación continuase siendo tan rígida. 
Lucia creía que, a pesar de no ser tan intenso como el amor entre hombre y mujer, el amor de relaciones sanguíneas no se podía romper con tanta facilidad.
‒¿Qué te parece comer? Podríamos comer todos juntos. ‒ Lucia lo comentó como si no fuera nada del otro mundo, pero le preocupaba que Hugo la rechazase. Si ni siquiera quería comer con el chico la situación sería catastrófica.
‒Mejor para cenar, tengo una reunión por la mañana.
Su respuesta fue afirmativa.
‒¿Ha sido grosero en algún momento?
Lucia pensó en ello y se dio cuenta que el objeto de sus palabras era Damian. Ah, no conocía a su hijo para nada. Si lo conociese, aunque sólo fuera un poco, no le preguntaría algo así.
‒Para nada. Es muy educado y maduro para su edad; su actitud y sus modales siempre han sido perfectos. No te preocupes por eso, me llevo bien con Damia-…
‒No me preocupa eso, pero dime si alguna vez se porta mal contigo.
Lucia entrecerró los ojos al captar el tono de su marido.
‒¿Qué harías?
‒Advertirle. ‒ Sin embargo, Hugo era el tipo de persona que no daba advertencias.
‒No hará falta. Nos hemos llevado muy bien mientras no estabas… ‒ Cada vez estaba más soñolienta.
‒¿…“nos”?
La pregunta quedó en el aire.
‒Ah… Voy tarde, pero… Bienvenido…
Hugo besó los labios de su esposa cuando acabó de murmurar y, poco después, la joven ya dormía plácidamente.
‒Gracias. ‒ Una vez más la besó y cerró los ojos.

*         *        *        *        *

Cuando Lucia se despertó a la mañana siguiente estaba sola en la cama, pero estaba acostumbrada a ello. El entumecimiento de su cuerpo le recordaba que lo de la noche anterior no había sido un sueño. Llevaban tanto tiempo sin unirse que no le quedaban fuerzas.
‒Ah…
Cuando se levantó, los fluidos viscosos de su marido se derramaron entre sus piernas. Da igual la cantidad de veces que lo viviera, Lucia se moría de vergüenza.
Ya tranquila, llamó a una sirvienta y ordenó que le preparasen el baño. Las criadas esperaron a su lado mientras la joven se bañaba sin dejar de echar vistazos curiosos a las marcas rojas de su piel de terciopelo. Su señor había desaparecido al llegar al castillo, pero viendo el estado del cuerpo de su señora era obvio que había ido a visitarla.
‒¿Está en su despacho?
‒En una reunión.
‒¿Ya?
‒Mi señor los convocó antes del amanecer.
Hugo era un hombre tan energético que sus lacayos debían sufrir. Para él tener una reunión al llegar al castillo era un procedimiento natural, y a pesar de que él se encargaba de la mayoría de las cosas, era el más entusiasmado.
Lucia se sonrojó al recordar los acontecimientos de la noche anterior. Le alegraba volverle a ver y saber que todavía la deseaba.

Aquel sería la primera vez que cenarían juntos en familia. Damian fue el primero en llegar al comedor y se sentó a esperar hasta que Lucia entró en la sala, que entonces, se levantó y la ayudó a sentarse.
‒¿Has visto a tu padre, Damian?
‒Todavía no le he saludado. Mi señor estaba ocupado.
‒Tienes razón, parece que hoy ha estado ocupado. ‒ Lucia puso mala cara.
A la joven no le parecía correcto que su marido no hubiese llamado al chico para saludarle. Qué inconsiderado. Que Damian hubiese crecido sin volverse mala persona era toda una proeza.
‒¿Qué has comido? No te la habrás saltado, ¿no? He estado ocupada, así que no he podido prestar mucha atención.
‒He comido y sé que estás ocupada con tu fiesta.
Hugo llegó al cabo de un rato. El hombre posó la mirada sobre Damian unos instantes y, entonces, se sentó. La familia empezó a cenar sin intercambiar ni una sola palabra, ni siquiera un saludo, y Lucia no pudo evitar alternar miradas entre los otros dos comensales. La joven no se había esperado una relación amigable, y tampoco sabía que no se habían visto desde que Damian había entrado en el internado, pero, aun así, era obvio que esta pareja de padre e hijo no se habían visto en muchísimo tiempo.
Damian me dijo que admira a su padre y… él no le nombraría su heredero si le odiase…
El ambiente era tan horrible como el temporal frío, pero Lucia no sabía qué hacer, así que decidió no preocuparse de ello. Ninguno de los dos era amenazante ni parecía tener problemas con el otro estando allí. La duquesa era consciente que ese tipo de relación no iba a cambiar de la noche a la mañana, y si alguien intervenía podría resultar fatal.
Si Hugo tenía más en cuenta a su hijo que antes, Damian ya tendría un buen gusto de boca al volver al internado.
Aunque… me gusta verles uno al lado del otro.
Era como tener dos hugos, uno pequeño y uno grande. Mirarles la alegraba para sorpresa de los criados que, atónitos, admiraban a su señora por se capaz de comer tranquilamente en medio de un ambiente tan sofocante.
‒¿Las preparaciones de la fiesta están yendo bien? ‒ Preguntó Hugo después de cenar.
‒Sí, va bien. Tenía una cosa que preguntarte sobre eso. Se me ha ocurrido que Damian podría atender, ¿qué te parece?
Damian se atragantó con el agua que estaba bebiendo. Hugo miró a un lado y Damian posó la vista en su madrastra.
‒¿No es una fiesta para mujeres?
‒Pero Damian no es un hombre, sólo tiene ocho años.
Hubo un breve silencio y, entonces, Hugo soltó una risita mientras que las orejas de Damian se ponían rojas como un tomate.
‒Tienes razón, Damian no es un hombre. Haz lo que quieras.
‒¿Qué te parece, Damian?
‒¡Yo-…! ‒ Damian abrió la boca, pero en cuanto Hugo lo miró la cerró y bajó la cabeza. ‒ Sí, así lo haré.
Lucia sintió la diferencia de poder entre padre e hijo en su totalidad. Damian a veces era tan maduro que era difícil de creer que tan sólo tuviese ocho años. Su enorme físico, su forma educada y rígda de hablar y su rico vocabulario ocultaban cualquier rasgo infantil.
Lucia trató de recordar a su yo de ocho años, pero no funcionó. Quizás se había pasado la infancia jugando con los otros niños del barrio. No obstante, Damian se había convertido en un cachorro de león al lado de Hugo. Hugo era el rey león, sentado en el trono y Damian era incapaz de pronunciar palabra bajo su atenta mirada.
Lucia se animó al pensar que su relación podría mejorar.
‒¿Tienes algún plan para después de cenar?
‒Nada especial, quería ir al estudio a leer.
‒¿Lo tienes que leer hoy sí o sí?
‒No, ¿tenemos invitados?
‒¿A estas horas? No atendería a ningún invitado tan grosero.
‒¿Entonces…?
‒Da un paseo corto para digerir la comida y báñate.
‒¿…Qué?
‒Me refiero a que, si te quieres levantar mañana temprano, tienes que retirarte a tu alcoba cuanto antes.
Lucia se sonrojó mirando a su marido.
‒¡¿Pero qué dices delante de un niño?! ‒ Exclamó Lucia roja como un tomate.
‒No he dicho nada. ‒ Hugo se rio.
‒¡Serás…! ‒ Lucia lo fulminó con la mirada y se marchó a grandes zancadas.
‒¿Dónde vas? ‒ Hugo la siguió.
‒¡A dar un paseo! ‒ Replicó acelerando el paso.
Damian se la quedó mirando atónito, no comprendía la situación. ¿Qué la había hecho reaccionar de ese modo? Mientras el muchacho continuaba comiéndose la cabeza oyó una carcajada, se giró y vio al duque riendo alegremente. Era la primera vez que veía reír a su padre de esa manera y no con ironía o frialdad. Era fascinante y, al mismo tiempo, sorprendente. Su fiero progenitor parecía casi humano.
‒Vamos, Damian. ‒ Lucia volvió a entrar al comedor unos minutos después.
Damian miró al duque de reojo antes de levantarse y seguir a su madrastra.
La expresión de Hugo cambió de repente. “Nosotros”, eso es lo que su esposa había dicho la noche anterior. Le empezaba a preocupar esa palabra. Su forma de llamar al muchacho, sin vacilar, dejaba claro que se habían acercado mientras no estaba. No es que quisiera que su relación fuera mala, pero por algún motivo que ignoraba, no le acababa de gustar.

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