El Contenedor de la Ciudad Chimenea

noviembre 11, 2018


Cree, aunque seas el único.
Rodeada por un barranco de 4.000 metros y aislada del mundo existía una ciudad.
La ciudad estaba llena de chimeneas.
El humo salía de todas partes y anublaba el cielo.
Humo, humo. Desde la mañana hasta la noche.
Los habitantes de la Ciudad Chimenea estaban encarcelados por el humo negro
y no conocían el cielo azul.
No conocían las estrellas.

La ciudad se encontraba en medio de un festival de Halloween.
Estaba más humeante que de costumbre por el humo para alejar a los malos espíritus.
Un día,
Un repartidor que corría por el cielo nocturno se atragantó con el humo
Y se le cayó el corazón que llevaba.
Se veía tan mal que fue imposible adivinar dónde había caído.
El repartidor se rindió al cabo de poco tiempo y desapareció en la noche.
Pum-pum, pum-pum, pum-pum.
El corazón latía en una esquina de la Ciudad Chimenea.

El corazón cayó sobre un montón de basura que había en una esquina de la ciudad.
Todo tipo de despojos se pegaron al corazón latiente hasta que, al fin, nació el Hombre de Basura.
Por cabeza tenía un paraguas desgreñado y le salía gas por la boca.
Era un Hombre de Basura muy sucio. Un Hombre de Basura muy apestoso.
Agudizó los oídos y escuchó unas campanas a lo lejos.
Al parecer había más gente.
El Hombre de Basura se marchó del montón de basura.

La ciudad estaba llena de monstruos.
–Hey, vas vestido muy raro.
Se dio la vuelta y se encontró con un monstruo calabaza.
–¿Quién eres?
–Me trago las llamas del infierno e ilumino la noche de Halloween con una luz turbia. ¡Soy Jack-o’-lantern!

Todo tipo de monstruos empezaron a rodear al Hombre de Basura.
–Je, je, je. Yo soy una bruja: soberana de la noche y temor de todos.
–Yo soy el sr. Frankenstein; un monstruo que creó un científico malvado.
–A mí se me ha olvidado morir. Soy un zombie.
Todos empezaron a preguntarle:
–¿Y tú qué eres?
–Soy un Hombre de Basura.
Todos los monstruos estallaron en sonoras carcajadas.

El Hombre de Basura se unió a los monstruos y se pasó por las casas gritando:
“¡Truco o trato, truco o trato! ¡Dadnos golosinas o os haremos una travesura!”
Y recibiendo dulces de todos los adultos.
Entonces, fueron por ahí dándole globos a los niños más pequeños.
Los globos del Hombre de Basura flotaban muchísimo y eso a los niños les encantó.
–Vale, siguiente casa. Vamos, Hombre de Basura.

Los monstruos se pasearon por todos lados y acabaron con los bolsillos llenos de golosinas.
La campana del reloj empezó a sonar y todos se prepararon para marcharse a casa.
El Hombre de Basura habló con uno de ellos.
–Qué divertido es Halloween. Mañana repetimos.
–¿Qué dices, Hombre de Basura? Halloween es sólo hoy.
Y entonces, todos los monstruos se empezaron a quitar las máscaras.
Antonito salió de la calabaza,
Y Rebequita salió de la bruja.
Sólo iban vestidos de monstruos.

–¿Qué pasa? Quítate la tuya también, Hombre de Basura.
–Eso, a ti tampoco te gusta ese disfraz tan sucio, ¿no?
Rebecca tiró de la cabeza del Hombre de Basura.
–¡Ay!

–¡Aaaah!
Rebecca gritó.
–¡No va disfrazado!
Los chicos se apartaron del Hombre de Basura rápidamente.
–¡Aléjate, monstruo!
–¡Fuera de la ciudad, Hombre de Basura! ¡Ahógate en el mar!
Los chicos le gritaron palabras terribles sin parar.

El rumor del Hombre de Basura se extendió por la ciudad.
–Es el Hombre de Basura.
–Hay un monstruo en la ciudad.
Cuando el Hombre de Basura intentó hablar, todo lo que consiguió fue:
“Fuera, Hombre de basura”, “se me va a pegar tu tufo”.
El Hombre de Basura se sentó en un banco y exhaló un suspiro apestoso.
Entonces pasó.
–Con que tú eres el Hombre de Basura del que habla todo el mundo. Me han dicho que no es un disfraz.

Cuando se dio la vuelta se encontró con un chico cubierto de hollín de los pies a la cabeza.
El chico no huyó ni cuando descubrió lo que era, en realidad, el Hombre de Basura.
–Me llamo Lubicci, soy el limpiador de la chimenea. ¿Y tú?
–…Um…
–Si no tienes nombre, podrías ponerte uno. Veamos… Como has aparecido en Halloween, te llamarás: “contenedor de Halloween”.

–¿Qué estás haciendo aquí, Contenedor de Halloween?
–Nadie quiere jugar conmigo.
–¡Ja, ja, ja!  – Lubicci se rio.
–Pues claro, Contenedor. Estás sucio y hueles bastante mal.
–¡¿Cómo te atreves a decir eso?! Tú también estás negro y sucio, Lubicci.

–Bueno, acabo de volver del trabajo, así que, como puedes ver, estoy cubierto de hollín.
–¿Limpiar las chimeneas no es un trabajo de adultos?
–No tengo papá, así que tengo que trabajar. Además, oliendo así es normal que no le gustes a nadie. ¿Por qué no te lavas en mi casa?
–¿Qué? ¿Puedo?
–De todas formas, tengo que lavarme yo también. Tú haz lo mismo.
–¿Por qué no me evitas, Lubicci?
–Tu olor me suena. Me pregunto si mis calzoncillos sucios estarán por ahí.

Lubicci lavó cada rincón del cuerpo de Contenedor.
Olía mucho mejor y le lavó toda la mugre.
–Gracias, Lubicci.
–Mmm… Pero te huele la boca bastante. Échame el aliento.
Así lo hizo Contenedor.
–Ja, ja, ja. Apesta. Contenedor, eso es gas. Lavarlo no va a servir de nada.
Ambos jugaron juntos hasta bien entrada la noche.

–Hey, ¿has jugado con el Hombre de Basura?
–No pasa nada, mamá. Contendor no es una mala persona.
–Has sacado la curiosidad de tu padre.
El padre de Lubicci había sido el único pescador de la ciudad, pero el invierno pasado había fallecido tragado por las olas.
Lo único que encontraron fueron los andrajos de su barco.
En esta ciudad se creía que en el océano habitaban monstruos y estaba prohibido ir,
Así que los ciudadanos dijeron que se lo tenía merecido.
–Dime, mamá, ¿qué te gustaba de papá?
–Que era tímido y adorable, ¿no crees? Cuando estaba contento se rascaba la nariz por abajo, así.

Al día siguiente, Contenedor y Lubicci se subieron a la chimenea.
–Tengo miedo, Lubicci.
–No pasa nada, cógete fuerte. Pero hace viento, ve con cuidado de que no se te caiga nada.
–¿Se te ha caído algo?
–Sí, un colgante de plata con la foto de mi padre.
–Era la única foto que tenía de mi padre. Lo busqué, pero no lo encontré.
Lubicci señaló el canal de aguas residuales.
–Se cayó allí.

–Dime, Contenedor, ¿sabes lo que es una estrella?
–¿Una estrella?
–Esta ciudad está cubierta de humo, ¿verdad? Por eso no las podemos ver, pero por encima del humo hay piedras brillantes que se llaman: “estrellas”. Y no son sólo un par, hay miles, decenas de miles o incluso más.
–Qué tontería. Es mentira, ¿a qué sí?
–…Mi padre las vio. Cuando estaba muy lejos por el océano, llegado a cierto punto, el humo desapareció y había miles de estrellas relucientes flotando en el aire. Nadie le creyó y papá murió con la gente llamándole mentiroso. Pero papá me dijo que hay estrellas por encima del humo, y me dijo cómo verlas. –Dijo Lubicci mientras alzaba la vista al humo. – Cree, aunque seas el único.

Al día siguiente, cuando Contenedor llegó al sitio de quedada volvía a apestar.
Y al día siguiente, y al otro también.
–Da igual cuánto lo lavemos, sigues apestando, Contenedor.
Lubicci se pellizcó la nariz y murmuró sobre lo mal que olía, pero lavó el cuerpo de Contenedor cada día.

Cierto día,
Contenedor apareció con un aire muy distinto al habitual.
–¿Qué pasa, Contenedor? ¿Qué ha pasado?
La basura de la oreja izquierda de Contenedor se había caído.
–Me han dicho que ensucio la ciudad.
–¿Oyes algo?
–No, no oigo nada por la oreja izquierda. Supongo que, si se me cae la basura de la oreja izquierda, pierdo el oído.
–Ha sido Antonio y su grupo, ¿no? ¡Qué horror!
–No pueden evitarlo. Soy un monstruo.
Al día siguiente Antonio y su grupo arrinconaron a Lubicci.

–Hey, Lubicci, Dennis ha pillado un resfriado. Seguramente es culpa de los gérmenes del Hombre de Basura.
–¡Contenedor se lava, no tiene gérmenes!
–¡Menudo mentiroso! Ayer también iba apestando.  Toda tu familia está llena de menitoroso.
Sí, sin importar lo mucho que lo lavaran, el cuerpo de Contenedor volvía a oler mal a la mañana siguiente.
Lubicci no podía replicar nada.
–Para empezar, ¿por qué juegas con el Hombre de Basura? Aprende a leer entre líneas. Deberías estar con nosotros.

Contenedor apareció cuando Lubicci se dirigía a casa.
–Hey, Lubicci, vamos a jugar.
–…Hoy también hueles mal. En clase me han molestado por eso. ¡Porque apestas por mucho que te lavemos!
–Lo siento, Lubicci.
–No te quiero volver a ver. No voy a seguir jugando contigo.

Después de aquello dejaron de verse y Contenedor dejó de lavarse así que olía todavía peor.
Las moscas revoloteaban a su alrededor y cada vez se ensuciaba más y más, y olía más y más.
La reputación de Contendedor no dejaba de empeorar.
Nadie se le acercaba.

Cierta noche tranquila, alguien llamó a la ventana de Lubicci.
Cuando Lubicci miró, allí estaba un Contenedor que apenas logró reconocer.
Estaba cubierto de hollín y le faltaba un brazo.
Debió ser cosa de Antonio y su grupo.
Lubicci abrió la ventana rápidamente.
–¿Qué pasa, Contenedor? Se supone que no íbamos a-…
–…Vamos.
–¿Qué dices?
–Vamos, Lubicci.

–Espera un momento, ¿qué pasa?
–Tenemos que darnos prisa. Vamos antes de que me quiten la vida.
–¿Dónde vamos?
–Tenemos que darnos prisa, tenemos que darnos prisa.

Llegaron a una playa arenosa a la que no iba nadie.
–Vamos, Lubicci, súbete.
–¿Qué dices? El barco está roto. No pienso ir a ningún sitio.
A Contenedor no le importó y se sacó un buen puñado de globos del bolsillo.
Sopló y sopló e infló los globos.
Fuu, fuu, fuu.
–Hey, ¿qué haces, Contenedor?
Fuu, fuu, fuu.
–Tenemos que darnos prisa, tenemos que darnos prisa. Antes de que me quiten la vida.
Entonces, Contenedor ató los globos hinchados al barco: uno tras otro.

Ató centenares de globos al barco.
–Vamos, Lubicci.
–¿Dónde…?
–Arriba del humo. – Contestó Contenedor mientras desataba el ancla. – Vamos a ver las estrellas.

El barco se alzó el vuelo gracias a los globos y floto por los aires.
–¿De verdad crees que no va a pasar nada?
Era la primera vez que Lubicci veía la ciudad desde tan arriba.
La vista nocturna era preciosa.
–Vale, aguanta la respiración. Estamos a punto de pasar por el humo.

Shu, shu, shu.
Dentro del humo no se veía nada, estaba oscuro como la boca de un lobo.
Shu, shu, shu.
Se escuchó la voz de Contenedor entre el retumbo del viento.
–Cógete fuerte, Lubicci.
Conforme subían el viento se hacía más fuerte.
–Mira arriba, Lubicci. ¡Vamos a salir del humo! No cierres los ojos.
Shu, shu, shu.



–Papá no mentía.
El lugar estaba lleno de puntitos luminosos.
Después de contemplarlos durante un rato, Contenedor dijo:
–Todo lo que tienes que hacer para volver es quitar los globos del barco, pero no puedes quitarlos a la vez. Si lo haces el barco caerá, así que, de uno en uno, de uno en uno…
–¿Qué dices, Contenedor? Vamos a volver juntos, ¿no?
–Sólo puedo llegar hasta aquí contigo. Me alegra haber podido ver las estrellas contigo.

–¿Qué quieres decir? Vamos juntos.
–¿Sabes, Lubicci? He estado buscando ese colgante que perdiste. El canal acaba en una depuradora, así que pensé que podría estar por ahí.

–Soy un hombre de basura, nací de un montón de basura, estoy acostumbrado a rebuscar por la basura. Fui a buscarlo cada día desde aquello, pero no lo encontré… Pensaba que sólo tardaría diez días o así en encontrarlo…

–Por eso tú-… Me he portado fatal contigo, Contenedor.
–No pasa nada. La primera vez que me hablaste decidí que sería tu amigo sin importar qué.
A Lubicci se le saltaron las lágrimas.
–Bueno, la cosa es que el collar no estaba en la depuradora. Fui un tonto. Tendría que haberme dado cuenta cuando me dijiste que te sonaba mi olor.
Contenedor abrió el paraguas roto que tenía por cabeza.
–Siempre ha estado aquí.



Del paraguas colgaba un collar.
–El collar que estabas buscando estaba justo aquí; es mi cerebro. Este es el olor que te sonaba. Al igual que cuando perdí la basura de la oreja izquierda dejé de poder oír, si perdiese este collar, no podría volver a moverme. Pero este collar es tuyo. Todo este tiempo que he pasado contigo he sido feliz de verdad. Gracias, Lubicci, adiós…
Dicho esto, Contenedor levantó la mano para arrancar el collar, pero entonces…

–¡No!
Lubicci le sujetó la mano.
–¿Qué haces, Lubicci? Es tu collar. Aunque me lo quede, Antonio me lo quitará algún día y entonces sí que lo habrás perdido. No podrás volver a ver la foto de tu padre nunca más.
–Podemos huir juntos.
–No digas tonterías. Si te ven conmigo, puede que a la próxima te quieran pegar a ti.
–Me da igual, podemos compartir el dolor. Nos tenemos el uno al otro.

–Podemos vernos cada día, Contenedor. Así podré ver la foto de papá cada día. Por eso, podemos jugar cada día como solíamos hacer y quedar cada día.
A Contenedor se le escaparon las lágrimas.
Jugar con Lubicci cada día… Tuvo una sensación extraña, como si fuera algo que hubiese estado anhelando durante mucho tiempo.
–Las estrellas son preciosas, Contenedor. Gracias por traerme. Me alegra haberte conocido.
Contenedor se ruborizó y dijo:

–Corta el rollo, Lubicci. Me estás avergonzando.
Y entonces, se frotó debajo de la nariz con el dedo índice.

–…Contenedor. Me ha costado darme cuenta. Claro… ¡Claro! Halloween es el día en el que los espíritus vuelven de entre los muertos.
–¿Qué dices, Lubicci?
–Ya sé quien eres, Contenedor de Halloween.

–Has vuelto para verme, papá.



FIN

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