Capítulo 45

julio 26, 2018


Me levantaré ahora e iré, iré a Innisfree,
y haré allí una humilde cabaña de arcilla y zarzas;
nueve hileras de judías tendré allí, una colmena que me dé miel
y viviré solo en un claro entre el zumbar de las abejas.
‒William Butler Yeats, La isla del lago de Innisfree

Xu Ping se levantó de la cama desnudo para admirar el cielo más allá de la ventana. Aquel día el cielo era azul claro y había nubes blancas flotando. Escuchó a las palomas piolar desde el balcón de su vecino. Hacía calor y estaba sudando tanto que hasta se sentía pegajoso.
Eran las diez de una mañana de lunes. Su hermano pequeño ya se había ido a trabajar a la fábrica mientras él dormía. Ninguno de los dos había dejado la cama menos para comer o ir al baño durante todo el fin de semana. Tenía el cerebro muerto y era incapaz de pensar después de tanto amor. Todo lo que sabía era suplicar amor carnal y, como un adicto, no soportaba la idea de separarse del cuerpo de su hermano.
Xu Ping se sentó frotándose la cabeza. Tenía las ingles entumecidas, no quería moverse. Cabía la posibilidad de que su hermano le hubiese dedicado alguna palabra y besado en los labios antes de marcharse. No recordaba qué, pero estaba seguro de que le había contestado.
Ignorando el dolor de cabeza se dirigió al comedor para llamar. Hasta que no confirmó que Xu Zheng había llegado a salvo a la fábrica no se quedó tranquilo. Después de colgar, descubrió que tenía el contestador lleno de mensajes. Había más de una docena de llamadas perdidas de Wang Zedong y una de un número desconocido.
No le apetecía escuchar los mensajes, por lo que marcó el nuevo número y se enteró de que se trataba de la recepción del hospital. La recepcionista le preguntó qué habitación quería y Xu Ping respondió que se habían equivocado de número.
Xu Ping se quedó sentado en el sofá. Nunca se había paseado por la casa desnudo, esa sensación del sol sobre su piel era nueva para él. Casi parecían un millón de manos.
La casa estaba silenciosa. Los vecinos se habían ido ya a trabajar o a estudiar, ni siquiera estaba su hermano. Era la primera vez que estaba solo en casa y el mundo parecía desolado.
Se levantó y se duchó con agua fría. El frío le aclaró la mente. Se vistió: se abrochó la camisa y se arregló el pelo frente al espejo. Y entonces, ya impecablemente vestido, volvió a coger el teléfono.
‒¡¿Quieres trabajar o no, Xu Ping?! ‒ Gritó Wang Zedong al otro lado de la línea. ‒ ¡No venir a trabajar sin llamar no es normal! ¡Eres el único que no ha aparecido por la empresa! ¡¿Te acuerdas de que tienes que entregarme los borradores editados?! ¡Ni se te ocurra pensar que vas a tener tu paga extra este mes! ¡Llámame ahora mismo!
Xu Ping pulsó el botón de acelerar. Los siguientes tres mensajes venían a ser lo mismo. Wang Zedong utilizaba varias frases para pagar con él su enfado, e incluso le amenazaba con quitarle el sueldo y las pagas extras. No obstante, Xu Ping ni parpadeó. El quinto mensaje era uno breve del hospital en el que le aconsejaban pasarse para discutir un par de asuntos sobre la cirugía. Xu Ping no acabó de escucharlo.
Los eliminó todos y se marchó.

Lo primero que hizo fue ir al banco. El ICBC siempre estaba a tope sin importar la hora del día. Las colas eran largas y el aire acondicionado no funcionaba, lo que irritaba a todo el mundo. El anciano que era el primero de la final estaba discutiendo con el banquero por algún motivo. La gente que iba detrás se abanicaba con el periódico o seguían el alboroto de brazos cruzados.
Xu Ping tuvo que esperar casi una hora. El banquero era el mismo que había estado discutiendo con el anciano y su tono de voz era igual de malo. Xu Ping estudió la expresión del joven. Xu Ping sacó diez mil yuanes de los dos cientos mil que guardaba en su cuenta, los envolvió con una bolsa de plástico y se los metió en el maletín.  Entonces, llamó a un taxi y se dirigió al hospital.
Se sentó en la sala de gastroenterología. Delante de él estaba el doctor Zhang quien le había anunciado el veredicto el viernes pasado. El doctor observó la expresión de Xu Ping durante un buen rato, se quitó las gafas, las dejó sobre la mesa y se cruzó de brazos.
‒Normalmente no hablaría de los tratamientos con usted. Siempre hay mejores resultados cuando el paciente no sabe los detalles.
‒Mis padres han fallecido, ‒ Xu Ping reflexionó unos segundos. ‒ y mi hermano tiene problemas cognitivos. No sabe nada. No tengo más parientes.
El doctor Zhang asintió con la cabeza.
‒¿Tiene alguna pregunta?
‒¿Por ejemplo?
‒Normalmente a los pacientes les cuesta aceptar que tienen cáncer. Todos esperan que sea un error y piden más revisiones o diagnósticos. Hay otros tantos que van a otros hospitales para asegurarse.
Xu Ping asintió. Se quedó callado cabizbajo y, de repente, preguntó:
‒¿El cáncer es hereditario, doctor?
‒Aunque no se ha demostrado, existe la posibilidad de que así sea. ‒ El doctor respondió tras una breve pausa. ‒ Sobre todo en el caso del cáncer de pecho o de hígado.  ‒Xu Ping sonrió irónicamente. ‒ Aunque la clave está en la dieta y el ambiente. Un trabajo agotador, demasiado estrés o así suelen ser factores que causan cáncer. ‒ Xu Ping bajó la vista. ‒ Lo más importante es que el paciente entienda que el cáncer no es sinónimo de muerte. Todavía hay una posibilidad de que se recupere después de la cirugía. Lo más importante es que no pierda la fe. ‒ Xu Ping asintió. ‒ Será mejor que decidamos la fecha para la cirugía. Después va la quimioterapia, tendrá que quedarse en el hospital un tiempo. ‒ Hizo una pausa. ‒ La operación, la quimio y los costes no son baratos. Diría que superan el millón.
‒Lo sé.
El doctor suspiró aliviado.
‒Si está de acuerdo, le haremos otras pruebas y le transferiremos al departamento de oncología cuando hayamos confirmado el diagnostico. Lo mejor será que fijemos la fecha de la operación cuanto antes.
Xu Ping se lo miró sorprendido.
‒¿Usted no es el que me va a operar?
El doctor Zhang sacudió la cabeza mientras rellenaba los formularios.
‒El cirujano es otro doctor. Estese tranquilo, el doctor Zhao estudió en Alemania y tiene muchos años de experiencia en este campo. Su técnica es excepcional.
Xu Ping se mareó hasta el punto de que le costó respirar. Se aferró al borde de la mesa.
‒¿Es el doctor Zhao Desheng?
‒¿Le conoce? ‒ El doctor alzó la vista. ‒ Es bastante famoso.
Xu Ping recordó las flores que parecían un manto de nieve; recordó a su padre entubado en la cama débil y frágil; recordó la luz roja sobre la sala de operaciones y los pasillos enfermizos del hospital; recordó al doctor con gafas quitándose la máscara y saliendo de la sala para decirle que lo sentía.
Jadeó hasta que consiguió reunir el valor suficiente para sonreír miserablemente.
‒¿Cómo no? Mi padre murió en sus manos.

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