Capítulos 7 al 9

noviembre 21, 2018


7

Cuando una historia de detectives del montón acaba con que el culpable es quien menos te lo esperas, entonces, se convierte en una tragedia.
Descubrir al culpable que te ha apuñalado por la espalda, ignorando la historia de ese villano hasta el final…
‒¿Qué pasa?
Me costaba articular las palabras delante de Yun Su. Sin embargo, me era imposible continuar ignorando esa sensación tan mala que tenía. Pero… ¿Y si me equivocaba y se enfadaba conmigo por haber sospechado de él? El pánico pudo conmigo.
‒Hey, Ha Jung. ¿Qué pasa? ‒ Insistió él.
Tenía la manía de responderle de inmediato, así que no es raro que se me abriera la boca sin querer para contestarle.
‒¿Por qué lo has hecho?
‒¿El qué?
Fui incapaz de seguir interrogándole al ver sus ojos inquisitivos. Parecía genuinamente confuso. Aún no era demasiado tarde como para sacarme una excusa de la manga. Tenía miedo. ¿Y si Yun Su empezaba a odiarme? De haber sido el yo de siempre habría hecho de tripas corazón y vuelto a clase con él como si nada, no obstante, la culpa me acosaba. No quería reconocerlo, pero no quería deberle nada a Gordo Seboso.  Más que el enfado de Yun Su, lo que más me preocupaba era atentar contra mi propio orgullo.
El corazón me latía tan deprisa que me daba cosa que fuera a salírseme. No pretendía acusar a Yun Su, pero lo hecho, hecho está. Me esforcé por ponerme serio y enfrentarme a él.
Yun Su frunció el ceño y guardó silencio un buen tiempo mientras yo estudiaba sus facciones. Inseguro, me quedé allí quieto. Sin preocupación ni orgullo. ¿Qué iba a hacer? Estaba claramente enfadado. ¡Menudo imbécil había sido! ¿Ahora qué podía decirle? ¿Eh?
‒¿…Qué dices? ¿Por qué iba yo a romperte el dibujo? ‒ Su respuesta fue algo inesperada.
¿Por qué estaba tan tranquilo en lugar de enfadarse? Mi miedo a ser odiado se disipó como la espuma y me quedé helado.
‒Bueno… Eso es lo que quiero saber. ¿Por qué?
No podía darle crédito a mis ojos cuando vi cómo las esquinas de los labios de Yun Su se curvaban.
‒¿Por qué iba a hacer algo así, Ha Jung? ‒ Sonrió. ‒ ¿Te has vuelto loco?
Di un paso inconscientemente y expliqué mis dudas.
‒¿No fuiste tú la última persona en clase cuando la profesora te dio mi dibujo para que lo colgases en la pizarra?
‒¿No me digas que crees que he sido yo sólo por eso? Ja. ‒ Yun Su sonrió con una expresión severa. ‒ Soy el delegado, claro que fui yo quien colgó tu dibujo. Pero eso no me convierte en el culpable. ¿No te parece más probable que alguien llegase antes a clase o así?
‒En el dibujo… Normalmente escribimos nuestros nombres para que todo el mundo sepa de quién es.
‒¿Qué dices?
‒Pero yo no escribí mi nombre. El único que sabía que era mi dibujo eras tú porque el otro dibujo ganador era tuyo.
‒Yo… ‒ Yun Su empezó a hablar, pero frunció el ceño y tragó saliva. Poco después, volvió a hablar. ‒ Estoy seguro de que hay muchos que sabían que era el tuyo. Alguien debió verlo en clase…
Ver su expresión neutral me impresionó. Había sospechado que él era el culpable, pero jamás habría estado seguro de ello. Lentamente empecé a darme cuenta de que la realidad no era como yo creía. La persona ante mí no me parecía Yun Su. Mi amigo estaba balbuceando excusas con mala cara. No me enfadé, sólo me dolió.
‒Nadie más tiene motivos. ‒ Le interrumpí.
‒¿Y cuál es el mío? ‒ Yun Su sonrió.
‒Tú… ‒ Jamás me habría imaginado que tendría que anunciar mi sospecha en voz alta. ‒ Si hubiese participado en el concurso estatal, a lo mejor no habrías ganado la medalla.
Tenía tantas ganas de verle sonreír. Quería que me mirase atónito y me dijera que habría ganado su medalla de todas formas, sin embargo, Yun Su me fulminó con la mirada. Y fue esa mirada la que me dejó claro que había sido él. Ese motivo tan infantil que me había inventado había sido suficiente para que él me rompiese el dibujo.


8

Una vez delante de la puerta de la casa de Gordo Seboso, no supe qué pensar. Había oído que vivía en el distrito rojo[1], pero no me lo acabé de creer hasta que me encontré allí. A lo mejor fue por eso por lo que me costó tanto que el tutor me diera su dirección.
Me quedé mirando la casa aturdido. El edificio parecía una tienda. La parte delantera estaba cubierta por una cristalera, aunque no había ningún cartel para anunciar el género. Estudié la situación unos instantes y, por fin, apareció una persona.
‒Oh, ¿y tú quién eres? Esto no es sitio para un niño como tú. Fuera de aquí. ‒ Me dijo una mujer despeinada con unos pantalones muy, pero que muy cortos y una camiseta sin mangas bastante arriesgada.
‒Eh… He venido a ver a Seung Pyo.
‒¿Seung Pyo? ¿Ese quién es? ‒ Frunció el ceño.
Miré a mi alrededor. Esa calle estaba plagada de tiendas como esta. Tal vez me había equivocado de casa.
‒¡Hermana, ¿quién es Seung Pyo?! ‒ La mujer se impacientó porque yo no decía nada y gritó para dentro.
Poco después, otra mujer con un maquillaje tosco se acercó a la puerta y le contestó.
‒¡Mira, zorra! ¡Me da igual quien sea ese tal Seung Pyo, ve a comprarme eso!
‒Eh, es que ha venido un crío a buscarle.
‒¿Qué?
Ahora que la veía mejor, la mujer de maquillaje tosco parecía furiosa. Apartó a su hermana de un empujón y me inspeccionó.
‒¿Eres el amigo que me ha llamado antes?
¿Amigo? Bueno, sí que le había dicho eso cuando la había llamado antes de venir.
‒¿Eh? Ah, sí… ‒ Asentí con la cabeza, desconcertado.
‒Ahora mismo, ese hijo de perra no está. No sé dónde se ha ido ni cuando va a volver. ¿Es algo urgente?
‒Sí… Tengo que verle. ‒ Respondí totalmente desesperado.
La mujer me miró de arriba abajo y gritó:
‒Oye, lleva a este niño a la habitación de Seung Pyo. Que le espere allí.
‒¡¿Pero quién es?!
‒¡Joder! ¡¿A quién te crees que le estás gritando?! ¡Es el hijo de Mi Seon!
‒Ah… ¿Ese gordinflón? Vaya, ¿se llama Seung Pyo? No lo sabía.
Continuaron así un ratito hasta que, por fin, la primera mujer me acompañó hasta el callejón de al lado de la tienda y me permitió entrar en la casa.
‒Entra, es la puerta de la derecha. ¡Ni se te ocurra moverte de aquí! ‒ Me advirtió. ‒ ¿Capito?

Puede que me quedase dormido. Escuché una voz conocida desde el otro lado de la puerta. Sacudí la cabeza para despejarme, me incorporé y me senté.
–¡No me jodas, zorra! – Exclamó esa voz que reconocí.
–¡Oye, gordinflón, a mí no me hables así! ¡¿Quieres acabar como tu madre?! ¿Eh? ¿Muerto?
–¡Es porque me estás mintiendo, vieja bruja! ¡¿Qué dices de un amigo-…?! – Cerdo Seboso se paró en seco cuando abrió la puerta y me vio allí sentado, en su habitación.
–¡¿Ves?! ¡Mentirosa yo! Serás grosero. ¡Más te vale desaparecer mañana!
La mujer, que era la misma que me había traído hasta el cuarto de mi compañero de clase, se marchó después de regañarle un poco más.
–¿Qué… haces aquí? – Preguntó él.
Cerdo Seboso me fulminó con una mirada y me habló con un tono duro, tosco.
–…Quería decirte una cosa. – Dije, levantándome del suelo.
Él arrugó la frente, anduvo hasta una mochila que había tirada en una esquina de la habitación y se sentó delante. A continuación, abrió una cajonera y empezó a meter todas sus posesiones en la mochila en silencio.
Yo, por mi parte, me quedé allí de pie observándole hasta que, de repente, Cerdo Seboso se detuvo y se giró.
–Oye, gilipollas, ¿no me has dicho que querías decirme algo? ¡Venga, hostia! ¡Dime lo que sea que quieras decirme y vete a tomar por culo! – Dicho esto, cerró la cremallera de la mochila y se levantó.
–No… ¿No te ibas mañana?
–¡¿Y a ti qué coño te importa cuándo me voy?!
Sí, tenía razón. No era de mi incumbencia. Recordé lo que aquella mujer con la permanente hecha había dicho sobre la madre de Cerdo Seboso: estaba muerta. Me desagradaba lo mucho que insultaba ese chico, pero quise preguntarle de todas formas.
–¿Tu madre ha muerto?
Cerdo Seboso, que estaba a punto de pasarme de largo, se detuvo en seco y me miró directamente a la cara. Esperaba que me volviese a insultar, pero se limitó a asentir con la cabeza.
–Sí. – Musitó.
–¿Y ahora dónde vas?
–No lo sé.
¿No lo sabía? Qué absurdo. Me quedé mirándole con los ojos abiertos como platos.
–…Odio estar aquí.
Tal vez porque su respuesta era lo que diría cualquier niño de mi edad, me arriesgué a ofrecerle una alternativa a vagar sin rumbo fijo por las calles.
–Por qué no… – Vacilé. – ¿te vienes a mi casa?

*         *        *        *        *

Al llegar a casa mi madre miró a Cerdo Seboso extrañada, pero cuando le expliqué que sólo iba a quedarse una noche y que a la mañana siguiente se iría en bus con su familia asintió.
No pude evitar sonreír al ver lo tenso que estaba Cerdo Seboso. Su lenguaje corporal y su agradecimiento que sonó más como un susurro le delataban.
–¿Qué…? Joder, ¿de qué te ríes?
–Nada. Es que me ha parecido raro que no insultases ni nada.
–Es porque… tu madre estaba allí… – Frunció el ceño como siempre y se quedó de pie en mi habitación.
–¿Qué haces? Siéntate.
En mi habitación había un escritorio y un armario pequeño, así que era difícil que nos pudiéramos tumbar los dos. Cerdo Seboso era pequeño, pero estaba muy gordo, así que me dio la sensación de que mi cuarto era todavía más menudo de lo que pensaba.
Gordo Seboso exploró mi habitación con curiosidad, dejó la mochila y se sentó.
–¿A qué es pequeña? Pero cabemos los dos.
No existe sensación más incómoda que hablar con alguien que no te responde. Gordo Seboso también parecía incómodo y, a pesar de que deseaba abrir la boca y decirle lo que necesitaba: no lo conseguía. ¿Cómo debía empezar? ¿Me pegaría otra vez si me malinterpretaba? Le estaba dando mil vueltas al asunto, estrujándome la cabeza cuando Gordo Seboso se puso en pie de un salto.
–¿Eh? ¿Qué pasa?
–Me… voy.
–¿Por qué…? – Pregunté parpadeando, pero él evitó mi mirada.
–Porque sí…
Ah, tal vez estaba realmente incómodo y yo no lo caía bien. Los profesores le habían regañado por mi culpa y hasta tuvo que escribir una carta de disculpa.
–Ah, no te vayas. – Me aferré a su brazo cuando le vi coger la mochila y darse la vuelta. –Es que… ¿Sabes? La verdad es que… – Desvié la mirada, pero haciendo acopió de todas mis fuerzas, volví a hablar. – Lo siento… Seung Pyo. Sé que tú no eres el que me ha roto el dibujo. Siento haber sospechado de ti y… Perdona por haberte pega-…
–Olvídalo. – Gordo Seboso me interrumpió y se sacudió mi brazo. Entonces, giró la cara para no tener que verme.
–¿No nos podemos sentar un momento? ¿Dónde piensas ir?
–¿A ti qué te importa? Sólo te sientes culpable.
Era cierto, pero no era sólo cuestión de culpabilidad. Le cogí el brazo y me mordí el labio inferior.
–Si no es eso… – Gordo Seboso inclinó la cabeza y habló en un susurro. – ¿Te doy pena?
¿Pena? De repente recordé la conversación que había mantenido con Yun Su. Pensándolo bien, Yun Su me había intentado consolar diciéndome la pena que daba Gordo Seboso. ¿Cómo iba a saber que esa palabra le dolería tanto?
Arrastré a Gordo Seboso hasta el suelo y le obligué a sentarse.
–Me siento mal, ya está. ¿Qué dices de pena? Sólo quería disculparme y… – Titubeé y le miré directamente a él. Me daba vergüenza continuar la frase con sus ojos fijos en mí, pero me rasqué la cabeza y la terminé. – …Quería hacerme amigo tuyo.

–Menudo gilipollas.
–¿Qué dices? – Exclamé, pero por dentro se me ocurrió que podía tener razón. Tal vez era un gilipollas.
–¿Te crees que no lo eres? El delegado va y te rompe el dibujo, y tú no haces nada.
Estábamos sentados contra la pared, uno al lado del otro. Yo había sacado una manta para cubrirnos las piernas y le había explicado a Gordo Seboso todo lo ocurrido, incluida mi conversación con Yun Su. Antes de ir a buscar a Gordo Seboso le había vuelto a pedir explicaciones a Yun Su y, lo peor de todo, es que lo confesó todo sin ningún tipo de remordimiento, como si se tratase de algo insignificante. Como si nada, me pasó de largo y volvió a la clase dejándome allí, estupefacto. Fue en ese momento en el que me di cuenta que parte de mi mundo era una mentira. Fui testigo de cómo mi propio mundo se derrumbaba ante mis pies.
–Me siento… como un idiota. – Suspiré.
–Ahora ya lo sabes, eso es lo que cuenta. – Gordo Seboso frunció el ceño.
–¿Tú crees?
–Sí, tonto. Pero no vuelvas a ir con él ahora que sabes como es.
En realidad, estaba muy unido a Yun Su. Me alegraba ser amigo de alguien tan perfecto y amable. Parte de mi enfado era porque la persona en la que dependía tanto había hecho algo mal y estaba buscando alguna manera de enfrentarme a lo sucedido.
–Es el más infantil de todos.
–¿Qué dices?
–Es un engreído. Va de adulto y se dedica a decirle a los demás qué hacer. Pero cuando se siente amenazado, va, y hace tonterías como romper un dibujo.
Me lo quedé mirando como atontado. ¿Infantil? ¿Yun Su? ¿El más inteligente de la escuela?
–Cierra la boca.  Será mejor que empieces a pensar en maneras de joderle ahora que ya sabes a lo que te enfrentas, tontucio.
–Te parece…
–¿Me parece, qué?
–¿Qué Yun Su es infantil…? Ja…
Hasta hacía unos instantes temía que Yun Su hubiese actuado de esa manera porque me odiaba. Si lo que decía Gordo Seboso era verdad, entonces, el asunto era muy simple. La pared inescrutable caía por su propio peso. Yun Su no era nada del otro mundo, sólo era eso: un niño.
Sonreí y Gordo Seboso me miró como si estuviese loco.
–Deja de sonreír como un bobo y vete a dorm-…
–Gracias, Seung Pyo.
–¿Q-Qué?
–Nada… Gracias. – Dije acariciándole la cabeza.
Él se dio la vuelta y enterró su rostro sonrojado en la almohada.
–Cállate. – Tartamudeó. – Apaga las luces ya.
–Vale. Ah, ¿dónde dices que te mudas?
–…A Seúl.
–¡Vaya! ¡Eso es genial! Nunca he ido.
–¿Qué tiene de genial? Me largo a vivir con un pervertido.
–Es la capital. – ¿Pervertido? ¿Con quién iba a vivir a partir de entonces? – ¿Con quién vas?
–Con el rey de los pervertidos.
Me pregunté quién sería esa persona y, antes de apagar la lámpara de la mesita, le dije:
–Si hay algo que quieras antes de irte, dímelo, te lo voy a dar. – Dicho esto, me giré para apagar la luz y aguardé su respuesta.
–Dame uno de… esos dibujos que les diste a tus amigos. – Musitó.
–¿Eh? ¿Los de Dragon Ball? Vale, ¿qué personaje quieres?
–No sé… Dame el que parece una serpiente.
–…Un dragón. Querrás decir un dragón.
–Coño, sí. Lo que sea, ese.
–Vale, lo tengo en el escritorio. Mañana te lo doy. Pero es un dragón.
–¡Que sí, hostia! ¡Ya lo pillo!
–Sí, un dragón.
–¡Joder!
Y así empezamos un debate sobre las diferencias entre un dragón y una serpiente hasta que caímos rendidos.


9

Cuando abrí los ojos aquella mañana Cerdo Seboso ya no estaba. Según mi madre se había marchado bien temprano y me había dejado una notita en el escritorio. La noche anterior nos habíamos acercado y al ver la nota me sentí extraño. Su letra era terrible, pero me hizo reír.
–Serás… – Reí.
Mi humor mejoró conforme avanzaba en mi lectura, tanto, que casi lloré. Guardé el papelito y me dirigí a clase antes de lo normal.
Ya en clase, me senté y entablé conversación con Min June. Yun Su apareció poco después y le dediqué la mayor de mis sonrisas. Él se quedó parado, entonces, se serenó y me saludó como siempre.
–Lee Yun Su. – Lo llamé por su nombre completo y él se irguió, todavía con la mochila a lomos.
–¿Qué pasa?
–Quiero darte una cosa.
–¿El qué? – Sonreí y cerré la mano en un puño. – ¡Cómete esta, hijo de puta! – Grité.

Lo que bien empieza, bien acaba. No obstante, muy a mi pesar, no le conseguí romper la nariz del puñetazo a Yun Su. Sangró un poco, pero ya está. Tuve que escribir una carta de disculpa y me castigaron, además, me dieron con el “palo de castigo” y llamaron a mis padres para que me vinieran a buscar. Aquel día recibí como nunca. Sin embargo, estaba inesperadamente nervioso.
Cuando el profesor me preguntó el motivo de mi ataque no contesté. Sinceramente, a día de hoy sigo sin comprender porqué decidí callármelo. Pero si de algo estoy seguro: es que no lo hice por amabilidad. Callarme la verdad me hacía sentir superior.
Yun Su me miró sorprendido cuando volví a la clase y yo esbocé la más brillantes de mis sonrisas porque había logrado derribar ese muro que nos separaba. Para mí, Yun Su, era el árbol más grande y sabio del mundo de ahí que me sintiera traicionado cuando me rompió el dibujo. Ahora veía un sinfín de posibilidades ante mí: aunque no fuese la mejor persona del mundo, tenía potencial.
A pesar de que las cosas acabaron bien, no logré encontrar al amigo que me había ayudado. Cerdo Seboso no me escribió ninguna carta y con el tiempo lo olvidé. Lo único que tenía era una carta casi ilegible en la que me explicaba cómo romper una nariz.


[1] El distrito rojo es uno de los barrios más liberalizados del mundo en cuanto a la actitud hacia la prostitución, las drogas y la diversidad sexual.

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