Capítulo 38: Damian (parte 10)

agosto 17, 2018


Lucia se pasó hasta la madrugada jugando con Hugo, así que se despertó cuando había plena luz afuera. La joven estaba en contra de la cabezonería de su marido y de su inexplicable vigor.
El cuerpo no le respondía cuando se quiso levantar, así que volvió a quedarse dormido un buen rato hasta que la despertaron unas caricias en la cabeza. Ignoraba cuánto tiempo había transcurrido, pero Hugo estaba sentado a su lado pasándole los dedos por la melena.
‒¿Estás bien? ‒ Dijo él, agachándose para besarla en los labios. ‒ Me he preocupado porque no te despertabas.
‒…Un poco de conciencia tienes por lo que veo. ‒ Le culpó sin tapujos, cerró los ojos y le oyó reír.
Hugo pasaba los dedos por su melena como si fuese un peine; hacía un poco de cosquillas.
Espera, ¿no estoy despeinada?
En cuanto eso le cruzó la mente todo su sueño desapareció y se cubrió con la sábana hasta la cabeza.
‒¿Qué pasa?
‒…Mi cabeza…
‒¿Te duele? ¿Llamo a la docto-…?
‒No, no es eso. ‒ Bajó la sábana un poco y le miró. ‒ Ayer… No me sequé bien el pelo, debe estar horrible…
Esas eran las palabras de una mujer que sólo quería enseñarle su lado bueno al hombre al que amaba.
Hugo no la comprendió, ladeó la cabeza y le arrancó la manta.
‒¿Y qué? ‒ Dijo besándola suavemente. ‒ Estás preciosa.
Lucia se lo quedó mirando.
‒…Ligón.
‒¿…Qué?
‒Nada.
A Hugo le molestó. Antes no hubiese podido replicarle, pero ahora era otro cantar.
‒¿He hecho algo que no deba, Vivian?
‒¿No tienes trabajo?
‒No cambies de tema. Sé que tu lista me da mala imagen, pero, ¿por qué dices estas cosas de repente?
‒¿Qué lista?
‒Sé que tienes una lista de todas las cosas que he hecho mal en la cabeza.
‒¿Qué? ‒ Atónita, Lucia estalló en carcajadas sonoras. ‒ ¿Una lista?
‒¿No te las estás guardando todas?
Lucia volvió a reír de buena gana mientras que Hugo ponía mala cara. No entendía qué le hacía tanta gracia.
‒¿Y cuándo empecé con la lista?
‒¿Me lo preguntas a mí? Tú eres quien mejor lo sabe.
Lucia se encogió de hombros y, una vez más, se rio. Que a él también le interesase lo que pensaban los demás era divertido. La joven creía que se había casado con alguien que jamás admitiría haberse equivocado en nada, y sin embargo, Hugo le había dicho muy claramente que ella tenía una lista de cosas que “había hecho mal”.
‒No tengo ninguna lista. A mí no se me ocurriría algo tan complicado.
‒¿Entonces?
Lucia apretó los labios avergonzada.
‒Es por lo que me has dicho sin venir a cuento.
‒¿El qué?
‒Que… estoy preciosa. ‒ Le avergonzaba repetirlo, así que lo balbuceó.
La muchacha estaba acostumbrada a que la llamasen “amable”, pero no estaba de acuerdo con términos como “adorable” o “guapa”.
‒¿No puedo decir lo que pienso?
Lucia se lo quedó mirando en blanco. Sí, era un hombre ligón, pero no era de los que regalaban el oído. Era un hombre poderoso y, por tanto, la mayoría de mujeres caían rendidas sin que tuviese que hacer nada.
Lucia se tocó el pelo y, por supuesto, estaba despeinada. Debía ser un desastre, no tenía ni que mirarse al espejo para saberlo.
‒¿Preciosa? ¿Así?
‒No sé qué tiene de malo, estás preciosa. ‒ Él no vaciló. Era como si un árbol le estuviese diciendo que era un árbol. Lucia lo miró con duda y él se mostró incómodo. ‒ ¿No te gusta cómo lo he dicho? Pues, tu belleza es tan deslumbrante que me ciega…
‒¿Te estás burlando de mí? ‒ Contestó ella de mal humor.
Hugo suspiró y se llevó una mano a la frente.
‒Dime qué quieres que haga.
‒¿…Preciosa? ¿Yo?
‒Sí.
Lucia no sabía qué le pasaba por la cabeza, pero decidió no darle más vueltas. Aunque fueran palabras vacías, la complacieron. Miró a su esposo y soltó una risita alegre.
‒No te rías así. ‒ La expresión de él se torció. ‒ Me dan ganas de comerte.
Lucia empezó a reírse todavía más fuerte y Hugo acabó en risas también. No sabía desde cuándo, pero verla contenta le alegraba.
El corazón estaba más en paz que nunca tras admitirse a sí misma que estaba enamorada de Hugo. Y por otra parte, cada vez que Hugo se marchaba de Roam, Lucia era todo en lo que podía pensar. A pesar de que se habían reconciliado antes de que se fuera, todavía seguía incómodo. Le daba la sensación de que en lugar de apagar un fuego, lo habían escondido para que no se viera. Le preocupaba que al volver su esposa se girase en su contra. Pero, fuera de lo esperado, cuando regresó Lucia estaba totalmente bien, de hecho, parecía hasta más contenta que antes aunque él no estaba y eso le enfrió el corazón.
La quería. Quería su cuerpo y su mente.
Pero, ¿cómo conseguir a una mujer que había declarado que jamás le amaría? Era el mayor reto de su vida y él mismo no había amado nunca. Ella sería su primer amor y era una lástima que todo lo que hubiese experimentado hasta el momento fuese amor físico. A veces el amor es tan fácil como confesar un par de palabras, pero, por supuesto, Hugo no lo sabía.
‒¿No tienes trabajo? ¿Puedes estar aquí?
Hugo notó la voz de Lucia más clara que antes. Le gustaba que la llamasen guapa y se lo anotó en su lista mental.
‒Mi trabajo no se acaba nunca, esté o no ocupado, así que puedo descansar el tiempo que me venga en gana.
‒¿O sea, que no trabajas?
‒No es eso, quiero decir que no te tienes que preocupar por eso. ¿Te molesta que no trabaje?
‒…Pues sí.
‒¿Por qué?
‒Un marido tiene que alimentar a su mujer. ¿Cómo vas a hacerlo si no tienes dinero?
Hugo no pudo evitar reír.
Lucia le miró. A veces su esposo se reía de una forma tan rara que le imposibilitaba saber el motivo.
‒Pues a mí me parece que, aunque no tuviese dinero me seguiría siendo fácil alimentarte. De todas formas, no lo usas.
‒Sí que lo uso. ¿Sabes cuánto dinero tengo que gastar para hacer fiestas?
‒Me refiero a usarlo para ti.
‒También lo uso para mí. He comprado flores para el jardín…
‒En ropa o joyas. Ese tipo de cosas.
‒Pues sí que lo he hecho. He usado muchísimo para arreglar los vestidos del guardarropa y ahí hay tantas joyas que me voy a morir sin poder ponérmelas todas.
Las nobles solían acumular muchísimas riquezas a lo largo de su vida y, al morir, estas pasaban a ser propiedad de la familia de generación en generación.
Hugo no conseguía que Lucia le entendiese, así que fue más directo.
‒¿No quieres mi dinero?
Lucia reflexionó sobre el significado de sus palabras y se rio.
‒No es eso. ¿Creías que sí?
Era un hombre sorprendentemente sensible. Lucia no pudo evitar sonreír tras descubrir este lado tan adorable suyo. Y pensar que ese gigantesco hombretón podía ser tan adorable… 
Tal vez la presión que rodeaba a este hombre siempre había desaparecido porque había pasado demasiado tiempo junto a Damian. A la joven ni siquiera se le ocurrió que todo eso fuese gracias a los esfuerzos de su marido.
Si Lucia se hubiese molestado en recordar su primer encuentro, se habría dado cuenta de lo diferente que era Hugo en esos momentos. Allí afuera la gente le consideraba el rey de las bestias, pero delante de ella, era manso.
‒¿De qué te ríes?
Lucia, un conejito, ignoraba que el imponente león negro de los Taran capaz de abrumar a todo aquel que le veía con su mera presencia estaba gruñendo a escasos centímetros de ella, así que se quedó tan tranquila, riendo y pensando en lo adorable que era.
‒Me ha sorprendido que pienses así. La verdad es que no me gusta mucho comprar por comprar.
‒Ah… Es verdad. A nuestra señora le gusta ahorrar y ser frugal.
‒Es algo bueno.
‒No he dicho lo contrario.
Nunca había oído a nadie criticar a una mujer por ser frugal, de hecho, que le tuviese que pedir que gastase dinero parecía casi una broma.
Su esposa era frágil, tanto, que le daba la sensación de que si usaba un poquito más de fuerza al abrazarla la aplastaría, sin embargo, era una mujer con un espíritu de hierro, segura de sí misma e independiente.
Hugo necesitaba algo para poder aferrarse a ella. El matrimonio en sí ya era un vínculo fuerte, pero necesitaba algo más. Quería encontrar algo basado en los deseos de ella por lo que jamás pudiese escapar. El dinero y el poder no le servían, y sus interacciones sociales eran las mínimas y necesarias. Tampoco se interesaba demasiado por su trabajo, ni olisqueaba en su oficina.
Dinero y poder. ¿Qué te queda si te falta alguna de estas cosas? ¿Qué tenían los pobres para ser capaces de crear familias plagadas de amor sin necesidad de dinero o poder? ¿Sería un hijo?
La expresión de Hugo se ensombreció al pensar en un hijo. De ninguna manera quería traer al mundo a un hijo de su linaje y, además, era imposible concebir un hijo con ella.
Sí, estaba seguro de ello, ninguna mujer hasta el momento le había dado bastardos. Así que la única manera sería conseguir que Lucia no pudiese vivir sin él a su lado. Era un plan bastante instintivo, pero cuanto más instintivo es un deseo, más agresivo. El problema era que no estaba seguro de que si su esposa también disfrutaba del acto.
‒¿Te gusta hacerlo conmigo?
‒¿…Eh?
‒¿Estás satisfecha?
Lucia se lo quedó mirando boquiabierta y se puso roja como un tomate, entonces, se dio la vuelta y le dio la espalda.
‒Tengo sueño. Corre, vete a trabajar.
Hugo se quedó anonadado. ¿Tan horrible era que no quería ni contestarle?
‒¿Qué problema hay, Vivian? ‒ Hugo tiró de ella. ‒ ¿La longitud? ¿El número de veces? ¿No te acaricio lo suficiente…? ¡Oh! ¿Es por la posición-…?
‒¡Vale ya! ‒ Lucia se sentó de golpe y le chilló. ‒ ¿Qué haces? ¡D-Decir estas… cosas…! ‒ Estaba tan roja como una manzana y su regañó hizo reír a su esposo.
‒¿Qué te pasa? ‒ Hugo quería molestarla un poquito más. ‒ Te he dicho cosas peores.
‒L-La situación… era diferente.
‒Estamos en le dormitorio, en la cama. ¿Dónde está la diferencia?
‒Pues, es que… Aunque estemos en el mismo sitio, la situación es otra. Ahora es de día-…
Lucia se sobresaltó cuando él se le subió a las rodillas. Quiso escapar, a pesar de no haber escapatoria, pero él fue más rápido: la rodeó con los brazos.
‒No sería la primera vez que lo hacemos por la mañana.
‒Sí, bueno, y te quedaste dormido…
‒Vaya criterio el tuyo. O sea que, ¿podemos hacerlo de la noche a la mañana, pero no por la mañana? ‒ Bajó la cabeza y le cubrió los labios con los suyos.
El dulce beso se aceleró rápidamente. La lengua de él vagó por el interior de su boca: le acarició las envías, el paladar y le removió la lengua.
‒Disculpe, señor animal. ‒ Cuando las manos de Hugo avanzaron hacia sus pechos y los frotó, Lucia volvió en sí, sorprendiéndole. ‒ Como sigas mañana serás tú quien les explique a los invitados porque se tienen que ir en cuanto lleguen.
Hugo abrió los ojos de par en par.
‒Jaja. Serás…
Abrazó a su mujer y se rio de buena gana. Lucia sintió un cosquilleó. Estaba feliz. Tan feliz que hasta sentía un cosquilleo.

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