Capítulo 40: Damian (parte 12)

septiembre 16, 2018


Le había pedido a Damian que le siguiera de golpe y porrazo, pero sinceramente, no tenía ni idea de qué hacer con él. Estaba claro que el chico había crecido bien, pero le daba cosa estudiarle a fondo.
‒¿Lees mucho?
‒Sí, me gusta leer.
Hugo llevó a Damian a su estudio. Era la primera persona, a parte de Lucia, a quien le permitía el paso.
En cuanto el chico entró en la habitación se quedó patidifuso y boquiabierto. La biblioteca de su internado también poseía un sinfín de libros, pero no era, en absoluto, tan bonita ni contaba con ese fascinante y soberbio ambiente.
‒¿Esto también forma parte del estudio? ‒ Preguntó Damian mirando la puerta cerrada que había dentro de la biblioteca.
La expresión de Hugo se ensombreció. El chico señalaba el lugar al que él mismo sólo había conseguido acceder tras heredar el título: la habitación que guardaba todas las verdades de los Taran.
‒No te molestes con esa parte, es basura.
Hugo no tenía la menor intención de enseñarle ese cuarto a su hijastro. Lo quemaría mucho antes de que Damian llegase a ostentar el título de duque. Eso es lo que había decidido hacía mucho tiempo. Los Taran morirían con él.
‒Mira cuánto quieras. Si te apetece leer, puedes entrar aquí.
‒¡Sí, gracias!
El chico llevaba un rato vacilando de las ganas que tenía de echar un vistazo a la biblioteca, así que en cuanto le concedieron el permiso, brincó por toda la sala. Y, sorprendentemente, en los ojos de Hugo había una traza de lo que parecía ternura.
Hugo abandonó la estancia un buen rato más tarde, dejando a Damian absorto en su lectura. Justo cuando iba a entrar en su despacho el nombre “Lucia” le pasó por la mente, frunció el ceño y se quedó ahí de pie, sujetando la manilla de la puerta.

*         *        *        *        *

Las carreteras de Roam estaban atestadas de carruajes en dirección al castillo de los duques desde buena mañana.
La fiesta de la joven duquesa abarcaba una gran variedad de generaciones. De solteras a ancianas, las invitadas pertenecían a grupos diversos de la sociedad norteña: nobles, familiares de vasallos y amigos.
Ninguna de las mujeres era nueva en la casa de la duquesa y es que, lejos de ser repetitivas, las fiestas y reuniones de la recién llegada se daban con un sinfín de grupos diferentes de personas y cada una de ellas sostenía una opinión sobre ella. Aquellos deseosos de una vida de lujos, se lamentaban mientras que, por otra parte, los ya gozosos de una buena posición en la alta sociedad agradecían la poca agresividad de la nueva duquesa.
‒Gracias por invitarnos.
‒Bienvenidas, me alegra veros. ‒ Lucia saludó a las invitadas con un abrazo. Aprovechando unos escasos segundos de libertad, llamó a una criada.
‒Damian llega tarde. Ve a ver si le queda mucho y dímelo.
‒Sí, señora.
En el jardín había una docena de mesas exquisitamente decoradas. Estaban cubiertas con manteles blancos y jarrones de flores. Los asientos eran a elección de las invitadas y, al saberlo, se formaron grupos de tres o cuatro. Y así, en un abrir y cerrar de ojos, el jardín se llenó de las risas y las voces de muchas mujeres bajo el buen tiempo.
La luz del sol era suave y apenas soplaba el viento a pesar de ser una estación fría.
‒Señorita Milton. Bienvenida, entre.
‒Gracias por invitarme. Será una fiesta maravillosa, hace muy buen tiempo.
‒La señora Michelle no ha venido contigo. ‒ Lucia expresó su lamento.
‒No. Quería venir, pero no goza de buena salud últimamente.
La edad de la condesa Corzan debilitaba su energía día tras día.
‒Tengo que ir a verla un día de estos. ‒ Lucia se sentía mal por esa mujer que había sido su institutriz.
‒Le encantará.
‒El joven amo la espera en el salón de la primera planta. ‒ Una criada se acercó a paso ligero.
Kate miró a Lucia, que se excusó, con preocupación. Ya sabía desde hacía tiempo que su buena amiga pretendía presentar a Damian en su fiesta de jardín y ya le había dado su opinión, pero no consiguió hacerla cambiar de parecer.
No sé si va a salir bien…
Que un hijo bastarde consiguiese la dignidad de un noble lo determinaba la actitud de las otras mujeres. Nadie quería meterse en una situación en la que un desconocido, de golpe y porrazo, les apartaba de oportunidades doradas y superaba al hijo legítimo.
Lucia era una princesa y ahora es una duquesa. Parece que no sabe cómo son las mujeres de la nobleza. Aunque… A lo mejor es más bien que no quiere.
Kate se había relacionado con mucha gente y comprendía que si todos pensasen como ellas no existiría la discriminación. Es decir, no habría diferencias ni comparaciones entre ricos y pobres o estatus. Las hijas nobles solían vivir en una nube, las casaban y continuaban con su mentalidad cerrada para siempre. No era por malicia, sino que no sabían nada más. Eran arrogantes, orgullosas y egoístas, pero no eran malas personas.
Lucia lo sabía, a veces era terriblemente astuta en sus conversaciones. Sin embargo, comprender algo con la cabeza era muy distinto a aceptarlo. Para Kate, Lucia era un misterio. Era la primera vez que se encontraba a alguien como su amiga en semejante posición. Lucia no pisoteaba a nadie, ni se dejaba influir. Era naturalmente humilde. No fingía, ni inventaba, y fuese quien fuera, consideraba su opinión. Por eso Kate estaba tan a gusto con ella.
Justo en ese momento, la expresión de Kate se ensombreció cuando vio a una mujer en particular: la condesa de Wales. Una señora famosa y respetada por muchos. A su tía no le había gustado nunca, de hecho, eran polos opuesto. Los Wales eran una de las familias más prestigiosas y ricas del norte, por lo que la condesa ejercía su influencia y disfrutaba de verse rodeada de gente.
Kate sabía lo inteligente y firme que era Lucia a pesar de su apariencia docil, por eso no se angustió.

*         *        *        *        *

Lucia entró y se encontró a Damian inmóvil.
‒Estás espléndido, Damian.
Damian llevaba puesto un traje que le hacía parecer un pequeño caballero. Lucia deseó verle junto a su padre con vestidos a juego. Estaba segura que ninguna mujer podría apartar la vista.
‒Me aprieta un… poco.
‒Te acostumbrarás. Las invitadas ya están aquí, vamos.
Damian se quedó quieto, como si estuviese pegado al suelo.
‒Lucia, por mucho que lo piense, yo-…
‒Damian, a partir de ahora tendrás que aparecer delante de mucha gente. Hoy es sólo el principio. No te angusties, si alguien se porta mal contigo, dímelo: le enseñaré lo que es bueno.
Damian se la quedó mirando en blanco y Lucia se puso una mano en la cintura.
‒¿No me crees? Vale, pues se lo diré a tu padre. Él sí que da miedo, ya les enseñará lo que es bueno él.
El chico esbozó una sonrisa.
‒Venga, vamos.
Lucia extendió la mano, le cogió la suya y tiró de él. Damian se sobresaltó por el contacto repentino, miró la mano que sujetaba la suya y la siguió. Era una mano cálida y suave.
El niño subió la mirada hasta la espalda de su madrastra. Le deslumbraba a pesar de la ausencia de luz. El fulgor de esa mujer le deslumbraba y le impedía apartar la vista.

Cuando la duquesa, la anfitriona, llegó el ruido del jardín cesó. Lucia repasó a todas las invitadas con la vista.
‒Me gustaría darles las gracias a todas por venir. Es la primera vez que reúno a tanta gente, así que puede que haya cometido algún que otro fallo, pero, aun así, espero que todas ustedes disfruten de una maravillosa tarde. ‒ Lucia inclinó la cabeza levemente hacia las mayores. ‒ Y, me gustaría presentarles a alguien. Damian, ven. ‒ Damian se colocó al lado de su madrastra cuando le llamó. ‒ Me parece que ya le conocéis. Es el futuro heredero de los Taran. Todavía es pequeño, pero quería que saludase.
La mayoría de las presentes no consiguieron ocultar su confusión, sobretodo las solteras o las nuevas esposas. Las viudas y las mujeres que ya llevaban años casadas se tensaron y, entre todo este revuelo, una mujer dejó su taza de té tranquilamente: la condesa de Wales. Las miradas se centraron en la anciana de expresión severa que se quedó callada y en silencio.

*         *        *        *        *

Hugo estaba en su oficina trabajando durante la fiesta del jardín y, a la misma hora de siempre, Jerome se presentó para servirle el té vespertino.
‒¿Cómo va la fiesta?
‒Bien, la mayoría de invitadas ya están aquí.
‒¿Hay alguien que no haya querido venir?
Que alguien faltase a una fiesta sin comunicarlo con antelación era un insulto. Nadie se atrevería a semejante ultranza por miedo, pero Hugo estaba algo preocupado porque Lucia había dicho que iba a presentar a Damian.
‒No, sólo faltan las dos personas que ya avisaron que habían enfermado.
Hugo asintió con la cabeza y prosiguió con su trabajo cuando, de repente, el nombre “Lucia” volvió a pasarle por la cabeza. Sentía curiosidad, pero no quería preguntarle, sería bochornoso. Después de todo, quizás sólo se tratase de un mote cariñoso que usaban entre ellos. La noche anterior no había podido tomar a su esposa por culpa de la fiesta. La abrazó y así pasaron la noche: él demasiado ardiente como para pegar ojo y ella durmiendo plácidamente. ¿Qué anzuelo podía lanzar para atraparla?
‒¿Te suena el nombre de “Lucia”? ‒ Hugo escupió las palabras con amargura, como si fuese una queja.
‒Sí.
‒¿Sí? ‒ Hugo alzó la vista rápidamente. ‒ ¿Quién es?
Jerome se tensó al ver la extraña reacción de su señor. Si hubiese creído que su señor no lo sabía, habría respondido de otra manera. ¡Caray! ¿Por qué no lo sabía? Jerome se frustró con su señora por dentro.
‒Pues… Me he enterado de que es el nombre de cuando la señora era niña.
Su señor no contestó.
Al pobre mayordomo le entraron sudores fríos, temeroso de que sus amos volviesen a tener otra disputa seria.
‒¿Te lo ha contado mi esposa?
‒No, escuché que la señorita Milton la llamaba así, y se lo pregunté.
‒Vale. Puedes retirarte.
El despacho se quedó envuelto en un silencio sepulcral cuando Jerome se marchó. Hugo estaba sentado frente a un documento, pero no le entraba ninguna palabra en el cerebro. La hija del barón Milton lo sabía, Damian lo sabía, hasta Jerome lo sabía… Él era el único que no.
Hugo volvía a estar conmocionado. Le dolía el pecho. Un dolor que quizás seguiría así desde entonces.
“Nunca te amaré”, “cuando termine, no quedará nada”.
Dejó el papel y la pluma, se cogió la cabeza con las manos y la apoyó contra su escritorio. Era como si tuviese una pesada roca en el pecho. Era como si vagase por un desierto eterno. Por primera vez desde la muerte de su hermano había encontrado algo que quería, pero era algo que no podía tener.
Tal vez su desesperación era comparable como el de aquel hombre hambriento ante una fruta a la que no llega.
Hugo inhaló, pero todavía tenía un nudo en el estómago.
Su mundo había perdido el color tras la muerte de su hermano. Todo era aburrido y sin sentido. Sin embargo, ignoraba desde cuándo, pero había empezado a creer que el mundo no era tan agotador hasta que, llegados a cierto punto, su corazón había vuelto a latir y su mundo había recuperado su color. Si la perdía, su mundo moriría de nuevo.
No podía dejarle mientras estuviesen casados, no obstante, el matrimonio no ata al corazón. No existe ningún contrato capaz de hacerlo. Si su corazón no le pertenecía a nadie podría soportarlo, pero… ¿Y si se lo daba a otro? ¿Y si le entregaba a él su corazón y compartía su corazón con otro?
Hugo cerró los ojos y se hundió en la oscuridad de su mente hasta que el sonido de alguien llamando a la puerta le sacó de su ensimismamiento. Ashin, la última persona a la que le apetecía ver, entró.
‒Mi señor, hay una epidemia.
Hugo suspiró. Era agotador. Ni siquiera tenía tiempo para ponerse sentimental. El norte era tan grande que no paraban de suceder cosas. Era como un barco lleno de agujeros: cuando tapas uno, sale otro. Apenas capaz de controlar sus ganas de lanzarlo todo por la borda, el duque preguntó.
‒¿Una epidemia con este tiempo?
‒Hay una docena de personas con los mismos síntomas a unas dos o tres horas a caballo de aquí.
Hugo se levantó de inmediato. Si de verdad se trataba de una epidemia y llegaba a Roam, las consecuencias serían terribles.
‒Saldré ahora mismo. Prepara a los soldados y consigue a todos los médicos que sepan montar.
‒Sí, señor. El señor Philip está en Roam ahora mismo. ¿Le llamo?
Hugo frunció el ceño.
‒A todos excepto a ese hijo de-… A Philip. Encuentra a otro.
Ashin se retiró y siguió sus órdenes al dedillo.
Hugo organizó los documentos de su escritorio rápidamente y salió de su despachó poco después. Jerome le acercó su montura blanca sin nombre y le esperó para partir.

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1 comentarios

  1. Muchas gracias por el capítulo estuvo muy bueno y son un par de tontos estos duques jajajaja

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