Capítulo 43: Amor, comprensión y familia

noviembre 07, 2018

Hugo entró en su dormitorio y se sentó en el sofá con Lucia llorando enterrada en su pecho. Los llantos de Lucia no cesaban por muchas caricias que recibiera, al contrario, empeoraban. En realidad, la joven no entendía por qué estaba llorando tantísimo, lo sucedido en la fiesta no había sido para tanto. Sin embargo, estaba triste y ante el consuelo amable del rostro de su esposo sus lágrimas se rehusaban a parar. Era la primera vez que lloraba desde los doce años, cuando entró en palacio.
Hugo le acarició la espalda en silencio a pesar de su agitación. Era plenamente consciente de lo fuerte que era su esposa, así que, ¿qué demonios debía haber ocurrido para hacerla llorar de esa manera? Esas mujerzuelas debían haber perdido la cabeza para atreverse a hacerle algo así a su amada. Se lo haría pagar.
Después de un buen rato Lucia se irguió y pareció dejar de llorar. Hugo se limitó a abrazarla sin pedirle que parase, sin embargo, su actitud la consoló.
‒¿Ya está?
La pareja intercambió una mirada: ella alzó la vista y él la bajó.
‒Tengo que… ‒ Lucia se sentía algo avergonzada. ‒ lavarme… ‒ Asintió con la cabeza. Después de llorar de esa manera se sentía muchísimo mejor, como si le hubieran quitado un peso de encima.
Le daba vergüenza enseñarle su cara empapada. Él la sujetó por la muñeca cuando hizo amago de levantarse y le ofreció una toalla húmeda que una criada había traído mientras ella lloraba. Lucia aceptó la toalla y se secó el rostro.
‒Está mojada… ‒ Dijo mirando la camisa empapada de su marido. ‒ Por mi culpa.
Lucia vaciló unos instantes, entonces, extendió la mano y le desabrochó los botones de la camisa. Los desabrochó uno a uno, dejando a la vista los músculos bien definidos de su pecho. Le temblaban las manos y para cuando se había deshecho de la mitad, el corazón le latía tan fuerte que tuvo que apartar las manos.
‒Voy a por una muda limpia…
Hugo la cogió por las muñecas y ella se lo miró con sorpresa.
‒Acaba. ‒ Le brillaban los ojos con una luz peligrosa.
Ella lo fulminó con la mirada y tragó saliva antes de acabar de desabrocharle la camisa con manos temblorosas. Al terminar, le pasó la mano por el pecho desnudo inconscientemente. La firmeza de su piel y el detalle de sus músculos la impresionó. De repente, se avergonzó, apartó las manos e intentó alejarse, pero él la atrapó. Sus labios se encontraron con los de ella y la lengua de él la saboreó.
‒Qué salado.
Lucia se ruborizó de inmediato. Los ojos carmesíes de su marido echaban chispas pasionales. Su cuerpo reaccionó: tenía calor, se le aceleró la respiración y sintió una sensación electrizante entre las piernas. La muchacha contempló ese color rojo que antaño se le ocurría tan frío, no obstante, ya no recordaba por qué pensaba aquello.
¿Las mirará a todas de esta manera…?
Recordó con qué desesperación Sophia Lawrence se había aferrado a él y cómo ella misma, en aquel momento, había chasqueado la lengua y murmurado que no era el único pez en el mar. Jamás se habría imaginado que llegaría el día en el que comprendería los sentimientos de Sophia tan bien. ¿Existiría alguna mujer capaz de soportar ver cómo la su mirada se volvía gélida en cuestión de segundos? Su amor por Hugo creció con el tiempo y su determinación de amarle sin esperar ser correspondida peligraba por la ternura de su esposo. Temía convertirse en el tipo de mujer pegajosa que él odiaba.
No necesito más de lo que tengo ahora.
Era suficientemente feliz. Él era un marido apasionado y dulce. Pedir más ya sería abusar.
Lucia posó las manos en los hombros de él y se levantó. Él alzó la vista para mirarla desde abajo. Esa sensación de tener que mirar para abajo para mirarle le dio una sensación de superioridad. Ella empujó los hombros de él con más fuerza y se inclinó para besarle. Le mordió el labio inferior con suavidad, como siempre hacía él, y le lamió. En cuestión de segundos sus besitos se volvieron sugerentes y, precisamente porque Hugo se quedó inmóvil, ella fue más atrevida todavía hasta que se separaron.
‒No has comido por mi culpa, debes tener hambre-…
Hugo no le dio tiempo a terminar la frase. La agarró por el cuello y devoró sus labios con avidez. Su lengua exploró su cavidad sin pudor alguno. Fue un beso lo suficientemente largo como para dejarla sin aliento.
‒¿Qué dices de comer? ‒ Gruñó, excitado.
‒…Pero yo también tengo hambre.
Hugo suspiró. Personalmente no comer no era nada del otro mundo para él.
‒…No podemos dejar que pases hambre.
Hugo la cogió en brazos y la llevó hasta la habitación que había conectada con el dormitorio donde les esperaba la cena.
Lucia ordenó a la criada que trajera una muda limpia para él y se quedó sentada en el sofá, absorta en sus pensamientos, mientras él se cambiaba. Ella también quería tirarle en la cama y saborearlo de la misma manera que él la acariciaba y la besaba por todas partes.
Te has vuelto loca, se reprendió. Por suerte, Hugo no contaba con la habilidad de leerlo los pensamientos y, mientras ella intentaba recuperar la compostura, se sentó a su lado.
‒¿Todavía no te encuentras bien?
‒No, estoy bien. ‒ Dijo, apoyando la cabeza en su hombro. Él la rodeó con los brazos. ‒ Ahora estoy bien, gracias a ti. Me siento mejor después de llorar. ¿Alguna vez te ha pasado algo así?
‒No sé, nunca he llorado.
Al morir su hermano sintió que le arrancaban el corazón, así que salió a galopar con su corcel y bramó sobre su lomo, pero no derramó ni una sola lágrima. A Lucia no le sorprendió.
‒Bueno, dime, ¿qué ha pasado?
‒…Ya te lo han contado. La fiesta ha sido un desastre. A las invitadas no les ha gustado que les presentase a Damian, pero no he querido ceder y la he cancelado. Suele pasar.
‒¿Por qué has llorado tanto si suele pasar?
‒Es que… No ha sido por la fiesta. Me entristece un poco pensar que Damian se haya sentido mal por mi culpa.
¿Quién lloraba tanto por estar un poco triste? Hugo no la entendía, pero a pesar de que su argumento no le convencía, decidió dejarlo correr.
‒El chico no es tan debilucho.
‒Ya, es tu hijo, pero no deja de ser un niño de ocho años. Es joven.
‒¿Quién ha sido la instigadora? ‒ Su tono de voz ocultaba una brutalidad capaz de desgarrar la garganta a cualquiera que se le cruzase por delante. La naturaleza que Hugo tanto luchaba por esconder resurgió. Deseaba encontrar al deudor y hacerle probar el sabor de la sangre.
En cuanto Lucia levantó la cabeza, Hugo volvió a esconder su bestialidad.
‒No hagas nada.
‒¿…Que no haga qué?
‒Es cosa de mujeres. No te metas.
Si se metía, sería un caos. Los cimientos de la sociedad norteña peligrarían. Y de darse el caso, puede que hasta Kate y la señora Michelle les dieran la espalda.
‒Prométemelo. ‒ Insistió Lucia, viendo que él no respondía. ‒ Prométeme que no te vas a meter en esto.
‒Yo me ocupo.
‒¡Hugh! ¡No, no lo hagas por mí! No voy a echarte nada a la cara y nadie me va a juzgar.
‒¿Quién se atrevería?
‒¡Hugh!
‒…Vale. ‒ Era incapaz de resistirse a los ojos de cordero degollado de su esposa.
‒¿Me lo prometes?
‒He dicho que vale. ‒ Por dentro seguía remugando. No le gustaba la idea de quedarse sin hacer nada. Su mujer no era capaz de pisotearles hasta que fueran incapaces de emitir sonido alguno.
Puede que no se le diera bien nada más, pero Hugo sabía pisotear a la gente. Sin embargo, no podía demostrárselo a ella.
‒¿Qué vas a hacer?
‒Todavía estoy pensando en ello. No quiero precipitar mi venganza.
‒No estarás pensando en dejar que la cosa se enfríe y dejarlo pasar, ¿no?
‒No soy tan tonta como para dejar que la cosa se acalle y punto. Me ocuparé del asunto como se debe, no te preocupes.
‒¿Qué tiene de difícil? Trae a un par de instigadores y-…
‒Te lo repito, ni se te ocurra hacer algo así jamás. ‒ Lucia levantó la vista de repente y se lo miró con los ojos entrecerrados. ‒ Esto no es como el mundo de los hombres, las mujeres no somos tan simples.
Hugo no entendía dónde estaba la complicación del asunto. Tanto las mujeres como los hombres morían si perdían el cuello, pero musitó una palabra afirmativa obedientemente. Ver a su dócil mujer tan agresiva daba un poco de miedo.
‒¿De verdad no necesitas que te eche una mano?
Ella parecía animada. Hugo no quería que se quejase por todo y se aferrase a él para lloriquear, pero al menos le hubiese gustado que le contase lo que le molestaba.
‒Ya te diré si te necesito para algo.
Hugo dudo de que llegase el día en que le fuera a necesitar para algo. Una vez más, confirmaba la amarga realidad de que su esposa estaría perfectamente bien si no estuviese con él.
‒¿Por qué no me preguntaste nada sobre Damian hasta que llegó?
Sin lugar a duda, la causa de la situación de la fiesta era Damian. Hugo sabía que a Lucia le parecía un niño adorable, pero resultaba que sus sentimientos por su hijastro iban mucho más allá. Le sorprendió. Hasta hacía poco Hugo pensaba que Damian no le interesaba en lo más mínimo porque nunca le había preguntado nada sobre él.
‒Nunca me lo habías mencionado, así que no sabía si podía hablar de ello.
‒¿Por qué?
‒Me lo advertiste cuando fui a verte en la Capital y le mencioné.
‒¿…Sí?
‒Y sabía que sería difícil de creer en mis buenas intenciones si preguntaba por pura curiosidad. Seguramente, si te hubiese dicho nada, hubieses empezado a intentar adivinar cuáles serían mis intenciones.
Le pilló desprevenido y tenía toda la razón del mundo, así que Hugo no pudo replicar. Si se hubiese interesado por Damian poco después de casarse, él no se lo habría tomado como simple curiosidad. A pesar de que su mujer no era de las que se lo guardaban todo, sus reflexiones eran más profundas de lo que creía.
‒Le hice venir para lo de la herencia.
‒¿Todavía no está? ¿Tengo que hacer algo más?
‒No, pero como iba a ser tu hijo legal supuse que lo mejor era que, al menos, le vieses la cara. Y no iba a hacer nada con los documentos sin hablarlo contigo antes.
Lucia abrió los ojos como platos. Hugo parecía contrariado.
‒Sé lo que vas a decir. Pensabas que lo haría sin hablarlo contigo primero, ¿no?
Lucia sonrió y él suspiró.
‒Es verdad… Soy un truhan. Sé que es lo que piensas.
‒…No pienso eso. ‒ Verle tan alicaído le dio pena. ‒ De verdad.
‒¿…Qué piensas de mí entonces?
‒Que eres un señor muy competente. Nunca habría pensado que en el norte se vivía tan bien.
‒¿Ah, sí? ‒ Contestó secamente.
Sus halagos no eran del todo agradables. ¿Un señor competente? No es lo que quería oír.

You Might Also Like

0 comentarios

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images