Capítulo 4 al 6

noviembre 11, 2018


4

¿Hasta donde recuerdas? A no ser que escribas un diario cada día, es imposible que te acuerdes de todo con claridad. Bueno, sí puede ser que recuerdes algún momento destacable de hace mucho, muchísimo tiempo. Yo también tengo algo así, algo que recuerdo como si hubiese sido ayer. Algo tan fuerte que se me quedó grabado en la memoria.

Cierto día de mayo, nuestro tutor estaba pegando a Gordo Seboso por no traer los deberes. Nuestro tutor blandió el palo de castigo y le atizó las manos hasta que se le pusieron rojas. Yo, de mal humor, fruncí el ceño. Durante aquellas últimas dos semanas había estado observando a Gordo Seboso y había descubierto un par de cosas. Nos habíamos peleado, así que no podía evitar prestarle atención. A pesar de que la actitud de Gordo Seboso era neutral, el resto de los compañeros de clase le rechazaba con desprecio y nuestros profesores le castigaban sin misericordia ni tolerancia a diario. Por alguna razón, me irritaba. En ese momento no me planteé por qué me disgustaba lo que había descubierto, tal vez porque estaba convencido de que no le debía nada.

La última hora del miércoles era arte. Nos pusimos los delantales y cargamos con cubos de agua para pintar.
‒Acabad las pinturas y entregádmelas. ¿Os acordáis de lo que os dije? Vamos a elegir al mejor pintor para que vaya a un concurso estatal. Cuando acabéis, entregádselas a Yun Su para que lo lleve a la sala de profesores.
El bullicio de la clase subió de volumen. Era obvio que Yun Su es quien iba a ganar, pero no pude evitar emocionarme. Sabía que Yun Su era el mejor en todos los campos: listo, deportista y sociable. Pero a mí se me daba bien dibujar, tanto como a él. Por eso aspiraba a que me eligieran a mí. Mi obra se llamaba: “viaje en un sueño”, era una pintura rellena de imaginaciones extravagantes y, por el momento, me gustaba.
‒¿Otra vez? ‒ La voz enfadada de la profesora resonó por la clase. ‒ ¡Te dije que lo trajeras! ‒ Todo el mundo dejó de trabajar para mirarla. ‒ ¿Qué voy a hacer contigo si todo lo que haces es quedarte sentado ahí, sin hacer nada?  ‒ Nuestra profesora de arte era una señora de mediana edad que gritaba con una voz muy estridente. ‒ Serás… ‒ Suspiró.
La maestra se frotó la sien como si estuviese harta de regañar a Gordo Seboso. Entonces, se volvió hacia su compañero de pupitre y ordenó:
‒Dale una lámina.
‒Eh… Pero es la última… ‒ Musitó.
La profesora frunció el ceño y se dirigió a la clase. Nos estudió a todos, como si buscase un voluntario.
‒Ya… se lo doy yo. ‒ Alcé la mano lentamente.
Me sonrojé, sabía que todo el mundo me estaba mirado estupefacto, pero me levanté y me acerqué a Gordo Seboso con mi libreta. Entonces, arranqué una de las láminas y la dejé en su escritorio.
‒Joder, qué engreído… ‒ La voz de Gordo Seboso fue casi inaudible. Rechinaba los dientes.

‒Bien hecho. ‒ Yun Su me elogio.
Yo seguía repitiendo las palabras de Gordo Seboso en mi cabeza hasta ese momento. Me sorprendió el poder tranquilizador que tenía la voz de mi buen amigo. Me sentí mejor. En realidad, en ningún momento me paré a pensar cómo debió sentirse Gordo Seboso y mi poco tacto me explotó en la cara dos días después.
Aquella mañana estaba loco de contento porque la profesora de arte nos había dicho que tanto mi dibujo como el de Yun Su habían sido elegidos para el concurso, pero que primero los colgarían en clase durante un día para que todo el mundo pudiese admirarlos.
El delegado tenía que acompañar a la profesora a su despacho, así que yo fui el centro de atención de todos mis compañeros de clase.

5

Todos mis compañeros de clase se habían reunido delante de la pizarra donde se suponía que habían colgado nuestros dibujos.
Dejé la mochila sobre mi pupitre y me acerqué al grupo.
‒¿Qué pasa?
Ante mi pregunta algunos de los presentes se apartaron y ahí fue cuando me di cuenta de que algo iba mal. Aminoré el paso hasta la pizarra y lo vi. Me quedé inmóvil con las miradas de todos clavadas en mí. Lo que había ante mí era, sin lugar a duda, mi dibujo. Sólo que lo habían arrancado y rajado en forma de cruz.
‒Mi… dibujo… ‒ Murmuré en voz baja.
‒Jung… ‒ Uno de mis amigos me llamó, pero no le oí.
Me sorprendió la intensidad de mi furia. Hasta ese momento había conocido el enfado, pero no la ira. ¿Qué pasaba? ¿Por qué sólo le habían hecho eso a mi dibujo?
‒¿Estás bien, Jung? Es… tu dibujo, ¿no?
Me llegó una voz que conocía a la perfección desde atrás. Algunos de los estudiantes jadeaban, atónitos, otros se cubrían la boca con las manos, otros se echaban las manos a la cabeza y yo, en medio de todo aquello, fui incapaz de decir nada. Me obligué a acercarme a la pizarra para inspeccionar el dibujo. No me lo podía creer. Era la primera vez que conseguía algo al lado de Yun Su, pero… Ahora todo se había ido a la porra. ¡Y encima, adrede!
‒¿Quién ha sido…? ‒ Pregunté con voz ronca. ‒ ¡¿Quién lo ha hecho?! ‒ Cerré las manos en puños y me di la vuelta. ‒ ¡¿Quién me ha jodido el dibujo?!
Algunos se sorprendieron y otros se sobresaltaron, pero yo no me tranquilicé.
‒No he sido yo…
‒Ni yo…
Uno a uno, todos fueron sacudiendo la cabeza y alegando inocencia mientras que yo era incapaz de calmar mi corazón.
‒Mierda…
Nadie lo admitía. ¿Entonces, quién? Me sentí herido y una víctima. Todos mis sentimientos se me arremolinaron en los ojos.
‒¿Qué pasa?
Hubo una voz en particular entre la de todos mis compañeros que se me metió en la cabeza. Yun Su entró en la clase y dejó la mochila en el pupitre, sorprendido. Entonces, se me acercó.
De repente me sentí seguro. Estaba a punto de llorar.
‒¿Qué pasa, Ha Jung?
Sus ojos atraparon los míos y me rodeó los hombros con sus brazos.
‒Mira… Lo que le han hecho a mi dibujo… ‒ Me mordí los labios.
‒¿Crees que haya podido ser él?
‒¿Quién?
‒Gordo Seboso…
‒¿Qué? ¿Por qué?
‒Es el único que haría algo así…
‒Es verdad…
‒A lo mejor ha sido él.
Mis compañeros empezaron a cuchichear. La aparición de Yun Su me había tranquilizado, pero volví a cabrearme. Ahí es cuando recordé lo que Gordo Seboso había dicho hacía dos días. Todo fue muy rápido.
La puerta se abrió y Gordo Seboso entró en la clase. Él se sorprendió al encontrarse a todo el mundo mirándole y retrocedió un par de pasos, con el ceño fruncido.
‒¿Qué-…?
‒Serás hijo de puta. ‒Le interrumpí.
Sin que nadie tuviese tiempo para pararme, corrí hacia él con los puños preparados.

6

Esa sería la primera vez que me llamaban de la sala de castigados donde, como el nombre indica, iban aquellos que la liaban. Lo ocurrido aquella mañana ya se había convertido en el tema del día.
Gordo Seboso, cubierto de heridas como yo, estaba a mi lado escribiendo su carta de disculpa. Nuestro tutor nos había regañado y amenazado con llamar a nuestros padres si volvíamos a pelearnos de esa manera, así que ya solos, nos sentamos lo más lejos del otro que se pudo.
Estaba completamente seguro de que había sido él quien me había roto el dibujo, así que no me arrepentía de nada. Y él debía estar pensando lo mismo porque mantenía los ojos fijos en el papel y apretaba el lápiz de mina con muchísima fuerza.
Sinceramente, hacía treinta minutos que había acabado mi carta de disculpa. Mi problema era que tenía que quedarme a solas con la persona que más odiaba en el mundo. Era abrumador. ¿Cómo puede ser que un profesor escogiese una forma de castigo tan parecida a la tortura?
Puede que fuera por la presión de mi subconsciente, pero terminé garabateando en los papeles que nos habían dejado. Para mí dibujar era la mejor forma de pasar el tiempo. Me dediqué a dibujar el dragón, que era uno de los personajes más complicados de hacer. ¿Cómo eran sus patas? ¿Y las cejas? ¿Cuántas arrugas tenía en la frente? Me guíe enteramente por mi memoria.
‒¿Qué? ‒ Al final, los ojos que tenía clavados en la nuca me irritaron tanto que acabé girándome.
Nuestros ojos se encontraron y él frunció el ceño, chasqueó la lengua y se dio la vuelta. Estudié su pelo grasoso por no lavarse, su piel morena y la ropa manchada y arrugada que llevaba puesta.
‒¿Por qué lo has hecho? ‒ Pregunté después de un buen rato.
Tal vez fuese porque estaba dibujando, o quizás porque ya había pasado un rato y estaba más tranquilo, el hecho es que le hablé con suavidad. Gordo Seboso posó la mirada en mi rostro.
‒Serás gilipollas. Me has puto pegado tú, ¿de qué coño hablas?
‒De mi dibujo.
Al parecer mi respuesta le pilló desprevenido, porque Gordo Seboso entrecerró los ojos como interrogante.
‒¿Qué dices?
‒Mi dibujo… Estaba pegado en la pizarra. ¿No has sido tú?
‒Joder, maldito maricón. ¡¿Qué yo he hecho que?! ‒ Tiró la silla para atrás furioso, se levantó y me gritó.
Yo estaba atónito. De haber estado en el mismo estado mental que aquella mañana seguramente me habría tomado sus insultos como puras excusas y no a causa de mis compañeros hablando mal de él o señalándole con el dedo, sino porque yo mismo habría llegado a la conclusión que nadie me podía odiar más que ese chico. Pero, en ese momento, me nació una duda en la cabeza. Nació algo que tenía en la punta de la lengua, pero que todavía no me salía.
Me sumí en mis pensamientos y, sorprendentemente, Gordo Seboso también se quedó callado, como si esperase a que yo llegara a la conclusión.
Por desgracia, esa conclusión tardó días enteros en llegar y ese fue el motivo por el que la escuela entera empezó a hacerle el vacío y a señalarle por ser quien había roto mi dibujo. Bueno, aunque también era verdad que él se lo había buscado.

Aquella semana se llevó a cabo el concurso y Yun Su ganó la medalla de bronce, hecho que se convirtió en la comidilla de toda la escuela. Sin embargo, yo seguía inmerso en mis cavilaciones, tratando de hallar la respuesta a mi duda. Normalmente, habría culpado a Gordo Seboso, pero en esa ocasión me sentía fatal por lo que le había dicho y había algo que me parecía raro en el asunto.

Cierto día, Gordo Seboso no apareció por clase.
‒Kim Seung Pyo se va a cambiar de escuela. ‒ Anunció el tutor. ‒ No se ha despedido, pero estoy seguro de que le ha dado pena tener que irse. Se va a ir a-…
¿Seung Pyo? No recordaba quién era, así que me giré para Yun Su.
‒¿Quién es Seung Pyo? ‒Pregunté entre susurros.
Yun Su me miró con incredulidad.
‒Gordo Seboso.
Con que así se llamaba: Seung Pyo. Escuchar que se iba a cambiar de escuela me hizo sentir raro, aturdido.
‒Delegado y subdelegada, venid a por los dibujos de la semana pasada.
En cuanto el tutor habló, Yun Su se levantó de su asiento, el profesor se marchó y la clase se animó. La mayoría de sus conversaciones giraban entorno a Gordo Seboso. Creo que algunos hasta se me acercaron, pero yo continué en mi mundo.
‒¿No te sientes mejor ahora que no va a volver? ¿En qué estás pensando?
Min June me tocó el brazo y yo me di la vuelta lentamente.
‒Es que hay algo que…
‒¿Qué?
‒¿Te acuerdas de cómo era mi dibujo?
‒¿Tu dibujo? Ah… ¿El roto? Pues no. Creo que no lo llegué a ver. ‒ De repente todo encajo. ‒ ¿Y esa cara? ¿Qué te pasa? ¿Por qué me preguntas eso?
‒No, no es nada…
‒Oh, ¿tanto te ha sorprendido que Gordo Seboso se vaya?
¿Sorpresa? No, era más incredulidad que otra cosa. Pero lo peor es que había algo que estaba a punto de descubrir y que todavía no me atrevía a olvidar.

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