Capítulo 45: Verdades y Mentiras (parte 1)

noviembre 29, 2018


–Pase, Joven Amo. – Jerome acompañó a Damian hasta la puerta del despacho de Hugo, se la abrió y se hizo a un lado para dejarle pasar.
La primera y única vez que el chico había estado en aquella estancia había sido cuando el Duque le había anunciado que viviría en un internado. Desde aquel día, desde el día en que su padre le había dejado claro que el resto era cosa suya, Damian había fijado como meta el ser digno de ostentar el título de Duque. Sin embargo, nunca había considerado qué o por qué. La meta del chico era, asimismo, la razón de su existencia. Ahora Damian había encontrado una meta de verdad: el poder. Y para ello convertirse en el duque sería una necesidad, no la finalidad. Deseaba el poder para proteger a quién quisiera proteger.
Damian admiraba a su padre: un caballero estupendo y el hombre más fuerte sobre la faz de la Tierra. Pero dudaba ser capaz de convertirse en alguien como él, por lo que, debía hallar la manera de ser más fuerte y la única salido que encontró fue la escuela.
En el despacho hacía algo de frío. Había una montonera de documentos a la izquierda y de los muebles emanaba un rico aroma a madera.
–¿Vas a tardar mucho? – Hugo dejó de hojear los papeles de su escritorio y levantó la vista de la mesa.
–No, he venido a decirte que quiero volver al internado.
–Creo que será difícil ponerte al día a estas alturas del trimestre.
–Sí, pero si vuelvo ya podré ir a las clases de repaso.
–Puedes graduarte, aunque te falten trimestres.
–Quiero las mejores notas.
–Ya te dije que con que te gradúes basta.
–Quiero hacerlo.
–¿Por qué?
–Quiero ganar poder a través de mis conocimientos.
Hugo alzó la cabeza y estudió al chico que le mantuvo la mirada con nerviosismo durante unos segundos antes de dejarla caer al suelo.
Hugo recordó la primera vez que vio a su hijastro. El niño que Philip le presentó poseía unos ojos claros e inocentes como los de su hermano: sólo el hijo de su hermano podría tener tanta dulzura en su mirar a pesar de pertenecer a los Taran.
–Poder, ¿eh? – Hugo soltó una risita y volvió a concentrarse en sus papeles. Firmó el que tenía entre las manos y lo dejó a un lado. – Los sabios no gobiernan el mundo. ¿Por qué estás tan seguro de que lo que aprendas en el colegio se convertirá en tu fuerza? –Aquella pregunta pilló desprevenido a Damian. – Todo esto será tuyo cuando te gradúes sin importar las notas que tengas. El Duque de Taran ya es, en sí, un título poderoso.
El propósito de Damian era conseguir poder por sí mismo, no algo heredado. En Ixium, su colegio, existía una organización conocida como la Conferencia que gozaba de cierto poder. El Shita – o líder de la Conferencia – solía ser un estudiante de los mayores al que todo el mundo reverenciaba.
–Voy a ser el próximo Shita. – Hugo se lo miró intrigado. – El Shita es el-…
–Sé lo que es.
A pesar de que Hugo no había pisado jamás ese internado se había interesado por la institución. Viendo que todos los nobles enviaban a sus hijos a ese internado era obvio que en cuestión de décadas haber cursado algo en aquel centro se convertiría en un elemento indispensable para todo noble y, además, en una herramienta para establecer conexiones tempranas entre ellos.  Que Damian fuese nombrado Shita en un lugar en el que la jerarquía estaba tan limitada podría ayudarle a borrar la etiqueta de bastardo de su currículum ante todos aquellos estudiantes que, en un futuro, serían los herederos de sus familias. Pero, ¿por qué de repente Damian quería ese poder cuando nunca había mostrado interés en nada más allá de sus libros?
–No es algo que puedas conseguir sólo estudiando.
–Lo sé.
–Un poder inadecuado es peor que no tener poder. – Explicó. – Si quieres ser el mejor, tienes que estar tan arriba que nadie se atreva a mirarte.
–Sí.
–¿Te has enterado que tu madre te ha añadido al registro familiar?
–Sí, ma… Madre me lo dijo.
–Ve y dile que vas a volver al internado.
–Sí.
–Haz lo que quieras, pero no mates a nadie. Arreglar eso es un tanto más pesado. Pero, si acabas haciéndolo, dímelo a mí antes que al internado.
Su padre era, por supuesto, alguien peligroso.
–…Sí. – Damian hizo una reverencia y salió del despacho.
–Tu hijo es mil veces más listo que tú. – Murmuró entre risitas.
Sorprendentemente, era la primera vez que no le dolía el pecho al recordar a su hermano.

*         *        *        *        *

Lucia iba de camino a disfrutar de su té vespertino cuando se encontró a Damian. Le saludó y le invitó a acompañarla.
–¿Necesitas algo? ¿Te ha pasado algo?
Damian solía encerrarse en su habitación para estudiar a esa hora.
–Tengo que decirte una cosa: voy a volver al internado.
Lucia dejó de moverse y depositó la taza de té con cuidado sobre la mesa.
–¿Es por lo de la fiesta?
–No, tengo que volver para no quedarme atrás.
Lo normal en un niño de la edad de Damian era montar una pataleta por no querer volver a clase. La madurez de su hijastro le daba pena. Al principio, a Lucia, le había parecido adorable que fuese tan avispado para su edad, hablando con él se había dado cuenta que era un genio con la capacidad mental de un adulto. Una infancia normal no encajaba con su intelecto peculiarmente alto. En su sueño Lucia había conocido a un niño similar: Bruno, el tercer hijo del Conde Matin.
Había conocido a Bruno con doce años. No se parecía al Conde ni en apariencia ni en intelecto. Su rebeldía contra su padre siempre supuso muchos problemas. Al final, el Conde se decantó por enviarlo a estudiar.
–Bueno, supongo que debería alegrarme de que vuelvas a estudiar. ¿Cuándo te vas?
–Mañana por la mañana.
–¿Mañana por la mañana? ¿Tan pronto? – Se sorprendió ella.
No esperaba tener que separarse de Damian tan de repente. El chico se había convertido en su hijo y amigo. Su presencia la consolaba y su parecido con Hugo la ayudaba a controlar su anhelo.
–Entonces…
Lucia quiso preguntarle si volvería al año siguiente, pero se contuvo. Si todo marchaba tal y como en su sueño, el Rey fallecería y tendrían que volver a la Capital. Sin embargo, ¿cómo iban a llevar a Damian a la Capital y esperar que lo aceptasen, si ni siquiera habían conseguido en el Norte? Lo mejor sería que Damian se quedase en el internado hasta alcanzar la edad óptima para presentarse en sociedad.
–Estoy segura que tienes mucho que hacer si te vas mañana.
–Sólo queda guardar mis libros.
–Oh, entonces, ¿quieres que hablemos un poco más? Cuéntame sobre el internado.
–Claro.
La pareja se quedó en la habitación charlando animadamente toda la tarde.

A la mañana siguiente una multitud se reunió delante del carruaje de caballos que se disponía a partir. El cochero estaba listo y un criado esperaba a que el resto se despidiera del señorito. 
Hugo le había deseado lo mejor cuando se enteró de que Damian se marchaba, pero Lucia le había regañado y arrastrado afuera.
–Cuídate y estudia mucho.
–Eso haré.
–Come bien, no te hagas daño. Ah… Ya te he dicho que te cuides… – Lucia buscaba qué decir desesperadamente.
Damian sonrió.
–Mi señora.
Un criado se le acercó con una cesta y se la entregó. Asha aguardaba en su interior.
–Asha te ha elegido como su dueño. – Comentó Lucia. – Llévatelo.
–Pero era para ti, ¿no?
–No pasa nada.
–Pero… Las mascotas en el internado están-…
–No te preocupes por eso. Tu padre ya se ha encargado.
Lucia se volvió para mirar a Hugo que esperaba a un par de pasos. Hugo asintió con la cabeza. Para él había sido como matar a dos pájaros de un tiro. Cambiar las normas de la academia no había supuesto ninguna dificultad gracias a ser uno de los mayores inversores de Ixium desde que Damian ingresó.
–Espero que Asha te acompañe en tus días en el internado.
–Sí, gracias.
Un criado cogió la cesta y la subió al carruaje.
–Me voy.
–Ah, sí… Tienes que irte. ¿Puedo abrazarte por última vez, Damian?
–…Sí.
Lucia estrechó a Damian entre sus brazos. Las manos del niño se quedaron en el aire durante unos instantes, pero al final, se relajó y las posó sobre la espalda de su madrastra.
Damian era astuto y sabía de sobras lo buena que era la relación conyugal de los duques. Hacía mucho que había descartado la idea de que aquello fuera un matrimonio de conveniencia y sabía que en algún momento su amor daría frutos. Sabía que su posición sería como un castillo de arena frente al hijo legal de la esposa del Duque. Sin embargo, si su hermano pequeño quisiera el título, se lo cedería encantado. Todo lo que quería Damian era proteger. Proteger la calidez que envolvía a Roam y la risa de su madre.
–Madre.
Lucia se lo quedó mirando con los ojos como platos, estupefacta. De repente, el chico pegó una zancada, le cogió la mano y se la besó.
–No sé cuándo volveré a verte, pero espero que estés siempre bien. – Damian sonrió y miró a la impactada Lucia. Entonces, sonrió como un niño travieso por primera vez.

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