Capítulo 104: El médico nocturno

agosto 17, 2018


Zhou Tian Shou no conseguía librarse de esa sensación de alarma. Había pulido su idea como un maestro artesano que talla una gema y su idea no era otra que ofrecerle al Emperador alguna belleza para que le calentase el lecho. La mujer en cuestión debía poseer una belleza etérea, similar a la de un hada celestial. Sin embargo, el Emperador ya había visto suficientes mujeres hermosas como para que otra más le impresionase.
‒La belleza de esta mujer es superior a la de cualquier otra hada.
‒¿De verdad? ‒ Le cuestionó Li Min De con una risita y una mueca.
Habían encontrado a la joven después de remover tierra y mar. Era una muchacha que había aprendido buenos modales, canto y baile como cualquier otra doncella de palacio e incluso se la había adiestrado en técnicas de cama para complacer a un marido. Sabía pretender ser dulce y coqueta. Tan sólo necesitaba una mirada para conseguir el corazón de cualquier hombre. Y era tan bella, pura y virginal que nadie se imaginaría que se trataba de toda una seductora. Estaba claro que el Emperador la cuidaría con mimo.
Zhou Tian Shou salió de su ensimismamiento.
‒Pero, ¿qué quiere que haga yo, mi señor?
‒No hace falta que lo sepas. ‒ Contestó el joven. ‒ Te llamaré cuando te necesite. De momento no hagas nada.
‒Cumpliré sus órdenes al pie de la letra, señor. ‒ Aseguró Zhou Tian Shou.
La nieve ya había dejado de caer cuando Li Min De salió del patio.
‒¿Sabes lo que tienes que hacer cuando entres en palacio? ‒ Le preguntó a la belleza que le esperaba afuera.
‒Sí, señor. ‒ Respondió ella con suavidad.
Li Min De sonrió y se subió a su carruaje. Para ganarse el favor del Emperador tendría que ganarse a Zhou Tian Shou y, por supuesto, enviarle un regalo como este al monarca.
Li Min De suspiró al recordar lo mucho que había costado encontrar una dama tan hermosa como esta. Había tardado dos mese enteros. Loto, así se llamaba ella, odiaba a los Jiang tanto como él. Si una mujer así entraba en palacio sólo conseguiría darles problemas a los Jiang.

Tan shi entró corriendo y alteradísima a los aposentos de Li Wei Yang cerca de media noche.
‒Wei Yang, Min Zhi… Min Zhi… Ha-… ‒ Balbuceo la buena mujer aferrándose al brazo de su hija y con la cara bañada en lágrimas.
‒¿Qué ocurre, madre? ‒ Preguntó la joven.
Tan Shi sollozaba tan fuerte que no pudo articular palabra alguna.
‒El joven amo tiene fiebre y… ha vomitado la leche. ‒ Bai Zhi entró a grandes zancadas en la habitación.
‒¿Habéis llamado al médico de familia? ‒ Wei Yang se levantó y empezó a vestirse rápidamente.
‒Es demasiado tarde, no osaría molestar ni a Lao Ye ni al médico de familia. ‒ Susurró Tan shi entre llantos. ‒ He llamado a un médico del montón que a veces atiende a los Li. ¡Pero Min Zhi cada vez está peor! ¡Ya ni me contesta cuando le llamo!
‒Zhao Yue, ve a informar a padre. ‒ Ordenó Wei Yang. ‒ No prestes atención a nadie que te barre el paso. ¡Ve e informa de que mi hermano está enfermo aunque tengas que usar la fuerza bruta! ¡Bai Zhi, tú y yo iremos a Li Xiang!
Los criados sabían que era una situación típica, pero ninguno se atrevió a hablar. Ayudaron a su joven señora a ponerse el abrigo y, justo cuando Wei Yang llegó a la puerta se detuvo, giró la cabeza y miró a Tan shi que seguía llorando desconsoladamente.
‒Madre, serénate y ve a cuidar de mi hermanito. ¡Enseguida vuelvo!

En cuanto Lao Furen se enteró de que Li Min Zhi estaba enfermo, salió de la cama y aulló:
‒¡Rápido! ¡Llamad al doctor imperial!
‒Lao Furen, ‒ la criada Luo vaciló. ‒ creo que será difícil conseguir que el doctor imperial venga a estas horas.
Lao Furen miró por la ventana. Debía ser la una de la mañana, así que los médicos todavía estaban activos. Por desgracia, sólo para la familia imperial, así que lo único que podían hacer era suplicar.
‒¡Haz que la ama de llaves vaya a la casa imperial de los Wang con nuestra tarjeta ahora mismo!
La criada Luo corrió a pasar las órdenes de la anciana. La puerta de la finca de los Li se abrió de hito a hito a la una de la noche y el ama de llaves salió corriendo, se subió al caballo y lo espoleó para marcharse galopando acompañado del sonido de los cascos repicando en el suelo.
Al llegar a su destino, el ama de llaves se encontró con la peor de las situaciones: la Emperatriz Viuda había reunido a todos los doctores imperiales para que revisasen el estado de su propia enfermedad. El criado llamó a la puerta y exigió que le dijeran cuándo volvería el doctor Wang, pero no hubo respuesta. ¿Cómo iban a saber nada sobre la casa imperial? Visto lo visto, el ama de llaves corrió otra vez para la casa de los Li e informó de lo sucedido.
‒¡Iré a palacio yo mismo y esperaré! ‒ Li Xiao Ran se levantó de su asiento en cuando escuchó al criado.
Como primer ministro, no podía llegar y pedirle al Emperador que le prestase uno de sus muchos doctores porque su hijo estaba enfermo. Eso sería un fallo por su parte pues todos sus enemigos saldrían e intentarían aprovechar ese momento de flaqueza. Por lo tanto, todo lo que Li Xiao Ran podía hacer era esperar a que la Emperatriz Viuda acabase rápido.
En realidad, un médico del montón era suficiente para el hijo de una concubina. Pero Li Xiao Ran estaba tan agitado y nervioso como si se tratase de un hijo legítimo.

Lao Furen esperaba angustiada noticias de su hijo que ya había partido para palacio.
‒No te preocupes, Lao Furen. ‒ Jiang Yue Lan intentó consolarla. ‒ Min Zhi podrá con esto. ‒ Parecía sinceramente preocupada.
A pesar de que tan sólo había cuidado del niño durante unos días, no era de piedra, le había pillado un poco de cariño. Además, no tenía nada en contra de Li Wei Yang o su madre a diferencia de Li Zhang Le. Más bien se temía que Min Zhi fuese a ser el siguiente de una epidemia que azoraba la ciudad últimamente: hasta los cuatro hijos de la casa de Dong He habían fallecido hacía poco.
La expresión de Li Wei Yang continuaba serena y tranquila, lo único que traicionaba su fachada perfecta eran los dedos temblorosos de sus manos. La joven se pellizcó a sí misma para controlarse.
‒Sí, Lao Furen. ‒ Aconsejó Si Yiniang. ‒ Si shaoye se pondrá bien. ‒ Miró a Wei Yang.
Estaba encantada con la situación. Esta concubina no había conseguido dar a luz a un varón a pesar de sus muchos intentos. En su momento había envidiado a Da Furen hasta el punto de odiarla por este simple motivo y, ahora que la difunta matriarca ya no estaba ahí, su odio había pasado a Qi Yiniang.
Qi Yiniang que siempre había ostentado el rango más bajo de la casa se las había apañado para concebir a un hijo varón y eso le había bastado para conseguir el favor de Li Xiao Ran, un título y un rango superior al de muchos. ¿Cómo no iba a desear Si Yiniang que Min Zhi muriese?
Li Wei Yang detectó sus oscuras intenciones con una mirada y la concubina se puso nerviosa. ¡No era bueno que esa niña la descubriese con tanta facilidad!
‒¡Qué pena que Si Di tenga que sufrir tanto a su edad! ‒ Li Zhang Le rio. ‒ Será el karma por las malas acciones de su madre.
Lao Furen resopló con frialdad al escucharla y Li Wei Yang se levantó haciendo que LI Zhang Le empezase a vigilar sus reacciones.
‒Voy a que me dé el aire, ‒ Li Wei Yang no se enfadó. ‒ esta habitación está muy cargada. ‒ Afirmó con total tranquilidad.
Justo cuando salía de la habitación, Li Min De saludó a Li Wei Yang. El muchacho tenía la espalda empapada por el rocío.
‒Ya he preparado el carruaje, vamos. ‒ Le dijo.
‒¿A dónde? ‒ Preguntó Wei Yang aturdida.
‒¿Te vas a quedar ahí sin hacer nada? Me he enterado de que en Da Li hay un médico buenísimo capaz de curar hasta a los que están al borde de la muerte. Su único fallo es que es bastante quisquilloso y se niega a ser un doctor imperial.
‒¿De verdad existe alguien así? ‒ Li Wei Yang examinó sus recuerdos, sobresaltada. ‒ ¿Hablas de Lu Xiao?
En medio de semejante frenesí Wei Yang había olvidado por completo a Lu Xiao.
Lu Xiao o, más conocido como Lu Gong[1], era un cirujano talentoso. Era un hombre capaz de adivinar de raíz el motivo del malestar de una persona y curarle para siempre. Uno de sus casos más famosos fue el de un paciente que se quejaba de un terrible dolor de cabeza. Lu Gong consiguió diagnosticar que la enfermedad era demasiado grave y que no podría curarle con sólo mirarle el pulso. Pero el más famoso de sus casos estaba relacionado con la familia imperial. La querida concubina Liu del difunto Emperador enfermó y el monarca hizo todo lo posible para conseguir la ayuda del curandero. Lu Gong anunció que la concubina sólo sobreviviría dos años más hiciera lo que hiciera, y así fue.
Las hazañas del doctor traspasaron fronteras y asombraron a cuánto las escuchaba, sin embargo, el Emperador se convenció de que el verdadero motivo por el que Lu Gong no había conseguido salvar a su concubina había sido su ineptitud y por ello le persiguió y lo trató como a un criminal. Hasta que Lu Gong, al final, desapareció sin dejar rastro.
¿Cómo se las habría apañado, pues, Li Min De para encontrar a este misterioso anciano?
‒Cuando te vi tan débil la otra vez hice todo lo posible por encontrarle. ‒ Li Min De contestó sin que Li Wei Yang preguntase nada. ‒ Descubrí que vivía en Kioto. Hace un mes y medio encontré dónde vive. Pero no le he podido ver, nunca está en casa. Pero ahora mismo es cuestión de vida o muerte. ¡Si Min Zhi está destinado a vivir, daremos con él!
Li Wei Yang se quedó patidifusa cuando le escuchó confesar que había buscado al mejor doctor para ella. No obstante, la situación no le permitió pensárselo mucho. Su curiosidad debía esperar.
‒Espero que salga bien. ‒ Contestó ella ya subida a lomos de su carruaje.
Li Min De asintió con determinación.

El carro tirado por caballos avanzó durante doce horas. Li Wei Yang mantuvo el silencio durante todo el trayecto y se aferraba a su asiento con las manos sudorosas. Li Min De percibía su nerviosismo y su pánico, así que apoyó su mano en la suya y la acarició para consolarla.
La casa frente a la que se detuvieron era elegante.
‒Ya te he dicho muchas veces que mi señor no está. ‒ Espetó el portero. ‒ ¿Qué haces aquí a medianoche? ¿Estás loco?
‒¡Esta vez hay alguien que está muy enfermo! ‒ Exclamó Min De.
‒¡Me da igual! ¡No me importa lo enfermo que esté!
‒¡Zhao Nan! ‒ Li Min De perdió su compostura.
En cuestión de segundos el portero tenía una espada afilada contra su garganta.
‒La hoja de una espada nunca tiene paciencia con sus víctimas, aunque su portador la tenga, ¿sabes? ‒ Li WeI Yang intervino. ‒ Te apuesto lo que quieras que para cuando tu señor haya vuelto, tú ya estarás muerto.
La arrogancia del portero desapareció y estudió atentamente a Li Wei Yang, que era la personificación de las ganas de matar. Su expresión le aterrizó.
‒Señor, ‒ El hombre se dirigió al que daba menos miedo de los presentes. ‒ ya le he dicho que no está. ¡Es verdad, yo no le mentiría jamás..! ¡Entre y vea si no me cree!
Li Wei Yang apretó la mandíbula.
‒¡Entra a echar un vistazo, Zhao Yue! ¡Olvida todos tus modales! ¡Piensa en la vida que estamos a punto de perder!
Zhao Yue entró en la casa y salió al poco rato sacudiendo la cabeza.
Li Wei Yang frunció el ceño.
‒¡Veis! ¡Veis! ¡Ya os había dicho que no estaba! ¡Vengan otro día!
‒¿Otro día? ¡¿Otro día?! ¡Esto no puede solucionarse otro día!
¿Qué iba a ser de Min Zhi si Li Xiao Ran no conseguía un médico de palacio? ¿Tendría que ser ella misma la que se plantase en palacio para robar a uno de los doctores? Li Wei Yang dio dos pasos aturdida, como en trance, como si se la llevase el viento.
‒¡¿Tantas ganas tienes de morir?!
Li Min De tiró de ella. Li Wei Yang alzó la cabeza para ver al dueño de la voz que tenía a sus espaldas.
El conductor del carro recogió las riendas del caballo y la regañó:
‒¿Tienes ojos? ¡Úsalos cuando camines por la calle! ¿O es que te da igual ir por ahí entrando en casas ajenas y estar a punto de morir? ‒ El hombre cogió aire y preguntó. ‒ ¿Está bien, señor?
‒¿Qué pasa ahí afuera? ‒ El hombre dentro del carruaje contestó con otra pregunta.
El cochero explicó la situación al anciano. Li Min De estaba a punto de estallar, sin embargo, notó que Wei Yang tenía los ojos fijos en el carruaje. En ese preciso instante un anciano se apeó.
‒Espero no molestarle…
‒¡Ah! ¡Mi señor ya ha llegado! ¡Qué suerte han tenido de poderle ver! ‒ El portero corrió a recibir a su señor.
Fue entonces cuando Li Wei Yang recuperó su esencia, avanzó un paso y preguntó:
‒¿Eres… Lu Gong?
‒¿Has venido para que te cure? ¡Entra a casa y hablemos!
Li Wei Yang le cogió la manga de la ropa.
‒¡No hay tiempo que perder! ¡Venga con nosotros! ¡Mi hermano no se despierta!
Lu Gong sacudió la cabeza y dijo:
‒Tengo que entrar a buscar mis artilugios.
Li Wei Yang le soltó de inmediato. Su comportamiento había sido bochornoso. El interior de la casa era simple: la prioridad de los muebles era su función, no el lujo. Lo único realmente valioso de la casa eran unos jarrones de cerámica china abandonados en una esquina y las estanterías llenas de libros especializados en el arte de la cura.
Lu Gong era un anciano de barba blanca y espalda curva que, a su avanzada edad, todavía poseía un aura formidable. Normalmente no atendía a esas horas, sin embargo, le parecía increíble que ningún médico hubiese sabido determinar qué ocurría con el pequeño Min Zhi.
‒¡Por favor, ayude a Min Zhi, señor! ‒ Li Wei Yang se tragó la miseria. ‒ ¡Los Li le estaremos eternamente agradecidos si lo consigue!
Lu Gong sonrió y ordenó al guardia que fuese a por sus artilugios y se subiese al carro.

‒Lao Ye todavía no ha llegado. ‒ El mayordomo que los recibió en la entrada dejó claro que Li Xiao Ran no había conseguido un médico imperial.
‒Bienvenido. ‒ Li Wei Yang asintió y le hizo un gesto con la mano a Lu Gong.
El amanecer se acercaba cuando entraron en los aposentos de Tan Shi. Todos los presentes, incluida Lao Furen, esperaban buenas noticias angustiados.
‒¿Quién es este-…? ‒ Li Zhang Le fue la primera en preguntar.
‒Es el médico Lu, de los mejores. ‒ Contestó Li Wei Yang.
Lao Furen supo de quién se trataba de inmediato.
‒Me disculpo por haberle hecho venir desde tan lejos, Lu Gong.
Li Zhang Le le echó un vistazo a la criada que tenía a su lado y se burló para sus adentros ¿Médico Lu? ¡Esa Wei Yang había perdido la cabeza! ¿Cómo podía haber ido a buscar a un médico sin nombre!
Li Zhang Le siempre había sido superficial y de mente cerrada, pero en esta ocasión no era la única. La mayoría de gente de Da Li ya había olvidado a Lu Gong por culpa del tiempo que hacía desde que no trataba a nadie. Todos los testigos estudiaron a Lu Gong con la mirada.
Lu Gong levantó las manos y se limpió las manos con un pañuelo blanco antes de acercarse a la cuna. Olió, observó y tocó al bebé durante una hora y media, siempre con la mirada seria.
‒Traedme lo que se estaba tomando Min Zhi hasta ahora. ‒ Habló con severidad.
Li Wei Yang le trajo la medicina que el otro médico le había recetado a Min Zhi.
‒¡Vaya un doctor! ‒ Exclamó el anciano entre suspiros. ‒¡Menudo inútil!
‒¿Qué ocurre? ‒ Lao Furen se puso nerviosa. ‒ Se lo recetaron doctores imperiales.
‒¡Este niño está resfriado y nadie le ha limpiado las toxinas! Lo que le han recetado es un medicamento para adultos, y encima, no sirve de nada para los resfriados. ¡Un niño no puede tragarse algo así! ¡Vaya una desgracia de doctor! ¡Qué horrible! ¡Debería dejar de ejercer! ‒ Exclamó el anciano.
‒¡Se le recetaron estas curas porque le habían envenado! ¿Qué más podía hacer? ‒ Repuso uno de los siete médicos que se habían reunido en la casa de los Li. ‒ No se puede tratar el resfriado e ignorar el veneno.
‒Un doctor de pacotilla diría lo mismo que tú. ‒ Contestó Lu Gong desdeñosamente. ‒ ¡Menuda generalización! Todavía es un bebé, deberías saber que para poder nutrirle hay que curarle empezando por la base. Si su cuerpo está débil, no aguantará. La medicina que le recetaron es para enfermedades fuertes. ¡Como para matarle! ¡El niño habría muerto si hubiéramos esperado a que dejaran de haber toxinas!
‒Cuando hay dos enfermedades juntas, la cosa se complica. ‒ El doctor continuó tratando de defenderse. ‒ Además, el niño todavía no puede tomar la hierba efedra. ¡Nadie puede salvarle!
‒¿Qué no puedas, significa que nadie más puede? ‒ Lu Gong sonrió con frialdad.
‒¿Cómo le podemos curar? ‒ En el corazón de Lao Furen nació una nueva esperanza.
Lu Gong miró a Tan shi que acunaba a Min Zhi. La buena mujer le secaba la frente a su hijo inconsciente con unos pañuelos húmedos.
‒Voy a administrarle la cura; desnudadle, por favor. ‒ Anunció.
‒¿Está seguro que el niño lo aguantará? Es muy pequeño… ¿No sería mejor que la niñera se bebiese el remedio y se lo transmitiese a través de la leche?
‒¡No hay tiempo que perder! ‒ Lu Gong sacudió la cabeza. ‒ Si confía en mis habilidades, hágame caso. Sino, busque a otro que le cure.
‒¡Lao Furen, hazle caso! ‒ Li Wei Yang rechinó los dientes.
A pesar de su escepticismo, Lao Furen accedió.
‒Si… no consigue curarle…
‒Que este decidido a tratarle yo mismo significa que estoy seguro de que podré curarle. ‒ Lu Gong exhibió su seguridad. ‒ ¡No existe el “no poder” en mi diccionario!
Entonces, pasó a recetar, mezclar y preparar un montón de hierbas. El proceso tardó seis horas. Justo cuando el honorable anciano había terminado su labor, Li Xiao Ran entró en la casa acompañado por un médico imperial. Sin embargo, los vómitos, diarrea y la fiebre de Min Zhi ya habían desaparecido.
Temerosa de que el doctor Wang se ofendiese, Lao Furen le ofreció un poco de té, que él rechazó. Rápidamente, se acercó a la cuna del bebé y le examinó.
‒Sí, ha hecho un buen trabajo.  ‒ Entonces, se volvió para Li Xiao Ran. ‒ Al parecer, ya no se me necesita. ‒ Hizo un gesto con la mano y se marchó sin decir nada más.
El resto de los doctores intercambiaron miradas, consternados. Pero de todos los presentes, la que más sentimientos encontrados tenía en esos momentos era Li Zhang Le que continuó con la cabeza gacha y callada.
‒Ya está bien. ‒ Anunció Lu Gong echándole una última mirada a Min Zhi.
Li Wei Yang, sin aliento, cayó en la cuenta de que Lao Furen se había pasado la noche entera en vela.
‒Lao Furen, ve a la cama. ‒ Le dijo. ‒ Ya acompaño yo al doctor a la puerta, no te preocupes.
La anciana se relajó por fin. Le temblaban tanto las piernas que casi se cae.
‒De acuerdo. ‒ Su mirada se posó sin querer en la cuna. ‒ Me voy. Si surge algo, dímelo.
‒Mayordomo, acompaña a la señorita a despedir al doctor. ‒ Ordenó Li Xiao Ran.
El criado comprendió lo que ocultaban sus palabras y, disimuladamente, le pasó una bolsa de plata al acompañante de Lu Gong.
‒Sí.

‒No hace falta que me acompañes, con que hayas venido hasta aquí me basta. ‒ Lu Gong puso un pie fuera de la mansión de los Li y sonrió.
‒Ha salvado a mi hermano pequeño, señor Lu.  ‒ Comenzó Wei Yang. ‒ Si en algún momento puedo hacer algo por usted, hágamelo saber.
Lu Gong sonrió y estudió a la muchacha.
‒Te tomo la palabra. Cuando necesite algo, llamaré a tu puerta.
Li Wei Yang asintió con la cabeza y siguió con la mirada fija en el anciano hasta que su carruaje hubo desaparecido.
‒Seguidle. ‒ Ordenó Li Min De a los suyos.
‒¿Por qué? ‒ Wei Yang se giró para preguntárselo. ‒ ¿Te parece sospechoso?
‒Me da mala espina. ‒ Contestó con una mirada glacial.
‒Pero es un hecho indiscutible que ha salvado la vida de mi hermano. ‒ Repuso con suavidad Wei Yang.
‒Anoche era todo demasiado caótico y no me paré a pensar, pero ahora en frío he notado unas cuantas cosas que no me parecen lógicas. Lu Gong es tan excéntrico que hasta me parece sospechoso. ¿Qué clase de doctor aceptaría a un paciente que ni siquiera ha visto? Encima sin preguntar precios. Además que aceptó a venir con nosotros de inmediato, como si… Como si nos estuviese esperando.
‒Paparruchas. ‒ Li Wei Yang estalló en carcajadas. ‒ Sus habilidades como médico son indudables.
Los hermosos ojos de Li Min De se vieron cubiertos de frialdad durante unos instantes.
‒Bueno, a mí este viejo no me gusta.
Li Wei Yang hizo una pausa y repasó mentalmente los acontecimientos. Sin embargo, se sorprendió al descubrir que no se había parado a echarle un buen vistazo a Lu Gong por lo agitada que estaba y ni siquiera conseguía recordar con exactitud sus rasgos.
La joven sacudió la cabeza y pensó en lo incomprensible que se estaba convirtiendo Min De para ella.

El carruaje de Lu Gong siguió su camino.
‒¡Nos siguen! ‒ Susurró un muchacho en voz baja.
‒¡Pues a ver si saben seguir rastros! ‒ Lu Gong sonrió y se acarició la barba.
El anciano ordenó a su conductor que girase en un callejón. Los espías entraron unos segundos después, pero se encontraron la calle vacía. Al cabo de unos minutos los perseguidores se rindieron y dejaron el callejón.
‒¡No hay moros en la costa! ‒ Un chiquillo sacó la cabeza para mirar.
‒Vámonos a casa ya. ‒ Lu Gong soltó una carcajada alegre. ‒ ¡Nos merecemos un buen baño después de pasarnos la noche dando vueltas por ahí!
El anciano no volvió a la casucha donde Li Wei Yang le había encontrado, sino que entró a una lujosa mansión en dirección contraria. Se bajó del coche tirado por caballos, enderezó la espalda y recuperó la postura de un hombre joven.
‒¡El joven amo ha llegado! ‒ Exclamaron cuatro criadas vestidas con seda blanca.
‒Deberíais llamarme: “Señor Lu”. ‒ Lu Gong sonrió con dulzura y lujuria, y manoseó a una de las jóvenes que tenía en el pecho.
‒Señor Lu… ‒ Corearon las jovencitas.
Lu Gong entró en sus aposentos con una belleza en cada mano. Una tercera mujer le acercó un cuenco de agua limpia. Lu Gong sacó lo que parecía una probeta y se lavó la cara treinta veces antes de levantar la cara del agua. Así, todas sus arrugas y pieles caídas volvieron a su apariencia jovial y tierna de siempre.
‒¿No os gusta más esta cara, chicas?
‒¡Es más natural! ¡Nuestro joven amo es el más encantador y elegante de todos!
‒¡Sí! ¡Sí! ¡Si nuestro joven amo mostrase su cara todo el mundo se arrojaría a sus pies!
Las criadas piolaban como pajaritos. Una de ellas le ofreció a su señor un líquido y, en cuestión de minutos, el hombre volvía a tener la apariencia de un anciano.
‒¿Creéis que me gusta disfrazarme de esta manera? ¡Ni siquiera me puedo bañar bien! Tengo los labios tan cortados que no puedo ni respirar. ¡Ay! Sólo lo hago para que la gente me crea. ¡Si no, no me molestaría!
‒Increíble…
Un joven entró dando grandes zancadas en la habitación abriendo la puerta de un golpe mientras que el joven amo comía uvas.
‒¡Serás idiota! ‒ Exclamó el recién llegado cogiéndole por el cuello. ‒ ¡¿Quién te ha dicho que vayas a curar a Min Zhi?!
El joven, intimidado, tosió y no dijo nada.
‒¡¿Qué haces, Jiang Nan?! ‒ Preguntó con gran dificultad.
‒¡Serás sinvergüenza! ¡Te negaste a venir cuando te lo pedimos! Te pasas el día causando estragos. Normalmente no te decimos nada porque entendemos que todavía eres joven, pero mira lo que has hecho. ¡Serás mequetrefe! ¡Mira que irte a la casa de los Li! ¡¿Qué has hecho?!
Lu Gong era, en realidad, el segundo hijo de los Jiang: Jiang Tian. Era un miembro de la familia materna de Li Zhang Le.
‒Bueno, yo era un discípulo de Lu Gong. ‒ Dijo, indignado. ‒ ¿Qué tiene de malo curar a los enfermos en su nombre? ¡No he hecho nada malo ni he violado las normas de la familia!
La cara de Jiang Nan no podía oscurecerse más.
‒Li Wei Yang es el cerebro que acabó con nuestra tía materna. Y estoy un ochenta por ciento seguro de que también tuvo algo que ver con la de nuestra tía paterna. Está claro que odia a los Jiang. ¿Por qué has salvado a su hermano? ¡Además casi te pillan! ¿Te has vuelto loco? ‒Jiang Tian se quedó atónito. ‒ ¿Entiendes ahora lo que has hecho?
‒El veneno…
‒Al principio era para acabar con Wei yang, ¡pero has arruinado el plan! ‒ Escupió Jiang Nan con frialdad. ‒ Li Zhang Le está muy enfadada. Acaba de enviar una carta diciendo que Lu Gong ha aparecido en su casa y ha salvado a Min Zhi. ¡Ha sido leerlo y pensar en ti! ¡Si no fuera por tu estúpida manía de ir por ahí curando gente…! ¡Lu Gong lleva muerto diez años!
‒¡¿Cómo voy a saber yo tus planes?! ‒ Se quejó Jiang Tian. ‒ ¡No me puedes culpar! Además, normalmente siempre hablo del precio antes de curar a nadie, pero esta vez no me ha dado tiempo. Nos lo podemos tomar como que he ayudado a un familiar.
‒¿Un familiar? ‒ Jiang Nan estaba tan enfadado que hasta le costaba hablar. ‒ ¿O sea que vas a tratar a Li Wei Yang como si fuera de la familia? ¡Li Zhang Le es tu prima biológica! Su madre es tu tía. ¿Li Wei Yang? ¡Como te atrevas a repetir que Wei Yang es familia nuestra, la abuela te arrancará la lengua!
‒¡Lo hecho, hecho está! ‒ El atractivo parecer de Jiang Tian se ensombreció. ‒ ¿Qué quieres que le haga? ¡Venga, vale! ¡Pues ahora mismo voy a casa de los Li y le doy veneno al niño! ‒ Se burló.
‒¡Ven aquí! ‒ Jiang Nan intentó atizarle.
Por suerte, Jiang Tian era lo suficientemente ágil como para esquivarle.
‒¡¿Qué haces, hermano?!
‒¿Crees que tu truquito para confundir a los que te perseguían ha funcionado? ¡Que sepas que sin mí no lo habrías conseguido! ¡Más te vale tener cuidado por si Wei Yang te ha descubierto!
‒¿Tener cuidado de una jovencita? ¿Qué fuerza va a tener? Si parece que se la pueda llevar el viento.
‒¡Caray! ¡No tienes ni idea! ‒ Jiang Nan espetó una buena serie de maldiciones e insultos que había incluido en su vocabulario después de tantos años en el ejército.  ‒ ¿Por qué nos tomaríamos tantas molestias si de verdad fuese tan simple acabar con ella? ‒ Soltó una carcajada casi histérica. ‒ ¡Es más difícil sacarla de su cueva que a un hurón! Se pasa el día en la finca de los Li.
‒Bueno, sólo hay que esperar, ¿no? Y entonces-…
‒¿Y entonces? Estos dos meses sólo ha salido dos veces y siempre acompañada de guardaespaldas bien entrenados. Es astuta como nadie. Además, la abuela quiere verla perderlo todo: su reputación y su gracia. ¡Si no lo conseguimos no será suficiente venganza por nuestra tía!
‒Pues… ‒ Jiang Tian titubeó. ‒ …no parece pan comido.
‒Al principio habíamos pensado en matar a Li Min Zhi. Si Wei Yang no se volvía loca por la rabia, lo haría por la tristeza. ¡Pero gracias a ti todo a la porra! ‒ Hizo una pausa. ‒ Bueno, no está todo perdido. Antes queríamos matar a su hermano, pero ahora… ‒ Fijó la mirada en Jiang Tian.
‒¿En qué estás pensando? ‒ Jiang Tian se sobresaltó.
‒Supongo que hasta un inútil como tú puede sernos útil. ‒ Jiang Nan hizo una mueca terrorífica. ‒ Haz lo que yo te diga.
Se acercó a su hermano y le susurró al oído. Su expresión se ensombreció mientras que la de Jiang Tian empalidecía.
‒Bueno, me voy. Recuerda mis palabras. Si te atreves a hacer algo más, le contaré al tío Er lo que has hecho para que te castigue.
Cuando su hermano se hubo marchado, Jiang Tian volvió a su cuarto y pateó la mesita donde estaban las uvas.
‒¡Será bastardo! Menudo truhan. Lo que me ha pedido es totalmente irrazonable…
Las criadas intercambiaron miradas y una de las más valientes se atrevió a musitar:
‒No se enfade, joven amo. Ignórele, y si no puede, siempre puede pedirle a su madre que le castigue.
‒¿No habéis visto cómo me ha amenazado? ‒ Gritó Jiang Tian exasperado. ‒ ¡Caray! ¡Qué mala suerte! ¡Anda que tener que aguantar esto justo al llegar a casa!
‒¡Será mejor que se aleje de él, joven amo!
‒¿Por qué me intentáis desanimar cuando ya estoy mal? ‒ Murmuró apenado. ‒ Mirad qué triste estoy. Esa bruja de Li Wei Yang. ¡Si lo llego a saber al cuerno con su hermano!
Las criadas no pronunciaron ninguna palabra más.

*         *        *        *        *

Un mes más tarde, cuando las linternas todavía iluminaban la mañana y los pasillos tenues de palacio, un viejo sacerdote taoísta se agazapó. El hombre parecía tener entre cuarenta y cincuenta años, y se dirigió a los aposentos del Emperador sin que nadie le detuviese. De hecho, muchos le saludaron con una reverencia.
‒Saludos, Emperador. ‒ Dijo desde el suelo.
‒Levántate.
El Emperador, enamorado, señaló una alfombra de rezar y le ordenó al eunuco que preparase el incienso.
Yi Tian Zhao miró a su discípulo. Zhou Tian Shou, el hombre que había conseguido el favor del Emperador gracias a obsequiarle una belleza también se hallaba presente.
El Emperador estaba totalmente prendado de la mujer en cuestión, hasta el punto de que estaba fervientemente convencido de que Zhou Tian Shou la había sacado de los cielos. Yin Tian Zhao había intentado acabar con su contrincante con diferentes engaños y estrategias, pero por desgracia, el Emperador estaba seguro de que la belleza era un regalo merecido y ni siquiera le preguntaba su opinión al respecto. El monarca, ignorando las quejas de la Emperatriz Viuda, había proclamado a la belleza su nueva concubina y disfrutaba teniéndola a su alrededor día y noche.
El eunuco le entregó la caja que Yin TIan Zhao pretendía regalarle al Emperador. El monarca lavó la bola roja en agua y jadeó con dificultad.
‒Gracias a ti, cada vez que me tomó esta medicina me encuentro fenomenal.
‒Su Alteza, esto es demasiado halago para mí. ‒ Yin Tian Zhao pretendió ser santo. ‒ La medicina funciona porque por sus venas corre sangre celestial. Me gustaría rezar por usted y bendecirle.
El Emperador asintió con la cabeza. Yin Tian Zhao procedió a arrodillarse frente al soberano y a recitar sus plegarias hasta que se detuvo abruptamente.
‒¿Por qué paras? ‒Yin Tian Zhao parecía incómodo. ‒ Adelante, dilo, no voy a castigarte.
‒Su Alteza, ‒ suspiró el sacerdote. ‒ sé que sigue siendo tan devoto como siempre, pero… ¡Me inquieta su esperanza de vida!
‒¿Por qué? ‒ El Emperador se sobresaltó.
‒Sígame, por favor. ‒ Yin Tian Zhao suspiró pesarosamente y fulminó a Zhou Tian Shou con la mirada. Entonces, sonrió esporádicamente antes de volver a mostrarse apenado.


[1] En la antigua China “gong” era un título reservado a aquellos con los mayores honores como, por ejemplo, un duque.

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