Capítulo 37: Damian (parte 9)

julio 29, 2018


Lucia entró en el dormitorio con el pelo envuelto con una toalla. En ausencia de Hugo las criadas solían esperar a que vistiese para retirarse, pero ahora que el duque volvía a estar en casa, las sirvientas no pasaban de la puerta.
La joven se sentó en el tocador e intentó secarse el pelo. Ahora que se había acostumbrado a dejar su cabellera en manos de otros se había vuelto más lenta y no había ni punto de comparación con el trabajo meticuloso de sus criadas.
Reconoció los pasos de Hugo al entrar y sintió su mirada sobre ella. Su marido se le acercó y la abrazó por detrás.
‒¡Hugh, tengo que secarme el pelo! ‒ Exclamó. ‒ Si me voy a dormir así mañana pareceré un león. ‒ Se le había caído la toalla al suelo.
‒Hazlo después.
‒¡No lo puedo hacer después!
Él hizo caso omiso a sus réplicas, la levantó y la depositó suavemente sobre la cama. Entonces, empezó a besarla como si de un fruto se tratase y le metió la lengua en la boca. La sujetó por las muñecas y profundizó su beso.
Lucia ignoraba que su resistencia le excitaba todavía más. Hugo le separó los tiernos labios con la lengua y volvió a metérsela. El sólo pensar que su esposa estaba tan caliente como él le endurecía.
Le quitó la toalla que envolvía a su hermosa mujercita con torpeza, le soltó las muñecas y permitió que ella se le aferrase al cuello. Exploró su boca con la lengua, fuerte y suavemente, abrumándola.
Lucia cayó en un trance por el juego. Su miembro caliente le rozaba sus partes más delicadas, ansioso por unirse a ella. En cuanto su marido entrelazó sus lenguas, Lucia levantó la cadera sin querer. Ese movimiento provocó que ambos se frotases y Hugo ahogó un jadeo.
‒He estado pensando en ello. ‒ Su voz era serena, pero sus ojos seguían encendidos. ‒ Y creo que la razón por la que te cansas tanto es porque lo hago todo de golpe, así que vamos a cambiar eso. Lo haremos una vez, descansaremos un poco, volveremos a hacerlo y así. ¿Qué te parece?
‒No pienses en esas cosas, por favor. ‒ Contestó Lucia frunciendo el ceño y totalmente roja.
‒¿En esas cosas? Esto es importante. ‒ La besó con suavidad. ‒ Bueno, hoy vamos a probar una cosa nueva. ‒ Dicho esto, repasó a Lucia cual depredador.
‒Yo no he dicho que sí… ‒ Lucia tragó saliva.
‒Mmm… Pues es la prueba.
‒¡Qué diferencia hay!
El duque fingió no escucharla, admiró su cuerpo unos instantes y le cogió los pechos llenos con ambas manos con la suficiente fuerza como para que ella se retorciese. Bajó la cabeza y la lamió desde el ombligo hasta abajo.
Aquello era el principio de una noche larga e intensa.
Las piernas de ella colgaban de sus hombros y él la penetraba y estimulaba con dureza. Cada vez que su pene entraba en ella, Lucia gemía, cerraba los ojos y se mordía los labios. Cada movimiento la estremecía e hipnotizaba. Hugo notó su expresión y apretó los dientes. Sus paredes internas le tragaban y le excitaban tanto que apenas lograba controlar su deseo.
‒¿Es difícil?
Lucia asintió con la cabeza. Era complicado mantener esa posición mucho rato. Sus penetraciones llegaban tan hondo que era demasiado estimulante para ella, sin embargo, para él era una buena postura. La sensación de su vagina prieta le llevaba al éxtasis. Hugo le cogió el tobillo, le dio la vuelta y volvió a entrar en ella una vez más.
‒Ung… Uh… ‒ Gimió Lucia.
La muchacha reaccionaba fuerte a las estimulaciones fuertes y suave a las estimulaciones suaves. A ella le gustaba el sexo suave y a él el duro, y tal vez también atormentarla en la cama hasta que lloraba.
Ella gruñó para sus adentros que su tortura era demasiado. Pero no sabía que él se estaba controlando muchísimo. De hacerlo como a él le gustaría, Lucia no sería capaz de levantarse durante días. Así que, por el bien de poder abrazarla cada noche, Hugo prefería controlarse.
‒¡Ah!
Lucia tembló y llegó al orgasmo. Él se quedó quieto con el miembro enterrado en su interior hasta que las paredes vaginales de ella se relajaron. Instantes después, la hizo girar y la puso boca abajo. Entonces, dejó caer su peso sobre ella y la volvió a penetrar.
‒¡Ay!
Metía y sacaba rítmicamente, controlando el tempo. A cada movimiento la joven gritaba y se aferraba a las sábanas. La sensación de tener su peso encima le provocaba una oleada de placer porque sentía vívidamente cada uno de sus movimientos.
No dolía, pero no podía dejar de gritar. Su deseo por ella era electrizante, aunque a veces se sintiese como un animalito. Lucia le tocó la cabeza con la mano y le acarició. Él le besó el cuello, le tiró de los brazos y la besó varias veces en los labios.
‒…A Damian.
Hugo se acercó sus muslos a la cintura. Sus paredes internas le excitaban demasiado.
‒Cuando le vi por primera vez… me… llevé una sorpresa. Se parece… muchísimo… a ti… Ah…
Él empujó, penetrándola profundamente y ella cerró los ojos. Hugo empezó a moverse otra vez al cabo de pocos segundos aumentando la intensidad poco a poco. Ella le rodeó con las piernas y se movió al son de sus movimientos.
‒Ah… P-Por eso… ‒ Lucia se calló para coger aire. ‒ Me… puse un… poco nerviosa…
Hugo la penetraba con fiereza y ella le clavaba las uñas en los hombros. Una vez más, su marido la besó con lengua y le cubrió el beso de besos hasta los hombros.
‒¿…Por el chico? ¿…Por qué?
‒Era… como verte a ti.
‒Aun le falta para parecerse a mí.
‒¿Le falta? Yo creo que dentro de diez años será clavado a ti… ¡Ah!
La conversación acabó allí. Hugo aumentó la intensidad y todo lo que podía hacer Lucia era gemir.

Hugo apoyó la espalda en un cojín. Lucia estaba sentada sobre sus muslos y saltaba de arriba abajo. Su miembro continuaba completamente erecto en su interior y crecía por momentos como si intentase recordarle que seguía allí. La nueva postura no le gustó especialmente. Ahora descansaba a ratos, pero no dormía.
‒¿Por qué le enviaste a un internado?
A la mayoría de los niños nobles se les educaba en casa. En realidad, no era extraño que se les enviase a colegios alrededor de los quince años, aunque más que estudiar el propósito de las academias era conseguir una buena red de contactos.
‒Porque no podía ocuparme de él.
Cuando Philip trajo a Damian, Hugo estaba totalmente absorbido por la guerra y como mucho sólo pasaba por Roam tres veces al año. Sinceramente, al duque le fascinaba lo rápido que crecía aquel niño cada vez que le veía, pero para él el chico no era más que una mascota. Hugo no tenía la menor intención de ser padre y, a pesar de que el chico no significaba nada para él, sabía que necesitaría un hogar seguro. De hecho, si no fuera por Damian era muy posible que Hugo hubiese abandonado ya la familia Taran o hecho añicos lo que quedase de ella.
Al cabo de un tiempo al duque se le ocurrió que tal vez Philip había traído al niño precisamente para evitar que esa alta probabilidad se convirtiese en una realidad. Por aquel entonces los asuntos bélicos se habían calmado hasta el punto de que él pudo regresar a ocuparse del papeleo y Damian ya había cumplido los cinco años.
Entonces se preguntó a sí mismo qué hacer.
Los Taran no le importaban lo más mínimo, pero le gustaba el territorio del norte. No quería permitir que aquella tierra se volviese tosca y salvaje y, por desgracia, para que sus tierras fueran prosperas, era necesario que a los Taran les fuera bien. Así que terminó llegando a la conclusión de que era preciso encontrar a alguien adecuado y útil al que dejarse sus propiedades, y por ende, nombró heredero a Damian.
Tener otro hijo no entraba en sus planes y creyó que si adoptaba a Damian que ya se le conocía como hijo suyo no habría mucho problema. Más tarde se daría cuenta de que lo había pensado todo muy por encima y que, por supuesto, sus vasallos y nobles no tenían porqué estar de acuerdo.
Su gente cuestionó su decisión de reconocer a Damian como hijo legítimo y heredero, pero Hugo se burló desdeñosamente. Las opiniones de los nobles le daban igual, pero no conseguía sacarse de la cabeza la oscuridad que había sentido en la mirada del chico en su último encuentro.
Dejar al chico en manos del público parecía estar dañando su mente, por lo que concluyó que, si él no iba a ser capaz de criarlo bien, era mejor que creciese en un entorno libre de prejuicios. Y así fue como Damian acabó en un internado.
Lucia se mordió la lengua y no le preguntó si odiaba al niño. Era demasiado. Todavía no sabía qué sentía por el chico, así que forzar una conversación así podía empeorar su relación con el chico.
‒¿No puede quedarse en Roam ahora… que estoy yo?
Hugo le apretó el culo con firmeza. Lucia alzó la cabeza reflexivamente.
‒Le hice una promesa al chico. ‒ Bajó la cabeza y le mordió el cuello a su esposa. Le lamió, entonces, la tierna carne. ‒ Le dije que cuando se gradúe le entregaré mi posición. Si ahora le digo que no tiene que seguir yendo al internado, creerá que no quiero que sea mi heredero. ‒ Levantó la cabeza para mirarla a los ojos. ‒ ¿Crees que le iría mejor si se quedase aquí?
‒…No, no lo he pensado tanto.
Hugo esbozó una sonrisa.
‒Aunque es adorable, ‒ Hugo le rozó los labios con los suyos. ‒ no te pases.
Lucia interpretó sus palabras como que no quería que se involucrase en los asuntos de su hijo, sin embargo, el verdadero significado de Hugo era que le gustaría que se controlase para que el chico no se metiese en su relación. Por desgracia, el malentendido ya estaba hecho y ahora no había forma de arreglarlo.
Hugo capturó sus labios, le cogió el trasero con firmeza, la levantó y la penetró con su pene erecto. Ella curvó su cintura y se cogió a la pierna de él para tener algún soporte.
‒¡Ung! ¡Ah…! ¡Hugh…!
Él le sujetó los hombros, tiró de ella y entró en su interior varias veces.
‒Ah… Vivian… ‒ Susurró.
El escucharle pronunciar su nombre le provocó un escalofrío que le recorrió la columna vertebral. Desconocía desde cuándo, pero ese nombre ya no le era tan ajeno. Todo lo contrario, escucharle decir su nombre le había descubierto un nuevo yo. La joven gimió.
Él volvió a apresar sus labios, penetrándola sin parar. Lucia sentía su miembro, abrió las piernas para aceptarle con más facilidad y él terminó su sofocante beso. Levantó la cabeza y se concentró en mover la cadera. Ella gritó coquetamente en respuesta a su vigor, los músculos bien definidos de su marido se tensaban cada vez que entraba. Cuando Hugo disminuyó la marcha, Lucia le acarició como en trance. Levantó la cabeza, le lamió el pecho y el cuerpo de él se contrajo. Ella volvió a sacar la lengua y le lamió el pezón.
Hugo se tragó las maldiciones y volvió a besarla. A todo esto, para Lucia era como si acabasen de enseñarle unos fuegos artificiales. No sabía si cerrar o abrir los ojos. Se le cayeron las lágrimas y Hugo se agachó para besárselas. El calor y la pasión la llenaron y, por muy agotada que estuviera, se aferró a él una vez más.

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