Capítulo 42: Amor, comprensión y familia

octubre 26, 2018


Ya dentro del castillo, Lucia se dio la vuelta y descubrió que Damian no estaba por ningún lado, así que le pidió a una criada que fuera a buscarle. Mientras tanto, la joven se dirigió al recibidor donde se sentó y cerró los ojos. Le dolía la cabeza. Había sido demasiado dócil. Había subestimado el orgullo terco de todas aquellas mujeres y había bajado la guardia porque el ambiente era diferente al de los círculos de la capital. Sin querer había sido una engreída por culpa del título del que ahora disfrutaba.
Si de algo estaba completamente segura, es que no le gustaba aquella mujer. La condesa de Corzan la había marcado, por lo que había estado esperando con ganas el momento de conocer a la condesa de Wales. Sin embargo, su emoción se había convertido en decepción. Para la muchacha, la condesa de Wales era un lobo con piel de cordero. Su error había sido sonreír para evitar conflictos, por eso mismo ahora se la tomaban a broma.
Lucia sabía que no iba a ser fácil, por eso le había pedido a Kate que trajese a su tía abuela, para tener un escudo. No obstante, su descuido era doloroso. Se había dado demasiada prisa en presentar a Damian.
Lucia abrió los ojos. Damian todavía no estaba allí. ¿Cuánto rato hacía que había mandado que lo trajeran? Le dolía la cabeza y estaba irritada.
‒¿Por qué está tardando tanto? ‒ Le preguntó a la criada.
‒Mi señora, el joven amo no ha respondido cuando lo hemos llamado. La criada a la que usted le ha ordenado traer al joven amo no sabe qué hacer.
‒¿Qué está haciendo afuera?
‒Nada… Sólo está mirando a la gente.
‒…Muy bien.
¿Qué estaría pensando el niño mientras miraba a las invitadas? Se lo preguntaría cuando llegase.

‒Lucia.
Kate se sentó al lado de Lucia en algún momento y le cogió la mano.
‒Gracias por venir hoy, Kate. ‒ Lucia sonrió cuando vio a su amiga.
‒No, no he podido hacer nada. No te sientas mal. Piensa que ha sido sólo un tropezón.
A Kate le preocupaba que a Lucia le abrumase el bochorno. Sin embargo, a Lucia no podía importarle menos la fiesta. Algo así no la humillaba.
‒No pasa nada. Y, ruego me sepas perdonar, pero ¿te importaría dejarme a solas por hoy? Tengo mucho en lo que pesar.
Kate aceptó, le ofreció unas cuantas palabras más de apoyo y consuelo y se marchó.
‒¿Está en su despacho? ‒ Le preguntó Lucia a Jerome.
‒No, ha llegado un mensaje urgente y ha tenido que salir. No sabemos si volverá esta noche.
Lucia estaba aliviada y entristecida a la vez.
‒Yo me ocupo de comentarle lo de hoy, no le digas nada.
‒Sí, señora.
‒Y, ¿puedes llamar a Anna?
Cada vez le dolía más la cabeza, así que quería alguna medicina. Jerome se excusó y el resto de las sirvientas abandonaron la estancia para darle intimidad.
‒Acércate, Damian.
Damian se le acercó y se arrodilló ante Lucia, que se sobresaltó sorprendida.
‒Lo siento, por mi culpa ha-…
Al chico le daba igual cómo le mirasen. No importaba lo intensas que fueran las miradas de los demás, no le herían. No obstante, no quería que Lucia tuviese que soportar semejante trato. Damian desconocía cómo funcionaba la alta sociedad o lo que era una ruptura de fiesta, pero era consciente que la situación había sido una humillación para su madrastra.
Furia. Le enfurecía su propia impotencia. De haber estado allí su padre las cosas habrían sido muy distintas.
‒No, Damian. ¿Por qué pides perdón?
Con los ojos llorosos, Lucia tomó a su hijastro entre sus brazos y le abrazó. Damian se opuso a la idea desde un principio, fue ella quien le había convencido. Tendría que haberlo hecho de otra manera. Podría haberlo presentado al final de la velada, pero había pecado de ambiciosa.
‒Lo siento, Damian. No he pensado en ti. No me he parado a pensar que podría hacerte daño, sólo he pensado en mí.
Damian contenía el aliento y se esforzaba por quedarse quieto mientras disfrutaba de la sensación cálida y el dulce aroma del abrazo. Creía que si se movía, aunque sólo fuera un poco, Lucia se apartaría.
‒Lo siento, lo siento…
‒N-No…  No pasa nada.
Damian estaba bien. En el momento en que Lucia le había llamado “mi hijo”, el niño había olvidado al resto de personas presentes. Todavía podía escuchar con total claridad esas dos palabras que tanto le habían conmovido.
‒No es culpa tuya, Damian. Lo que hagan los demás no es cosa tuya. No todos los adultos son sabios. ‒ A Lucia le temblaba la voz.
Damian sentía deseos de gritarle que no llorase por él, pero esas palabras se le quedaron pegadas en la garganta. Así que, lentamente, se inclinó hacia adelante y descansó la frente en el hombro de Lucia.
Era la primera vez que alguien lloraba por su bien. Se le nubló la vista y se le secó la garganta. Los ojos del chico se humedecieron. Sólo un poco.

*         *        *        *        *

La urgencia acabó siendo totalmente distinta a lo que Hugo creyó. No era una epidemia, sino comida en mal estado. Ninguna de las dos ocurrencias eran comunes con el temporal del norte y tampoco se precisaba la presencia del mismísimo duque para solucionarlo.
‒¿Setas venenosas?
‒Sí, sí, mi señor. ‒ La cara del jefe del pueblo que había pedido auxilio era indescriptible. ‒ Parecen comestibles, pero causan diarrea, vomitos y puntos rojos por todo el cuerpo.
En cuanto llegaron al pueblo los doctores se pusieron manos a la obra: revisaron a los enfermos, preguntaron sobre las setas y examinaron los resto de comida. En cuestión de minutos la enfermedad estaba diagnosticada y solucionada. A los ciudadanos se les heló la sangre cuando vieron llegar al poderoso duque, le admiraban.
‒Es imposible que los que viven por aquí no conozcan una seta que crece por los alrededores.
‒Así es, señor. Esta seta no es autóctona, sino de un poco más al norte.
‒¿Entonces?
‒Venga, dilo.
El jefe del poblado le insistió a un hombre que se hallaba postrado en el suelo para que hablase: el dueño de una tienda de comida.
‒Sí… Bueno… Eh… Hará un par de días que compré muchas cosas en los canales de arriba… No sé qué habrá pasado, pero-…
‒Basta. Ha sido culpa tuya, ¿no? ¿Qué demonios pretendías hacer con unas setas venenosas?
‒¡Oh! ¡Soy inocente, mi señor! ¡Jamás haría algo así a propósito!
Un oficial se acercó a la escena del hombre lloriqueando a los pies del duque e informó:
‒Creo que deberíamos vigilar y revisar los canales de mercaderías de arriba. No es fácil distinguir las setas.
‒Envia a los hombres ahora mismo. Investigad si se han dado más casos. Los doctores se quedarán para atender a los enfermos. Recoged todas las setas y tiradlas.
‒¡Sí, señor!
‒Mi señor, le hemos hecho perder el tiempo, lo siento. ‒ El jefe del poblado se disculpó.
‒No, ha sido una reacción rápida y excelente. Ocúpate del resto.
‒Sí, mi señor.
Hugo y sus soldados partieron para Roam dejando a un pequeño grupo en la zona para que se ocupasen de los asuntos que quedaban por arreglar. Ya estaba oscureciendo cuando los viajeros se detuvieron unos minutos para descansar y saciar su sed. El duque calculó el tiempo que tardaría en llegar y adivinó que sería al anochecer.  Seguramente a la hora de la cena.
‒Adelántate y ordena que no anuncien mi regreso. ‒Le ordenó al capitán.
Le encantaría poder llegar a tiempo para la cena, pero de no conseguirlo, no quería interrumpir la cena de su amada esposa. Dean siguió sus órdenes y se puso al galope de inmediato y poco después el resto del grupo también reanudó la marcha hacia Roam.

Jerome salió corriendo, sorprendido porque su señor hubiese entrado a los muros del castillo a lomos de su montura.
‒No han anunciado su llegada, señor…
‒Se lo he ordenado yo. ‒ Hugo se apeó y se dirigó a su despacho con Jerome a sus espaldas.
En cuestión de segundos, los tres hermanos que servían al duque entraron con una muda y esperaron a que su señor se quitase su uniforme sucio.
‒¿Y la cena?
‒Le queda un poco.
‒Entonces no he llegado tarde. ‒ Hugo se sentó en su escritorio donde le esperaban unos cuantos documentos, algunos con una marca roja que indicaba urgencia. ‒ No tengo tiempo ni de respirar… ‒ Suspiró para sí.  ‒ ¿La fiesta ha ido bien?
El ambiente en el castillo era triste desde que se había cancelado la fiesta. Sin embargo, Jerome respondió afirmativamente cumpliendo las ordenes de su señora.
‒Llámame cuando la cena esté lista.

*         *        *        *        *

Lucia se quedó dormida después de tomarse la medicina para el dolor de cabeza, pero no mejoró. Le seguía doliendo y estaba irritada, así que se quedó tumbada en el sofá del dormitorio.
‒¿Qué? ¿Ha vuelto? ‒ Hacia la hora de la cena una criada anunció el retorno de su marido.
Lucia creía que no le volvería a ver aquella noche, así que le pidió a la sirvienta que le acercase un espejo para, por supuesto, ver lo hinchados que tenía los ojos. De haberlo sabido se habría puesto algo frío encima.
‒Tráeme una toalla fría.
Pero el remedio no serviría de mucho.
‒¿Qué tal? ¿Tengo muy mala pinta?
‒La hinchazón se ha calmado un poco. No se ve a simple vista.
Con que su marido no se diera cuenta durante la cena bastaba. Después de comer, seguramente, volvería a enterrarse en su montaña de trabajo como cada vez que salía.
Lucia se aguantó la toalla en los ojos unos pocos minutos más, con la esperanza de que no se notase. No quería que Hugo se enterase de que había estado llorando por nada.

Damian ya estaba en el comedor cuando llegó y, poco después, Hugo hizo su aparición. El duque cogió la cuchara y posó su mirada en ella, entonces, frunció el ceño. Inmediatamente, dejó la cuchara de un golpe y todos los presentes se quedaron helados. Hugo se levantó y se acercó a su avergonzada esposa. Le sujetó el mentón y la obligó a mirarle.
‒¿Qué ha pasado?
Lucia, consciente de que todas las miradas se centraban en ellos, apartó la vista. No sabía que su marido iba a reaccionar de esa manera. Creía que fingiría ignorancia y que luego le preguntaría sobre lo sucedió.
‒Ya hablaremos luego, vamos a comer primero-…
‒¡Jerome! ‒ Hugo le volvió a coger la mandíbula y la examinó minuciosamente. ¿Había llorado? ¿Por qué?
Jerome, siempre listo, contestó:
‒Las invitadas han hecho una ruptura de fiesta.
‒¿Qué es eso?
‒Es una acción para acabar con una fiesta en la que las invitadas guardan silencio.
‒Motivo.
‒…El joven amo Damian.
Hugo no necesitaba más explicaciones.
‒¿Qué te han hecho? ‒ Había una pizca de violencia en su tono de voz.
‒Nad-… No han hecho nada…
Las invitadas habían rechazado la fiesta, pero a ella no le habían hecho nada directamente. Aquello no era suficiente para hacerla llorar y tampoco la disgustaba, pero se sentía mal por Damian y había llorado por eso. Sin embargo, en cuanto Hugo le preguntó qué había pasado volvió a formársele un nudo en la garganta. Su intención había sido explicarle lo ocurrido tranquilamente, pero sus palabras le llenaron los ojos de lágrimas.
Hugo se tensó cuando vio sus ojos vidriosos. La levantó de su asiento y la cogió en brazos, enterrándole la cabeza en su pecho.
‒Subidnos la cena al segundo piso. Damian, come en tu cuarto.
‒Sí. ‒ Damian observó con preocupación como su padre se llevaba a Lucia. Estaba preocupado por ella porque no había salido de su habitación en todo el día y esperaba poder volver a ver la sonrisa de su madre a la mañana siguiente.

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