Capítulo 36: Damian (parte 8)

julio 27, 2018


Damian no paraba de mirar de soslayo a Lucia mientras paseaban por el jardín.
‒¿Hay algo que quieras decirme?
‒Es… increíble que no le tengas miedo a mi señor.
‒¿Qué mujer teme a su marido? Damian, ¿te gustaría que tu mujer te tuviera miedo cuando seas mayor?
Damian sacudió la cabeza, sin embargo, al joven amo todavía tardaría en comprender completamente el significado de sus palabras. Para el chico que Lucia fuera capaz de tratar al duque como si nada era sorprendente. Para él, Lucia era una herbívora dulce y pequeña, mientras que el duque era un enorme y feroz carnívoro.
‒Bueno, repite después de mi: padre.
‒…Padre.
‒Bien hecho.
Lucia extendió la mano sin querer para acariciarle la cabeza. Damian se apartó reflexivamente sorprendiendo tanto a la joven que retiró la mano de inmediato.
‒…Perdona. ‒ Ambos se quedaron ahí en un silencio incómodo. ‒ Ha sido sin querer… ¿Te has enfadado?
‒Ah… no. Sólo me he sorprendido un poco. ‒ Damian no había estado tan cerca de alguien en la vida. ‒ No es que me haya enfadado o algo…
‒Cuando un niño hace algo digno de alabanza se le puede recompensar con una caricia, pero si no te gusta no lo haré.
Damian titubeó y musitó:
‒No… no es que no me guste.
‒¿De verdad? Entonces, ¿puedo acariciarte?
Damian asintió con la cabeza. Lucia estiró la mano lentamente como si dijese: “no soy tu enemiga” y le acarició la cabellera morena. Su pelo era mucho más suave de lo que se había imaginado. Le acarició varias veces y se regocijo como si le hubieran dado un regalo. Llevaba queriendo hacerlo desde que había puesto los ojos en él.
¿Cuándo podré pellizcarle los mofletes?
Lucia reanudó la marcha encantada y Damian la siguió rápidamente.
‒Lucia.
‒¿Mmm?
‒¿Por qué te has enfadado antes?
‒¿Eh? Ah… No estaba enfadada… ¿Cómo te lo explico…?  ‒ La joven ni quería ni sabía explicárselo, así que buscó un cambio de tema sutil justo a tiempo. ‒ ¡Ah, Damian! Es una fiesta formal, ¿tienes traje?
‒No.
‒Claro, te pasas la vida en el internado, cómo ibas a tener.
‒No hace falta que vaya, Lucia…
Damian quiso aprovechar esa oportunidad para excusarse de asistir, ya había soportado suficientes miraditas en la pista de montura. Le daba igual que lo criticasen a él, pero no le gustaba que Lucia se volviese objeto de esas miradas extrañas. No quería ser el motivo por el que la gente los mirase.
‒No, tienes que venir. ¿A quién se lo puedo pedir…? Mmm…
Lucia había decidido no ir en contra de los deseos de Damian dentro de lo posible, sin embargo, esa ocasión era una excepción. Debía acudir, fuese como fuere. La fiesta en el jardín iba a ser una reunión social formal a mayor escala donde se reunirían todas las nobles de alta cuna del círculo norte. La posición de Damian cambiaría si lo presentaba allí. Por supuesto, el niño aún era muy joven y todas las invitadas serían mujeres, no obstante, que los niños fueran apareciendo en fiestas y reuniones les ayudaba a la larga. Por eso mismo la mayoría de las mujeres nobles se tomaban la molestia y gastaban semejantes fortunas en sus fiestas.
‒Puedes comprar uno que no sea a medida.
Lucia y Damian detuvieron sus pasos y miraron para atrás. Al parecer, Hugo había empezado a seguirles a unos cuantos pasos de distancia desde hacía un rato. El duque se les acercó.
Era la primera vez que Damian estaba de pie al lado de su padre. Pasmado, admiró su fuerza e intentó recordar la última vez que lo había tenido tan cerca.
‒No hace falta que le hagas uno a medida porque sólo es una fiesta de jardín.
‒Menos mal, gracias por decírmelo. Pues entonces… Supongo que para Damian lo mejor sería un traje para un niño de unos doce…
‒Tiene ocho.
‒Sí, pero es mucho más grandote que los niños de su edad. Es un gigante en comparación con sus compañeros. ‒Hugo posó la vista en Damian con incredulidad. ‒ A lo mejor algún día es más alto que tú.
‒Mmm… ‒ Su tono era extraño. Damian lo notó, pero Lucia no.
A Damian le preocupó que Lucia hubiese podido enfadar a su padre.
‒A su edad debías ser como él más o menos, ¿no?
‒…No lo sé.
Hugo no había tenido una infancia con tiempo para compararse con los niños de su edad. Cuando tenía la edad de Damian, estaba rodeado de niños esclavos que ignoraban su edad y nombre. De hecho, ni siquiera él mismo supo su edad con exactitud hasta que lo llevaron ante el duque.
‒¿No tenías tanto trabajo? Deberías volver ya.
‒¿Interrumpo algo? ‒ Respondió de mala gana.
‒Normalmente cuando vuelves de algún viaje estás hasta arriba de trabajo. Aunque mira, has llegado en un buen momento, creo que Damian todavía no te ha saludo oficialmente. Venga, Damian.
Damian se la miró vacilante.
‒Me gustaría saludarle. ¿Cómo ha estado? ‒ Bajó la cabeza y miró a Lucia, que estaba exagerando la palabra “padre” en silencio con los labios, de reojo. Damian reunió todo su valor. ‒ …Padre.
Hugo arqueó las cejas. Ese título no le incomodaba ni le disgustaba, pero no estaba acostumbrado. Tal vez fuese por el rencor y asco que le profesaba a su propio padre o porque nunca había llegado a llamar así al difunto duque.
Lucia tiró de la manga de su marido. Él le devolvió la mirada y su sonrisa le presionó. Era un hombre indiferente, pero no estúpido.
‒…Bien.
A Lucia le complació ver cómo el cuello del chico enrojecía y deseó que Hugo notase lo adorable que era Damian, pero por el momento era suficiente.
‒¿Has venido de paseo? ¿No estás ocupado?
‒He salido de paseo. ‒ Replicó amargamente Hugo. Le daba la sensación de que su esposa trataba de deshacerse de él.
Lucia, por su parte, pensaba que el duque debía estar agotado de tanta reunión.
‒Bueno, pues podríamos pasear todos juntos. Sería la primera vez.
‒¿…Juntos?
Hugo miró a Damian. En cuanto los ojos de su padre se posaron en él, el chico se sobresaltó y tuvo el presentimiento de que no debía estar allí. Lucia, sin embargo, no se enteró de nada.
‒Yo me iré ya, tengo que leer un libro, así que…
‒Damian, volver a estudiar justo después de comer no es bueno para tu salud. Tienes que digerir la comida.
‒Ya la he digerido. Tengo que leerme el libro hoy sin falta.
Damian hizo una reverencia y desapareció rápidamente como si estuviese huyendo. Lucia observó cómo el chico se iba mientras que Hugo hacía una mueca satisfecha. El chico no era del todo inútil.
‒Os lleváis bien. ‒ Comentó Hugo.
‒Pensaba que querías que nos llevásemos bien.
A Hugo se le ocurrió que lo suyo era que al menos se hubieran visto, pero no le importaba demasiado qué tipo de relación tuvieran. Su esposa todavía era joven y creyó que le sería difícil tolerar a un niño de ocho años, sobretodo a uno tan estricto como Damian.
‒¿Por qué quieres que vaya a la fiesta?
‒Porque no hay muchas oportunidades para presentárselo a los demás. Es tu hijo y ahora, también es el mío. No veo bien que la gente no sepa ni cómo es.
‒…Qué fácil.
‒¿Qué?
‒Que no te ha costado llamarlo hijo tuyo.
Lucia no comprendió las intenciones de esas palabras, así que se detuvo para mirarle.
‒¿No te gusta que me interese por él? ¿Crees que tengo segundas intenciones para-…?
‒No, Vivian. No es eso. ‒ Suspiró. ‒ Sinceramente, no creía que os fuerais a llevar tan bien.

‒¡Hey! ¡Te he dicho que no me toques la cabeza! ‒ Gritó Hugh frenéticamente cuando Hugo le acarició la cabeza.
La cabeza era la mayor debilidad de los humanos. Si un enemigo se hacía con ella, significaba muerte segura. Los mercenarios sólo se tocaban la cabeza cuando buscaban que los matasen.
‒Es un símbolo de que nos llevamos bien. ‒ Hugo se rio como siempre hacía.
‒¿Qué te hace tanta gracia, desgraciado?
‒Sonríe. Si sonríes tendrás buena suerte, Hugh.
‒Ja… Debilucho.
Hugo inclinó la cabeza delante de él.
‒También puedes tocarme la mía.
‒Quítame eso de delante.
‒Inténtalo. Me han dicho que es lo que los padres les hacen a sus hijos. Nosotros no tenemos padres, así que habrá que hacérnoslo entre nosotros.
‒No necesito esa mierda.
‒Pero yo sí, venga.
Hugh extendió la mano con una expresión que dejaba claro lo mucho que le molestaba y le acarició la cabeza a su hermano. La risa encantada de Hugo le hizo pensar que, en realidad, aquello no estaba tan mal.

‒Si alguna vez se porta mal contigo, dímelo.
‒¡No lo hará!
Hugo tiró de sus brazos y la abrazó. Aunque ella se sorprendió, le devolvió el abrazo descansando las manos en su espalda. Hugo sonrió.
Cuando se acordaba de momentos con su hermano sentía algo entre dulce y amargo en su corazón, pero cada vez que sentía el calor corporal de su mujer todo el dolor se apaciguaba.

‒Quiero casarme con una mujer, algún día te la presentaré. ‒ Anunció un día su hermano entre risas.
Si Hugo hubiese seguido vivo él también le habría anunciado que también estaba enamorado de alguien, aunque ya estaba casado con ella.

*         *        *        *        *

Aquella tarde Hugo organizó toda la información de su reunión y revisó el informe de Fabian. Fabian solía informar sobre la Capital: la llegada de extranjeros, cómo respiraban los nobles, quién había interactuado con quién, y demás. Aunque el fiel espía sabía que a su señor no le interesaba demasiado, también se encargaba de enterarse de todas las habladurías, por eso el duque estaba al tanto de todo.
Hugo hojeó por el informe con el ceño fruncido. La mayoría trataban de su dote.
El duque chasqueó la lengua. El rey tenía la lengua muy suelta. Kwiz mismo le había avisado de que cada vez que su padre se ponía a hablar, ocurría una desgracia.
Hugo continuó con su lectura y se fijó que habían alcanzado a la duquesa. En la capital se decía que era una joven belleza a quien el duque había arrastrado fuera de su mansión sin que nadie pudiese verla.
‒Mmm…
Que la definieran como: “belleza celestial” incomodaba a Hugo.
‒Bueno, no es que no tengan razón…
Según los rumores se habían casado a escondidas para que nadie pudiese verlos.
‒No fue exactamente así, pero tampoco está mal del todo.
Después de su boda la había arrastrado, prácticamente, a su tierra sin preguntar su opinión.
‒Tampoco es nada del otro mundo. ‒ Determinó, y dejó el documento.

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2 comentarios

  1. Jajaja qué bien se toma los chismes el duque pobre niño se echó a correr gracias por los capítulos estuvieron geniales n_n

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