1: Hola, soy un bebé

diciembre 26, 2018


Recordé quien era poco después de nacer. Sí, sé que suena a locura, pero ocurrió. Tan sólo recordaba el final de lo que parecía un sueño sumido en una densa niebla en el que un hombre que no había visto jamás me apuñalaba el estómago.
¡Ah! ¡Qué rabia! ¡Anda que morir a manos de un asesino de sangre fría!
–¡Gua, gua! – Quise expresar mi fastidio, pero lo que pronuncié no fueron palabras.
¿Qué era esa voz? Apenas tardé unos instantes en darme cuenta: era un bebé. Me había reencarnado al poco de morir, era una sensación terrible.
–Oh, vaya. ¿Cuándo se ha despertado, princesita?
Eso, eso. ¿Desde cuándo estás aquí?
Bostecé mientras alguien me cogía en brazos. Sinceramente veía tan mal que me costaba distinguir si era de día o de noche, aunque desde que había recuperado mis recuerdos mi visión había estado mejorando día tras día.
¿Pero cuánto tiempo llevo despierta?
¿Cómo podía ser que no supiera ni cuándo me había despertado? Suponía que los niños eran así, Ni durmiendo todo el día se me pasaba la modorra. No estaba satisfecha, necesitaba dormir aún más. ¡Qué sueño!
Pensé en volver a dormirme. Después de todo, ¿quién reñiría a un bebé por hacer algo así? No obstante, un fuerte aroma se me metió por la nariz como para confirmarme que, sin duda, ahora era un bebé.
Abrí los ojos lentamente para confirmar y, efectivamente, se trataba de comida. La repulsión que me provocaba el ser consciente que iba a tragarme algo de otra mujer se vio superada por el hambre y mi cuerpo reaccionó automáticamente. Tenía qué comer, era inevitable y, para mi disgusto, era todo un manjar.
–Tranquila, tranquila. No corras, así.
Se me antojo curioso el ser capaz de comprender las palabras que susurraba esa voz dulzona. Un niño no entendería el lenguaje humano de inmediato y, a pesar de que yo había sido una mujer antes de morir, mi cuerpo actual no.
–Princesa… Mi princesita…
Cuando terminé de comer, la mujer me cambió de postura y me frotó la espalda con la esperanza de que eructase. Me hubiese gustado ir lo más rápido posible, pero no controlaba mi cuerpo.
–Princesita… – Su voz sonaba patética, angustiada.
Era como si estuviese a las puertas de la muerte, como si estuviese enferma. Me retorcí para reafirmar que no iba a morirme, que estaba bien y eso hizo reír a la nodriza.
Hasta el momento siempre había pensado que mi nombre era “Princesa” o que, como mucho, los sirvientes me llamaban así por ser una hija de alta cuna. ¿Quién se hubiera imagino que realmente era la princesa de un reino? ¡Menudo giro de los acontecimientos! Me hubiese gustado que el mío fuese un reino feliz, pero…
–…Su Alteza. – Mi nodriza empalideció de repente y se tensó.
Creía que todavía tardaría dos días en llegar. Me sorprendí y me aferré a las ropas de la sirvienta.
–Su Alteza. – Repitió ella.
Era consciente de que me había reencarnado, pero ignoraba en quién. Toda la información que había recopilado sobre mi nuevo cuerpo era que era alguien que gozaba de un alto estatus y la hija de un Emperador sanguinario: Keitel Agrigent.
Keitel, un hombre atractivo y joven, abrió la puerta con un portazo.
–Dios le salve. – Dijo la sirvienta antes de hacer una reverencia a la velocidad de la luz conmigo en brazos.
Sin embargo, el Emperador no se molestó en mirarla. Era la primera vez que le veía y, pesé a ello, no sentía que lo fuera. ¿Quizás era porque no dejaba de escuchar rumores sobre él?
Se podía cortar la tensión con cuchillo. Yo me erguí – aunque nadie lo apreció y le mantuve la mirada a aquel hombre el tiempo suficiente para que se me erizase la piel. Él me miraba, no, debería decir que fulminaba a su propia hija con la mirada. Me entraron ganas de llorar, pero me contuve: ese hijo de perra era capaz de asesinar a su propia descendencia por algo así.
El Emperador poseía un cabello blanco como la nieve recién cuajada y ojos carmesí como la sangre. Era tan hermoso que hasta los cielos y la tierra le debían halagar. Era plenamente consciente que no es un pensamiento que debiese tener sobre mi presunto padre que acababa de conocer y alcé la cabeza con una expresión disgustada.
Ese hombre tan bello era el Emperador de Argigent, un tirano que se las había apañado para conquistar diez reinos en menos de cinco años desde su ascenso al trono.
Un silencio sepulcral cayó sobre la estancia. Él me miró arrogantemente con los ojos carentes de expresión y frialdad. ¿Me estaría amenazando? Se me secó la garganta.
–¿Esto es mi hija? – Preguntó con una mueca divertida.
Se me quitó un peso de encima y hinché los mofletes. Verme debió ser divertido porque le hice reír.
–S-Su Alteza…
–Señor…
Mi nodriza y la voz de un hombre desconocido llamaron a mi padre desconcertados. Hice ademán de ver quién era este desconocido, pero de repente, una mano enorme me agarró por el cuello y me quedé mirando atónita a quien me tenía presa. Cuando alguien te mira por encima del hombro su presencia se vuelve terrorífica, y aunque yo no me asusté me lamenté de que con un padre tan horrible mi vida ya era un asco.
Solté unos sollozos ahogados y derramé un par de lágrimas que él también vio porque su forma de mirarme cambió radicalmente. Supongo que mi respuesta a tenerme cogida por el cuello no es la que se esperaba.
–…Mi señor…
La voz de la sirvienta estaba cargada de angustia mientras que yo estaba perfectamente tranquila cara a cara con la muerte. Se me ocurrió que tal vez fuera porque ya había experimentado la muerte en sí una vez, pero no, esa no era la respuesta. En realidad, ya me había resignado. Los rumores que corrían sobre él eran brutales e inhumanos; hablaban de un hombre genocida, un hijo de perra que asesinaba a todas las mujeres con las que compartía lecho y por supuesto, no iba a comportarse de otra manera con su hija.
–Ariadna.  – Murmuró Keitel después de tenerme cogida por la garganta durante un buen rato y, en ese preciso instante, me soltó. Mi expresión de sorpresa le hizo reír. – Llamadla así.
Y así fue el primer encuentro del tirano demencial y su única hija.

*         *        *        *        *

La vida de un bebé es muy monótona. Comer, dormir, comer, dormir. Sí, así pasaba mis días sin que me importase si mi padre se pasaba a verme o no.
–Bien hecho, princesita. – Me felicitó la nodriza mientras me acariciaba la espalda con suavidad sin dejar de sonreír. – Ha sido muy buena niña. – Continuó diciéndome, visiblemente aliviada. – Si hubiera llorado, habría perdido la cabeza. – Escucharla decir eso me mortificó. – Venga, ahora a dormir.
Miré a Cerera, mi nodriza de veintitrés años, y cerré los ojos. En mi otra vida había muerto a los veinticinco, por lo que me era difícil convencerme de que ahora ella era mayor que yo.
–¿No tiene sueño? ¿Quiere que le cante algo, princesita?
Asentí y volví a cerrar los ojos. Cerera soltó una risita. ¿Qué la haría tan feliz? La sonrisa de la muchacha era preciosa. Era asombroso que fuese capaz de sonreír de aquella manera después de que la hubieran obligado a ceder la custodia de sus propios hijos para venir a criarme a mí.
–Duérmete niña, duérmete ya…
Reconocí la nana, seguramente ya la había escuchado en mi otra vida. Tal vez fuese el sueño, pero por algún motivo me entristecí. El sueño me superó y todos mis recuerdos y pensamientos se revolvieron.
Todos los de mi alrededor se habían pasado la semana entera comentando que me iban a matar en un abrir y cerrar de ojos, que no sobreviviría. Muchos entraban en detalles y llegaban a conclusiones como que, puesto que a esa joven la había asesinado de esta manera, conmigo acabaría de esta otra. El otro tema recurrente últimamente era mi madre. Al parecer la buena mujer había fallecido al dar a luz. Viendo que me llamaban “princesa”, había llegado a la errónea conclusión de que debía ser la hija de la difunta reina, pero no. El hombre al que debía llamar padre jamás había aceptado a ninguna mujer como amante y, mucho menos, como reina. El único motivo por el que se me llamaba “princesa” era porque había sido la única superviviente hasta ahora.
–El Emperador ha dejado en paz a la princesa y hasta le ha otorgado un nombre. ¡Qué cosas!
–Chismosear así no está bien.
–Mira quien viene por ahí, esa chica otra vez.
Aunque las voces apenas eran audibles, logré distinguir la fuente de todos los rumores que llegaban a mis oídos y a la de una criada que me habían adjudicado. Elaine era molesta y chismosa, no era la primera vez que me despertaba con sus parloteos.
–Vas a despertar a la princesa.
–¿Qué dices? Si está dormida como un tronco.
Me dieron ganas de darle de palos, pero siendo un bebé me iba a costar trabajo.
–¡Elaine!
–¡Vale, vale! Ya me callo…
La nodriza la regañó y me consiguió unos escasos minutos de paz, antes de que Elaine volviese a empezar con su cháchara.

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1 comentarios

  1. Muchas gracias por el capítulo está historia es muy divertida esperando el siguiente capítulo 😀

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