Capítulo 46

julio 26, 2018


Y allí tendré algo de paz, pues la paz viene gota a gota
y cae desde los velos matinales a donde canta el grillo;
allí la medianoche es una luz tenue, y un cárdeno brillo el mediodía,
y colman el atardecer las alas del pardillo.
‒William Butler Yeats, La isla del lago de Innisfree

El sol vespertino era tan fuerte que para cuando Xu Ping salió por la entrada del hospital casi no podía ni abrir los ojos. Había una larga hilera de taxis aparcados en el exterior.
‒¡¿Necesita que le lleven, señor?! ‒ Gritó un hombre de mediana edad desde su vehículo.
Xu Ping pretendió no escucharle. Con el pecho hinchado subió las escaleras, pero se tropezó convirtiéndose en el hazmerreír de todos los presentes. Muy digno, se limpió el polvo, recogió su maletín y entonces notó que le faltaba un zapato. Lo encontró entre los arbustos y tuvo que agacharse para recuperarlo.
El taxista apretó los labios y volvió a su periódico y una mujer acompañada por su hijo se fundió entre las luces del tráfico.
Xu Ping miró cómo el coche desaparecía por la esquina antes de escoger una dirección aleatoriamente y echar a andar con su zapato roto.
‒¡Mamá, mamá!  ‒ Una niñita que pasaba por ahí le señaló con el dedo. ‒ ¡Mira su zapato!
Los ojos de la madre miraron para todos lados mientras arrastraba a su hija por el brazo.
Xu Ping no escuchó nada. Creía haberse vuelto sordo. No oía los cláxones de los coches, ni las multitudes, ni los chillidos de los vendedores ambulantes de la calle. Anduvo por la bulliciosa calle como si estuviese en un silencio sepulcral.
Se chocó contra una mujer que cargaba con el carro de la compra. Esa desconocida se lo miró con impaciencia y le maldijo.
Pero él no escuchó nada.
Xu Ping se tocó el oído.
Qué raro, ¿qué le ocurría? Alzó la vista al sol y admiró lo deslumbrante que era.

‒Tengo que serle sincero, señor. Tenemos esta promoción y todos los viajes están a la venda, ya sea doméstico o internacional. Verá, tenemos este viaje de siete días a Lhasa y Nyngchi por sólo cuarenta y nueve con noventa y nueva por persona. No encontrará mejor precio que el nuestro. Si no le gusta el Tibet, tenemos uno a Dali y Lijang de seis días por sólo treinta y nueve con noventa y nueve. Es nuestra mejor oferta. En este se hospeda en la villa Guanfang Garden en Lijiang-…
Xu Ping se secó la frente con la toallita húmeda y se sentó en el sofá con dificultad. En el escritorio había una pluma adorable con forma de cachorro y las paredes estaban recubiertas de posters. No había aire acondicionado, tan sólo un ventilador giratorio. La vendedora era una muchacha joven, de cara redonda y aparentemente alegre que no dejaba de anunciar sus ofertas mientras le abanicaba con un abanico de papel de uno de sus viajes a Lijiang.
‒Eche un vistazo, señor. Tenemos montones de ofertas especiales y promociones. Tenemos para ir a Hong Kong, a Sanya, al monte Emei, al valle Jiuzhai… La gente últimamente está muy estresada por el trabajo, hace falta relajarse y recargar pilas. ¿Y qué mejor manera de recargar las pilas que irse de viaje?
Xu Ping levantó la mano para acallarla. Se sujetó la cabeza y frunció el ceño.
‒Bueno, pero… ¿Cómo he acabado aquí?
‒Oh. ‒ La chica empezó a explicarle con menos entusiasmo. ‒ Estaba repartiendo folletos por la calle; usted me aceptó uno y a unos pasos le dio un golpe de calor. Se me ocurrió que no podía dejarle tirado en el suelo. Por suerte nuestra oficina estaba cerca, así que le he traído hasta aquí.
‒¿Agencia… de viajes Rosa? ‒ Xu Ping leyó el título del cartel que había pegado en la pared de cristal algo vacilante.
‒¡Exacto! ‒ Exclamó ella. ‒ Me llamo Liu. Liu Meigui. Un nombre bonito, ¿eh?
Xu Ping se frotó los labios en lugar de confesar su opinión. Dejó la toalla en el respaldo de la silla y dijo:
‒Gracias, tengo que irme. ‒ Al levantarse, volvió a marearse.
Se aferró al sofá para conseguir algo de estabilidad. Meigui le ayudó a sentarse de nuevo y le abanico con más ahínco.
‒Beba un poco de agua fría.
Xu Ping pegó un sorbo al vaso, apaciguando su garganta árida.
‒Gracias. ‒ Musitó después de engullir el resto.
Meigui soltó una carcajada.
‒Para nada. Oh, sí. ¿De verdad no va a comprar ningún viaje, señor? Nuestros precios sin increíbles. No va a encontrar una ganga así nunca más. Como este para el valle de Jiuzhai-…
‒Señorita Liu. ‒ Xu Ping la interrumpió.
‒No sea tan frío, llámeme Meigui.
‒…Meigui. ‒ Xu Ping se estremeció. ‒ Mire mi zapato. ¿Le parece que alguien como yo tiene dinero para viajar?
Meigui miró para abajo y reflexionó unos segundos antes de replicar.
‒¿Y qué? Sólo se le ha soltado el hilo, yo misma podría reparárselo si tuviese las herramientas. Además, la gente pobre también pueden viajar a su manera; los ricos lo hacen a la suya. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de un bonito paisaje. Por mucho dinero que se tenga, las montañas no dejan de ser montañas, el agua es agua. El mundo no cambia. ‒Xu Ping la estudió unos segundos y sonrió. ‒ Señor, ¿está casado? ‒ Sacó un puñado de posters de la estantería. ‒ Tenemos esta nueva oferta para parejas. ‒ Extendió uno de los posters sobre la mesa. ‒ Es un viaje de luna de miel de diez días a una isla que está a unas tres horas en avión. Incluye barca, cabaña junto al mar y muelle privado. La mayoría de la gente vive a dos kilómetros. Hay servicio de comida y limpieza durante el día, pero ya está. No hay más visitas. Imagíneselo, usted y su amada cogidos de la mano caminando por la playa en el atardecer. ¿No suena maravilloso? ¡¿Cuántas veces en la vida se le presenta una oportunidad como esta?! Yo he ido a varios sitios, pero este tiene un toque especial. No está muy desarrollado, así que tiene su propio espíritu. La gente es pura y cuerda. Siempre he tenido la idea de que cuando esté a punto de morirme, lo venderé todo y me mudaré a esa isla para disfrutar del agua y del sol, y del océano antes de irme para siempre. Creo que así podré acabar con todo sin remordimientos.

Xu Ping abrió la pesada puerta verde del taller. El señor Feng iba vestido con una camisa sin mangas y pantalones cortos, y se estaba secando el sudor con una toalla.
‒Mira quién está aquí. ‒ Le saludó. ‒ Hoy has llegado pronto.
‒Sí, ‒ Xu Ping asintió con la cabeza. ‒ quería llevarme a Xu Zheng antes y sacarlo a cenar. ‒ Miró a su derecha e izquierda pero no le vio. ‒ ¿Dónde está?
El señor Feng se abanicó.
‒Se ha ido detrás a lavarse la cara. ‒ Gruñó. ‒ Maldito tiempo. Se podría freír un huevo en el suelo. ‒ Xu Ping le rio la gracia. ‒ Ven, siéntate. ‒ El señor Feng arrastró una silla. ‒ No tienes buena cara, Xu Ping.
‒Hace demasiado calor. ‒ Xu Ping se palpó la cara y sonrió amargamente. ‒ Me ha dado un golpe de calor mientras venía.
‒¡¿Por qué no me lo habías dicho?! ‒ El señor Feng se golpeó el muslo. ‒ Tengo Huoxiang Zhenglu Shui[1]. Bébete uno. ‒ Se acercó a una de las estanterías y empezó a rebuscar por ahí.
‒No, da igual, ya me encuentro bien. ‒ Xu Ping se levantó para detenerle.
‒Oh, no. Los jóvenes de hoy en día no sabéis cuidaros. Si no tienes cuidado con estas cosas, acabarán empeorando. El cuerpo humano es como un reloj, tienes que cuidarlo constantemente y llevarlo a reparar al mínimo problema. Un solo engranaje no parece nada del otro mundo, pero es que cada engranaje encaja con otro.
Xu Ping se calló. Aceptó la botellita y se la bebió de una sentada. El señor Feng acercó sus asientos y empezó a abanicarles a los dos. Xu Ping abrió su maletín y sacó una bolsa de papel.
‒No sé cómo agradecerte que hayas estado cuidando de mi hermano durante tanto tiempo, señor Feng. Esto es un gesto de gratitud, acéptalo.
El señor Feng le echó un vistazo, dejó el abanico y abrió la bolsa. Dentro había dos cartones de tabaco Chung Hwa. Sacó uno y lo examinó bajo la luz, encantado.
‒¡Rechazado! ‒ Xu Ping se quedó de piedra. ‒ ¡No existen las cosas gratis! ¿Te crees que ya estoy senil? ¡Y mira que creía que eras tonto! No me puedo creer que seas clavado a tu padre. ¡Ya debes haberme puesto en la tumba para regalarme algo tan caro! Desembucha, ¿qué quieres a cambio?
Xu Ping soltó una risita.
‒Quiero llevarme a mi hermano de viaje unos días.
‒¿Cuánto tiempo?
‒Medio mes.
‒¿Ya está? ‒ Preguntó el señor Feng dubitativo.
‒Sí, ya está. ‒ Xu Ping asintió. ‒ Sólo quería darte las gracias.
Xu Zheng volvió al taller por la cortinilla. Llevaba media camisa empapada.
‒¡Gege! ‒ Exclamó en cuanto vio a su hermano mayor.
Xu Ping se levantó de su asiento, cogió de las manos a su hermano pequeño y lo sujetó antes de girarse para el señor Feng. El anciano ya había escondido la bolsa y fingía echar una cabezadita contra la pared.
‒Nos vamos, señor Feng. ‒ Xu Ping sonrió.
‒Mmm. ‒ Respondió él con los ojos cerrados.
Xu Ping cogió las pertenencias de su hermano y tiró de la puerta. El sol brillaba tanto que tuvo que cubrirse con el brazo.
‒Divertíos y traedme muchas fotos.
Xu Ping hizo una pausa, entonces, bajó la cabeza y salió del establecimiento con su hermano de la mano.


[1] El huoxiang zhenglu shui es una droga que, aparentemente, ayuda con la diarrea y los golpes de calor.

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