Capítulo 36

julio 09, 2018

El amor es vida en su máximo esplendor, como la copa con su vino.
‒Rabindranath Tagore, Pájaros Perdidos.


Xu Ping se detuvo delante de una tienda para dejar pasar al anciano en bicicleta que iba detrás de él. La calle era estrecha y sólo cabían bicicletas y motos. Había tiendecitas a un lado: una de tallarines con carne, una ferretería y un supermercado. Los ladrillos ya estaban desgastados, los cables de electricidad parecían telas de araña surcando los cielos y los árboles danzaban al viento. Aquella calle era la última callejuela tradicional que quedaba en la ciudad sin demoler.
Malentín en mano, Xu Ping continuó, giró a la derecha en el cartel de “reparación de coches”, levantó la cortinilla de elástica y entró al pequeño taller.
Era un local tenue. Había un escritorio al lado de la ventana que daba a la calle con tijeras, cristales, microscopios y otros tipos de objetos varios amontonados. El aire cargaba ese aroma a mueble viejo y cerdo frito de la comida.
Su hermano estaba en el escritorio concentrado en algo que había debajo de las lentes de su microscopio. Un anciano de pelo cano estaba sentado detrás de la barra y levantó la vista del periódico.
‒Oh, eres tú, Xu Ping.
Xu Ping asintió risueño.
‒Señor Feng.
El hombre plegó el diario y se levantó.
‒Llévatelo.
‒No, no. ‒ Xu Ping le detuvo. ‒ No tengo prisa. Esperaré a que termine. ‒ Dijo dejando el maletín en la barra y sentándose en un taburete.  ‒ ¿Cómo ha ido?
‒Una mañana lenta. Sólo ha venido un cliente que quería que cambiáramos la manecilla de su reloj. Tu hermano no estaba. Por la tarde sí hemos tenido gentecilla, todos querían relojes. Ha venido una muchacha que quería que le arregláramos un cuarzo. Últimamente me fallan los ojos, así que le he pedido a tu hermano que lo arreglase.
Xu Ping miró de reojo a su hermano.
‒¿Se le da… bien?
El señor Feng soltó una risita.
‒¿Con el tiempo que lleva trabajando aquí sigues teniendo dudas? Sólo le di el trabajo porque confío en sus habilidades, además, la chiquilla no ha venido a verme a mí. ‒Xu Ping se obligó a sonreír. ‒ Qué guapo es. Sólo necesito sentarle en la ventana para que me lluevan los clientes. ‒ El señor Feng le pegó un sorbo a su taza de té despreocupadamente. ‒ Hubo una chica que venía cada dos o tres días, pero como tu hermano no se molestó ni en mirarla, acabó yéndose llorando.
‒¿No se lo explicó? ‒ Preguntó Xu Ping sintiéndose mal.
‒Sí, ya me olí algo cuando vino por segunda vez, le dije que no se molestase, pero no me creyó. ¿Cómo se iba a molestar con ella cuando ni siquiera me presta atención a mí?
‒¿No le dijo que mi hermano tiene… peculiaridades?
‒¿Por qué iba a hacerlo? Además, no creo que tenga problemas en la cabeza. Vale, no le gustará hablar, pero tiene un don para la mecánica. Hay muchos tipos de personas en el mundo, todos tenemos un problema o dos, si no los tuviéramos no seríamos humanos.
Xu Ping rio.
‒Tiene la mente muy abierta, señor Feng.
‒Bueno, cuando eres tan viejo como yo aprendes a serlo. ¿Sabes? Nuestro tipo está muriendo. Todos los jóvenes están empezando a usar ese cómo-se-llame, móvil o lo que sea. Ya no se llevan los relojes. Hace unos años tu hermano no tendría que hacer trabajos físicos, con arreglar relojes aquí ya bastaría.
‒Perdone las molestias que haya podido causar.
‒Yo también pensaba que era un problema al principio. Cuando tu padre me lo vendió pensé qué iba a hacer con un retrasado. Pero tu padre, caray, qué listo era. Vio una foto que tenía de la actriz Xiaotang Wang que guardaba en mi escritorio e insistió en invitarme a cenar. ¿Y a quién crees que me encontré cuando me presenté? ¡A Xiaotang Wang de carne y hueso! En ese momento de estupor acepté a la proposición de tu padre. No me di cuenta hasta que volví a casa y me arrepentí muchísimo. Pero, dos semanas después, descubrí que tu hermano estaba hecho para este trabajo. Qué pena que el negocio ya no vaya tan bien, y lo de tu padre… ‒ Suspiró.
Un motociclista pasó por la calle acompañado del tic tac de los relojes del taller. Xu Zheng se levantó de la silla e hizo una pausa.
‒Gege. ‒ Dijo.
Xu Ping se lo miró. Como estaba a contra luz sólo consiguió distinguir su silueta.
‒¿Acabado? ‒ Preguntó el señor Feng acercándose.
Xu Zheng se dirigió directamente a su hermano para abrazarlo en lugar de responder a su jefe.
‒Muy bien. ‒ Le alabó el señor Feng poniéndose las gafas. ‒ Has hecho un buen trabajo. Ahora vete a casa con tu hermano. Mírate, qué pegajoso, sólo hace unas horas que no os veis.
Xu Ping no estaba seguro de que fuera algo bueno o malo, pero trató de apartar a su hermano que se resistió con todas sus fuerzas.
‒Bueno, señor Feng. ‒ Xu Ping recogió su maletín y la mano de su hermano. ‒ Nos vamos.
‒Id, id. No te mereces ser tan guapo, anda que ignorar a tu jefe… Y todo para que luego te vuelvas un cachorrito cuando está tu hermano. ¡Fuera de aquí ya! ‒ El señor Feng suspiró y se puso las manos detrás de la espalda.
Xu Ping soltó una risotoda.

Xu Zheng se detuvo en la entrada del edificio con dos cestas llenas de compra. Xu Ping se las apañó para cambiarse la pesada bolsa de mano mientras buscaba la llave del buzón.
‒Xiao Zheng, tienes la llave, ¿no? Ve subiendo, tengo que mirar el buzón.
Xu Zheng miró a su hermano unos instantes antes de quitarle la bolsa de las manos y subir las escaleras.
En el buzón había un puñado de panfletos de publicidad ‒ compra de pisos, descuentos de supermercado, etc ‒ Xu Ping los hojeó, los hizo una bola y los tiró en la papelera que había al lado. Sin embargo, debajo de todos estos papeles sin valor descubrió una carta con las esquinas arrugadas y cubierta de polvo. En el sobre se leía: “señor Xu”.
Xu Ping la abrió y fue subiendo las escaleras. Lo único que había dentro era una postal, el papel ya estaba amarillento y el dibujo era Jesucristo con una mujer arrodillada ante él. Xu Ping estudió la extraña postal hasta que descubrió que el sello era de Nueva York. Se le ocurrió que podía ser de uno de los fans de su padre, así que lo dejó en el zapatero cuando hubo abierto la puerta.
Para cenar preparó sopa de caracol marino y melón, salteado de judías y costillas. El trabajo de su hermano en la fábrica era muy duro, tanto que cada día engullía la cena sin saborearla y sus camisetas siempre tenían una u marcada por el sudor.
Xu Ping, en contraste, apenas tenía apetito. Tal vez fuese cosa del calor, pero cada vez comía menos.
‒Come verdura y costillas, no sólo arroz. ‒ Le dijo a su hermano poniéndole más comida en el tazón.
Xu Zheng miró a su hermano unos segundos y, copiándole, le puso más costillas en el tazón.
‒Estás muy delgado, come más.
Xu Ping hizo una mueca. Había perdido muchísimo peso en esos seis meses desde la muerte de su padre. Las muchas preocupaciones afectaban a su apetito y al sueño. El mayor de los hermanos le dio un bocado a la costilla y le pareció demasiado grasosa, pero viendo el entusiasmo con el que su hermano pequeño se traga el resto, decidió obligarse a tragar para no arruinar el momento. Entonces, se fijó que no había donde dejar los huesos, por lo que dobló un periódico del día anterior y lo extendió sobre la mesa.
En la portada se hablaba de un caso muy famoso: “La compañía Aidilun ha conseguido ganarse el favor de los inversores de Wall Street. GDK ha comprado 0.24 acciones de Aidilun valoradas en 1.8 billones de dólares de Hong Kong y su precio ha aumentado en un 500%. Se rumorea que se planea lanzar los coches eléctricos de la compañía al mercado en año que viene”. También había una fotografía del representante de la compañía y del grupo de inversores.
Xu Zheng escupió uno de los huesos entre las caras de los dos hombres y se secó el sudor de la frente con el brazo.
‒¿Tanto calor tienes?
Xu Zheng asintió y Xu Ping se levantó para encender el aire acondicionado.


La sala de estar estaba a oscuras, pero el televisor seguía encendido con el volumen muy bajo. Las luces de la antigua serie histórica que aparecía en la pantalla coloreaban el rostro de Xu Ping como si fuera agua. El hombre yacía en el sofá presuntamente dormido con una revista en la mano.
Xu Zheng salió de una de las habitaciones, se quedó de pie a su lado y observó como su sombra se tragaba a Xu Ping. Entonces, se agazapó lentamente. Xu Ping parecía estar teniendo una pesadilla: cerraba los ojos con fuerza y fruncía el ceño.
Xu Zheng se inclinó hasta que sus narices se rozaban. Su aliento acarició el rostro de su hermano mayor y a esa distancia era capaz de contar una a una las pestañas de Xu Ping.
Xu Ping se despertó de repente y, al ver a su hermano tan cerca, se quedó sin aliento. Se le dilataron las pupilas y se tensó hasta que volvió en sí. Entonces, empujó a su hermano y se sentó. Se frotó los ojos con el dedo índice y preguntó:
‒¿Qué hora es?
Xu Zheng se giró para ver el reloj empotrado y respondió:
‒Las diez y veintisiete.
‒Quería ver un rato la tele. ¿Cómo me he podido quedar dormido? ‒ Murmuró el mayor para sí. Cogió la revista y la dejó en la estantería que había al lado del sofá.
***Traducción de Nana_L15R1 de HAPPY BUBBLE SUBS. happybubblesubss.blogspot***
‒Estás cansado, gege.
Xu Ping miró a Xu Zheng algo sorprendido y sonrió.
‒Sí, hasta tú te has dado cuenta. ‒ Apagó la televisión y se masajeó el cuello entumecido. ‒ Ya es tarde y mañana te toca madrugar. Vete a la cama. ‒ Descansó una mano en la espalda de Xu Zheng y le acompañó hasta su habitación.
El cuarto del menor estaba repleto de varias cosas interesantes y extrañas: diversos modelos de relojes, robots de diferentes tamaños, radios de varias décadas… Y en medio de todo aquello, un escritorio hasta arriba de cosas. La lámpara seguía encendida y no cabía duda de que Xu Zheng estaba trabajando en algo.  
Xu Ping frunció el ceño al verlo. Se adelantó con la intención de limpiar el escamperío, pero Xu Zheng le barró el paso rápidamente.
‒¿Qué escondes? ¿Me ocultas algo? ‒ Preguntó inclinándose para un lado. Su hermano abrió los brazos para taparle la vista. ‒ Vale. ‒ Sonrió. ‒ No sé qué escondes con tanto ahínco, pero no voy a mirar. ‒ Se dio la vuelta. ‒ Voy a contar hasta cinco; date prisa y escóndelo.
Empezó la cuenta atrás. Escuchó a su hermano metiendo las cosas en algún sitio, así que ralentizó la cuenta a propósito y esperó a que cesase el ruido. Xu Ping ojeó el escritorio y Xu Zheng se interpuso.
‒Vale, a la cama.
Miró cómo su hermano se quitaba la camiseta y los pantalones, y apagaba la lámpara del escritorio. La habitación quedó completamente a oscuras a excepción de una luz plateada que provenía del pasillo.

Los hermanos se miraron en la oscuridad. Xu Zheng fijó la vista en su hermano mayor y su corazón se aceleró. Xu Ping se inclinó suavemente, se detuvo y le plantó un beso en la frente.

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